ALEXANDER LE DABA vueltas a aquella situación. ¿Qué podía significar una cena en el Flanagans? Conocía a su ex, era muy astuta y cuando quería algo, casi siempre lo conseguía. ¿Qué se propondría? No sería sexo. Ya pasó una vez, como una especie de despedida. No volvería a ocurrir. ¿Querría convencer a Frankie para que se quedara? Alexander no estaría de acuerdo, dada la situación. Su hija necesitaba trabajar, como hacía la gente corriente, en lugar de apoltronarse en una suite del Flanagans y aburrirse como una ostra. La mala conciencia de Emma por no haber hecho bastante la volvía indulgente. Frankie lo interpretaba como si su madre se desentendiera, de manera que su amabilidad no le hacía ningún bien. En Calais se sentía necesaria y parecía más feliz de lo que lo había sido en muchos años.
Pero no le pasaría nada por ir a cenar al Flanagans. Lo haría por su hija, no por Emma. Además, podría saludar a sus antiguos compañeros de trabajo, porque después de más de dos décadas en la recepción, los echaba de menos. A lo largo de los años le habían ofrecido otros puestos de trabajo, primero la señora Lansing y luego Emma y Elinor, pero a él lo que más le gustaba era el contacto con los clientes, y no tenía el menor interés en encerrarse en un despacho para dedicarse a tareas administrativas. Claro que había sido un consejero para Emma. En este aspecto, habían trabajado muy bien juntos. A los dos les gustaba hablar sobre lo que se podía hacer con el Flanagans, y muchas de las ideas de Alexander se habían llevado a la práctica.
Tenía sus trajes en el apartamento de Angelica, ya que no los necesitaba en Francia, donde solo llevaba vaqueros y pantalones cortos. La camisa blanca almidonada lucía brillante en contraste con su rostro moreno. Por algún motivo estaba nervioso. ¿Sería una estupidez tentar al destino yendo al Flanagans? Después de un par de gin-tonics, se sentiría mejor. No tenía que preocuparse por nada. En el comedor del hotel estaría seguro.
Cuando sonó el teléfono, estaba a punto de salir del apartamento. Era Angelica.
—Cariño, estaba a punto de salir, ¿podemos hablar mañana?
—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella con su voz suave.
—Voy a cenar con… Frankie —dijo Alexander, sin saber por qué no le decía que también estaría Emma.
—De acuerdo. ¿Hablamos mañana, pues? Te quiero, Alexander.
—Y yo a ti. —Nunca había dicho las palabras «Te quiero».
LLEGÓ TEMPRANO AL hotel para poder bajar al sótano, a los dominios del personal. Se aflojó un poco la corbata cuando Benji fue a su encuentro.
—Qué alegría verte. —Se dieron unas palmadas mientras se daban la mano—. ¿Qué tal por Francia? Si necesitas trabajadores, no tienes más que decirlo.
Alexander sonrió.
—Como si fueras a dejar el Flanagans…
Benji se rio.
—Quizá no. Pero podría hacerte una visita con Paul.
—Seréis muy bienvenidos.
Alexander se sacó una tarjeta de visita del bolsillo de la chaqueta.
—Aquí tienes mis datos. Llámame.
Le dio una palmada en la espalda y fue a la cocina.
—Hola, viejo bribón, ¿otra vez por aquí? —Adele miró un momento a Alexander, antes de volverse hacia la olla donde estaba preparando la salsa para el asado.
—Sí, para la cena. Ya estoy deseando volver a probar tus platos. ¿Cómo va todo?
Lo que anunció la presencia de Emma fue su olor. Turbado, se dio la vuelta, y casi dejó de respirar al verla en la puerta de vaivén de la cocina.
¿Cómo era posible que provocara aquel efecto en él? Todavía. Su atrevido maquillaje de ojos, un vestido que le marcaba las curvas, los tacones más altos de su armario, el peinado que dejaba su esbelta nuca a la vista… ¿Había estado más bella alguna vez?
«No debería estar aquí», pensó frustrado. Emma y Frankie podrían haber cenado sin él, pero no había podido rechazar su invitación, puesto que no podía resistirse a ella. ¡Diablos!
