Capítulo 3

 

 

 

 

 

Heartskeep se elevaba desafiante contra el cielo. Leigh miró la mansión amplia y en otro tiempo elegante y pensó qué habría sido del aura de calidez que había proyectado en otro tiempo. Sospechaba que había desaparecido con su madre.

Los obreros reparaban el ala dañada por el fuego y había camiones de todo tipo en la parte delantera. Leigh llevó el coche a la parte de atrás. Quería hablar con R.J. y pedirle que empezara por arreglar los baches del camino.

R.J. era un par de años más joven que Gavin y también había estado acogido en casa de los Walken. Leigh lo recordaba vagamente como un adolescente callado. Alto y moreno, estaba más delgado que Gavin pero era igual de guapo. Se había quedado huérfano joven y, después de una serie de malos tratos en casas de acogida, había desarrollado un problema serio de disciplina. Por suerte para él, había terminado bajo la supervisión de George y Emily Walken, quienes habían alentado su necesidad de trabajar con las manos.

Leigh aparcó, salió del coche y se quedó mirando la casa. La sensación siniestra era más fuerte allí y los barrotes que había instalado Bram en las ventanas no ayudaban nada. Su hermana estaba en deuda con ella por aceptar la mansión.

Gavin había pasado una hora el día anterior revisando con ellas los detalles de la casa y el dinero. La multitud de facturas falsas mostraban todo tipo de reparaciones que no se habían hecho, pero que eran muy necesarias. Restaurar la casa por dentro y por fuera exigiría una gran cantidad de tiempo y dinero. A ella no le importaba gastar ambas cosas, pero había estudiado telecomunicaciones e informática y ninguna de las dos cosas le servirían de mucho en aquella zona de caballos, pero esa mañana había llamado para rechazar la última oferta de trabajo que le habían ofrecido en Boston porque sabía que tendría que estar pendiente de las obras.

Se apartó de la casa y buscó la paz de los laberintos del jardín. Gavin no llegaría hasta veinte minutos más tarde y ella necesitaba pensar. Había dicho a su hermana y a los Walken que no le importaba trabajar con él, pero en el fondo no estaba tan segura. ¿Por qué tenía que ser tan guapo?

Tropezó con una enredadera que se había abierto paso hasta el camino y miró a su alrededor con desmayo. Los jardines estaban aún en peores condiciones que la casa.

En otro tiempo había habido tres laberintos distintos. Su abuelo hacía podar los setos a la altura de la cintura y los callejones sin salida culminaban en círculos amplios con bancos invitadores, árboles ornamentales y profusión de flores. La fuente y el sistema de aspersores, planeados antes de la muerte de su abuelo, habían sido instalados la semana en que desapareció su madre.

Los laberintos habían sido una maravilla, pero, a pesar de las facturas que indicaban lo contrario, no se había trabajado nada en ellos desde que se instalara la fuente. Los setos que formaban las paredes medían ahora más de un metro ochenta. En varios lugares habían invadido los senderos y las flores habían desaparecido o habían sido reemplazas por las rosas de Marcus.

A pesar de ello, Leigh casi podía sentir la presencia de su madre en los jardines y no podía evitar pensar lo que pensaría si pudiera ver su estado actual. Decidió contratar enseguida a un paisajista.

Una ardilla echó a correr delante de ella, como si estuviera en peligro mortal. Leigh comprendió que se había metido por error en un callejón sin salida y, al girar para volver atrás, oyó unos pasos que se acercaban. Una forma grande le bloqueó el paso.

—Hola, Leigh.

Tardó un minuto en identificar aquel rostro familiar. Cuando lo hizo, sonrió sin humor.

—¿Nolan?

Nolan Ducort III era la última persona a la que esperaba encontrarse allí. Su atractivo rubio empezaba a disiparse a la par que su pelo. Su mandíbula, antes firme, se había suavizado y redondeado, a causa de los veinte kilos o más que había engordado desde la última vez que lo viera. Sólo sus ojos eran los mismos. Fríos y de un tono azul poco natural debido a las lentillas, la miraban de un modo que le daba escalofríos a pesar de la ola de calor.

