Decidieron dejar el archivador donde estaba hasta la mañana siguiente. La noche envolvía la casa en un manto tan oscuro que ni siquiera las estrellas alumbraban el cielo. Cuando Gavin cargaba el ordenador en el maletero de su coche, sorprendió a Leigh mirando hacia la casa.
—¿Qué? —preguntó.
Ella apartó la vista con un escalofrío. Los faros del coche de R.J. desaparecían ya por el camino.
—Tengo una imaginación muy activa —comentó.
—Tú no eres la única —musitó él—. Este sitio es muy tétrico en la oscuridad. Vamos a llevar el ordenador a casa de los Walken y…
—No podemos llevarlo allí.
—¿Por qué?
—Los Jenkins cenan con ellos y ya sabes lo cotilla que es la señora Jenkins. ¿Por qué no lo llevamos a tu casa?
Hasta aquel momento, Gavin no había pensado dos veces en el apartamento que había alquilado encima de la tintorería en el centro del pueblo. Barato y amueblado, respondía bien a sus necesidades cuando empezó a trabajar con Ira.
—¿Hay algún problema, Gavin?
—Si a ti no te molesta, no. Sugeriría que lleváramos el ordenador a mi despacho, pero eso requeriría algunas explicaciones por la mañana.
—¿Y por qué me va a molestar ir a tu casa? Ni siquiera sé dónde está.
—En el pueblo, encima de la tintorería.
—¿Una de las de Keith?
Gavin le devolvió la mirada.
—Nunca lo había pensado. Supongo que sí.
—Keith no es el dueño del edificio, ¿verdad?
—No que yo sepa. Yo lo alquilé a través de una inmobiliaria. La familia Earlwood tenía tintorerías y jugaban en bolsa, no inmobiliarias.
—O sea que no tiene motivos para saber que vives allí.
—Seguramente no.
—Supongo que estaremos seguros. Aunque me parece una coincidencia rara que vivas encima de una de las tintorerías de Keith.
—No tanto. En un pueblo como Stony Ridge no hay muchos sitios de alquiler.
—Cierto.
Gavin puso el coche en marcha, ansioso por alejarse de la vieja mansión, donde estaban completamente aislados.
—Me gustaría saber qué es lo que temía Nolan que descubriéramos en el hipódromo —dijo—. Me resulta raro que Earlwood, Pepperton y él hayan mantenido la relación a lo largo de los años.
—¿Por qué?
—No tenían mucho en común. Martin Pepperton era de la jet set de las carreras. El dinero y la posición de su familia lo separaban de todos los demás de la escuela. Siempre me pregunté qué hacía aquí.
—A lo mejor lo habían expulsado de un colegio privado.
—Es posible. A Ducort también. Presumía de ello. Me lo imagino manteniendo el contacto con Pepperton debido a sus relaciones, pero lo de Earlwood me confunde. No tenía ni dinero ni encanto para seguir con los otros dos. Me resulta raro que le siga haciendo recados a Nolan después de tanto tiempo.
—Ha dicho que Nolan le iba a prestar dinero —señaló ella.
—Lo sé. Pero no me gusta.
Guardaron silencio unos minutos.
—¿Crees que habrá más habitaciones ocultas en la casa? —preguntó Leigh—. Ahora me siento ridícula por tener tanto miedo del desván cuando podían espiarme desde cualquier sitio.
—¿Por qué te daba miedo el desván?
—No lo sé. Supongo que porque siempre estaba cerrado con llave. Los secretos dan miedo, ¿no?
—Yo diría que es improbable que haya una habitación oculta en cada armario. La de tu abuelo ni siquiera estaba unida a un armario en su extremo.
—Pude que antes sí. La suite del abuelo antes ocupaba dos dormitorios separados. Él la cambió antes de que fuéramos nosotros a vivir allí.
Gavin pensó en aquello mientras entraban en Stony Ridge. El lugar estaba tan tranquilo que parecía un pueblo fantasma. Y aquella idea no le gustaba nada en ese momento.
Llevó el coche a la parte de atrás del centro comercial, donde aparcaba siempre, pero, cuando sus faros iluminaron el aparcamiento, captó un movimiento justo fuera de su alcance. No fue nada concreto, pero bastó para encender las alarmas en su mente.
Detrás del aparcamiento, el suelo daba paso a una colina empinada donde a veces había zorros y otra fauna salvaje. ¿Y también alguien con una pistola y ganas de vengarse?
