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CON UNA COPA de champán en la mano, Billie y Annika se paseaban entre los invitados, que miraban a la primera de pies a cabeza.

—Jesús, cómo te miran —susurró Annika—. Tampoco es que seas una extraterrestre.

—Para esta gente sí que lo soy. Son mis primas. —Señaló con disimulo en la dirección de su abuela, donde estaban Lily y Rose como si las hubieran dejado allí aparcadas—. Son decoradoras. Las mejores de la ciudad, según dicen.

Eran amigas íntimas de la princesa Diana, por lo menos eso era lo que ellas decían. Habían estado en la boda, y, según la abuela, los príncipes eran la pareja más feliz del mundo. Al oír aquello, Annika se entusiasmó.

—Tenemos que saludarlas. Si le han dado la mano a Diana, eso significa que yo casi la habré saludado a ella.

—No me extrañaría nada que no se las hubieran lavado desde la última vez que la vieron.

Billie se acercó a sus primas y Annika se presentó educadamente.

—Es un placer conocerlas —dijo con una sonrisa—. He oído hablar de ustedes.

Las primas parecían extrañamente amables. Quizá se habían convertido en seres humanos, pensó Billie. Lily incluso se inclinó hacia la mejilla de Billie. Antes, las primas siempre se limitaban a darle la mano, y que ahora se rozaran siquiera con la que antes tildaban de basura era un pequeño milagro.

—Querida Billie, qué alegría verte. La abuela nos ha dicho que te va muy bien en Suecia.

—Sí, estoy muy bien —dijo la joven sonriendo—. ¿Habéis estado allí?

—No, no; cuando vamos a Europa, buscamos el sol: Italia, la Riviera. En verano iremos a Ibiza. Tenemos un gran proyecto en un restaurante y aprovecharemos para disfrutar de la isla —dijo Lily mirando con una mueca discreta a su hermana, que estaba hablando con su abuela—. Es una concesión a Rose, que es mucho más liberal que yo —susurró—. Le gustan las estrellas del pop que veranean en esa isla. Yo prefiero a los miembros de la realeza. —Sonrió con benevolencia—. ¿Ya sabes que conozco a la princesa Diana? Los amigos la llamamos Di.

Annika asintió con los ojos como platos y Billie le agarró el brazo antes de que se echara al suelo para besar los pies de Lily. «Monárquicos…»

—Abuela, me parece que ya es hora de sentarse —dijo Billie—. Papá te espera en la mesa.

Ella se colocó al otro lado de su padre, y a su izquierda tenía a John, el hijo de lord y lady Carlisle. Su hermano gemelo, Philip, se sentaría al lado de Annika. Billie se alegró por ello. Su amiga no podía tener un mejor compañero de mesa.

La abuela había dicho que solo invitaría a la cena a los más íntimos, pero resultó que sus «íntimos» eran casi ciento cincuenta personas. Billie no conocía ni a la mitad de los invitados.

—No sé de qué copa tengo que beber —susurró Annika al pasar junto a Billie de camino a su silla.

—Las sirven, no te preocupes —le dijo Billie con una sonrisa.

Con el rabillo del ojo vio que Annika encontraba su lugar al lado de Philip. Billie conocía a los dos hermanos desde hacía una eternidad. Eran mayores y todavía estaban solteros, y adivinó un intento por parte de su abuela. Sería en vano, porque John era homosexual y Philip prefería a las mujeres mayores, a ser posible casadas.

Su padre estaba raro aquella noche. Respondía con pocas palabras a las preguntas que le dirigían, no apartaba los ojos de la orquesta, y cuando Billie trató de decirle algo, pareció no oírla. No era habitual en él. Solía ser el mejor del mundo en todos los eventos sociales.

Cuando retiraron el primer plato, se volvió hacia él.

—Papá, ¿no deberías pronunciar tu discurso ahora?

Él la miró.

—¿Tengo que hacerlo?

—Sí.

Carraspeó, golpeó su copa con la cucharilla y se levantó.

Era su especialidad. Billie se retrepó en la silla, expectante.

—Querida mamá —empezó. Levantó la copa, en la que aquella noche solo tenía agua—. Ochenta años es una edad muy respetable. Felicitemos a mi madre con tres hurras.

Las sillas se arrastraron sobre el suelo cuando todos los invitados se levantaron al mismo tiempo.

—¡Hip, hip, hurra, hurra, hurra!

Se inclinó, besó a su madre en la frente y luego se sentó.

—Pero ¿qué ha sido eso? —dijo furiosa—. ¿Eso es todo lo que se te ha ocurrido?

—Sí. ¿Dónde diablos está el segundo plato?

 

 

DESPUÉS DE LA fiesta, Billie y Annika se habían puesto el pijama y se habían acostado en la enorme cama del Flanagans. Comían el helado que habían pedido al servicio de habitaciones y bebían el vino que habían sacado del minibar.

—Philip es muy sexy —dijo Annika.

Billie asintió con la cabeza.

—Solo tienes un defecto a sus ojos. Eres demasiado joven.

La chica suspiró.

—Ya lo sé. Incluso ha hecho un par de chistes al respecto. Pero ha estado bien, porque me relajo cuando no tengo que apartar a manotazos las garras de los hombres. Es un infierno tener los pechos grandes, te lo aseguro.

Billie tomó un trago de vino.

—Lo entiendo. Aunque te tengo un poco de envidia —dijo con una sonrisa, señalando su busto plano—. Pero tener que defenderse no parece muy tentador.

—¿Tu padre ha dicho algo sobre la discusión con tu madre? —preguntó Annika con prudencia.

Billie negó con la cabeza.

Sebastian se había comportado de un modo tan extraño que su hija no lo había reconocido. Teniendo en cuenta que su madre también había estado rara y que los había oído discutir, la cosa no pintaba nada bien.

—No, ni una palabra. Estoy preocupada por ellos.

—¿Les vas a preguntar algo?

—¿Tú se lo habrías preguntado a tus padres?

—Supongo que no. Es su vida.

—Sí —dijo Billie con un suspiro—. Así es.