—¿Te ha comido la lengua el gato?

—Me has asustado —repuso ella nerviosa y muy consciente de pronto de lo silencioso que se había vuelto el laberinto—. Me sorprende verte aquí.

Él se acercó más y ella retrocedió un paso involuntariamente. Al instante supo que había cometido un error. Los ojos de él brillaron de triunfo y ella se encontró en uno de los círculos sin salida.

—Tú y yo tenemos un asunto pendiente.

A Leigh se le encogió el estómago. No podía ser que Nolan quisiera atacarla en su propio jardín.

Respiró hondo y levantó la barbilla como había visto hacer a Hayley muchas veces cuando se enfrentaba a una persona enojosa. Miró a Nolan con frialdad y detuvo la vista unos segundos más en la barriga que había empezado a crecerle por encima del cinturón.

Nolan se ruborizó y ella, convencida de que los kilos de más lo frenarían cuando saliera corriendo, hizo una mueca.

—Piérdete. A menos que quieras empezar a atender tus asuntos desde la cárcel.

Él la miró un momento sorprendido y luego su rostro se endureció.

—Los dos sabemos que no vas a ir a la policía o lo habrías hecho ya —dijo.

Por supuesto, tenía razón. Los dos sabían lo que había intentado aquella noche y los dos sabían que era imposible probar nada.

—¿Quieres decirme qué hacías el otro día en Saratoga?

La pregunta la pilló por sorpresa. Y no tenía sentido.

—¿Saratoga? Hace años que no voy por Saratoga.

—¿Vas a intentar fingir que era Hayley?

Leigh no sabía de lo que hablaba y no le importaba. Sólo quería que se apartara del claro para poder escapar.

—Vete, Nolan.

Él levantó la cabeza y Leigh sintió un escalofrío al ver la furia que expresaban sus ojos azules. A pesar de su determinación de no mostrar miedo, apartó la vista.

—Ahora siento curiosidad —dijo él con frialdad—. Me pregunto qué es lo que intentas ocultar.

Leigh seguía sin saber a lo que se refería, pero no quería discutir. Lo único que importaba era salir de allí.

—Piérdete, Nolan. Lo digo en serio. No tienes nada que hacer aquí.

—En eso te equivocas. En este momento estamos trabajando juntos —sonrió con maldad—. Por si no lo sabías, tengo intereses en la empresa de construcción de R.J. Tengo intereses en distintos negocios de la zona —prosiguió, al ver que ella guardaba silencio—. De hecho, me parece que podrías usar los servicios de mi empresa de jardinería —señaló los setos con una mano flácida.

—Ni aunque fuera la única en el pueblo. No te tengo miedo —mintió ella—. Sé muy bien lo que hiciste.

Los ojos de él brillaron con una furia asesina. Leigh se clavó las uñas en la palma de la mano.

—¿Y por qué no llamas a la policía? —preguntó Nolan—. Ya veremos a quién de los dos creen.

—Conozco muy bien la influencia política de tu familia y me da igual que tu padre y el jefe Crossley sean viejos amigos o a todos los políticos que haya comprado. ¿De verdad te crees que eres invencible? Hasta tú tienes que darte cuenta de que no puedes comprarlo todo.

La furia lo acercó un paso más a ella, que tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no retroceder.

—No intentes jugar conmigo, Leigh. No sabes dónde te metes.

—Vete de aquí.

—Todavía no hemos terminado. No creas que he olvidado cómo me dejaste en ridículo hace siete años.

—¡Oh, por favor! Para eso no necesitabas mi ayuda.

No había sido su intención decirlo en voz alta y al instante supo que había ido demasiado lejos. Nolan fue a agarrarla y cuando Leigh lo esquivaba, oyó la voz de Gavin.

—Creía que habías entendido lo que ocurriría si volvías a tocarla, Ducort.

Nolan se volvió sorprendido.

—¿Jarret?

