FRANKIE DESISTIÓ EN su afán artístico tras los primeros intentos. Si de pequeña había tenido algún talento, ya lo había perdido. Decepcionada, tiró los pinceles. El desasosiego le quemaba en las venas. Necesitaba hacer algo, no se podía limitar a pasearse entre las mesas del restaurante mientras su padre tomaba nota de los pedidos. Había prometido trabajar y lo estaba haciendo, pero a la semana de abrir ya estaba cansada de los clientes gruñones, y un cocinero la miraba de una forma muy rara. Era demasiado atractivo para trabajar en una cocina, pensó Frankie, pero al parecer tenía muchos premios y su padre estaba muy orgulloso de haberlo reclutado para el Belle Mare, que era el nombre que él y Angelica le habían puesto al restaurante. Frankie lo llamaba Night Mare, ya que por la noche aparecía en sus pesadillas. Soñaba con errores en los pedidos, aparatos de aire acondicionado averiados y platos con cabezas de pescado. Cuando Frankie propuso que las retiraran antes de servir el plato, su idea no fue muy bien recibida. No entendió lo que Pierre dijo en francés, pero dedujo que no le gustaba que ella expresara su opinión. Se tenían que servir los pescados enteros, y era incapaz de comprender que los franceses se pusieran tan contentos cuando les servían el plato. Estaba tan cerca de ella cuando le echó la reprimenda que Frankie tuvo que dar un paso atrás para no ahogarse en su terrible mirada.
Maldita sea. Ella que había puesto tantas esperanzas en la pintura. Se había imaginado que su arte decoraría las paredes del Night Mare y que, sintiéndolo mucho, no querría vender sus cuadros porque «significaban mucho para ella». Pero los clientes le darían la tabarra, y el artista al que no había vuelto a ver le suplicaría que expusiera en su galería.
Todavía no había mirado los dibujos que había hecho después de la muerte de Edwin, no se había atrevido a abrir esa puerta por miedo a encontrar algún recuerdo reprimido. Habían pasado muchos años, y a veces pensaba que estaba bien que el recuerdo se hubiera diluido, y otras que debería avergonzarse por no recordar todos los detalles.
Faltaban dos horas para el turno de la noche. ¿Debía irse y tomar algo en otro lugar para escapar del restaurante por lo menos un rato?
Vio al personal en el jardín y mediante gestos les hizo saber que volvería enseguida. Le dijeron adiós con la mano, sonriendo. Los camareros eran correctos, hacían su trabajo. Algunos hablaban un inglés pasable, mientras que otros la miraban sin entender nada. Eso a Frankie le traía sin cuidado. La vida social no era su principal interés.
Fue acortando por callejones para llegar hasta el mar, pero se detuvo en la calle donde el artista chiflado tenía su estudio. ¿Debía acercarse para echar otro vistazo?
La puerta estaba entreabierta, igual que la otra vez, pero, por lo que pudo ver, él no estaba, de manera que entró. En las paredes que la vez anterior estaban vacías, colgaban grandes cuadros de colores brillantes. Oyó ruidos detrás de la gran tela. ¿Debía asomar la cabeza? ¿Y si estaba pintando a alguien desnudo? Lo peor que podía pasar era que la descubriera y la echara. ¿Y qué importaba eso?, pensó mientras se acercaba sin hacer ruido hacia las voces susurrantes. Sentía demasiada curiosidad para irse de allí.
Cuando miró detrás de la tela casi le dio un ataque al corazón. Tumbada en una chaise longue vio a su madrastra desnuda, con la cabeza del artista entre las piernas.
Retrocedió espantada y salió del local con el pulso acelerado.
¿Angelica? ¿Una zorra infiel? Costaba creerlo con lo encantadora que era con su padre. ¿Qué se había perdido Frankie? Era muy buena descubriendo las debilidades de las personas, así que ¿cómo era posible que no hubiera adivinado el juego de Angelica? Mientras bajaba hacia el puerto se le agolpaban pensamientos en la cabeza. Quizá debería decirle a aquella zorra lo que había visto, pedirle que se explicara. Pero ¿explicar qué? ¿Por qué se acostaba con el artista cuando era la pareja de su padre? ¿Quería saber la razón de aquel comportamiento? No, resolvió, no quería saberlo.
