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—SEÑORA LANSING, LA felicito. Puede contar con un nuevo miembro de la familia para principios del próximo año.

El médico, un sustituto que Elinor no conocía, no hizo más que confirmar lo que ella ya sabía. Madre mía. Qué idiota había sido. Era imposible que Sebastian pensara con claridad cuando estaba excitado, aunque le hubiera dicho que tenían que ser un poco cuidadosos mientras empezaba a tomar una nueva píldora.

—Veamos cuándo puedo verla otra vez —dijo el doctor hojeando su calendario—. Dentro de unos dos meses está bien. Ahora es muy pronto todavía. —Anotó algo, volvió a cerrar su gran calendario de visitas y la miró como si creyera que le había dado una buena noticia—. Felicite de mi parte al señor Lansing. Puede venir a la próxima visita, si lo desea. Vivimos en tiempos modernos, como usted sabe.

La señora Lansing lo sabía muy bien.

Se detuvo en la puerta antes de salir de la consulta.

—Y si quisiera abortar, ¿también tengo que pedir hora con usted?

El doctor la miró sorprendido.

—Pero usted está casada, ¿verdad?

—Sí. ¿Y?

—¿Su marido no quiere tener otro hijo?

—No lo sé, pero creo que yo no quiero tenerlo.

—No lo entiendo. ¿Ha hablado con su marido?

—No, no lo he hecho. Me parece que tengo derecho a tomar esta decisión yo sola.

El doctor negó despacio con la cabeza, como si creyera que no había oído bien.

—Señora Lansing, vaya a casa y hable con el señor Lansing, y así sabremos su opinión. Vuelva cuando quiera.

 

 

ELINOR SE DESMORONÓ delante de Emma en el despacho.

—Yo no quiero tener otro hijo —dijo hipando—. No quiero.

Su amiga le alcanzó una caja de pañuelos.

—Ni siquiera se lo quiero decir a Sebastian —sollozó—. Querrá tenerlo, ¿y cómo voy a poder mirarlo a los ojos si le quito a su hijo? —Soltó un bufido—. Le he dicho mil veces que no quiero tener más, pero nunca lo ha asimilado.

—¿Quieres que prepare té? —preguntó Emma preocupada, como si eso pudiera cambiar algo. Si fuera tan fácil…

Eran las cinco de la tarde, pero a ninguna de las dos le apetecía irse a casa. Elinor sabía que su marido se daría cuenta de que había ocurrido algo. Desde el viaje, habían encontrado un nuevo tipo de relación que los dos disfrutaban, y quería conservarla en lugar de empezar de nuevo a criar a un hijo pequeño ahora que Billie estaba a punto de convertirse en adulta. Cuando su hija era pequeña, Elinor se había preocupado por todo.

—Sí, te lo agradezco. —Elinor se quitó los zapatos y dobló las piernas debajo de su cuerpo. Deseaba quedarse allí con Emma para toda la eternidad. Ella conocía a su marido. Nunca más volvería a mirarla de la misma manera si abortaba, por más que supiera que no quería tener más hijos. Había tardado meses en salir de la oscuridad que se había adueñado de ella después del nacimiento de Billie. Le fue casi imposible hacerse cargo de su hija mientras sentía que tenía dentro de ella un agujero negro cada vez mayor. Emma conocía parte de aquella experiencia, pero Elinor había sentido demasiada vergüenza para contarle toda la verdad. Veía el vínculo que unía a Emma y a Frankie cuando esta era un bebé y soñaba con sentir lo mismo como madre. Cuando por fin se dispersaron las nubes, fue como despertar de una pesadilla y darse cuenta de que todo iba bien. El amor que sentía por Billie era tan fuerte que creía que el corazón le iba a estallar. Y no volvió a experimentar nada de lo que se había adueñado de ella durante la depresión.

Hasta ahora.

Emma volvió enseguida con dos tazas que dejó sobre la mesa. Se sentó en el otro sillón.

—Ya sé que lo sabes —dijo Emma—, pero te lo diré de todas formas. —Hizo una breve pausa—. Es tu cuerpo.

Elinor asintió.