Leigh suspiró aliviada. Había llegado la caballería.

—O quizá necesites que te lo recuerde —añadió Gavin con voz peligrosamente suave.

No había fanfarronería en su modo de acercarse. No era tan grande como Nolan, pero parecía más alto y mucho más peligroso. Parecía dominar el espacio con mucha seguridad. Los vaqueros desgastados y la camisa con el cuello abierto acentuaban su constitución musculosa. Sus manos colgaban sueltas a los lados, pero su aire casual resultaba más amenazador que una pose chulesca.

Nolan no era tonto. En el terreno físico, sabía que Gavin podía darle una paliza sin ni siquiera despeinarse.

—Te lo advertí una vez y tenías que haberme escuchado. Yo nunca amenazo en broma, Ducort.

Nolan empezó a retroceder; se detuvo cuando la parte de atrás de sus rodillas chocó con el banco de cemento colocado debajo de un arce grande. Sus mejillas se sonrojaron y miró a Leigh con malicia.

—Si tu gorila me pone la mano encima, te demandaré por todo el dinero que has heredado.

—Si quieres demandarla, te daré una de mis tarjetas —repuso Gavin—. También soy su abogado.

No hizo ademán de llevar la mano al bolsillo y la mirada de Nolan pasó de uno a otro. Su furia era tan tangible como el silencio que se había instalado en el claro. Al final optó por mirar a Leigh de hito en hito.

—No sé cuál es tu juego, perra, pero a mí no me jode nadie.

—Eso no me extraña nada —murmuró ella.

Nolan, loco de furia, hizo ademán de abalanzársele, pero Gavin reaccionó con tal rapidez que Leigh sólo tuvo tiempo de lanzar un respingo. El abogado desapareció rápidamente para dar paso al guerrero de la calle que había sido Gavin. Agarró a Nolan por la camisa y lo empujó contra el seto.

—Esto te va a costar caro —le prometió.

Nolan lanzó un grito. Una sombra apareció en la entrada al claro. Bram Myers vestía camisa y pantalón vaquero negros y parecía muy relajado mientras bloqueaba la única salida.

—¿Algún problema, Gavin? —preguntó con ligereza.

El aludido seguía con la vista clavada en Nolan. Soltó la camisa con lentitud deliberada y retrocedió un paso.

—Ninguno. Estaba explicando algunos hechos básicos al señor Ducort.

—Te denunciaré por asalto y golpes —amenazó Nolan. Se estiró la camisa con dedos temblorosos y miró a Leigh de un modo que hizo que se le encogiera el estómago.

—¿A qué asalto se refiere? —preguntó Bram—. A mí me parece que tiene muy buen aspecto para acabar de recibir una paliza.

Nolan lo miró con rabia impotente.

—Me las pagaréis —escupió—. Me las pagaréis todos.

—Ah. Eso sí ha sonado a amenaza —comentó Bram.

—El único que va a pagar algo aquí serás tú, Ducort —dijo Gavin.

Bram entró en el círculo, como si él también temiera que Gavin perdiera el control, y Leigh decidió intervenir antes de que alguien acabara herido.

—Nolan ya se iba —dijo—. ¿No es así?

—En ese caso, lo acompañaré a su coche, señor Ducort —comentó Bram—. No quiero que tropiece y se caiga por el camino, y me parece que no es bienvenido en Heartskeep.

Por un momento, Leigh creyó que Nolan iba a explotar de la furia que tan claramente se percibía en su rostro, pero se alejó sin decir palabra y sin mirar atrás.

Bram y Gavin se miraron en silencio. El primero asintió y siguió a Nolan. Gavin se volvió hacia Leigh.

—¿Te ha tocado? —preguntó.

—No.

Él siguió observándola y ella, que sentía las rodillas temblorosas, cruzó los brazos sobre el estómago en ademán protector.

—Siéntate —ordenó él.