Pisó los frenos y metió la marcha atrás.
—¡Agáchate!
—¿Qué ocurre? —preguntó Leigh, hundiéndose en el asiento.
—He visto un movimiento cerca de la colina. Puede haber sido el viento, pero no vamos a correr riesgos. Un enfrentamiento al día es mi límite.
—No hay viento.
—Lo sé.
Salió a la calle, donde había muchos espacios para aparcar. Las tiendas estaban vacías y a oscuras a esa hora, pero de vez en cuando pasaba un coche y había luz en casi todos los apartamentos de encima de las tiendas. Si alguien los esperaba detrás de su edificio, podía esperar toda la noche; Gavin no tenía intención de tentar al destino, y menos con Leigh a su lado.
—¿Crees que Keith ha llamado a Nolan? —preguntó ella.
—En cuanto haya tenido acceso a un teléfono —repuso él. Aparcó y apagó el motor, pero se quedó sentado sin sacar las llaves.
—¿Entramos? —preguntó ella.
—No. Creo que te voy a llevar a casa de los Walken.
—De eso nada. Ya estamos aquí y quiero ver tu apartamento.
—No hay mucho que ver —sonrió él—. Es sólo un lugar donde dormir mientras trabaje en el pueblo.
—Hablas como si pensaras irte.
—No lo sé. Ira necesitaba a alguien justo en el momento en el que yo decidí que no sería feliz en el bufete grande en el que trabajaba —mientras hablaba, sus ojos observaban la calle—. Aunque también estaba pensando montar un bufete con un amigo en Nueva York.
Leigh siguió su mirada.
—¿Qué buscas?
—Problemas —lanzó una maldición al ver un coche verde familiar aparcado a poca distancia de ellos—. Y creo que los he encontrado.
—El coche de Keith —susurró Leigh.
—Tenía que haber tirado sus llaves más lejos.
Aquello no lo espera. Keith no le parecía capaz de vengarse a menos que alguien lo presionara, pero, por otra parte, una emboscada con varios «amigos» sí entraba en el estilo de Ducort.
—Supongo que no te quedarás en el coche mientras voy a echar un vistazo —comentó.
—Supones bien.
Ya no tenía sentido llevar a Leigh a su apartamento. Lo único que podía hacer era…
—¡Gavin! Hay alguien dentro de la tintorería.
Él miró en aquella dirección. Una sombra se movía dentro de la oscuridad, pero luego desapareció de su vista.
—No es muy sutil, ¿verdad?
—Deberíamos llamar a la policía.
—La tienda es de Earlwood. Tiene todo el derecho a estar dentro si quiere.
—Pero está esperando que vuelvas a casa.
—Eso no lo sabemos. Puede tener otro motivo para estar ahí.
Leigh lo miró exasperada.
—¿Y qué vamos a hacer?
Gavin pensó un momento.
—Creo que voy a seguir tu primera idea —sacó el móvil y marcó un número—. Quiero denunciar que hay un intruso dentro de la tintorería de Roster Avenue —dijo, después de identificarse.
Leigh sonrió con aprobación. Ambos miraron hacia el edificio.
Una bola de fuego gigante explotó de repente dentro de la tienda y todos los cristales saltaron por los aires.
—¡Envíen a los bomberos! —gritó Gavin en el teléfono—. La tienda acaba de explotar —soltó el teléfono—. ¡Quédate aquí!
Keith Earlwood, o quienquiera que fuera la figura de antes, seguía dentro del edificio. Gavin cruzó la calle corriendo y pensando qué podía haber causado la explosión.
Casi todo el cristal del escaparate estaba en el suelo, pero quedaban todavía trozos grandes y afilados. Confiaba en que Earlwood hubiera podido escapar, pero para eso tendría que haber salido por la parte de atrás. Se disponía a cambiar de dirección, cuando notó que algo se movía dentro de la tienda.
Lanzo un juramento al ver una figura en llamas que se tambaleaba en dirección a la puerta.
Gavin fue el primero en llegar, pero la puerta estaba cerrada. Habían estallado todos los cristales del edificio menos el de encima de la puerta. El destino o la pared de dentro lo habían protegido. Buscó frenéticamente algo para romperlo y Leigh se acercó corriendo con el bate de béisbol en la mano.
