BILLIE ESTABA MUY bien en Uppsala. A las tres semanas ya se conocía al dedillo toda la zona de la universidad y había encontrado buenos lugares para estudiar.
Annika, su nueva compañera, estaba entusiasmada con lo que llamaba «el magnetismo de Billie». Lo había notado desde el primer momento.
—Oh, cuánto me gustaría ser así —dijo con envidia.
—Pero ¿a qué te refieres? —le preguntó Billie mientras metía los libros de texto en el bolso.
—A que los hombres se sienten atraídos por ti, quieren acostarse contigo y luego quedarse a tu lado —dijo Annika con una gran sonrisa.
—Déjalo ya. —Billie meneó la cabeza al oír las disparatadas fantasías de su amiga—. Tengo que darme prisa, nos vemos más tarde.
Ese día tenían a un nuevo profesor y quería causarle una buena impresión, así que se sentó en las primeras filas y sacó la libreta y los bolígrafos mientras se iba llenando la parte de atrás. La mayoría de sus compañeros había empezado la universidad justo después del instituto y eran más jóvenes que Billie. Parecía que varios ya se conocían; oía el parloteo a su espalda.
El profesor leía los nombres de la lista y los estudiantes respondían con una voz o levantaban la mano para indicar su presencia. Billie miró a su alrededor. Su esperanza de que esta asignatura fuera mejor que la anterior se vio frustrada. Ni una sola persona parecía interesante. Ni el profesor tampoco. No paraba de hablar con una voz nasal, y ella se sentía cada vez más cansada.
Después de clase, sus compañeros se pusieron a charlar entre ellos. Parecían no advertir que ella estaba sola. No podía contar con hacer ningún otro amigo que Annika. Intentó ahuyentar la idea de que la causa de ello era el color de su piel. Sus compañeros de clase, blancos como la nieve, seguro que dirían que solo era porque no la conocían, pero evidentemente no era por eso. No únicamente. Para ellos, era mucho más fácil hacer amistad con alguien que tuviera su mismo color de piel. «Tienes que trabajar más duro que los blancos, ser mejor compañera que todos ellos. Solo así podrás llegar a tener éxito.» Las palabras de su madre resonaban en su cabeza y Billie le dio la razón. Era así.
Lo que Annika le había dicho sobre su magnetismo era ridículo. Nadie la veía y las cosas continuarían siendo así.
—¿ES NUEVO? NO sé quién es —dijo Annika cuando se encontraron más tarde en su habitación y Billie le hablaba de la clase.
—No sé si es nuevo, pero sé que es muy aburrido. ¿Cómo lo voy a soportar? Y mis compañeros son igual de aburridos. Nadie se dio cuenta de mi presencia.
—Es que solo llevas aquí unas semanas. Te van a descubrir, te lo prometo. —Annika revolvió en su bolso—. Tú tienes todo lo que les falta a las muchachas suecas. Eres más madura, exótica y morena, y tienes un peinado estupendo. Además, hablas inglés. Todos van a querer charlar contigo. Solo tenemos que ir de fiesta a los clubes de estudiantes. Si nos quedamos aquí sentadas, nadie querrá acostarse con nosotras. —Agitó una carta en el aire—. También he recogido tu correo.
—Gracias. —Billie abrió la carta, que parecía escrita por su padre. Luego le dio la vuelta y reconoció la letra de su madre.
Los dos le daban consejos. Su padre le decía que tenía que divertirse todo lo que pudiera, y su madre, que tenía que centrarse en los estudios. Era evidente que su madre había escrito su parte después de que su padre hubiera escrito la suya. «Espero que les vaya bien», pensó Billie. Al final habían decidido irse de vacaciones en coche, y lo más seguro era que ya estuvieran en camino, puesto que la carta había tardado unos días en llegar.
—¿Algo guay? Pareces contenta —dijo Annika.
—Mis padres están de camino hacia Italia, me alegro mucho por ellos. Es muy raro que mi madre se tome unas vacaciones del hotel.
—¿En qué trabaja? —preguntó su amiga con curiosidad.
Billie dudó un instante antes de decir:
—Temas de gestión de personal, sobre todo. —Le diría en otra ocasión que su madre era copropietaria del hotel, de momento era demasiado pronto. Sonrió cuando vio la cara de Annika. Seguramente habría preferido oír que su madre era cantante en un club nocturno.
—¿Qué hacen tus padres? —preguntó Billie.
—Los dos son profesores. Mi hermano mayor estudia Magisterio. Yo me niego a seguir el mismo camino.
—Porque eres moderna —dijo la otra con una sonrisa.
—Sí. ¿Tú piensas hacer lo mismo que tus padres?
Era una buena pregunta. Su padre era rico y no hacía nada, pero su madre era propietaria de casi la mitad de un hotel. No les había ido nada mal, pensó Billie. Un buen día lo heredaría todo, pero ¿de verdad quería trabajar en el Flanagans? Lo había hecho durante los veranos desde que tenía quince años, pero nada relacionado con el hotel le gustaba. No del todo. El hecho de que ella y Frankie se pelearan todo el rato le quitaba hasta las ganas de estar allí, y no pasó mucho tiempo antes de que su madre y Emma procurasen que sus hijas no trabajaran al mismo tiempo. Desde hacía un par de años, Frankie se había negado, decía que no pensaba heredarlo y era una incógnita quién se quedaría con la parte de Emma. Billie estaba convencida de que, si Frankie heredaba el Flanagans, lo vendería en poco tiempo.