Las manos que la guiaron hasta el banco eran sorprendentemente tiernas. Había olvidado que tenía unas manos tan grandes. Cálidas, con los dedos largos de un músico. Curiosamente, su contacto ayudó a disipar los escalofríos que le ponían los pelos de punta.

—Estoy bien —dijo.

—Ya lo sé.

A Leigh se le aceleró el pulso. Movió la cabeza y se dijo que imaginaba cosas. Gavin no se interesaba por ella.

—¿Tienes la costumbre de rescatar a mujeres en apuros?

—Generalmente no.

—¿A qué te referías con eso de que ya se lo habías advertido?

Los ojos de él se volvieron duros.

—A nada que deba preocuparte.

Leigh movió la cabeza.

—Hace siete años fuiste a por él, ¿verdad? Claro que sí. Por eso tenías cortes en los nudillos cuando te detuvieron y por eso estaba tan segura la policía de que habías pegado al pobre señor Wickert.

Gavin le apretó el hombro.

—Olvídalo, Leigh.

—Pero…

—Tú no quisiste denunciarlo, ¿recuerdas? Ni siquiera quisiste que denunciáramos que te había drogado.

—No tenía sentido. Su familia tiene mucha influencia en este condado. Sabes que la policía no nos habría creído. Habrían dicho que tú me habías puesto la droga en la bebida.

—Lo sé —dijo él; la soltó y se frotó la barbilla—. En eso tienes razón.

Leigh sabía que había tenido suerte. Si Nolan hubiera podido echarle la droga en la cerveza que había tomado primero en lugar de en la limonada, la noche podía haber sido muy diferente.

—Cuando los Walken vinieron a buscarme, tú te fuiste a por Nolan y le diste una paliza —dijo.

—Yo no lo diría así —repuso él—. Ducort y yo tuvimos unas palabras e intercambiamos algunos golpes para añadir énfasis, nada más.

—Pero…

—Leigh, Ducort era peligroso entonces y lo es ahora. Se esconde detrás del dinero y la posición de su familia. Tú no quieres tener nada que ver con él.

—En eso tienes razón.

—Me alegra que estemos de acuerdo. Por eso vas a dar los pasos legales adecuados para evitar convertirte de nuevo en su víctima. Conozco a una juez que te dará una orden de alejamiento inmediatamente con sólo mi corroboración.

—¿No podemos ignorarlo y en paz?

Gavin le tocó el brazo de nuevo y ella notó como una corriente eléctrica. Él apartó la mano, como si también la hubiera notado.

—Volverá, Leigh.

—Eso es una locura.

—No. Es astuto y rico y está acostumbrado a salirse con la suya, pero no está loco. No olvides eso. Ducort tiene inversiones en muchas empresas de la zona, de construcción, jardinería, inmobiliarias…

—A mí me ha dicho que tiene relación con la empresa de R.J.

—Hablaré con él.

—¡Espera! —Leigh tendió la mano, pero se detuvo antes de tocarlo—. No quiero causarle problemas a R.J.

—No se los causaremos.

—Él no tiene la culpa de que Nolan sea un gusano.

—Una descripción apropiada.

—Y una orden de alejamiento no le impedirá acercarse. Tú lo sabes.

—Deja que yo me preocupe de eso.

—Ahora eres un abogado respetado. No puedes ir a darle una paliza.

Gavin la miró con regocijo.

—¿Te preocupo yo o él?

—No digas tonterías —Leigh se levantó y él no se apartó, por lo que quedaron muy cerca, lo bastante para oler su loción de afeitado, y la distracción casi le hizo olvidar lo que iba a decir—. Nolan no vale la molestia que causaría.

Los ojos grises de él se volvieron plateados. A ella le latió con fuerza el corazón. Gavin tendió la mano y le tomó la barbilla. La carga de corriente invisible fue esa vez más fuerte e intensamente sensual.

—Intentará hacerte daño.

La sonrisa empezó en los ojos de él y se esparció lentamente hasta abarcar su rostro. Leigh se estremeció; nunca lo había visto sonreír así.

—Pero no creo que lo consiga —terminó.

Ella se rebeló al instante.