Gavin lo tomó y rompió el cristal. Una nube de humo y calor salió hacia él. Dejó el bate, metió la mano e intentó abrir la cerradura.
La figura cayó al suelo, retorciéndose entre las llamas. Gavin y Leigh agarraron una tela que colgaba en el escaparate y golpearon las llamas con ella. Volaron ascuas en todas direcciones. La figura dejó de moverse y Gavin confió en que sólo se hubiera desmayado, aunque Earlwood estaba muy quemado.
—¡Hay que sacarlo de aquí! —exclamó Leigh, atragantándose con el humo.
Juntos lo sacaron a la acera. Un motorista que pasaba paró y corrió hacia ellos con un extintor pequeño.
Una segunda explosión sacudió el edificio, que pareció llenarse de llamas al tiempo que la calle vacía empezaba a llenarse de gente.
El sonido de las sirenas anunció la llegada de la policía y de los bomberos. Gavin tiró de Leigh a un lado para hacer sitio al personal de la ambulancia. Sabía que no podrían hacer mucho por la víctima y que sería un milagro que Earlwood sobreviviera.
Los bomberos los apartaron a todos y empezaron a trabajar. Gavin abrazó a Leigh con fuerza y otra explosión sacudió el barrio.
—¿Qué está pasando? —preguntó ella.
—No lo sé.
Wyatt Crossley surgió entre un mar de rostros. Gavin notó que su amigo no iba de uniforme, pero eso no le quitaba autoridad. Dio un par de órdenes, los miró un momento e hizo una seña con la mano.
—Necesitamos un médico aquí.
Gavin miró a Leigh. Le corría sangre por el brazo.
—¡Estás herida! —exclamó.
—No.
—Eres tú el que está herido, Gavin —dijo Wyatt—. Te sangra la mano.
Era cierto. Tenía un corte en la palma y sangraba con profusión.
—Supongo que me he cortado al abrir la puerta.
—También te has quemado —dijo Leigh preocupada.
En el dorso de la mano empezaban a formarse ampollas pequeñas.
—Gracias. Hasta ahora no había sentido nada —pero empezaban a doler con ganas.
—¿Seguro que usted está bien? —preguntó Wyatt a Leigh.
Leigh asintió con la cabeza.
—Sí. El héroe ha sido él.
—Yo no estaba solo —señaló Gavin.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Wyatt, mientras un enfermero le curaba las manos.
—Yo creo que Keith Earlwood intentaba quemar el edificio y algo ha ido mal.
Leigh respiró hondo.
—¿Quería matarte?
—¿Y por qué iba a hacer eso? —preguntó Wyatt.
—Ella lo dice porque yo vivo encima de la tintorería y, si hubiera estado en mi apartamento, podía haber muerto —repuso Gavin—. No es ningún secreto que Earlwood necesitaba dinero. Mucha gente tonta piensa que el seguro es un modo fácil de cobrar.
—¿Crees que la víctima es Keith Earlwood?
—Sí —Gavin señaló calle abajo—. Su coche está aparcado al otro lado de ese camión de bomberos. Leigh y yo íbamos a subir a mi casa cuando hemos visto a alguien moviéndose dentro de la tienda en la oscuridad. He llamado a la policía y estaba hablando con ellos cuando ha explotado la tienda.
Wyatt asintió con la cabeza.
—Por cierto, soy Wyatt Crossley —dijo a Leigh—. Usted debe de ser Leigh Thomas.
—Sí.
El jefe de bomberos se acercó en ese momento a Wyatt.
—Despejen la calle ahora mismo. Hay una tubería de gas en peligro. Puede volar toda la manzana.
Wyatt se alejó apresuradamente y empezó a gritar órdenes a sus hombres.
—Gracias —dijo Gavin al hombre que le había vendado la mano—. Vamos a ver si podemos sacar mi coche de aquí —dijo a Leigh.
Enseguida vieron que no iba a ser posible. Los coches de bomberos y los de la policía les bloqueaban el paso.
—¿Y ahora qué?
—¿Leigh? ¿Eres tú?
Jacob Voxx se apartó de la gente a la que estaban ordenando que se retirara.
—¡Jacob! ¿Qué haces aquí?
—Estaba cruzando el pueblo, pero me ha parado el fuego. Eh, ¿estáis bien? Parece que los dos hayáis estado dentro del incendio.
—Gavin y yo hemos ayudado a sacar a un hombre del edificio.
Jacob movió la cabeza.
