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SEBASTIAN HABÍA RENACIDO en la relación con su mujer. No podía dejar de tocarla. Pero como Magda estaba en la cocina, solo acarició la falda de Elinor antes de abrir la nevera y sacar una botella de agua. Desenroscó el tapón y bebió ansioso.

—Hay vasos en el armario —le dijo Elinor.

—Cariño. —Se inclinó hacia su oreja sonriendo y le susurró—: Eres mi jefa en la cama, pero no en la cocina. Aquí es Magda quien manda.

Fue al salón y se tiró en el sofá, con las piernas sobre el reposabrazos. Dejó la botella en la mesa.

—Elinor —la llamó—. Ven un momento.

Le hizo una señal para que se acercara y, cuando ella le empujó las piernas para tener sitio en el sofá, se enterneció. ¿Cómo podía haber olvidado lo extraordinaria que era su esposa? No era solo una mujer de negocios emprendedora y una buena madre, también era una imaginativa compañera de juegos en la cama. Era así como se habían conocido hacía tiempo.

Lo primero que vio en 1959 fue su figura de espaldas, y, con la confianza que tenía entonces en sí mismo, ella enseguida terminó en su cama. Entonces era una de tantas, pero ella era especial, y no se mostró impresionada por el hecho de que él fuera un Lansing. Subía a su habitación del hotel cuando él se quedaba a dormir en el Flanagans, se acostaba con él hasta que se quedaba satisfecha y se despedía sin exigirle que se volvieran a ver. Él notaba que ella se aprovechaba de su cuerpo tanto como él del de ella.

Y ahora Elinor volvía a desearlo con la misma intensidad de entonces. Si su vida sexual continuaba prosperando de aquella manera, él ya no tendría más aventuras. Era como si se hubiera vuelto a enamorar. Se movió hacia un lado y tiró de ella para sentarla frente a él en el sofá. Le hizo cosquillas en la nuca con la punta de la lengua. Ella soltó un leve gemido, apretó las nalgas contra él y, con movimientos firmes y ondulantes, se la puso dura. Sebastian la mordió despacio en el hombro.

—Señora Lansing —dijo él a media voz—. Si Magda no estuviera aquí, le haría el amor en el sofá.

—Mmm —respondió ella sin dejar de mover las caderas—. Me imagino que yo me sentaría en tus rodillas para que tú pudieras chuparme los pezones mientras te cabalgo. Empiezo a ponerme cachonda.

—Qué mala eres —murmuró él, mirando a su alrededor. Echó sobre ellos la manta que estaba en el borde del sofá. No tuvo ninguna dificultad en levantarle hasta la cintura la falda de volantes que le llegaba por las rodillas. Metió la mano en la entrepierna del body y desabrochó los corchetes. Al acariciarla, notó que estaba mojada. Tenía que poder…

—Magda —gritó Elinor, y la mujer apareció en la puerta en el mismo instante en que Sebastian metía el dedo en el sexo húmedo de su mujer. Más que oírlo, intuyó que ella soltaba un suspiro.

—Vamos a dormir un rato en el sofá —dijo, y bostezó mientras notaba que su marido le metía otro dedo—. Puedes cerrar la puerta de la cocina. —Sebastian empezó a girar los dedos mientras la gobernanta sonreía y hacía lo que le habían mandado.

Sebastian empezó a meter y sacar los dedos con más rapidez sin dejar de tocarle el clítoris, volviéndolos a meter más a fondo. Una y otra vez, de la misma manera. Elinor volvió la cabeza hacia él y, con un gemido, abrió la boca para darle un beso profundo mientras él seguía acariciándola.

—Como no pares voy a terminar enseguida —dijo rozándolo con la boca—. Quiero esperar.

Elinor bajó del sofá y se arrodilló delante de él. Le desabrochó el pantalón con manos ágiles. Cuando se humedeció los labios, él supo lo que se disponía a hacer y le apartó el pelo para ver cómo se metía su pene en la boca. La manta cayó al suelo. Si Magda hubiese entrado en aquel momento, habría visto cómo Elinor sorbía y lamía de tal modo que él no podía mantener las caderas quietas.

—Espera, espera —dijo Sebastian cuando sintió que no le quedaba mucho para llegar al orgasmo—. Cabálgame como has fantaseado —le susurró—. Quiero que termines sentada encima de mí.

Agarrado con fuerza las caderas de Elinor, la penetró centímetro a centímetro. Le desabrochó la blusa y se la quitó.

—Me encanta este body, te queda muy sexy —masculló.

Le puso las manos bajo los pechos, y con los pulgares le acarició los pezones debajo del tenso tejido. Luego le bajó los tirantes, le besó un pezón y se lo metió en la boca. Elinor soltó un hondo suspiro. Le gustaba cuando él era brutal, y cuando la mordía no podía reprimir los gemidos. Sebastian le puso las manos debajo del trasero y le dio unos cachetazos en las nalgas.

Elinor lo cabalgó primero despacio, mientras él le tocaba los pechos y el trasero como sabía que a ella le gustaba, y luego fue acelerando a medida que se acercaba al orgasmo. Era tan maravilloso que él tuvo que hacer grandes esfuerzos para retardar el suyo. Vio la excitación en los ojos de Elinor y pensó que en cualquier momento Magda podía abrir la puerta y verlos, y ya no pudo aguantar más. Cuando Elinor empezó a frotar con fuerza su sexo contra él, el placer le inundó el cuerpo. Miró a su mujer, que también estaba a punto de terminar. Ella abrió los ojos como platos y respiró con fuerza por la nariz; le temblaban las piernas, y cuando él le puso el pulgar en su punto más sensible y lo acarició, ella empezó a estremecerse al tiempo que soltaba un chillido con los labios apretados. Su maravillosa mujer alcanzó un orgasmo que duró un buen rato, y luego se dejó caer hacia delante, sobre él, y los dos yacieron sin dejar de jadear.

Cuando Magda abrió la puerta y dijo que la comida estaba lista, despertó a los Lansing, que se habían quedado dormidos bajo la manta. Justo lo que le habían dicho que harían.

 

 

DESPUÉS DE CENAR, Elinor tuvo que ir un rato al Flanagans.

Sebastian echó un vistazo al despacho de su casa. La habitación donde tenía sus botellas, libros y papeles viejos distaba mucho de parecer un lugar de trabajo. Parecía más bien una cueva a la que se retiraba. ¿Tal vez había llegado el momento de volver a trabajar de alguna forma? Se lo había planteado durante una temporada, pero el consumo de alcohol había hecho imposible empezar nuevos proyectos. No es que ahora su estado de forma fuera excelente, pero sí era mejor que unos meses atrás.

Billie estaba en Suecia y Elinor amaba su Flanagans, y si él no se ocupaba con algo, se convertiría en un hombre solitario que pasaba la mayor parte del tiempo en casa. Y la soledad no era lo mejor cuando uno quería dejar de beber. No obstante, primero tenía que encargarse de una cosa que no le hacía demasiada ilusión: el octogésimo cumpleaños de su madre. Era una bruja, pero se lo había prometido a Billie, y él cumplía las promesas que le hacía a su hija. Era sin duda la única persona a la que quería de todo corazón; un amor que no exigía nada a cambio, como no lo había sentido nunca por una mujer. A las mujeres siempre las había deseado, pero no sabía cómo encajarlas en su corazón.

Con todo, la unión sexual con Elinor había hecho resucitar viejos sentimientos. El sexo era la mejor forma de recibir y demostrar amor; no había más. Ahora albergaba la gran esperanza de que su relación durara hasta el fin de sus vidas.