Leigh hizo acopio de valor y entró en el cuarto de Gavin en el mismo instante en que sonaba un trueno. Se detuvo de golpe. Él acababa de salir de la ducha y estaba completamente desnudo.
Hubiera sido difícil decir quién de los dos se sorprendió más, pero él fue el primero en reaccionar. Lanzó una maldición y se ató a la cintura la toalla con la que se secaba el pelo.
—Has dicho que pasara —protestó ella.
—Pensaba que eras George. Ha venido antes.
—Pues no. Él es más alto —repuso ella.
Gavin no pareció divertido.
—¿Qué haces aquí?
—¿Disfrutar del espectáculo?
Él hizo una mueca.
—George volverá en cualquier momento con ropa; no quiero que ninguno de los dos nos sintamos avergonzados.
—No te preocupes, tú no tienes ningún motivo. No me quedaré. Sólo he venido a decirte algo.
Un relámpago cruzó el cielo más allá de la ventana. El trueno no tardó en seguirlo. Ella apenas consiguió reprimir un escalofrío.
—Odio las tormentas.
Gavin se pasó los dedos por el pelo mojado.
—¿Eso es lo que querías decirme? —gruñó.
—No. Vengo a decirte que estás despedido. Por la mañana pediré al tribunal que designen otro administrador. Siento haberte molestado, pero he pensado que querrías saberlo —sonrió con dulzura fingida—. Que duermas bien.
Gavin lanzó un juramento.
—¡Leigh! ¡Vuelve aquí!
Cuando ella cerró la puerta, vio a George que se acercaba por el pasillo.
—Yo en tu lugar le tiraría la ropa y me largaría —le dijo—. Me parece que las tormentas lo ponen de mal humor.
Gavin abrió la puerta.
—Leigh…
—Buenas noches, George —ella escapó a su habitación y cerró la puerta. Le temblaban las rodillas y el corazón le latía con fuerza, pero al menos no se había derrumbado.
Oyó un momento las voces ininteligibles de los dos hombres y después todo quedó en silencio.
Se quitó la bata, la lanzó sobre una silla y se metió en la cama. El siguiente movimiento dependía de Gavin.
Había pensado mucho su plan antes de ponerlo en práctica. Si se equivocaba, su ego sufriría un duro golpe, pero prefería la verdad a seguir deshojando pétalos de una margarita imaginaria.
Aquello tenía que salir bien.
Gavin empujó la puerta y entró sin llamar. Seguía con el pelo mojado y vestía sólo unos pantalones, sin camisa ni zapatos.
—¿Eso es una broma? —preguntó.
La lluvia golpeaba los cristales.
—No —repuso ella con tristeza—. Estás despedido.
Gavin la observó y ella resistió el impulso de subir más la ropa de la cama. El camisón azul era bastante respetable.
—Creo que lo dices en serio.
—Sí.
—¿Me despides porque no me acuesto contigo?
—Claro que no. Te despido porque no quiero que comprometas más tus principios por mí.
—He herido tus sentimientos.
—Sí, pero ahora no se trata de eso. Lo he pensado bien y no quería esperar a mañana para tomar decisiones.
Él achicó los ojos.
—Esto no va a funcionar y lo sabes —prosiguió ella—. Quería decírtelo cuanto antes para que empieces a pensar quién puede sustituirte.
Otro trueno cerró su frase. La expresión de Gavin era impenetrable. Resultaba imposible saber si estaba furioso o divertido. Quizá él tampoco lo sabía.
—No sé si quiero darte una paliza o besarte hasta que pierdas el sentido —dijo.
A ella se le aceleró el pulso.
—Podemos ir a por la tercera opción. Vuelve a tu cuarto y lo pensamos esta noche.
—Me parece que no —gruñó él—. Tengo que admitir que ninguna mujer se había tomado tantas molestias para llevarme a la cama.
Un relámpago y un trueno explotaron casi a la vez. La habitación quedó a oscuras y Leigh soltó un respingo.
—¿Prefieres el lado izquierdo de la cama o el derecho? —preguntó él.
El sonido de su cremallera al bajarse fue toda una sorpresa.
—¿Qué haces? —preguntó ella.
—Darte lo que quieres.