—¿Qué tenéis tu hermana y tú con los fuegos?
—¡Amigos, tienen que despejar la calle! —gritó un agente de policía joven.
—¿Queréis que os lleve a alguna parte? —preguntó Jacob—. Mi coche está ahí.
Leigh miró a Gavin. El primer instinto de ella fue negarse, pero eso implicaba llamar a alguien para que fuera a buscarlos.
—Gracias —dijo—. Te lo agradeceríamos mucho.
—¿Adónde?
—A casa de los Walken.
—Ya no llevas el brazo en cabestrillo —dijo Leigh—. ¿Está mejor?
—Sí. Me duele aún, pero se está curando. Tú tienes un par de quemaduras malas, Gavin; seguro que te duelen. ¿A quién habéis sacado del edificio?
—Creemos que era Keith Earlwood —dijo Gavin—. Pero tiene muchas quemaduras.
—Han dicho que ha explotado una tubería de gas.
—Nosotros hemos oído lo mismo —repuso Gavin —miró sorprendido el deportivo del otro—. Bonito coche.
—Gracias, cuesta una fortuna, pero hice un trato interesante con un amigo. Le habían quitado el carné y básicamente yo sólo tuve que encargarme de las letras que faltaban. Es un poco estrecho atrás, Leigh, pero no es la primera vez que vamos tres personas.
—Me las arreglaré —dijo ella.
—Deja en el suelo todo lo que hay en el asiento.
Gavin notó que uno de esos artículos era un paquete de chicles. Eran de frutas y no de menta, pero miró a Jacob con curiosidad.
—¿Cómo te ganas la vida? —preguntó.
—Trabajo en informática.
—¿En qué exactamente?
Jacob sonrió.
—Principalmente soy programador, pero a veces también creo sistemas. Tengo un buen empleo en una empresa llamada Via-Tek. La base está en Nueva York, pero yo trabajo mucho desde casa. Sólo necesito un ordenador y un módem y puedo trabajar desde cualquier sitio.
—Debe ser agradable.
—Sí. El sueldo es bueno.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó Leigh.
—No lo sé, hace un par de días que no hablo con ella. Siento que se portara así el otro día en tu despacho, Gavin. Está muy alterada desde la muerte de Marcus. Me temo que se había acostumbrado a ser la señora de la mansión —miró a Leigh con aire de disculpa por el espejo retrovisor.
—No necesitas disculparte por ella.
—Lo sé. Parte del problema es que acababa de descubrir que Marcus había vaciado sus cuentas.
—¿Qué? —preguntó Gavin.
—Ah, sí. No le ha dejado dinero. Yo pensaba que, después de tantos año de doctor, tendría mucho dinero, pero la realidad es que estaba en la ruina.
—¿Ella está bien? —preguntó Leigh—. ¿Necesita dinero?
Gavin frunció el ceño, pero Jacob negaba ya con la cabeza.
—No, pero gracias. Mamá estará bien, es una superviviente. Lleva años ahorrando por su cuenta. Supongo que cuando murió Marcus pensó que sería rica y fue una sorpresa descubrir que su cuenta estaba vacía. Pero eso no disculpa su comportamiento. Siempre ha sido muy nerviosa.
—¿Seguro que Marcus estaba en la ruina? —preguntó Gavin.
—Eso me ha dicho mamá.
—Pero eso no tiene sentido —declaró Leigh—. Puede que no fuera el mejor médico del mundo, pero tenía muchos pacientes y ningún gasto. Vivir en Heartskeep no le costaba nada. ¿Qué hacía con todo su dinero?
Jacob se encogió de hombros.
—Ni idea. A lo mejor lo perdió apostando a los caballos. No lo sé. Sólo sé que, según dice mi madre, no hay dinero.
Lo cual explicaba en parte por qué Eden se había llevado todo lo que había podido de la casa.
—¿Marcus tenía problemas con el juego? —preguntó Gavin, cuando se acercaban a casa de los Walken.
—No que yo sepa. Mamá me habría dicho algo.
Gavin frunció el ceño.
—Gracias por traernos —dijo.
—De nada.
—¿Estarás en contacto? —le preguntó Leigh.
—Cuenta con ello.
—¿Dónde te hospedas? —preguntó Gavin.
—Esta noche con un amigo, pero mañana vuelvo a Nueva York. Tengo una reunión allí por la tarde.
—Bien, cuídate —le dijo Leigh.