A lo mejor su padre compraría la parte de Emma. ¿Tenía tanto dinero? ¿Sabía lo rico que era? Billie no tenía ni idea. En casa no se hablaba nunca de dinero, salvo cuando su madre se volvía como loca cuando su padre le daba dinero a Billie sin que ella hiciera nada a cambio. Cuando Billie se despidió de él antes de ir a Uppsala, su padre le había dado un sobre y le había dicho que una libra equivalía más o menos a diez coronas suecas. Además, le había dado dos tarjetas de crédito. «Por si te roban el dinero en efectivo, o para que te compres algo bonito», le había susurrado para que su madre no lo oyera. El bueno de su padre, que parecía que no tuviera ni idea del dinero que había que dar a una hija que estudiaba en el extranjero. Había tantos billetes en el sobre que con aquella cantidad se las habría podido arreglar durante dos años, y eso que solo pasarían unos pocos meses antes de que volviera a casa para celebrar el cumpleaños de la abuela. Eso no decía nada acerca de cuánto tenía, pero indicaba que no se preocupaba mucho por el dinero.
—¿Y bien? —dijo Annika.
—Estoy pensando. Quizá trabaje en lo mismo que mi madre, no lo sé. Ahora mismo lo más importante es la carrera de Económicas, luego ya veremos.
—Quería hablar contigo de otra cosa. En la ciudad hay un grupo de teatro amateur que tiene buena pinta y yo quiero apuntarme. ¿Por qué no te apuntas tú también?
—¿Teatro? ¿Yo? ¿Me estás tomando el pelo?
—Pero si pareces una estrella de cine. Está claro que tienes que probarlo.
—No. —Billie se levantó—. No me imagino nada más horrible que estar en un escenario.
—¿Lo has hecho alguna vez?
—No, pero sé muy bien cuáles son las cosas que me dan miedo.
—Tienes que desafiar tus miedos —dijo su amiga con dramatismo, haciendo un gesto exagerado con el brazo.
Billie se rio.
—Tú tienes talento para el teatro. Yo no.
—Ven conmigo la primera vez, ¡por favor! —le pidió.
—¿Cuando vayas a apuntarte?
Annika asintió con entusiasmo.
—Está bien, iré. Pero lo haré solo por ti.
La otra sonrió satisfecha.
—Gracias.
AL CABO DE unos días, Billie fue con Annika al teatro. Esta le había dicho que solo les llevaría un momento, y mejor así, porque Billie todavía tenía que estudiar y en realidad no tenía tiempo. Pero lo hizo por Annika. No iba a tener mejores amigas que ella y no iba a negarse a acompañarla si se lo pedía.
Cuando entraron en el local, había un hombre en el escenario que, al verlas, les hizo un gesto para que se acercaran y se sentaran con los demás.
—Me voy —susurró Billie. El hombre del escenario era guapo y se sentía incómoda.
—Ni se te ocurra —dijo Annika con decisión—. Prometiste que vendrías una vez.
—Pero él se creerá que quiero quedarme todo el semestre, ¿no lo entiendes? —O bien tenía que irse ya y morirse de vergüenza, o debía sentarse con los demás. Madre mía, en qué lío se estaba metiendo.
—Es estupendo que seáis tantos. Como seguro que ya sabéis, este es un grupo de teatro que no tiene nada que ver con la universidad. Pero la mayoría de vosotros sois estudiantes y os prometo que aquí lo pasaréis bien en vuestro tiempo libre. El objetivo de este semestre es preparar una obra que representaremos varias veces antes de las vacaciones de verano. —Miró directamente a Billie—. A algunos os conozco, a otros no —dijo sonriendo sin apartar la vista de ella—. Me llamo Karl-Johan y soy vuestro director. Por otra parte, este es un empleo temporal. Aún no he decidido qué quiero hacer, producción teatral o la carrera de Económicas. Pero no hay ninguna prisa, ¿no os parece?
A Billie se le aceleró tanto el pulso que se asustó. Se quedó quieta para que se le calmara. La mirada de aquel hombre había hecho que le temblaran las piernas.
—¿Hola? ¿Billie? —Annika le dio un codazo.
—Qué encanto tiene —murmuró.
—¿De qué hablas? ¿De Karl-Johan? No es mi tipo, pero es verdad que es muy guapo —reconoció —. ¿Así que te quedas?
—¿Qué otro remedio me queda si no quiero parecer una idiota? —preguntó Billie entre susurros.
—Ninguno —dijo su amiga sonriendo divertida—. Si te vas ahora, parecerás de lo más ridícula.
Karl-Johan anunció que representarían Casa de muñecas, de Ibsen, y que en la próxima reunión repartirían los papeles y el manuscrito. Ese día solo se sentarían en el suelo del escenario y se presentarían. Mientras lo decía, miraba a Billie.