—… Y QUE CUMPLAS muchos más —cantaba Elinor al tiempo que dirigía enérgicamente al resto del coro, formado por su hija Billie y Frankie, la hija de Emma—. Hip, hip…
Billie le siguió la corriente, pero Frankie parecía estar de peor humor que nunca.
—Hurraaa —dijo con desgana, y añadió—: ¿Ya estamos? ¿Puedo irme ya?
—¡Frankie! —gritó Elinor—. Tu madre cumple años, haz el favor de comportarte como una mujer de veintiún años.
¿Qué mosca le había picado?
Billie se acercó corriendo al sofá donde estaba sentada Emma.
—¡Feliz cumpleaños! —le deseó, se sentó junto a ella y le dio su regalo—. ¿Cómo te sientes al ser tan mayor? —preguntó.
—Pues no demasiado idiota, la verdad —respondió mientras sacaba un chal de cachemir de una caja preciosa—. Qué bonito. Muy amable de tu parte —dijo inclinándose para besar a Billie en la mejilla—. Me lo pondré las noches frías en el despacho.
Elinor vio que Emma miraba a su hija y que esta se le acercaba con pasos lentos y ostentosos y le daba su paquete.
—Felicidades.
—Gracias, cariño. —Emma lo abrió. Era un libro—. Cómo ser una madre mejor —leyó el título en voz alta—. Qué considerada, Frankie, me muero de ganas de leerlo —dijo sin mucho entusiasmo.
Elinor vio que Emma hacía amago de acercarse a Frankie y que esta retrocedía enseguida.
—Me tengo que ir. Feliz año nuevo y todo eso.
—¿Qué quieres decir? ¿No vas a estar en la fiesta de Fin de Año del Flanagans? —le preguntó su madre.
Frankie se estremeció.
—Eh… no. Pero pasadlo bien. Y, Billie, ponte un vestido de volantes. Combinará muy bien con tu pelo rizado.
—Tú también tienes el pelo rizado.
—Sí, pero por la permanente. Es distinto.
Frankie abandonó el séquito de su madre y dio un portazo al salir.
Emma meneó la cabeza.
—Me duele que siempre se meta contigo, Billie —protestó en voz baja.
—Me importa un bledo. Me tiene envidia, eso es todo. Nos gustamos más o menos lo mismo; es decir, nada.
Elinor intercambió con su amiga Emma la misma mirada que se habían dedicado tantas veces a lo largo de los años. Sus hijas, que tenían la misma edad, se odiaban, y Emma y Elinor no podían hacer nada para remediarlo.