Leigh oyó el ruido de los pantalones de él al caer en la alfombra. Sintió la boca seca.
—Tú no sabes lo que quiero —dijo temblorosa.
Él dio la vuelta a la cama y un relámpago iluminó su figura un instante.
—Tienes razón. No lo sé. Los hombres y las mujeres no pensamos igual.
Apartó la ropa de la cama y ella se estremeció.
—¿Estás… desnudo?
—Yo siempre duermo así —contestó él, deslizándose a su lado.
—Esto no es lo que quiero.
—Pues lo siento. Yo tampoco lo quería, pero la vida rara vez nos da lo que queremos.
Ella se sentó en la cama.
—¡No soy una niña!
—Pues deja de actuar como tal. Es tarde y estoy cansado. Me gustaría dormir un poco.
—¿Dormir? —preguntó ella, atónita—. ¿Vas a dormir? ¿Aquí?
Fuera la tormenta mostró su aprobación con varios relámpagos espectaculares.
—Admito que no va a ser fácil si tú no dejas de hablar.
—¡No puedes!
—Sí puedo.
—¿Y George y Emily?
—Tendrán que usar su cama. Aquí no caben.
Se colocó de lado y le dio la espalda.
—Buenas noches.
Leigh permaneció largo rato sentada en la oscuridad. Él había aceptado su farol y ahora no sabía cómo lidiar con la situación. Había previsto una pelea, una discusión e incluso hacer el amor, pero no aquello.
¿Cómo iba a quedarse dormida con él desnudo en su cama? Pero no le quedaba otro remedio que intentarlo. El orgullo no le permitía marcharse.
Se tumbó de nuevo, se acercó al borde todo lo posible y se quedó mirando el techo. No le gustaba el sabor de la derrota, pero sabía que era su culpa. Ella lo quería, siempre lo había querido, pero no tenía ni idea de cómo lograr que aquel hombre testarudo e irritante comprendiera lo bien que podían estar juntos.
Suspiró. Gavin había ganado aquella escaramuza, pero ella no estaba dispuesta a rendirse. Sabía que le importaba y que la deseaba. Sólo tenía que pensar mejor en su plan.
A Gavin lo despertó el ruido de un trueno. Leigh, a su lado, se movió en sueños. Había apartado la ropa de la cama y emitía sonidos de alarma.
—Calla. Sólo es un trueno. Duérmete.
La apretó contra sí y ella se acurrucó como una gatita confiada, sin llegar a despertarse.
Gavin se preguntó si aquello sería amor. ¿Una intimidad que tenía que ver poco con sexo y mucho con interesarse por el otro? Apoyó la barbilla en la cabeza de ella e inhaló el aroma de su champú. Por la mañana tendrían que discutir aquella relación loca que se traían y era algo que no le apetecía nada.
Pronto tendría que levantarse y volver a su cuarto, pero quería esperar a que pasara la tormenta. Podía quedarse un poco más. Resultaba agradable abrazarla así. Agradable y reconfortante.
Cuando abrió de nuevo los ojos, la habitación estaba llena de luz y su mano cubría el pecho derecho de Leigh. Sentía el pezón endurecido en la palma y ella seguía acurrucada contra él.
Y estaba despierta.
La soltó inmediatamente y se apartó. Ella se volvió a mirarlo con rasgos todavía suavizados por el sueño. El impulso de besarla le hizo apartar la ropa.
—Llevas calzoncillos —dijo ella—. Dijiste que dormías desnudo.
Él buscó en el suelo los pantalones prestados.
—Dije que siempre dormía así. Pero siempre duermo solo.
—Yo también y no duermo desnuda.
—Tenemos que hablar —dijo él.
Leigh se sentó en la cama.
—Eso ya te lo dije yo anoche.
—Vístete. Hablaremos abajo.
Abrió la puerta para no ceder al impulso de echarse atrás y meterse de nuevo en la cama y se encontró de frente con Emily, que había levantado el puño para llamar.
—¡Oh!
Gavin asintió con la cabeza.
—Perdona. No pretendía asustarte.
—Oh. Bueno.
La mujer miró la cama donde estaba Leigh.
—Ah… tu hermana te llama por teléfono.
Leigh apartó la ropa y salió de la cama. El camisón se le había subido mucho por el muslo y Gavin lanzó un gemido en su interior.
