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A LAS CINCO en punto, Elinor y Emma estaban plantadas frente a la entrada del Flanagans, aguardando a Linda y a Robert. La limusina del hotel había ido a recogerlos al aeropuerto de Heathrow, y en cualquier momento aparecerían.

Durante los primeros años, Linda había sido solo su jefa, pero en los últimos —cuando las dos muchachas cumplían tareas cada vez de más responsabilidad— había sido también su amiga y confidente.

Ella y su marido habían intentado tener hijos. Pero, cuando no lo consiguieron, no se hundieron, siempre decían que estaban muy bien juntos. Se separaban muy pocas veces, pese a que durante muchos años tuvieron negocios en países distintos, ella en Inglaterra y él en Estados Unidos.

Elinor no pudo evitar comparar aquel matrimonio con el suyo. Linda era la prima de Sebastian, aunque no se parecieran en nada.

Desde muy joven, Linda Lansing había sido una empresaria muy trabajadora, y aunque Sebastian había trabajado con su hermano en la empresa de ambos, era Laurence quien cumplía con las largas jornadas de trabajo, mientras que Sebastian se encargaba de los contactos sociales. Linda había dirigido el Flanagans ella sola, y de qué manera. Un evaluador de hoteles tras otro habían nombrado el Flanagans como uno de los mejores hoteles de Londres, y cuando consiguieron que la cocina funcionara, el restaurante fue premiado con dos estrellas Michelin.

—¿Sebastian no ha querido venir a recibirla? —preguntó Emma.

Elinor se encogió de hombros.

—No hemos hablado de la visita de Linda. Estos días no ha estado en casa, y cuando vino fue para decirme que quería divorciarse, de manera que creo que ni siquiera lo sabe. Teníamos otras cosas de las que hablar.

Elinor señaló el vehículo brillante que se acercaba sin prisa hacia la entrada. Las dos saludaron emocionadas hacia las ventanillas de cristal ahumado, y el coche no se había detenido del todo cuando abrió la puerta del asiento trasero.

—Por fin —exclamó. Abrazó radiante de alegría a Emma y a Elinor, mientras Robert se les acercaba. Todavía cojeaba como consecuencia del accidente de coche que había sufrido hacía muchos años, pero por lo demás parecía tan grande y fuerte como siempre.

—Es estupendo volver a estar en la vieja Inglaterra —afirmó Robert con una amplia sonrisa—. Mi mujer lleva varias noches sin dormir de la emoción.

—Estamos muy contentas de que hayáis venido —dijo Elinor. Tenía la esperanza de poder pasar un par de días sin pensar en su propia desgracia y centrarse en algo divertido. En los planes de futuro del Flanagans, por ejemplo.

Cuando Charles apareció, Linda se arrojó a sus brazos. El hombre ya había trabajado en el hotel junto al padre de Linda y era un viejo amigo de la familia.

—Charles, qué alegría verte. ¿Cómo estás? ¿Cómo están Carole, tus hijos y todos los nietos? He oído un rumor sobre algún bisnieto, ¿es verdad?

Entraron charlando en el hotel, pero enseguida él la besó en la mejilla y anunció que tenía que volver al trabajo. Cuando Charles se fue, Linda dijo con una sonrisa:

—A algunos les encanta su trabajo, ¿verdad?

Echó un vistazo al vestíbulo, la recepción, el salón y el suelo de mármol que llegaba hasta la magnífica escalera. Cruzó las manos bajo la barbilla. Era como si todo aquello le evocara recuerdos, y Elinor sabía que, si tenían suerte, más tarde les hablaría de ellos. Por un instante se olvidó de toda la gente que se movía a su alrededor.

—Creo que deberíamos dejarla sola un momento —dijo Robert mirando con ternura a su mujer—. Podéis acompañarme a la recepción, voy a recoger la llave de nuestra habitación.

Nada de habitación. Naturalmente, Linda y Robert se alojarían en la suite más grande y más bonita del Flanagans. Elinor sacudió la cabeza para dejar de pensar en la separación y fue hasta el conserje para pedirle la llave. Al mismo tiempo apareció un recepcionista con una nota para Emma.

—Frankie quiere que la llame —exclamó Emma, mirando a Robert y a Elinor con una sonrisa cada vez más grande—. Estoy muy contenta de que estéis aquí —le aseguró a Robert—, pero esta nota es lo mejor que me ha pasado hoy. Id pasando, yo iré enseguida.

—Dale muchos recuerdos —dijo Elinor, y se dio la vuelta para ver adónde había ido Linda—. ¿Nos adelantamos los dos solos? —le dijo a Robert—. Las maletas ya estarán allí.

