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BILLIE ESPERÓ HASTA que Magda hubo servido el postre. Entonces se levantó e hizo tintinear solemnemente el vaso de agua.

—Mamá, papá, tengo noticias.

—Cuéntanos —dijo su padre con una sonrisa—. No, déjame adivinarlo. ¿Quieres presentarnos a alguien?

Billie había notado el olor a alcohol al llegar a casa, pero ahora su padre bebía agua. Tal vez solo había tomado una copa durante la tarde. En cualquier caso, no parecía borracho.

—No, papá. Me han aceptado en una universidad —dijo, mirando de reojo a su madre, que se iluminó como un farol en noviembre.

Elinor juntó las manos.

—Qué bien, corazón. Qué de secretos guardas. Ni siquiera nos habías dicho que habías solicitado el ingreso en la universidad. Cuéntanoslo todo. ¿Dónde irás? ¿A Oxford, a Cambridge?

—Uppsala.

—¿En Suecia? —Su madre arrugó la frente, sorprendida.

Sebastian parecía un signo de interrogación.

—¿Qué vas a hacer allí? ¿De verdad te resulta más atractivo que Londres?

—Sí, será la mar de divertido. Por un lado, mejoraré el sueco, pero además tendré que espabilarme yo sola. Me han aceptado en Económicas. Dicen que es una carrera con mucho futuro. He entrado en la última plaza de reserva, así que tengo un poco de prisa. —Vio por el rabillo del ojo cómo su madre asentía a modo de aprobación.

—Pero ¿dónde vivirás? —preguntó su padre—. ¿Tengo que comprarte algo?

Billie se encogió de hombros.

—Supongo que habrá una residencia, como en la mayoría de las universidades. Quiero vivir con otros estudiantes, si es posible. Pero gracias de todos modos, papá. —Le dirigió una sonrisa, porque tenía buenas intenciones. Continuó diciendo—: Hoy me lo dirán. El plazo ya ha comenzado. ¿No os alegráis por mí? —Billie volvió a mirar a su madre. Era su reacción la que más le interesaba.

Cuando vio las lágrimas, lo entendió. Su madre estaba orgullosa. «Por fin», pensó Billie, mientras sentía que el peso que había cargado sobre los hombros desaparecía. «Por fin.»

 

 

—¿VAS A ESTUDIAR en Uppsala? —le preguntó su abuela materna en sueco, sin poder contener las lágrimas, cuando Billie la encontró en uno de los cuartos de ropa blanca del Flanagans.

—¿Vendrás a verme? —le preguntó la joven, sonriendo.

La abuela sacó un pañuelo del bolsillo y se sonó con estruendo. Miró a su nieta con una sonrisa de oreja a oreja.

—Claro que iré. Échame una mano y bájame aquel montón de arriba del todo, por favor —dijo señalando unos manteles.

Billie se puso de puntillas y los dejó en el carrito que utilizaba su abuela.

—Gracias, corazón. Pensar que tú… —Entonces cayó en la cuenta—. ¿Dónde vivirás?

—Aún no lo sé, en una residencia de estudiantes, supongo. Llamaré hoy y me enteraré.

—Si necesitas a alguien que hable sueco mejor que tú, ya sabes dónde estoy —dijo la mujer, al tiempo que sacaba un montón de servilletas planchadas y almidonadas y lo dejaba al lado de los manteles—. ¿Cuándo te vas? Supongo que tu madre irá contigo.

—¿Y mi padre no? —preguntó Billie con una sonrisa.

—Es mejor que no vayáis juntos porque los dos sois muy atolondrados. No, tú necesitas a tu madre para que ponga orden.

—Eso no será un problema.

—Debe de estar en el séptimo cielo. Estudiar en la universidad fue siempre su sueño, y ahora tú lo cumplirás.

Billie no respondió. Quería estudiar en Suecia para que dejaran de compararla con su madre y sus éxitos. Quería hacerlo por ella, para llegar a ser una mujer adulta.

Besó a su abuela en la mejilla.

—¿Crees que me las apañaré con el sueco que me has enseñado? —le preguntó.