—¿Puedes decirle que me estoy vistiendo y que la llamo enseguida?
Emily recuperó la compostura.
—Está bien. Nan tendrá el desayuno listo en media hora. Os veo abajo.
Se alejó. Gavin miró a Leigh.
—Yo diría que se lo ha tomado muy bien —comentó ella.
—No le gustan las escenas —dijo él—. Tiene armas más eficaces, como la culpabilidad y las preguntas cargadas de sentidos ocultos.
—No digas tonterías. No somos niños.
Gavin la miró.
—No, no lo somos. Pero si después del desayuno te sientes como una niña, a mí no me eches la culpa.
—No hemos hecho nada.
—¿Y piensas que ella se va a creer eso?
—Es la verdad.
—Vístete, Leigh. Tenemos mucho que hacer esta mañana.
Salió al pasillo y cerró la puerta. Se vistió y afeitó en un tiempo récord y bajó las escaleras. La cocina estaba vacía. Oyó a Nan y Emily charlar en el cuarto de la colada y se felicitó por su buena suerte.
Tomó unas llaves del gancho de detrás de la puerta y se dirigió al coche de Emily. Añadiría lo de tomar prestado el coche a sus otros pecados.
Tardó poco en llegar al pueblo. Como esperaba, el fuego había destruido el edificio por completo e incluso dañado los edificios contiguos. No necesitaba que le dijeran que no iba a sacar mucho de los restos de su apartamento.
Aparcó detrás de su coche y salió. Cuando vio que el ordenador seguía en el maletero, respiró aliviado.
George le salió al encuentro en cuanto aparcó delante de su casa y se acercó al ver que sacaba el ordenador del maletero.
—¿Te echo una mano?
—No hace falta, gracias. Pero si no te importa cerrar el maletero, te lo agradecería. He tenido que dejar el coche de Emily en el pueblo, pero volveré a buscarlo más tarde.
—Yo puedo llevarla a recogerlo.
—Gracias. No tendrás un teclado de sobra, ¿verdad?
—No. Pero puedes usar el de mi ordenador.
—Gracias de nuevo.
George le abrió la puerta. Emily y Nan estaban en el vestíbulo con expresión ansiosa. No había ni rastro de Leigh.
—¿Leigh no ha bajado todavía? —preguntó él.
—Creo que está hablando por teléfono con su hermana —repuso Emily.
Su preocupación resultaba palpable.
—Nos vamos a casar —dijo él.
Emily abrió la boca sorprendida. Gavin también estaba sorprendido, aunque sabía que la idea había estado presente en él desde el momento en que había abierto esa mañana la puerta del dormitorio y se había encontrado con Emily.
George pareció más pensativo que sorprendido. Nan sonrió con alegría.
—Bien, eso requiere un desayuno especial —dijo—. Dadme unos minutos y veré lo que puedo hacer.
—Vamos a dejarlo para mañana —le pidió Gavin—. Hoy no tengo hambre y Leigh y yo estamos muy ocupados. De momento necesito limpiar este ordenador —avanzó por el pasillo hacia el despacho de George.
—Enhorabuena —dijo éste cuando lo siguió a la habitación.
Gavin dejó el ordenador en el escritorio.
—Sé que ella podría encontrar algo mejor…
George movió la cabeza.
—No es verdad. No podría.
Gavin tragó saliva.
—La gente pensará que me caso por su dinero.
—¿Y desde cuándo te importa a ti lo que piense la gente?
—Me importa lo que pienses tú.
George sonrió.
—Anoche le dije a Emily que veríamos una boda doble —hizo una pausa—. Yo no suelo dar consejos, pero voy a hacer una excepción. Los dos tenéis un punto débil que puede destruir vuestra relación. Leigh cree que su hermana es la fuerte y, en consecuencia, no siempre confía en su instinto. Y tú te sientes culpable de algo sin motivo y te cuesta confiar en la gente.
Gavin lo miró incómodo.
—¿Quieres decir que deberíamos confiar el uno en el otro?
—No se puede amar sin confiar. Bien, ¿qué pasa con este ordenador?
Gavin le contó cómo lo habían descubierto y el otro lanzó un silbido.
Emily entró con una sonrisa y una taza de café para Gavin.