—¡Oh, por el amor de Dios! Tú mismo acabas de decir que Nolan es peligroso. Tú no eres invencible, ¿sabes?

—Tu falta de fe me destroza —la sonrisa de él desapareció, pero su regocijo continuó—. Ducort intentaría hacerme daño a mí si creyera que podía, pero creo que es lo bastante listo para no intentarlo. Prefiere presas más fáciles.

—Como yo.

—Tú fuiste la que se le escapó.

—Nos escapamos los dos.

Bram reapareció en ese momento.

—Ducort se ha marchado por el camino a cien por hora. Con suerte, se estrellará antes de salir a la carretera. Le he dicho a R.J. que llame a la policía si vuelve.

—R.J. trabaja para él —protestó Leigh.

—No es cierto —dijo Gavin—. Ducort puede haberle hecho un préstamo, pero R.J. trabaja para sí mismo —miró a Bram—. Voy a acompañar a Leigh al pueblo y pedir una orden de alejamiento. Eso lo enfurecerá. Tendremos que proteger a Leigh y Hayley.

La joven respiró con fuerza. Bram adoptó un aire fiero.

—¿Hayley? —preguntó.

—Yo no apostaría mucho a que pueda diferenciarlas —explicó Gavin.

—Teníamos que haberle dado una paliza.

—Estoy de acuerdo —musitó Gavin—. Desgraciadamente, ahora tengo que jugar según las reglas.

—Él no lo hará —declaró Bram.

—Lo sé.

—Yo no tengo ese problema.

—Bram Myers, no se te ocurra mezclarte en esto —le advirtió Leigh—. Nolan no tiene nada que ver contigo.

—Si os amenaza a Hayley y a ti, sí —repuso él.

La joven miró a los dos hombres.

—¿Pero se puede saber qué os pasa? ¿Siempre os tenéis que hacer los machos?

Bram la miró sorprendido.

—Definitivamente, está emparentada con su hermana —dijo.

Gavin sonrió.

—Esa fama de callada y tranquila es muy relativa, ¿eh?

Leigh lo miró con rabia y se alejó sin responder. Los dos hombres la siguieron de cerca.

—Interesante tatuaje —comentó Gavin a Bram.

—A Hayley le gusta —repuso él.

Leigh quería gritarles a los dos; por suerte, en ese momento vio a su hermana y a Emily, que aparcaban en la parte de atrás y les contó lo sucedido.

—¡Es un miserable y una escoria! —declaró Hayley con calor—. Alguien debería caparlo de por vida.

Gavin miró a Bram con las cejas levantadas.

—Vivo aterrorizado —dijo éste; pasó un brazo por los hombros de Hayley.

—Más te vale —le advirtió ella—. Recuerda que ya te quitaste el traje de superhéroe, no te acerques a Nolan.

—Siempre que él no se acerque a Leigh ni a ti, por mí de acuerdo.

—Leigh y yo vamos al pueblo a pedir la orden de alejamiento —anunció Gavin—. Llamaré al despacho de la juez Armstrong desde el coche.

 

 

Nolan hervía de rabia al alejarse de Heartskeep. A él no le daba miedo ningún gamberro sólo porque hubiera ido a la facultad de derecho. ¿Quién se creía Jarret que era para meterse con él? Era la segunda vez que ese bastardo se metía donde no lo llamaban y necesitaba una lección.

Pisó los frenos para evitar el remolque de caballos que apareció de repente delante de él. Odiaba los caballos, los odiaba y los temía. Los malditos propietarios de caballos se creían los dueños del condado. Apretó con fuerza el volante. Jarret lo había dejado en ridículo siete años atrás delante de sus amigos. Cuando descubrieron que se había largado con su premio, Keith Earlwood y Martin Pepperton se mostraron tan deseosos de venganza como él mismo. Después de un par de canutos y unas cuantas cervezas, decidieron que esa noche llevarían a cabo un robo y lo prepararían para que pareciera que había sido él. Todo el mundo sabía que el jefe de policía odiaba a los gamberros que acogían los Walken.