—Creo que sí, pero, como siempre, te recomiendo que leas novelas para ampliar tu vocabulario. En cuanto llegues allí y empieces a hablar con otros estudiantes, lo dominarás enseguida. Qué suerte que siempre haya hablado contigo en sueco. Con tu madre no lo hice porque tenía miedo de que tu abuelo se sintiera excluido.

—Me alegro mucho de que lo hicieras, abuela. ¿Quieres que te ayude con algo más antes de que vaya a llamar por teléfono?

La abuela miró el carrito.

—No, gracias, ya no necesito nada más. —Volvió a girarse hacia su nieta—. ¿Cómo está Frankie?

La muchacha se encogió de hombros. ¿Qué debía decir? Iba mejorando, suponía. Había oído que Emma y Frankie irían unos días a la casa de verano. Billie esperaba que la casa siguiera allí cuando su padre fuera la próxima vez. Con Frankie nunca se sabía lo que podía ocurrir. La sobredosis no la había sorprendido tanto como a los demás. Aquello era algo que podía ocurrir cuando se tomaban drogas. Todo el mundo lo sabía.

Billie había visto cómo Frankie dejaba de ser normal y se volvía estúpida, y su familia también se habría dado cuenta si hubieran despegado la cabeza de sus propios problemas. Por ese motivo, sentía una pizca de lástima por ella.

—Tengo que irme, te llamaré más tarde —dijo interrumpiendo sus pensamientos, y le dio un fuerte abrazo.

—Felicidades otra vez. —Los ojos de la mujer centelleaban—. Sabes cómo hacer feliz a una abuela.

 

 

DOS DÍAS DESPUÉS, todo estaba organizado antes del vuelo a Uppsala: a la mañana siguiente, muy temprano, Billie y su madre volarían de Heathrow a Arlanda, a las afueras de Estocolmo.

En cierto modo, Billie se alegraba de que su madre la acompañara en esta ocasión, porque estaba nerviosa. Ya había deshecho y vuelto a hacer las maletas cien veces por lo menos.

Sebastian estaba apoyado en el umbral de la puerta y miraba a Billie, sentada en el suelo con sus dos maletas.

—¿Me prometes que, además de trabajar, también te divertirás? —dijo mirando de reojo por encima del hombro, como si temiera que su madre los oyera—. Así tus estudios serán más divertidos. Y prométele a tu padre que volverás a Londres cuando hayas terminado la carrera. Y en vacaciones.

—Lo prometo. Tendrás que ocuparte del cumpleaños de la abuela —le advirtió Billie con tono severo—. Yo iré como invitada, pero tú tendrás que organizarlo todo.

Él asintió.

—La abuela no quiere invitar a mamá —dijo la joven en voz baja.

—Y mamá no quiere ir.

—¿Dónde no quiero ir? —preguntó Elinor, que apareció al lado de su marido.

«Son una pareja muy atractiva», pensó Billie, «pero ahora ya no se tocan el uno al otro con la espontaneidad con la que lo hacían cuando yo era pequeña. Es posible que el deseo desaparezca cuando dos personas han vivido juntas tantos años.» Su experiencia de en ese terreno se limitaba a un par de citas, unas cuantas caricias y la pérdida de la virginidad. Eso era todo. Apartó decidida esos pensamientos de su mente. Tenía cosas más importantes que aclarar.

—Al cumpleaños de la abuela —respondió.

—¡Dios me libre! No me digas que tengo que ir. —Elinor parecía horrorizada.

—No tienes que hacerlo. Papá es el organizador y te prometo que no te invitará.

—Estupendo —dijo Elinor entrando en la habitación—. ¿Cómo va eso, ya lo tienes todo?

—Creo que sí.

Su madre se sentó en el suelo, a su lado.

—Estoy muy orgullosa de ti. Mucho más de lo que creo que puedas entender.

—Mientras estés en Suecia intentaré convencer a tu madre para que vayamos a Italia. ¿A que es una buena idea? —dijo Sebastian desde la puerta.

La chica sonrió, contenta.

—Sí, qué guay. ¿Verdad, mamá?

Elinor negó con la cabeza y torció los labios en una media sonrisa, como si a su padre se le hubiera ocurrido una idea absurda.

—Piensa que te conviene centrarte en los estudios. Tendrás que dedicarles mucho tiempo si quieres sacar las mejores notas.