—Lo sé. Pero entonces debería hacerlo a espaldas de mi marido, y no sé si voy a ser capaz. ¿Cómo pudo ocurrir? Quizá la nueva píldora aún no había empezado a hacer efecto. —Respiró hondo antes de continuar—: No entiendo cómo puedo ser tan fértil a mi edad. ¿Y Sebastian? Él es aún mayor que yo. Qué idiota soy. Tenlo en cuenta si alguna vez vuelves a acostarte con tu exmarido. Aunque te estés tomando la píldora, una vida sexual vibrante puede provocar un embarazo.

Emma le dio un sorbo al té y Elinor hizo lo mismo una vez que había dicho todo lo que guardaba dentro. Sabía que su amiga la entendía y que la conversación era confidencial. Su amiga nunca se lo contaría a nadie.

Lanzó un hondo suspiro.

—Hablemos de otra cosa. Dime qué tal estás.

—Regular. Me siento sola —se sinceró Emma—. O quizá más bien desamparada. No tengo a nadie de mi familia con quien hablar, y eso me asusta.

—¿Frankie sigue sin querer tener ningún contacto contigo?

Ella negó con la cabeza.

—Todo lo que digo está mal. Sabe muy bien cómo hacerme daño. ¿Te he dicho que quiere que venda el Flanagans para demostrarle que ella es lo más importante en mi vida?

—¿Eso dice? Pero no piensas hacerlo, ¿verdad?

—Bueno, la verdad es que sabe lo que dice.

—Pero es tu trabajo.

—Sí, pero si te vendo mi parte, dejarás que siga trabajando aquí, ¿verdad?

—Ni se te ocurra pensarlo, Emma. Una mujer puede ser una empresaria de éxito y tener hijos. Alexander siempre ha estado a su lado, ¿no?

—Pero lo que cuenta es la atención de una madre, y parece que yo no he estado a la altura.

—Me parece que tu hija es muy injusta. —Elinor quería a Frankie casi tanto como a Billie, pero siempre había creído que era muy dura con su madre. Para la joven, nada estaba bien.

—Es posible, pero es eso lo que siente. No sé qué hacer.

—¿Qué dice Alexander?

Emma se encogió de hombros.

—Dice que se encuentra bien, que no parece que sufra síndrome de abstinencia y que quiere a su madrastra. Cuando me dice esto, es como si quisiera darme un bofetón. Desde luego que es estupendo que se lleven bien. Quizá solo me duele porque Frankie y yo no tenemos la misma relación. La echo de menos.

—Diría que Angelica no te cae tan bien a ti.

—Es un lobo con piel de cordero. Es demasiado amable, demasiado buena, demasiado perfecta.

—¿La conoces? —preguntó Emma.

—Mi querida hija me mandó una foto de los tres.

—Frankie, Frankie, Frankie —masculló Elinor—. Si hubiera estado aquí, le habría dado un pellizco. Ya es hora de que te quites los guantes de seda, Emma.

—¿Qué debo hacer, pues?

—Ve a Calais. Exígele que hable contigo.

—La última vez que le exigí algo fue en vuestra casa de verano y se marchó. No puedo arriesgarme a que abandone Francia y a Alexander, eso sería una catástrofe. No puedo hacer nada más que esperar.

Elinor dio unos cuantos sorbos al té y miró a su mejor amiga. ¿Debía hablar ella misma con Frankie? ¿Serviría de algo? Parecía mucho más fácil resolver los problemas de otra persona que los de una misma.

—Si yo hablo con ella, ¿puedes hablar tú con Sebastian?

Emma la miró aterrorizada.

—No me mires así, lo decía en broma. Pero no me digas que no habría estado bien cambiar nuestros papeles de vez en cuando.

—Cambiar las hijas, quizá sí —dijo Emma con una sonrisa—. Por cierto, ¿cuándo viene Billie?

—Si he de serte sincera, no sé en concreto qué día llega. Solo que vendrá para la fiesta de su abuela, y ya sabes lo que me interesa Laura Lansing.

—¿Hay alguien que tenga ganas de ir a esa fiesta?

—Sebastian irá por obligación, pero Billie, por alguna razón, siempre se ha llevado bien con ella. Esa mujer no está bien de la cabeza, pero mi hija encontró algo en ella que le gusta. Ni siquiera le he preguntado a Sebastian quién está invitado, y a él nunca se le ocurriría hablar de esa fiesta conmigo.

Dejó la taza en la mesa.

—Dime otra vez que tengo derecho a decidir sobre mi cuerpo.

—Tienes todo el derecho, es tuyo.