Tenía que haber sido fácil, pero el viejo Wickert llegó temprano a casa y los sorprendió dentro. Y entonces Nolan no tuvo más remedio que golpearlo un par de veces.

Después todos pasaron miedo. Sobre todo cuando se enteraron de que el viejo se había muerto. No tuvieron tiempo de dejar las pruebas que acusarían a Jarret. Keith tenía tanto miedo que se mojó los pantalones y les costó mucho tranquilizarlo y convencerlo de que ellos no habían tenido la culpa del infarto. Además, un cargo de asesinato era mejor que uno de robo, por lo que Martin procedió a llamar a la policía para decir que había visto a Jarret cerca de la casa.

Nolan no esperaba en absoluto que Jarret lo estuviera esperando cuando llegó a su casa. El bastardo le dio tal paliza que estuvo días sin poder moverse y, sin embargo, la única marca que tenía eran los golpes en los nudillos con los que había pegado al viejo.

Cuando la policía detuvo a Jarret, se dijo que había sido un precio pequeño, pero luego la zorra aquella sorprendió a todo el mundo al ofrecerle una coartada.

Nolan apretó los dientes con frustración. Se vengaría de los dos, pero antes tenía que averiguar qué juego se traían ahora. Era evidente que Leigh lo había visto en el establo con Martin. ¿Por qué no había dicho nada?

No habían descubierto el cuerpo de Martin hasta que un mozo de establo encontró a la yegua corriendo libre. Para entonces Nolan se había buscado una coartada y había esperado en vano a la policía todo el fin de semana. La espera lo había puesto nervioso y, cuando al fin se habían presentado en su despacho la tarde anterior, se había asustado, pero ellos sólo buscaban información sobre los enemigos potenciales de Martin… y su abuso de drogas.

Nolan les contó lo que sabía de ambas cosas y dejó caer que él había estado esa mañana con un grupo de ejecutivos conocidos; les dijo que hacía meses que no hablaba con Martin y los policías se marcharon, al parecer satisfechos.

Pero Leigh Thomas lo había visto con la pistola.

Frenó aún más para ampliar la distancia con el remolque. Sin duda ella pensaba que la policía no le haría ningún caso si les contaba lo que había visto. Todos sabían lo que opinaba el jefe Crossley de las gemelas Thomas y los policías tendían a apoyarse entre sí. Los de Saratoga tampoco le harían caso.

Lo importante era saber qué hacía Leigh allí. No podía ser coincidencia. Martin era el único propietario que usaba aquel establo, por lo que ella tenía que haber ido a verlo. ¿Por qué?

¿Y qué pintaba Jarret en eso?

En su mente hervían un sinfín de posibilidades. Hasta unos minutos atrás, ni siquiera estaba seguro de cuál de las gemelas lo había visto en Saratoga. Había ido hasta Heartskeep con el propósito aparente de hablar con R.J., pero con la esperanza de que apareciera alguna de las dos. No había sido fácil esperar hasta la llegada de Leigh, pero había conseguido pillarla a solas.

Tenía que admitir que seguía siendo muy sexy. Conseguía todavía proyectar aquella aura de inocencia que hacía que los hombres quisieran enseñarle algunas cosas. Pero le interesaban más sus asuntos con Martin Pepperton. Eso era un puzle que no podía olvidar. Era evidente que no quería que la policía conociera su presencia en el establo, así que tenía que haber un modo de aprovechar ese hecho.

Ahora que era huérfana del todo, tenía además mucho dinero. No era de extrañar que Jarret volviera a rondarla.

Apretó el volante con rabia. Se vengaría de ese bastardo aunque fuera lo último que hiciera, pero antes tenía que averiguar lo que había habido entre Martin y Leigh.

Sacó su teléfono móvil y pensó si Keith Earlwood seguiría necesitando dinero. Se había puesto pesado últimamente porque esperaba que Nolan lo sacara de su agujero económico. Quizá pudiera echarle una mano después de todo.