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A BILLIE NUNCA le había gustado tanto Londres como cuando le enseñó la ciudad a Annika, que suspiraba y decía que quería quedarse allí para siempre.

—Pues ven a estudiar aquí más adelante —sugirió Billie mientras le hacía una seña al camarero. El popular restaurante en el que estaban comiendo estaba abarrotado de hombres y mujeres trajeados. Estaban sentadas muy juntas para poder hablar en voz baja.

Su amiga se echó a reír.

—¿Y cómo voy a hacerlo? ¿Ya lo has pensado?

—No lo sé, pero estaría muy bien tenerte aquí. No tengo muchos amigos.

—No lo entiendo. Eres estupenda, genial, y poco menos que la propietaria de un hotel. Deberías de tener montones de amigos.

—Aquí no me consideran tan estupenda. Frankie, la hija de Emma, la socia de mi madre, me tiene por la chica más tonta del mundo.

Billie pidió fish and chips para las dos y para su madre, que llegaría en cualquier momento. Annika no podía volver a Suecia sin haberlo probado.

—Y dos coca-colas y una botella de agua.

—¿Y qué es lo que hace a Frankie tan extraordinaria?

—Es asquerosamente inteligente, y además es guapa y genial de verdad. Pero también es bastante mala. En teoría hemos crecido juntas, pero no podríamos ser más distintas. Su hermano pequeño murió cuando teníamos once años o así, y desde entonces es intratable.

—Pues qué suerte que fueras tú y no ella la que vino a Uppsala.

Billie levantó la mano para saludar a su madre. Al verlas, Elinor fue a paso ligero hasta la mesa donde estaban sentadas las muchachas.

—¿Llego tarde? —dijo mirando el reloj.

—¿Has llegado tarde alguna vez en la vida? —bromeó Billie antes de besar a su madre en las mejillas mientras Annika se levantaba.

Elinor no hizo caso de la mano tendida de Annika, sino que le dio un abrazo afectuoso.

—¿Qué te ha parecido Londres hasta el momento? —le preguntó mientras se sentaba—. Por desgracia, no hablo sueco tan bien como mi hija, pero lo entiendo sin problema. Mi madre es de Uppsala, como ya sabrás.

—Sí, Billie me lo ha contado. Me encanta Londres —contestó, sonriendo de oreja a oreja—. Todo el mundo es muy amable y a nadie parece importarle mi acento sueco.

—Al contrario, nos encanta que los suecos habléis tan bien inglés. ¿Cómo va tu sueco, cariño?

Billie pensó un poco antes de contestar.

—Bueno, me las apaño, pero, como has dicho los suecos hablan muy bien inglés, así que puedo preguntar si hay algo que no entiendo.

—¿Irás a ver a tus abuelos mientras estés aquí?

—Creo que no me va a dar tiempo. Veré a la abuela en el Flanagans, pero será solo un momento. Saluda al abuelo de mi parte.

Elinor miró a Annika con una sonrisa.

—Quizá las dos querríais trabajar en el Flanagans en verano.

La joven abrió los ojos como platos y se volvió hacia Billie.

—¿Podemos?

—Claro que podemos, pero…

—¿Karl-Johan? —dijo Annika.

—¿Quién es? —quiso saber Elinor.

—Un chico que conocemos —se apresuró a contestar Billie, dándole una patada a Annika por debajo de la mesa—. Nuestro profesor de teatro.

Elinor apenas tocó la comida cuando se la sirvieron, y Billie la miró sorprendida.

—¿No tienes hambre?

—No debería haber comido bollos con el té de media mañana, la culpa es mía —dijo con una sonrisa—. ¿No hay más que decir sobre ese profesor de teatro?

—No, nada más, ¿verdad, Annika?

—En absoluto. Pero tu hija tiene mucho talento y debería continuar con el teatro.

—Me gustaría mucho verte actuar —dijo Elinor—. ¿Cuándo es la función?

—¿Por qué? ¿Vendrías a Uppsala?

—¿Puedo?

—Claro que sí. El estreno es a finales de mayo.

—Entonces iré.

—¿Con papá?

—Eso espero, pregúntaselo. ¿Has visto a Frankie? También se está alojando en el hotel un par de días.

A Elinor le costaba mucho aceptar que Frankie y Billie no quisieran tener trato. Como creyendo que si las dos se vieran con más frecuencia, todo se arreglaría. Pero no era así.

—No, ¿por qué debería haberla visto?

—Os podríais haber encontrado. No está en el apartamento de Emma, sino en la 318.

—Claro —dijo Billie. Ella y Annika se alojaban en la 322. Sin duda, se podrían haber cruzado con Frankie en el pasillo. Fue la única vez desde que había llegado a Londres que Billie pensó que le habría gustado que Karl-Johan estuviera con ella. Le habría encantado que Frankie lo viera. Aunque en cierto modo era más sencillo con Annika. Con ella, Billie estaba más relajada y era más natural—. ¿Y qué está haciendo Frankie aquí?

—Alexander tenía que comprar cosas para su restaurante y ella lo ha acompañado.

—¿Y va a volver a Francia?

—Sí, creo que sí.

—Estupendo. Espero que encuentre a un francés o a una francesa y se quede allí. —Se volvió hacia Annika y añadió—: Frankie se acuesta con todo lo que camine.

—¡Billie! —dijo Elinor con tono reprobador.

—Es la verdad.

—Pero ¿acaso es asunto tuyo?

—No, pero ¿crees que ella se habría callado si hubiera sido al revés?

—En cualquier caso, no tienes que rebajarte a ese nivel. No debes hablar de la vida sexual de otra persona. Disculpa a mi hija, Annika, no sé qué le ha pasado.

