ELINOR ESTABA LISTA para irse de la casa de verano. Había considerado mil veces su decisión, sobre todo pensando en Sebastian. Pero no podía hacer otra cosa. La había llamado una vez, pero, al ver que no había cambiado de idea, había colgado y no había vuelto a intentarlo.
Podía ponerse en su lugar y sentía pena por él. Era una situación horrible para los dos, pero él no mostraba la menor intención de entenderla, y eso le dolía. Elinor había creído que si le daba tiempo…
En toda su vida, Elinor no había pasado tanto tiempo sola, sin ver a ninguna persona conocida. Emma la había llamado cada dos días, y había hablado dos veces con Billie, que en las dos ocasiones tenía prisa para ir a ensayar al teatro.
Agradeció a su buena estrella que Ingrid fuera su madre. Estaba preocupada por su hija y ella no pudo mentirle. En su situación necesitaba todo el apoyo que pudieran darle, y lo recibió de su madre, que no la juzgaba ni a ella ni a Sebastian. «A él también lo entiendo —dijo su madre—. Por desgracia, no hay ninguna manera de que los dos consigáis lo que queréis.»
Elinor ya había visto todas las películas que había en la casa, había intentado leer tres libros, hojeado viejas revistas y, entre mareo y mareo, había comido un poco. Los días de sol había salido a pasear, pero el resto los había pasado en casa.
Cuando todo hubiera pasado, intentaría recomponer su matrimonio. Sebastian había dicho que la dejaría si no cambiaba de opinión, pero seguro que no lo decía en serio. Siempre había sabido que ella quería tener solo un hijo, y ya tenían a Billie. Su separación sería un duro golpe para su hija, aunque ya fuera adulta. Los tres eran un equipo.
Hacer la maleta le costó un gran esfuerzo. Las otras veces que habían estado aquí siempre había echado de menos su casa de Belgravia, el Flanagans y su trabajo. Ahora sabía lo que sucedería al día siguiente temprano, a las ocho. Un montón de sentimientos distintos se agolpaban en su interior: la pena por no encontrar otra salida, el alivio de saber que pronto habría pasado, la vergüenza por haber elegido esa solución, el orgullo por atreverse a reconocer sus propias necesidades.
Si alguien creía que el aborto era una decisión fácil, es que nunca se había encontrado ante aquella tesitura.
CUANDO ELINOR SE despertó de la anestesia tras el raspado, no sabía dónde estaba. Poco a poco se fue dando cuenta de que ya había pasado todo. Los sentimientos se desbordaron y no pudo contener las lágrimas. De verdad ya había pasado. No iba a sufrir secuelas y, en cuanto hablara con el médico, que vendría enseguida, podría irse de la habitación privada de la clínica ginecológica. Veinticinco años atrás había estado en un sótano oscuro con un médico que le hizo daño; ahora estaba en una cama de hospital y recibía un buen cuidado. A pesar de todo, había tenido suerte. Una suerte de la que carecían tantas otras mujeres.
Después de recibir el alta y prometerle al doctor que volvería para una revisión al cabo de dos semanas, Elinor respiró hondo. Había abortado. Ahora solo tenía que curarse, física y mentalmente.
Fuera del hospital la esperaban Emma y su madre, y cuando las vio, volvió a derrumbarse y estuvo llorando durante todo el camino a casa mientras su madre la abrazaba.
—¿Estás segura de que no quieres dormir en mi casa? —le preguntó Emma en el taxi.
—No, quiero ir a la mía. Antes o después tendré que ver a Sebastian.
—Puedo entrar contigo —se ofreció su madre.
—Gracias, mamá, pero tengo que enfrentarme a esto yo sola.
Alzó la vista hacia la hermosa entrada de la casa que compartía con Sebastian. ¿Estaría dentro? Y, si estaba, ¿en qué estado lo encontraría? No había querido importunar a Magda con esas preguntas y, por tanto, no sabía si su marido estaría sobrio.
Echó una última mirada al taxi desde el rellano de la escalera antes de meter la llave y abrir la puerta.
La casa estaba oscura y en silencio. Dejó la bolsa en el suelo y se quitó la fina chaqueta.
—¡Sebastian! —gritó, pero nadie le contestó—. ¿Magda? —probó.
Abrió la nevera. Estaba llena, por lo que al menos Magda no podía estar muy lejos. Se quitó los zapatos y los dejó en el suelo de la cocina. Estaba demasiado cansada para guardarlos en su sitio, y se dejó caer en el sofá del salón con un vaso de agua en la mano. Ya había pasado todo. Solo tenía que dormir para volver a estar como siempre, al menos físicamente.
—¿CÓMO SE ENCUENTRA, señora Lansing?
Elinor parpadeó y vio a Magda, que la miraba preocupada junto al sofá. Se notó la boca seca. Alargó el brazo en busca del vaso de agua y bebió unos cuantos tragos antes de volver a recostarse.
—Me encuentro bien, gracias, solo estaba cansada. ¿Dónde está el señor Lansing?
—No lo sé. Esta mañana ha hecho una maleta y ha dicho que estaría fuera unos cuantos días.
—De acuerdo. Gracias, Magda.
Elinor no tuvo fuerzas para encontrar excusas para Sebastian.
—¿Preparo algo de comida?
—Una tortilla estaría bien.
Se incorporó con dificultad.
Magda parecía contenta de ver que tenía hambre.
—La prepararé enseguida —dijo dirigiéndose con rapidez a sus dominios.
Se levantó del sofá con un gran esfuerzo. Notó dolores en el bajo vientre y tuvo que prestar atención al modo en el que se movía mientras Magda la miraba. No tenía más remedio que andar con las piernas muy separadas. Hizo una mueca. La gran compresa le rozaba. No había llevado una así desde que Billie nació.
Como algo excepcional, se sentó en el comedor. Lo utilizaban muy pocas veces, solo cuando tenían invitados, lo que no ocurría muy a menudo. Era agradable estar allí y dejar fluir los pensamientos. Cuando se sentaba en la cocina le gustaba hablar con Magda, pero ahora necesitaba estar a solas. La única persona con la que quería hablar era Sebastian, pero al parecer aquel deseo no era mutuo.
¿Adónde se había ido? ¿No entendía que ahora se necesitaban el uno al otro? El viejo temor de ser abandonada le aceleró el corazón. ¿Iba a ocurrir ahora lo que siempre había temido? ¿Era el castigo por todos los errores que había cometido?
Apartó el plato. Se había dejado la mitad de la tortilla, pero le dolía el vientre y las lágrimas le quemaban bajo los párpados. Volvería a echarse un rato, lloraría lo que tuviera que llorar y luego seguiría adelante, con Sebastian a su lado o sin él.