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ALEXANDER ESTABA PREOCUPADO por Frankie. No era ella misma y volvía a tratar como antes a los miembros de la familia, con desprecio y comentarios mordaces. Su comportamiento sorprendía y disgustaba a Angelica. Tendría que hablar con su hija. ¿Era la abstinencia lo que la convertía en aquella persona? Alexander no era experto en la materia, pero era evidente que si el cuerpo necesitaba drogas y no las obtenía, se debían de producir cambios de humor.

Ya no podía dejar pasar más tiempo. Durante el turno de la comida, Frankie había sido grosera con un compañero, y eso no se podía consentir.

En el camino del jardín crujió la grava. Llamó a la ventana y le indicó con la mano a Frankie que se acercara.

—¿Qué pasa? —dijo la joven al llegar a la puerta.

—Estás de mal humor y se lo haces pagar a todos los que trabajan aquí.

Su lenguaje corporal era cristalino. Estaba cabreada y podía cerrar la puerta en cualquier momento. Pero él no pensaba tener ningún miramiento: su hija se estaba portando mal y aquello tenía que acabarse de inmediato.

—No tratas bien a Angelica. ¿Tienes algún motivo?

Ella lo miró fijamente.

—¿Cuándo hago yo algo sin tener algún motivo?

—No lo sé. Pero ella es muy amable contigo y no me parece bonito que te portes mal con ella.

Frankie seguía en el umbral, con una mano en el picaporte.

—Pregúntale a ella qué es lo que ha hecho. A lo mejor no es el ángel que finge ser.

—¿Te ha hecho algo?

—A mí no, pero sí a otra persona.

—Pues entonces deja que esa otra persona se las apañe, no es tu problema.

—Papá, no… lo entiendes. —Frankie puso cara de frustración y volvió a cerrar la puerta.

Alexander no había hablado con Emma desde que ella le había propuesto tener sexo por teléfono, no se había atrevido porque en el fondo no rechazaba la idea. Pero ahora tenía que hablar con ella y decirle que Frankie volvería a casa, porque, con ese comportamiento, no podía quedarse allí. Mierda. Maldijo para sus adentros. Todo había ido tan bien hasta ahora. Y tampoco quería pasarle la responsabilidad a su exmujer. Pero ¿qué podía hacer?

No le dio tiempo a llamar antes de que Angelica entrara en el comedor.

—¿Sabes por qué de repente Frankie está de tan mal humor? —le preguntó Alexander.

—No, ni idea. Yo estoy tan sorprendida como tú.

—Parece enfadada contigo por alguna razón.

—Ya me he dado cuenta, pero no me lo explico. Todo cambió de repente. Después del turno del almuerzo, antes del turno de la ce… —Se calló, parecía que pensara en algo. Luego negó con la cabeza—. No, no lo entiendo.

—Tengo que hablar con Emma, en el peor de los casos Frankie no podrá quedarse aquí. Voy a subir a llamarla desde el apartamento.

 

 

EMMA PARECIÓ CASI contenta al oír que su hija se estaba portando mal con Angelica.

—Ya sabes lo sagaz que es —dijo—. Me cuesta mucho creer que esté enfadada sin motivo.

—Pues ha estado enfadada contigo durante muchos años.

—Y no sin motivo. Tenía razón en todo lo que decía. Prioricé el Flanagans. Solo se equivocó al pensar que yo prefería el hotel antes que a ella. Esa es su conclusión, pero tú sabes que Frankie lo es todo para mí.

—Sé que la quieres, pero vuelve a estar del mismo humor que antes. Y en el peor de los casos…

—… tendrás que mandarla a casa. Lo entiendo y no tengo nada en contra, mientras no consuma drogas.

—No hay ninguna garantía, aunque hasta ahora no haya mostrado el menor indicio de recaer. En este tema es como un libro abierto. Pero me pregunto si lo que le provoca ese mal humor es la abstinencia. No tengo ni idea, soy un lego en materia de drogas.

—¿Puedes hacer que me llame? No sé con qué sueles amenazarla para conseguir que lo haga.

Él se echó a reír.

—Con que vendrás aquí.

—Mmm —dijo ella—. Eso también te pondría a ti en un aprieto, ¿verdad?

Alexander soltó un suspiro.

—Por decirlo de forma suave.

La risa de Emma resonó en el auricular, y él notó cómo una sensación cálida empezaba a extenderse por su cuerpo desde la región del corazón.

—Vete al infierno, Emma Nolan —dijo en voz baja—. Vete al infierno.

Cuando colgaron, a Alexander le costó levantarse, aunque sabía que lo necesitaban en el restaurante. Haber retomado el contacto con Emma de esa manera no era bueno para él. Y todavía menos para su relación con Angelica, que confiaba tanto en él. En cuanto empezaba a pensar en su exmujer, se avergonzaba. Más de veinte años de matrimonio, la última parte del cual no había sido nada feliz, y ella todavía le encendía la sangre… Había intentado sentir lo mismo por Angelica, porque aquella mujer ser merecía un hombre que la quisiera solo a ella. Pero, en lugar de eso, había tenido problemas de impotencia, lo que primero lo avergonzó y luego lo irritó, cuando Angelica se volvió más amable y atenta, como si ella tuviera la culpa.

«¿Qué piensas hacer, majadero? —pensó—. Para seguir teniendo una buena relación con tu nueva pareja tienes que dejar del todo a Emma.»

Le dolía solo de pensarlo. Se cubrió la cara con las manos.

Si la hubiera dejado después de Año Nuevo, no le habría costado nada. No tenían vida sexual, ella estaba casi siempre distraída, y cuando él intentaba acercarse, lo rechazaba. Cuando Emma estaba de ese humor, él ni siquiera quería estar cerca.

Sin embargo, ahora era otra: cariñosa, provocadora, sexy… Pero a lo mejor era algo temporal. Estaba enfadada porque él estaba con otra; pero, si no fuera así, ¿sería tan deliciosa?

La próxima vez que fuera a Londres no la vería, eso era todo cuanto tenía que hacer. Se levantó con esfuerzo. El restaurante y Angelica lo esperaban.