UN PAR DE días más tarde Emma se reiría al recordarlo, pero no se había reído cuando sucedió.
Había tenido que sudar como un animal para deshacer los nudos. «¡Mal rayo lo parta! —había pensado—. Lo mataría.»
Fue sexy cuando le ató las manos a las columnas de la cama, se deslizó dentro de su cuerpo y la satisfizo. Entonces ella alcanzó su tercer orgasmo. Por supuesto, no podía imaginar que fuera a dejarla atada, pero eso fue justamente lo que hizo. Se vistió, le guiñó el ojo y se largó.
«¡Cabrón!», gritó ella sin que le sirviera de nada. Al final, el pañuelo se soltó y, cuando tuvo una mano libre, pudo desatarse la otra. Le había llevado más de quince minutos. Esperaba haberle dejado unos buenos arañazos con los que poner en alerta a su nueva pareja. Sería un buen castigo.
Se arremangó la blusa y se masajeó las muñecas, donde todavía le brillaban las marcas rojas. Aunque seguía estando furiosa, no podía evitar pensar que aquello tenía su gracia. Tener a su ex como amante era más arriesgado de lo que se podría haber imaginado. Aquella noche Alexander había sido atrevido y salvaje, como nunca lo había visto mientras estuvieron casados. Entonces casi lloraba de gratitud por un polvo rápido en la postura del misionero una vez al mes.
Lo contrario de esa noche. Alexander se había mostrado exigente y dominante, y a ella le había encantado. Este nuevo Alexander le gustaba mucho.
—¿Qué has hecho? —le preguntó Elinor cuando entró en el despacho y vio las muñecas de Emma. Llevaban un par de días sin verse y tenían mucho de lo que hablar, tanto acerca de asuntos privados como en lo referente al Flanagans.
—Me acosté con mi ex.
—¿Otra vez? ¿Y esas marcas significan… que te ató?
—Sí. —Emma no pensaba contarle el resto. Elinor se moriría de la risa.
—¿Qué tal estuvo?
—Fantástico. No me importa lo que haya hecho o cómo se haya entrenado, pero mereció la pena. Ahora resulta que mi ex es el mejor amante que he tenido. —Al darse cuenta de que era verdad, sonrió contenta.
Elinor se echó a reír.
—¿Has tenido muchos?
—No, pero me había acostado con él antes. Ahora se parece más al chico que fue en otro tiempo. ¿Te acuerdas de lo encantador que era? Entonces era más atrevido. Con el tiempo se volvió cobarde.
—Se volvió cobarde cuando se enamoró de ti —dijo Elinor.
—Puede ser. Ahora está enamorado de Angelica, y si quiere tenerme como un proyecto secundario, yo no tengo nada que objetar.
—¿Lo dices en serio? —La otra parecía escéptica.
—Sí. El otro día pensaba en qué debía hacer con mi pésima vida sexual… y no sabía que encontraría la solución en mi ex. Alexander tendrá que venir a Londres de vez en cuando, y entonces será bienvenido en mi cama.
—Bueno, no debes de tener problemas morales, teniendo en cuenta que Angelica tuvo una aventura con él cuando estabais casados. Pero procura tener cuidado.
—Me tomo la píldora.
—Pero ya sabemos que a veces falla.
A Emma le daba mucha pena su amiga. Su situación debía de ser insoportable.
—¿Qué dice Sebastian?
—No quiere hablar conmigo. Estoy en el hotel desde anteayer.
—Pero ¿por qué no me has llamado? Ya sabes que siempre puedes hacerlo.
—Lo sé, pero he estado con Billie y su amiga, y delante de ellas finjo que vivo en el hotel porque estos días tengo mucho trabajo. No sé si se lo han tragado… —Hizo una pausa—. Cuando llamo a casa, Sebastian descuelga el teléfono, pero al oír que soy yo vuelve a colgar.
—¿Cuándo vas a abortar?
—Dentro de algo más de una semana.
—Te acompañaré, si para entonces tu marido no ha cambiado de actitud. Aunque lo entiendo. Piensa cómo debe de ser estar casado con una mujer que no quiere tener el hijo que tú sí deseas. Él no tiene nada que decir.