—Tú también. No soy yo el que se mete en edificios en llamas. Buenas noches.
A juzgar por el coche aparcado delante de la casa, los Walken tenían todavía compañía.
—Entremos por la parte de atrás —sugirió Gavin.
—Buena idea —asintió ella—. ¿Qué crees que ha sido de todo el dinero, Gavin?
—Buena pregunta.
Nan estaba en la cocina, por lo que subieron apresuradamente por la escalera de atrás.
Leigh se detuvo al llegar arriba.
—Acabo de darme cuenta de que has perdido todo lo que tenías en ese fuego.
—No era gran cosa. Ropa y libros —Gavin se encogió de hombros—. Lo único que lamento es la foto de mi familia, pero seguramente hay otra copia en alguna parte.
—¿Dónde?
—Mis abuelos murieron cuando estaba en el instituto. George guardó sus cosas y las metió en un almacén.
—¿Y nunca has ido a verlas?
Gavin se encogió de hombros.
—No me llevaba muy bien con ellos. Eran muy estrictos y amantes de la disciplina. Ya puedes imaginarte cómo fue nuestra relación cuando me fui a vivir con ellos después de que mis tíos tiraran la toalla conmigo. Es cierto que se esforzaron por seguir en contacto cuando me llevaron a casas de acogida, pero nunca encontramos el modo de comunicarnos.
Leigh le puso una mano en el brazo.
—Lo siento.
—Yo también. Por muchas cosas —miró la mano de ella, que no la apartó.
—Si te refieres a lo que sucedió entre nosotros, no hay nada que sentir.
—¿No?
Leigh apartó la mano.
—Sólo si disfrutas haciéndote el mártir. ¿De verdad te parezco tan frágil y traumatizada?
—No.
—¿Sabes lo que creo, Gavin? Yo creo que fuiste tú el que se traumatizó aquella noche.
Él se frotó la mandíbula y la miró pensativo.
—Quizá tengas razón. Desde luego, fue uno de los puntos de giro de mi vida.
Leigh suspiró aliviada.
—De la mía también, pero a mí me gusta pensar que hay una razón para las cosas que ocurren. Aprendemos de ellas y seguimos adelante.
Gavin sonrió.
—¿Cuál es tu habitación?
—Allí —señaló ella—. Bram y Hayley están enfrente.
—Entonces yo me quedaré en la de al lado de la suya.
Leigh lo miró a los ojos, aunque no pudo adivinar lo que pensaba. Quizá había llegado el momento de ser más asertiva.
—Puedes quedarte conmigo —dijo.
Él se quedó muy quieto y a ella empezó a latirle con fuerza el corazón.
Gavin le recorrió la mejilla con un dedo.
—Nada me gustaría más, pero…
—No —protestó ella—. Nada de peros. Odio esa palabra.
—Yo también —repuso él con suavidad—. Y ahora más que nunca. Pero ya he traicionado bastante mis principios en lo que a ti respecta.
Leigh estaba decidida a que no notara cómo la herían aquellas palabras. Resentía la amabilidad de sus ojos. No quería su amabilidad, quería…
—Esta noche ninguno de los dos pensamos con claridad —añadió él—. Y sinceramente, estoy agotado. Descansa, Leigh. Mañana tenemos muchas decisiones que tomar.
La besó en la cabeza sin darle tiempo a contestar y se volvió. Leigh lo miró entrar en la habitación y cerrar la puerta sin mirar atrás.
No la deseaba.
Oyó pasos en la escalera de atrás y se volvió.
—¡Leigh! —dijo George sorprendido—. A Nan le ha parecido que oía subir a alguien —miró su cara manchada de humo—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien?
—Sí.
Le contó lo de las explosiones y el fuego y que Jacob los había llevado a casa.
—Y creo que debes hablar con Gavin. Además de quemarse y cortarse en el rescate, ha perdido todo lo que había en su apartamento.
Y ella sólo había perdido su corazón.
—Necesitará ropa para mañana —añadió.
—¿Seguro que tú estás bien? ¿Quieres que llame a Emily?
—No, por favor —no quería hablar con nadie más esa noche—. Me voy a duchar y a meter en la cama.
—Tu hermana ha intentado localizarte. Ha dejado un número.
—La llamaré mañana.
George la miró un momento.
—De acuerdo. Que duermas bien.
—Lo intentaré —prometió ella.