EMMA HABÍA PRESENTIDO que Sebastian la llamaría, pero creía que lo haría mientras Elinor estuviera en la casa de verano, no después de que hubiera abortado.
—Tengo que verte —le dijo por teléfono.
—¿Dónde estás, no estás en casa?
—No, he alquilado un apartamento por un mes.
—Pero, querido Sebastian, ¿has hablado con Elinor?
—No, y tampoco tengo ninguna intención de hacerlo.
—No se encuentra bien, no puedes abandonarla en estos momentos.
—Yo sería un apoyo pésimo para ella, estoy demasiado cabreado.
—Entonces tienes que superarlo. Tienes que hablar con ella, no conmigo.
—Por favor —le pidió—. Tú eres la única capaz de hacerme pensar en otra cosa.
Emma soltó una risa.
—Lo que piensas está descartado. Eso ya pasó. No te niego que en todos estos años he sentido debilidad por ti, pero lo de usarme como medicina para olvidar tus problemas ya no funciona.
—Solo quiero hablar, en serio.
—Podemos vernos en la ciudad y dar un paseo. No pienso ir a tu apartamento y tú no puedes venir aquí —dijo ella.
—¿Por qué?
—Lo sabes bien. ¿Mañana a la una en Primrose Hill?
—¿En la entrada de Prince Albert Road? De acuerdo, nos vemos allí. Gracias, Emma.
Llamó enseguida a Elinor para decírselo. Si su amiga hubiera tenido alguna objeción, habría anulado la cita.
—¡Qué bien! —dijo con voz apagada—. Le vendrá bien hablar con alguien.
—¿Cómo estás? Pareces muy triste.
—Me he pasado casi todo el día durmiendo, pero mañana iré al hotel.
—¿Estás segura?
—Sí, si me canso siempre puedo subir a mi suite y echarme un rato.
—Estoy deseando tenerte aquí.
—¿Qué le has dicho al personal?
—Que tenías vacaciones. Nadie lo ha dudado.
—Lo malo es que cuando vuelva no pareceré muy descansada. —Elinor se rio con amargura.
—Menos mal que los empleados tienen otras cosas en las que pensar y no suelen fijarse en nuestro aspecto. Una noticia más agradable es que Linda y Robert vendrán dentro de dos semanas y se quedarán tres días antes de volver a Bergsbacka.
—Qué bien, tengo ganas de verlos. Me vendrá bien volver a las viejas rutinas, necesito pensar en otra cosa.
—¿Qué crees que dirá sobre el club nocturno? Es lo único que me preocupa. Nuestro plan significa un gran cambio en el hotel de su padre.
—El hotel que nos entregó voluntariamente —dijo Elinor—. Creo que quiere que nos adaptemos a los nuevos tiempos. El hotel tiene que durar muchos años.
—Me pregunto cómo será dentro de veinte. ¿Crees que para entonces nuestras hijas ya habrán tomado el relevo?
—Ese es mi sueño, igual que el tuyo, pero tal como están ahora las cosas, no sé qué decirte.
—Me pareció que Frankie estaba más accesible cuando vino con Alexander, pero es posible que fuera solo algo pasajero. Y que fuera más por él que por mí —añadió sonriendo con desgana.
—¿Todavía no te has decidido a ir a verlos?
—¿A Francia? —Emma soltó una risa—. Desde luego que no. Frankie me mataría si me atreviera a poner un pie al otro lado de la frontera.
AL DÍA SIGUIENTE Emma y Elinor desayunaron juntas, en la mesa en la que solían hacerlo.
Elinor hizo una mueca cuando alargó el brazo en busca de la cafetera, y Emma se apresuró a ayudarla.
—¿Tanto te duele? —le preguntó, preocupada.
—He tomado analgésicos, pero no mitigan el dolor que siento dentro de mí. ¿Crees que desaparecerá algún día?
—Sí, creo que sí. Tienes que darte tiempo.
—No te sientas obligada a contarme lo que te explique Sebastian cuando os veáis. No quiero arriesgarme a que pierda la confianza en ti.