Subieron en el ascensor hasta la quinta planta. Cuando Elinor abrió la puerta, vieron la luz que entraba por las grandes ventanas del fondo, y Robert dio su aprobación.

—Qué suite más preciosa. No recuerdo que fuera tan reluciente la última vez que estuve aquí. ¿La habéis renovado?

Elinor asintió.

—El año pasado —dijo—. Vamos renovando poco a poco para no tener que cerrar, pero pronto tendremos que reformar todo el hotel y estamos pensando en cerrar durante un tiempo. Lo hicimos con el comedor durante tres meses y luego pudimos recuperar las pérdidas muy rápido.

Las maletas, junto con dos paraguas, estaban en la primera habitación, que tenía un gran tresillo, televisión y chimenea. En una estantería había revistas y libros; grandes jarrones chinos blancos y azules con ramos de rosas amarillas decoraban las mesas auxiliares, y las delicades cortinas de las ventanas dejaban entrar la cantidad justa de luz. Era como una sala de estar moderna, aunque algo más grande que la del típico hogar británico. Los padres de Elinor colocaban los muebles junto a las paredes, pero en el Flanagans las suites de dos y tres habitaciones eran tan grandes que los muebles podían estar en medio de la sala. En esta predominaban el azul y el amarillo, los colores de Suecia, y era una de las favoritas de Elinor. La decoración la divertía, y se implicaba en las reformas mucho más que Emma.

Cuando se abrió la puerta, Elinor se volvió. Linda dio unas palmaditas de entusiasmo.

—Oh, querida, qué bien te ha quedado.

Elinor se ruborizó al oír aquel cumplido. Su aprobación seguía siendo tan importante como siempre.

—¿Tú crees? Qué bien.

—¿Cómo está mi primo? Me gustaría verlo también a él mientras esté aquí —dijo Linda, acercándose una rosa a la nariz—. Ven, cariño, mira cómo huele. —Se dirigió a Robert y le ofreció la rosa.

Sin dejar de reír, atrapó a su mujer y le besó la mano. Aquel gesto íntimo hizo volverse a Elinor. Por el momento, había evitado tener que responder a la pregunta sobre Sebastian.

—Poneos cómodos —dijo dirigiéndose a la puerta—. Si nos necesitáis, estaremos en el despacho.

—¿Sebastian está en la casa de Belgravia? —preguntó Linda, y pareció contenta al ver que ella asentía—. Después tienes que contarme cómo le va a la hija de mi primo, que ha tenido el acierto de estudiar en Suecia.

Elinor sonrió. Le gustaba mucho hablar sobre Billie. La semana siguiente, Elinor iría a Suecia y no sabía cómo podría evitar hablar del divorcio, porque creía que era una cosa que debían hacer juntos, ella y Sebastian. Ya vería cómo se las apañaría, quizá Billie notaba que había pasado algo.

Nos vemos más tarde —dijo con una sonrisa, y dejó a solas a la amorosa pareja.

Cuando las dos se encontraron en el despacho, Emma estaba radiante de felicidad y le contó que Frankie le había preguntado si podía ir a hacerles una visita.

—Tú tienes que ir primero a Suecia, desde luego, pero ¿qué te parece si luego me tomo yo un par de días?

—Claro que puedes ir a Calais, faltaría más. Cómo me alegro por ti —dijo su amiga con sinceridad. Y luego preguntó—: ¿Cómo te las arreglarás con tu exmarido y su novia?

—Me alojaré en el hotel y pasaré todo el tiempo que pueda con mi hija, ni siquiera sé si llegaré a ver a Alexander. Frankie ha propuesto dos noches y no voy a quedarme más tiempo.

Durante la hora siguiente trabajaron con dedicación. Querían enseñarle a Linda el proyecto del club nocturno para saber su opinión.

Curiosamente, las hijas de Laurence Lansing habían contactado con Emma y le habían hecho una oferta. No quería reunirse con ellas antes de preguntarle a Elinor si le parecía bien. Pese a todo, eran la pareja de decoradoras del momento en Londres, y si había alguien capaz de hacer del club nocturno el éxito que Emma y Elinor querían, eran precisamente Lily y Rose. Pero Elinor tenía sus dudas, sabía lo mal que se habían portado con Billie y, si tenía que ser sincera, todavía le daban un poco de miedo. Aunque, por lo visto, se habían portado de un modo irreprochable en su encuentro con Emma y no habían nombrado siquiera su parentesco con Linda y Sebastian. ¿Quizá era una señal de que, a pesar de todo, querían ser independientes?

Se lo preguntarían más tarde a Linda, porque si no tenía inconveniente en que las hijas de Laurence se encargaran del comedor de su padre, a lo mejor era una buena idea. No se las podía culpar por lo que había hecho Laurence. La psicopatía no se hereda.

¿O sí?