—Nan dice que está haciendo una tortilla especial y que más vale que te la comas.
Leigh entró en ese momento en la estancia.
—¿Has hablado con tu hermana? —preguntó Emily.
Leigh miró a Gavin.
—Sí.
—Seguro que la noticia le ha sorprendido tanto como a nosotros —Emily la abrazó con fuerza—. Nos alegramos mucho por lo dos. ¿Habéis fijado ya la fecha?
Leigh miró a Gavin sobresaltada.
—Perdona —dijo él—. Tenía que haber esperado para anunciarlo.
—Eso habría estado bien —asintió ella—. Sonrió a Emily—. Aún no hemos tenido ocasión de hacer planes.
Gavin le agradecía que no lo hubiera desmentido, aunque se preguntaba por qué.
—Y quiero esperar una proposición formal —siguió ella—. Ya sabes, con champán, luces suaves, música, un anillo…
Gavin guiñó un ojo y Emily se relajó.
—Di que sí, querida. A los hombres no hay que ponérselo nunca demasiado fácil.
George le pasó un brazo por la cintura y Gavin decidió que había llegado el momento de finalizar aquella conversación.
—Antes tenemos que ocuparnos de algunas cosas —dijo—. Como ver lo que hay en este ordenador.
—Después del desayuno —dijo ella con firmeza—. Ya conoces a Nan.
La cocinera había colocado el desayuno en la cocina e incluso había servido vasos pequeños de vino para brindar.
—No he tenido tiempo de enfriar el champán —les informó.
—No importa, Nan, lo que cuenta es la intención —contestó Leigh—. Y esto es muy considerado y encantador, ¿verdad, Gavin?
—Mucho.
Soportó los brindis y los buenos deseos sin dejar de preguntarse qué pasaría por la mente de Leigh. Cuando Emily y Nan empezaron a hablar de los planes de boda, la joven les siguió la corriente con toda normalidad.
—¿Qué estás haciendo? —le susurró cuando al fin pudieron salir al pasillo.
—Planear tu ejecución —repuso ella con dulzura fingida.
George se reunió con ellos, por lo que Gavin se vio obligado a centrarse en el tema del ordenador. Limpió lo que pudo del polvo acumulado, le conectó el teclado de George y encendió la máquina. Apareció el cursor, pero no sucedió nada más.
—¿Está roto? —preguntó George.
—Creo que el disco duro ha sido borrado —comentó Leigh.
Gavin probó de nuevo, con el mismo resultado.
—Me parece que tienes razón. ¿Por qué escondería tu abuelo un ordenador al que le había borrado el disco duro?
—No lo sé.
—A lo mejor no lo escondió su abuelo —comentó George.
—No había pensado en eso —dijo Gavin.
—Yo tampoco —declaró Leigh.
—¿Gavin? —lo llamó Emily desde el umbral—. Wyatt Crossley está aquí. Quiere hablar con vosotros sobre lo de anoche.
Leigh y él salieron hacia la sala, donde los esperaba el policía.
—¿Cómo está la mano? —preguntó a Gavin.
—Bien, gracias. ¿Cómo está Earlwood?
Wyatt apretó la mandíbula.
—Ha muerto.
Leigh respiró con fuerza y Gavin le tomó la mano.
—¿Saben ya lo que pasó? —preguntó.
Wyatt negó con la cabeza.
—Todavía investigan el origen del fuego. Pudo ser un escape de gas en la parte de atrás. Una vez que se acumuló, cualquier cosa pudo hacer que explotara. Simplemente encender una bombilla.
—Keith habría olido el gas —protestó Leigh.
—La gente a veces corre riesgos estúpidos, como ir a investigar en lugar de llamar a los bomberos. Es una suerte que vosotros no estuvieseis ya arriba cuando sucedió la explosión.
Gavin pensó en el movimiento que había visto detrás del edificio. Ya fuera un animal o un humano, su decisión de pasar a la parte delantera les había salvado la vida.
—¿Puede haber sido provocado? —preguntó.
—No lo sabremos hasta que termine la investigación. ¿Tú tienes motivos para creer que lo fuera?
—No.
—Claro que no —dijo Leigh con rapidez.
Wyatt los miró con curiosidad.