«Es en estas situaciones cuando uno necesita a un mejor amigo para descargar el corazón», pensó Frankie al darse cuenta de que tendría que guardarse aquello para sí.
CUANDO LLEGÓ AL restaurante, su padre estaba en el jardín interior con una bayeta en la mano.
—Hola, ¿has ido a dar un paseo?
Quitó una mancha de una de las mesas.
—Los que dan paseos son los viejos. No quiero volver a oír esa palabra.
Alexander se echó a reír.
—¿No habrás visto por casualidad a Angelica? Quería ir a dar una vuelta por la ciudad.
«Sí —pensó Frankie—, está gimiendo a unas pocas manzanas de aquí.» No, no podía decir eso. Su padre se llevaría un gran disgusto. Se encogió de hombros.
—Tengo que cambiarme, ¡hasta ahora!
Subió rápidamente a su habitación. ¿Cómo iba a volver a mirarla a los ojos?
Lo que le hacía a su padre era imperdonable. Él nunca la engañaría, no era de esa clase de personas. Frankie dudaba incluso de que su madre lo fuera. Angelica tenía que irse, pero ¿cómo?
Desenvolvió una de las nuevas camisas que debían llevar todos los miembros del personal. En la espalda ponía Belle Mare. Su padre estaba entusiasmado con la impresión en relieve, que al parecer era moderna. Angelica había diseñado el logotipo. Le dieron ganas de arrancarlo y hacérselo tragar a aquella traidora. Se sentía engañada no solo por lo que le hacía a su padre, sino también porque Angelica le caía bien. Ahora la odiaba.
Al cruzar el jardín en dirección al restaurante, las piernas le pesaban como el plomo. A través de la verja vio que fuera ya había clientes esperando a que abriesen. Le dieron ganas de sacarles la lengua y decirles que se fueran al diablo.
La primera persona que encontró en el restaurante fue a Angelica, que mostró una amplia sonrisa al ver a Frankie.
—¿Qué has hecho hoy? —preguntó con su tierna voz inocente.
—Ah, he visto cosas que nadie creería si las contara —dijo Frankie desafiándola con la mirada.
—Suena interesante. Quiero que me lo cuentes todo mientras ponemos la última mesa.
Intentó averiguar si Angelica se sentía culpable, pero al parecer era demasiado estúpida para albergar tales sentimientos. Frankie había preferido ignorar el hecho de que no era muy inteligente, por lo amable y cariñosa que había sido cuando se conocieron. Ahora estaba tan irritada que tuvo ganas de ponerla en ridículo, lo que habría sido muy fácil, aunque, por desgracia, también embarazoso para su padre. No tenía suerte con las mujeres: había cambiado a una reina de hielo por una princesa estúpida. Pobre papá. Merecía algo mejor.
Por fortuna, el puesto de Frankie quedaba lejos del de Angelica, y la única vez que se encontraron fue en la cocina, cuando tenían que entregar sus pedidos. Su padre, en cambio, estaba por todas partes. Hacía más o menos el mismo trabajo que Emma en el Flanagans. Hablaba con los clientes, hacía sus rondas y echaba una mano donde hacía falta. Recogía los platos sucios y servía los primeros cuando Frankie, Angelica o los otros camareros estaban ocupados haciendo otra cosa.
A Emma y Alexander les encantaba ese oficio, pero ese no era el caso de Frankie. ¿Y si al final tenía que quedarse con el Flanagans y con el Night Mare? Tras la muerte de Edwin, sus padres no habían tenido más herederos. Con la muerte del hermano murió el resto de la familia.
Frankie se preguntó si había cambiado algo últimamente entre Angelica y su padre, pero no había notado nada. Él siempre se mostraba celoso cuando Emma seducía a los clientes del Flanagans, pero con Angelica parecía no preocuparse lo más mínimo. ¿Era porque confiaba en ella o porque no la quería tanto como había querido a su exmujer?