—Alexander —dijo Emma con una sonrisa. Sin duda, había visto lo desconcertado que estaba.
—Emma.
—¿Has conseguido averiguar lo que vamos a cenar esta noche?
—No, no hemos llegado a ese punto —contestó él.
—¿Les pedimos que nos sorprendan?
Alexander miró a Adele, que asintió con la cabeza.
—Nos vemos, Alexander, que te vaya bien —dijo la cocinera.
Él salió de la cocina siguiendo a su exmujer.
—¿Cómo lo llevas? —le preguntó ella—. Ya veo que os ha hecho buen tiempo, estás moreno. Me gusta cómo te queda el pelo largo. Estás muy guapo.
Alexander no respondió al cumplido.
—Casi todo va bien, en realidad. Frankie está como pez en el agua.
—¿Y tú? ¿Estás bien?
—Sí, muy bien.
Intentó no mirar el trasero que se mecía delante de él cuando subieron la escalera.
En el último escalón ella se detuvo y él se puso a su lado.
—Tienes la corbata torcida —le dijo en voz baja.
Se miraron a los ojos mientras ella se la ponía bien. Alexander pensó en su último encuentro, y parecía que ella pensara en lo mismo. Tenía las pupilas dilatadas. Él carraspeó cuando Emma hubo terminado.
—Gracias por la ayuda. ¿Vamos?
Ella asintió y puso la mano sobre la de él en el tirador, y los dos abrieron la puerta.
Alexander se inclinó hacia ella y susurró:
—Nada de juegos, señora Nolan, vamos a tener una cena agradable con Frankie, y nada más.
Ella esbozó una dulce sonrisa.
—No sé a qué te refieres —dijo pisando lentamente el suelo de mármol ajedrezado del Flanagans. Esperó hasta que Alexander hubo cerrado la puerta y luego deslizó el brazo bajo el de él—. Nuestra hija nos espera.
ESA NOCHE LOS tres se esforzaron por llevarse bien, y Alexander se sorprendió al ver que pasaban un rato agradable. Frankie se ahorró sus sarcasmos, Emma sus amonestaciones, y él llegó a pensar que la familia Nolan tenía una oportunidad.
Cuando dejaron los cubiertos después de haber comido un chateaubriand de ternera magnífico regado con un vino francés que había elegido Emma, que era una gran entendida, Alexander se retrepó en la silla. En esos momentos la vida era maravillosa. Se alegraba de ver que Frankie estaba a gusto.
Emma siempre había temido que él no tuviera los mismos sentimientos por Frankie que tenía por Edwin, pero nunca había sido así. La quería tanto como había querido a su hijo. Eran Frankie y Emma las que tenían una relación complicada, no Frankie y él.
—Quiero proponer un brindis —dijo Emma levantando su copa de vino—. Por la familia Nolan.
—Por la familia Nolan —brindaron Frankie y Alexander. Las copas tintinearon y los clientes que estaban sentados a su alrededor no habrían podido sospechar lo maltrecha que estaba la familia Nolan.
—¿Puedo decir algo? —preguntó la joven—. Hacéis muy buena pareja. Es una lástima que hayáis destruido nuestra familia. Solo quería decir esto. Salud.
—Estoy de acuerdo —convino él con una sonrisa. Observó a Emma y le aguantó la mirada más de lo que debía. El corazón le latía con fuerza.
—Yo también —dijo ella, y levantó otra vez la copa sin apartar la mirada de Alexander—. Por la familia Nolan. —Tenía la voz ronca.
—Por la familia Nolan.
SE SEPARARON DELANTE del hotel. Emma y Frankie se dijeron adiós con la mano, y Alexander prefirió no morder el anzuelo cuando Emma le dijo que lo esperaba en su habitación para tomar una copa. Había sido una noche perfecta y no pensaba echarla a perder acostándose con su exmujer.
Por eso fue incomprensible que después de tomar un whisky en el apartamento de Angelica, pidiera un taxi y volviera al Flanagans, subiera corriendo las escaleras, aporreara la puerta de Emma y, cuando ella le abrió sonriendo, le quitara la bata y la llevara al dormitorio.
Fue algo completamente incomprensible.