—Debería hablar con un terapeuta, y no conmigo.
—No quiere hacerlo.
—¿Y tú?
—Yo tampoco —dijo Elinor con una sonrisa—. Ya te tenemos a ti. Eres nuestra terapeuta familiar.
—Qué va. Esto es solo una conversación. Y no pienso hablar con Sebastian más de una vez, tendrá que recurrir a otra persona.
«Podré soportar una conversación —pensó—. Por Elinor.»
—Creo que se está portando como un cerdo —continuó diciendo Emma—, pero intentaré no decírselo a la cara.
—TE ESTÁS PORTANDO como un cerdo —dijo Emma antes de que Sebastian llegara hasta ella ante la puerta del parque. Llevaba una cesta de pícnic.
—¿Podemos andar un poco antes de que me regañes? —preguntó.
Emma se encogió de hombros.
Él abrió la pesada verja y los dos caminaron por el sendero de grava que atravesaba el parque. Los fines de semana había mucho ajetreo, pero entre semana la gente venía con el almuerzo y se sentaba en la pradera de césped mientras contemplaba la vista de Londres antes de volver al trabajo. En ese momento el parque estaba bastante desierto.
Sebastian abrió la cesta.
—Pan y agua —dijo—. Y una manta, por si queremos sentarnos.
—No, gracias. ¿De qué quieres hablar?
—No lo sé, en realidad. Lo que ha pasado me ha hecho daño. No me explico que Elinor haya decidido abortar. Era nuestro hijo. —Andaba despacio y cuesta abajo, mientras balanceaba el brazo con la cesta—. ¿Sabías que no quería tener más hijos?
—Igual que tú.
—Sí, pero no que no quisiera tenerlo si se quedaba embarazada. Mi opinión no ha contado para nada.
—Claro que no. No me puedo ni imaginar lo que habría supuesto para ella tener un hijo que no desea.
—Pero yo sí quería tenerlo.
Continuaron andando mientras él hablaba.
Emma decidió guardar silencio. No podía decir nada que lo aliviara. Él estaba vulnerable, por lo que ella se mantenía a un metro de distancia. Habría sido tan fácil alargarle una mano consoladora, pero lo que funcionaba con los demás era otro cantar cuando se trataba de Sebastian Lansing y su campo magnético.
Sebastian iba dando pequeños pasos hacia Emma, que pronto terminó andando por el césped.
—No creo que podamos seguir estando casados —continuó diciendo.
—Ya está bien, Sebastian. —No pudo contener su ira por más tiempo—. Eras consciente de que tu mujer no quería más hijos, y sin embargo te acostaste con ella cuando sabías que había empezado a tomar una píldora nueva, y ni siquiera se te ocurrió ponerte un condón, o retirarte a tiempo, para que ella no tuviera que pasar por lo que está pasando ahora. Te das mucha lástima a ti mismo, pero ¿qué pasa con Elinor? ¿No deberías haberla protegido? ¿Cómo pudiste exponerla a eso? Ya sabes cómo lo pasó la última vez.
«Canalla —pensó mientras miraba la cesta—. Ni siquiera conmigo, que era virgen, tomaste precauciones.»
Sebastian la miró con una mirada difícil de interpretar. O bien su mensaje le había llegado, o bien estaba a punto de contraatacar. Emma se alejó de él otro paso.
—Es una manera de verlo —dijo en voz baja, mirándola fijamente. Señaló con la barbilla un banco en la cima de la colina—. Está libre, sentémonos un rato.
—No, a decir verdad, quiero volver al trabajo. Te puedes sentar tú solo y pensar en cómo quieres vivir.
Emma se alejó de él y salió del parque tan rápido como pudo, y una vez fuera de la puerta, se apoyó en la verja. El embarazo de Elinor había sido un buen despertador. Eso era la realidad. Aquello a lo que Emma se había entregado con Sebastian no habían sido más que fantasías para no tener que ocuparse de sus propios problemas.
Por primera vez en más de veinticinco años, no lo deseaba. Fue como salir de una cárcel.