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EN EL SOBRE donde Frankie había guardado los dibujos que había hecho de niña ponía: «Frankie Privado».

La cinta adhesiva se había secado y el sobre se abrió casi por sí solo. Sacó las hojas de tamaño DIN A4. Había muchos dibujos, por lo menos una treintena.

Cuando los examinó uno por uno, estuvo de acuerdo con su madre en que había tenido mucho talento, teniendo en cuenta que solo tenía once años. Estaba su hermano en su querida bicicleta azul, ella misma con trenzas, sus padres riendo. Al parecer, aquel día hacía sol. Frankie llevaba un jersey a rayas marrones y amarillas y su madre una falda corta de cuadros. Se rio al ver las patillas de su padre, tan gruesas como se llevaban en 1972. No recordaba que hubiera fumado, pero ahí estaba con una pipa en la boca, de manera que debía de haberlo hecho.

En el siguiente dibujo, sus padres estaban hablando de pie, y ella y Edwin se veían a lo lejos. Ahora se daba cuenta de que había dibujado la escena con gran exactitud. Cada dibujo la acercaba más y más a lo que había ocurrido, y cuando llegó al penúltimo, empezó a oír gritos dentro de su cabeza. ¿Era la voz de su madre? «¡Frankie, ten cuidado!».

 

 

SE ABRIÓ UNA puerta y su padre entró corriendo y fue hasta ella, que no podía parar de gritar.

—¿Qué ocurre, Frankie? Shhh, escucha a papá. Cuéntame qué ha pasado. —La abrazó tan fuerte como solía hacer cuando era pequeña.

—Fui yo —dijo—. Fui yo la que mató a Edwin. —Hacía esfuerzos por respirar, pero el aire no le llegaba a los pulmones.

—Respira despacio, Frankie. Otra vez. Inspira y espira. Inspira y espira. Así, mucho mejor. Ahora te soltaré para que podamos hablar. ¿De acuerdo? —La fue soltando con cuidado y luego señaló la cama—. Sentémonos ahí. ¿Puedes respirar?

Ella asintió con la cabeza.

—Fui yo —volvió a decir.

—No, no fuiste tú. Fue un accidente.

—Mamá lo vio.

—Mamá vio que fue un accidente.

—Debió haberme detenido.

—No le dio tiempo, Frankie, todo fue muy rápido. Edwin chocó contigo, se cayó y no tuvo tiempo de levantarse antes de que llegara aquel coche que iba demasiado rápido y… No fue culpa tuya.

—Si me hubiera apartado, él no se habría caído.

—No tuviste tiempo, fue imposible.

—Edwin está muerto.

—Sí, así es.

—Edwin está muerto —dijo otra vez—. Papá, Edwin está muerto.

La acunó con el brazo por encima de los hombros mientras ella sentía que la pena le recorría el cuerpo. Aullaba y lloraba a lágrima viva. La pena era negra como el carbón. Era imposible escapar al dolor. Su hermano pequeño estaba muerto y ella no podía hacer nada por cambiarlo.

—¿Por qué no me decíais nada? —murmuró por fin.

—Tú no querías hablar con ninguno de los dos. Mamá lo intentó de veras, pero tú no querías.

—¿Fue entonces cuando me mandó a terapia?

—Sí, pensó que quizá te resultaría más fácil hablar con alguien que no fuera de la familia.

—Yo creía que me había abandonado —dijo Frankie entre sollozos—. Que dejaba el problema de su hija en manos de otro.

—No fue así —repuso su padre—. Tu madre creía que necesitabas hablar. Nosotros también estábamos tristes y no éramos los mejores padres en aquel momento.

—Yo quería que fuera culpa de mamá. Recuerdo que tú la culpaste y eso me hizo sentir bien.

—¿Lo oíste?

Frankie asintió con la cabeza.

—Lo retiré, Frankie. Fue algo que dije porque estaba triste, pero no era verdad. Edwin fue la víctima de un terrible accidente y ninguno de nosotros pudo evitarlo. A veces ocurren estas cosas tan horribles.

—¿No fue culpa mía?

—No, no fue culpa tuya.

—Y no fue culpa de mamá.

—No, tampoco fue culpa de mamá.

—¿Puede venir a visitarnos?

Él lo pensó un momento.

—Sí, claro que puede. Pero creo que estará mejor en un hotel que en nuestra casa —dijo con una leve sonrisa y le alborotó el pelo.

—Entonces la llamaré.

—Muy bien, cariño. —La abrazó con fuerza—. Gracias por tu confianza, Frankie. Me alegro de que hayas querido hablar conmigo.

—Te quiero —dijo ella cuando su padre le besó la cabeza.

—Yo también te quiero. Tómate el resto del día libre. Luego podemos salir a cenar tú y yo solos. Angelica se encargará del restaurante.

 

 

CUANDO FRANKIE LLAMÓ, su madre estaba ocupada, pero esta vez no se enfadó. Por lo general, pedía en recepción que le dijeran a Emma que la llamara cuando tuviera tiempo.

Se sentía aliviada. Nadie la culpaba de la muerte de Edwin. Ni su madre ni su padre decían que fue culpa suya. Siempre había sentido que su madre no la protegía, que no estaba a su lado, pero a lo mejor estaba equivocada. Su madre no pudo hacer nada para evitar el accidente, estaba demasiado lejos. Frankie lo había descubierto después de ver sus dibujos y de hablar con su padre. Todo había ido muy rápido y el grito de su madre llegó un segundo antes de que atropellaran a Edwin. Su padre había dicho que fue un accidente, y quizá Frankie también lo acabaría viendo así. Tenía esa esperanza.

Aquel día no solo perdió a Edwin, sino que también perdió a su madre. Pero aún vivía y ahora Frankie la echaba de menos como no le sucedía desde que era una niña pequeña.