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EMMA NO FUE la única que se giró al oír el ruido de los zapatos de tacón: los clientes que estaban en el vestíbulo también volvieron la cabeza para ver cómo la elegante lady Mary andaba sobre el suelo de mármol. El traje de hombros anchos, la falda de tubo ceñida y el sombrero de ala ancha llamaban la atención por razones comprensibles. Era muy atractiva. Emma fue a su encuentro y, después de los besos en la mejilla y las frases de cortesía, Mary deslizó con cariño su brazo por debajo del de Emma.

—Nunca he acabado de hacerme a la idea de que soy copropietaria de todo esto —afirmó al tiempo que saludaba con la mano a todos los empleados que conocía.

—Entonces ya te puedes imaginar lo que siento yo —dijo Emma.

—Me pregunto si eso es lo que tenía en mente el viejo Lansing. Linda y otras tres mujeres. No me extrañaría nada. Era un hombre moderno, pese a haber nacido en el siglo XIX.

—¿Lo conociste?

—Sí, aquí, en el salón, donde yo solía tomar el té con mis padres. Pero Linda y yo no nos hicimos amigas hasta después de su muerte, cuando ella heredó el Flanagans.

Cuando estaban en mitad de la famosa escalera, de camino al despacho, Mary se dio la vuelta y miró el vestíbulo.

—Tengo muchos recuerdos de esta escalera.

—Cada Nochevieja damos la bienvenida a nuestros invitados desde aquí, como homenaje a Linda, que hacía lo mismo. —Emma se echó a reír—. Cuando llegué aquí en 1959, yo era un bicho raro y quería llegar a ser tan descarada como los invitados de aquella noche. —Aquel recuerdo hizo que negara con la cabeza.

—¿Lo conseguiste?

—¿Lo de ser descarada? —Encogió levemente los hombros—. En cierto modo, sí. ¿Seguimos? —Deseó haberse atrevido a preguntar acerca de los rumores que había oído sobre Mary y Grant Lloyd, un multimillonario excéntrico y amigo de Robert que al parecer se había enamorado de ella aquí, en el hotel, hacía un montón de años. Pero no se atrevió. Había algo en lady Mary que impedía hacerle esa clase de preguntas personales.

—Ya estoy aquí —gritó Mary al entrar en el despacho, donde se encontraba Elinor—. ¿Dónde está Linda? Se estará divirtiendo otra vez con su marido. Parece que esos dos nunca van a perder las ganas. ¡Esa mujer ya tiene más de cincuenta años! —Se rio en voz alta mientras se quitaba la chaqueta y dejaba el sombrero en el estante correspondiente—. Tenéis que ponerme al día de todo lo que esté ocurriendo —dijo—. Antes siempre había algún escándalo a la vista, ¿tenéis algo emocionante sobre lo que cotillear? —Las miró llena de esperanza.

Emma negó con la cabeza.

—No, no vamos bien en ese terreno.

—Si eso es cierto —comenzó Mary—, entonces tenemos que planear algo, porque nuestros huéspedes tienen que sentir cosquillas en el estómago al entrar por la puerta. Tienen que creer que verán algo extraordinario. Jagger y esos chicos, ¿no vienen nunca por aquí y destrozan alguna habitación del hotel?

—No, gracias a Dios —dijo Elinor—. A veces se alojan aquí, pero son muy formales. Ya no son tan jóvenes.

—Vaya. —Mary arrugó la frente, decepcionada—. Eso significa que yo también me he hecho mayor.

Justo en ese momento entró Linda en el despacho.

—Gracias por venir, Mary —dijo, antes de besar la mejilla de su amiga.

—Gracias a ti. Las chicas acaban de decirme que el Flanagans prospera sin escándalos. ¿Te parece posible?

Linda parecía divertida.

—Sí, es obvio.

—He pedido una mesa en el salón —anunció Emma—. Sería un error imperdonable no exhibiros a las dos, ya que estáis aquí.

—¿Todavía preparáis vuestra mermelada? —preguntó Mary.

Emma asintió.

—Sí. Justo como se ha preparado durante cien años.

—¿Podré llevarme un tarro a casa?

—Creo que se podrá arreglar —dijo Emma antes de señalar la puerta—. ¿Vamos?

 

 

—ASÍ PUES, ¿NO tienes inconveniente en que construyamos un club nocturno en el viejo comedor del desayuno de tu padre? —preguntó Emma al cabo de un rato. Tomó un trago y dejó su taza en la mesa. Estaba muy contenta de que las cuatro estuvieran juntas.

—No, ninguno.

—También tendremos que utilizar la sala grande de detrás para conseguir la superficie que necesitamos, pero con las propuestas que nos han hecho llegar los decoradores, con eso bastará. —Carraspeó—. Hemos designado tres empresas que nos parecen las mejores en el sector, y una de ellas es la de las hijas de Laurence. Vosotras dos tenéis que decidir si podemos darles la oportunidad de participar en el proceso de selección. Elinor y yo nos abstenemos de tener ninguna opinión al respecto.

—Así pues, ¿Lily y Rose están entre las mejores de Londres? —preguntó Mary con aire pensativo, al tiempo que escogía un petit choux de la fuente de las pastas.

—Eso parece —dijo Emma—. Pero las otras que hemos destacado también tienen buena fama.

Mary se encogió de hombros.

—Yo no las voy a censurar por lo que me hizo su padre.

Linda adoptó un aire reflexivo.

—Yo no he visto a esas muchachas desde que eran unas preciosas niñas. No las conozco. ¿Y tú, Elinor?

—Tu tía Laura nunca me ha soportado, por lo que nunca he tratado con ellas. No se portaron bien con Billie cuando era pequeña, eso es todo cuanto sé. Pero es de suponer que habrán madurado desde entonces. Tampoco lo debieron de tener muy fácil, sin madre y con un canalla como padre.

—En cualquier caso, me gusta eso de que dos mujeres jóvenes tengan una empresa de diseño de interiores que sea considerada la mejor de la ciudad. Además, son Lansing. ¿Os parece bien que las invitemos y las tanteemos antes de que yo vuelva a Bergsbacka? Mary, esta noche duermes en el hotel, así que supongo que podrás quedarte un poco más mañana, ¿verdad?

—Por supuesto.

—¿Qué tal si una de vosotras les pide que vengan mañana a primera hora de la tarde?

—Las llamaré en cuanto terminemos de tomar el té —dijo Emma.

—¿Van a venir vuestros maridos a la cena de esta noche? —preguntó Linda.

Emma miró a Elinor, que con un gesto le pasó la pelota a Emma.

—Alexander ha abierto un restaurante con su nueva pareja en Francia —explicó mientras metía los papeles en la cartera.

—¿Qué? ¿Estás de broma? ¿Os habéis separado? Pero, querida, ¿por qué no nos lo habías dicho? ¿Cuándo fue? ¿Y qué dice Frankie? ¿Está bien?

—Sí, está bien. Vive con él en Calais. Nos hemos separado de forma muy amistosa. Los dos estábamos cansados de nuestra relación. Se fue de casa después de Año Nuevo, y sí, todo fue muy rápido, pero ya hacía un tiempo que tenía a su nueva pareja en la recámara.

—¿Y tú estás bien?

—Sí, muy bien —dijo con una sonrisa.

Linda se volvió hacia Elinor.

—Me parece que hay algo que no nos estás contando. Se nota que estás triste.

Emma también había reparado en lo abatida que parecía su amiga, pero teniendo en cuenta lo que había pasado, era un milagro que se tuviera en pie.

—Os lo diré cuando subamos al despacho —susurró—, no quiero derrumbarme aquí.