Elinor le dirigió a Billie su mirada más severa, pero, por primera vez, esa reprimenda no surtió ningún efecto. Era como si a Billie le diera igual lo que pensara su madre. Aquella sensación era casi embriagadora. Y muy adulta.

La pobre Annika, en cambio, parecía asustada, y Billie le acarició el brazo.

—Ya ves el efecto que tiene Frankie en nuestra familia. Mejor que cambiemos de tema. Hablemos de los vestidos, por ejemplo.

Aquel día a Elinor le pasaba algo que su hija no era capaz de identificar; su voz sonaba como siempre, pero estaba pálida. Le daba vueltas a los guisantes en el plato, pero no comía casi nada, y eso que el fish and chips normalmente le encantaba.

—Los vestidos, sí. Necesitaréis algo sencillo y elegante para la fiesta de la abuela.

—¿Te refieres a un cuello cerrado? ¡Ni hablar! Nos pondremos superguapas y nada anticuadas, ¿verdad, Annika?

Su amiga no respondió, todavía parecía asustada. Billie dudaba que se atreviera a negarse a los deseos de su madre, aunque quisiera endosarle un vestido de encaje, cosa que Annika odiaba.

Después de que Elinor pagara, Annika se levantó y le dio las gracias por la comida con una leve reverencia.

—No es tan peligrosa como parece —le susurró Billie cuando salieron—. Solo tiene un miedo terrible a que no me comporte con decoro.

—Como todos los padres —convino su amiga con una sonrisa.

—Mi madre es peor —dijo Billie al enlazar el brazo de Annika.

—Es guapísima.

Elinor andaba delante de ellas y Billie miró su esbelta figura. Nadie creería que tenía cuarenta y tres años. Parecía que tuviera diez menos. Y era guapa, vaya si lo era.

Su madre se dio la vuelta.

—He reservado hora con miss Gordon a las dos, os ayudará a encontrar algo adecuado.

—¿En Selfridges? —preguntó Billie.

—Sí, ¿no te parece bien?

Se encogió de hombros.

—Sí, claro.

Entonces Elinor dijo algo que reveló que en efecto no se encontraba del todo bien.

—Os dejaré allí, así podréis escoger vosotras mismas lo que queráis.

 

 

MISS GORDON RESULTÓ ser una mujer joven, llena de ideas, que había preparado el encuentro con una selección de diversos estilos que mostró a Annika y a Billie.

Esta sucumbió enseguida ante un modelo de chiffon de seda con mangas abullonadas.

—¿En qué colores lo tenéis? —preguntó mientras toqueteaba el tejido brillante.

—Solo en azul celeste, pero quedará precioso con el tono de tu piel.

Annika se enamoró de un vestido de seda amarillo sin tirantes y, cuando se lo puso, miss Gordon aplaudió.

—Perfecto —dijo—. Una joya en el cuello, el pelo recogido y la abuela se desmayará de gusto.

—No es mi abuela —aclaró Annika.

—Ya lo sé. Pero, por lo que tengo entendido, con Laura Lansing no se juega, y supongo que es muy importante para vosotras que esté contenta en su octogésimo cumpleaños.

—Pareces una estrella de cine —dijo Billie antes de ir al probador con su vestido.

Le quedaba perfecto. Se le ceñía en la parte superior, mientras que la falda tenía volumen desde la cintura hasta el suelo. Inclinó la cabeza hacia un lado. ¿Las mangas abullonadas eran demasiado? No, ya estaba decidida. En la fiesta de su abuela podía ser un poco extravagante. Le daba igual que la gente la mirara. Siempre lo hacían, de todos modos.

Billie salió del probador, y tanto Annika como miss Gordon dijeron que no tenía que probarse nada más. No encontraría un vestido mejor.

—Guau, estás guapísima —exclamó Annika sin aliento.

—Gracias, querida —dijo Billie—. Ahora faltan los zapatos. No podemos llevar unos vestidos tan bonitos sin unos zapatos que estén a la altura.

—Yo tengo unos en la maleta. De tacón alto —añadió cuando su amiga la miró con escepticismo.

—Pero ¿crees que combinarán con el vestido nuevo?

—Sí, estoy segura.

—Muy bien, entonces yo soy la única que necesita zapatos nuevos. ¿Puedes ayudarnos también con eso?

Era muy tarde cuando se metieron en el taxi. Las bolsas eran gigantes y, además de los zapatos, Billie se había comprado un bolso de noche del mismo color que el vestido.

—¿Pasamos por casa para enseñarle los vestidos a mamá?

—Sí, si nos da tiempo. Quiero darle las gracias —dijo Annika.

El taxi esperó en la calle mientras las muchachas subían corriendo con sus compras las escaleras de piedra que conducían hasta la puerta. Billie la abrió.

Una vez dentro, oyeron unas voces procedentes del piso de arriba, y Billie miró a Annika estupefacta. Sus padres se estaban gritando. Nunca había presenciado algo así. Con los padres de los otros sí, pero no con los suyos. Su madre decía algo así como que no lo soportaría, y su padre gritaba que era una egoísta y que solo pensaba en sí misma.

—Vámonos —propuso nerviosa—. Me parece que ahora mismo nadie va a estar pendiente de nuestros vestidos.

¿Por qué se peleaban? ¿Papá estaba borracho? Llevaba tanto tiempo sobrio que Billie tenía la esperanza de que hubiera dejado de beber. Por teléfono parecía contento y despierto, en especial desde que volvieron de Italia. Pero aquel día su madre había estado rara. ¿Estaría preocupada por Sebastian? Billie esperaba que no discutieran por nada serio.

—¿Estás segura? —dijo Annika mirándola con inquietud.

Ella asintió con la cabeza.

—Sí. Venga, vámonos.