—Pero ¿si es al contrario te parece bien? ¿Que una mujer pase por un embarazo y dé a luz un hijo que no desea?
—No, y supongo que por eso ahora existe el derecho a abortar legalmente, puesto que las mujeres, por mil razones distintas, siempre lo han tenido que hacer. Pero eso no quita que se pueda comprender la frustración de un hombre, por lo menos yo puedo.
«Si Sebastian hubiera sabido que yo estaba embarazada de un hijo suyo, ¿lo hubiera querido tener? —pensó Emma—. Supongo que no. Los hombres también eligen si quieren tener o no un hijo.»
—¿Todavía tienes vómitos? —le preguntó a su amiga. Elinor había disimulado su palidez con el maquillaje, pero los ojos revelaban lo cansada y abatida que estaba.
—Sí, ¡uf! Varias veces al día.
—Tómate vacaciones hasta entonces, yo me ocuparé del Flanagans mientras tanto —dijo Emma—. Ve a la casa de Weymouth, allí estarás tranquila.
—¿Y el club nocturno?
—Si estamos de acuerdo en montarlo, puedo escoger tres empresas interesantes y mostrártelas cuando vuelvas. Anda, vete. Piensa en ti misma unos cuantos días.
—¿Estás segura de que no hay problema?
—Sí. Si surge algo que te deba consultar, solo tendré que llamarte. A propósito… llamó un tal doctor Evan. Su número está allí. —Señaló una nota sobre su escritorio.
—Es mi ginecólogo. Había pedido que me avisaran cuando volviera. El otro era un idiota.
—¿No te gustó mi ginecóloga?
—Está embarazada —dijo Elinor con una sonrisa, pero Emma alcanzó a ver el dolor en sus ojos.
—Te entiendo —dijo.
EMMA NO HABÍA tenido noticias de Frankie desde que había regresado a Calais con Alexander, y no sabía si era pedir demasiado que su hija y su exmarido llamaran de vez en cuando para contarle qué tal les iba. Frankie fue a verla para despedirse de ella, pero también le dijo que no esperase muchos cambios después de la cena que habían compartido. «Hablaremos, pero no te prometo nada», le había dicho.
Habían pasado tres días y quería saber si habían llegado bien. «No era tan extraño», pensó mientras marcaba el número.
Oyó varios tonos de llamada, hasta que de repente respondió Angelica con su voz suave y Emma tuvo ganas de vomitar. No soportaba a aquella mujer, aunque no sabía muy bien por qué. ¿Estaba celosa? Sí, lo estaba, pero no se trataba de eso. Quizá era porque se había colado en su familia y se había apoderado de su hija.
—Soy la señora Nolan —dijo—. ¿Puedo hablar con mi hija?
—Hola, Emma, un momento.
Oyó cómo Angelica llamaba a Frankie. Enseguida se volvió a poner al aparato.
—Lo siento, Emma, no la encuentro.
—Entonces quiero hablar con mi marido… perdón, me refiero a Alexander, claro.
—Un momento.
Se oyó un carraspeo en el auricular y, después, su voz cálida:
—Soy Alexander.
Como si no supiera quién estaba al otro lado de la línea. Seguro que Angelica se lo había dicho con señas antes de pasarle el teléfono.
—Cariño, creía que te gustaría saber que al final conseguí desatarme. Todavía me duelen las muñecas. Pero valió la pena, porque antes tuve un orgasmo increíble. Mmm. Puedes volver a hacerlo cuando quieras. —Oyó cómo Sebastian tomaba aire.
—Shhh —susurró Sebastian—. No es un buen momento.
—Llámame cuando estés solo, quizá podamos tener sexo telefónico —susurró ella, sonriendo satisfecha. Se lo tenía bien empleado. Esperaba que se hubiera sonrojado—. Estoy aquí sola con mis juguetes y ahora, mientras hablo contigo, noto que me voy poniendo…
—No, por desgracia Frankie no está —la interrumpió Alexander en voz alta—. Pero le diré que te llame, te lo prometo. Adiós. —Clic.
Emma colgó riéndose. La venganza le proporcionaba una sensación tan agradable que quizá debería preocuparse.