Lluvia salió corriendo
persiguiendo a un conejo blanco.
Ahí nomás,
como era de esperarse,
se golpeó la frente
con la esquina de una mesa.
Lluvia se quedó sentada
sobándose la frente.
Prometió que la próxima vez
que tuviera que perseguir un conejo,
un conejo blanco,
llevaría un casco.
Hace algunos días
alguien le preguntó a Lluvia
qué era aquella cicatriz
en su cabeza.
Nada,
dijo sonriente, acariciando la cicatriz con su mano,
es que ahí un día me va a nacer una flor.
O un conejo,
añadí yo.