—¿Has molestado a alguien últimamente, Gavin?
—¿Aparte del equipo al que vencimos la semana pasada?
—Anoche dijiste que Earlwood tenía problemas de dinero. ¿Cómo lo sabes?
—No lo sé seguro. Creo que oí algo en la Posada la otra noche. Anoche te dije que podía haber volado él el edificio, pero no tiene mucho sentido. No habría cobrado tanto dinero, a menos que el edificio fuera de su propiedad.
—Lo administra la inmobiliaria Rapid Realty —dijo Wyatt—. Estamos investigando quién es el dueño.
—Esa inmobiliaria es de Nolan Ducort, ¿no? ¿Sabías que Earlwood y él eran amigo?
Wyatt se puso tenso.
—No. ¿Eso es importante?
—Seguramente no, pero fueron juntos al instituto. Salían ellos dos y Martin Pepperton.
Wyatt achicó los ojos.
—¿Hay algo que quieras decirme, Gavin?
—No. Hablo por hablar.
—Pues el tema me interesa. Sospecho que tú no salías con ellos.
—Era de otro estatus social —repuso Gavin.
—Sí —Wyatt miró a Leigh, quien negó con la cabeza.
—Yo tampoco salía con ellos. Iban años por delante de mí en el instituto.
—Leigh, tenemos que decirle que hace dos días pedimos una orden de alejamiento contra Ducort.
Wyatt lo miró.
—Ducort tiene intereses en la empresa de R.J. y R.J. está trabajando en Heartskeep —dijo Gavin con tono neutral—. Pillé a Ducort molestando a Leigh.
—¿Por qué?
Gavin se encogió de hombros.
—Si no fuera abogado, te diría que considero que es una escoria que seguramente estaría en la cárcel si su familia no tuviera tan buenos contactos.
Wyatt se puso rígido; probablemente sabía que su tío y el padre de Ducort eran amigos desde la infancia.
—¿Algún tipo de escoria en particular? —preguntó.
—Si preguntas por ahí, quizá descubras por qué las mujeres listas lo evitan —dijo Gavin—. Pensó que Leigh podía ser su tipo.
—No lo soy —dijo ella con firmeza.
—No le gusta que le digan que no —añadió Gavin—. Y yo me encargué de que entendiera el mensaje.
Wyatt hizo una mueca.
—¿Te denunciará?
—No lo creo. Había testigos. Bram Myers lo escoltó hasta su coche.
—¿Y estaba lo bastante enfadado para buscar venganza?
—Todo es posible. Tú me has preguntado a quién puedo haber molestado últimamente y yo diría que sólo a él.
—Ajá. ¿Ducort seguía relacionándose todavía con Pepperton y Earlwood?
—Tendrás que preguntarle a él, pero yo diría que es probable.
—Dos de los tres están muertos —dijo el policía.
—Es muy curioso, ¿verdad?
Wyatt suspiró.
—Tienes mi móvil. Llámame si se te ocurre alguna otra noticia interesante.
—Siempre encantado de ayudar.
Wyatt se volvió para salir, pero cambió de idea.
—Casi lo olvido. No pudieron salvar nada de tu apartamento. Lo siento.
—Lo sé. He ido esta mañana a buscar mi coche.
—Si necesitas algo…
—Gracias.
Gavin y Leigh lo acompañaron hasta el porche.
—Cuídate —le dijo el policía al primero antes de despedirse.
—Gracias. Lo haré.
—¿Crees que Nolan pudo provocar el escape de gas? —le preguntó Leigh cuando se quedaron a solas.
—No lo sé, pero esa idea me gusta más que pensar que Earlwood intentó volarnos en pedazos.
—Es un edificio viejo. Quizá la tubería estaba mal.
—Quizá.
—Pero tú no lo crees.
—¿Y tú?
Leigh se metió un mechón de pelo detrás de la oreja sin contestar.
—¿Qué vamos a hacer?
—Tener cuidado, como ha dicho Wyatt. Y me gustaría ir a Heartskeep y mirar ese archivador.
Leigh lo miró a los ojos.
—¿No crees que antes deberíamos hablar?
—Podemos hablar por el camino.
—Yo creo que esta conversación nos va a llevar más de cinco minutos. ¿Tú no?