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EMMA LE ALARGABA a Elinor, que la miraba agradecida, un pañuelo tras otro de la caja que había encima de la mesa de reuniones.

—Está bien, desahógate —le dijo mientras se sonaba.

—No le digáis nada a Sebastian —le pidió Elinor con la voz empañada—. Él también es infeliz y no puede evitar sentir lo que siente.

—No entiendo cómo puedes defenderlo —sentenció Linda—. Tienes que poder decidir sobre tu propio cuerpo sin que se te castigue por ello.

—Pero él deseaba mucho tener un hijo —dijo Elinor.

—Que yo sepa, no se puede elegir el sexo de un hijo —dijo Linda con tono decidido—. Podría haber tenido otra niña.

—Se habría alegrado igualmente de tener una hija —aseguró Elinor en voz baja.

—Debería haberte apoyado —intervino Mary—, como mi exmarido debería haber hecho cuando Laurence Lansing me violó. Seguimos viviendo en un mundo de hombres, aunque estemos en 1983. Si no pueden decidir, nos castigan. ¡No es normal! —dijo indignada.

Las otras tres le dieron la razón.

—Es extraordinario que las cuatro seamos las propietarias del mejor hotel de Londres, y es gracias a ti, Linda. —Mary alargó la mano en busca del vaso de agua—. Propongo que hagamos un brindis por Linda, por nosotras y por la solidaridad femenina. Tenemos que mantenernos unidas. ¡Salud!

Chocaron los vasos y bebieron agua como si fuera vino. Elinor se sentía aliviada. Era un consuelo que nadie la culpara de nada. Pero solo había hablado con las personas que había querido. Hasta ahora solo se lo había contado a su madre y a Emma, y ahora también estaban al corriente Linda y Mary. Su suegra también lo sabía, pero seguramente no divulgaría el secreto, a no ser que pudiera obtener algún beneficio.

—Podemos hablar un rato más del club nocturno, porque ahora mismo no puedo seguir hablando de divorcios. Tengo dos preguntas —dijo Elinor—. ¿Tiene que ser privado o público? ¿Y cómo vamos a llamarlo? ¿Linda's?

—Público, creo yo. Mi padre no era muy partidario de lo privado —dijo Linda—. Pero, ¿mi nombre? ¿De verdad?

Elinor vio un destello de orgullo en sus ojos e insistió.

—Sí. No se me ocurre otro mejor. Todo el mundo recuerda a Linda Lansing. Los huéspedes todavía se muestran decepcionados al ver que solo estamos Emma y yo —dijo sonriendo.

—Por supuesto que tiene que llamarse Linda's —dijo Mary con tono decidido—. Y que sea público, pero tenemos que procurar que los clientes habituales se sientan especiales. ¿Un carné de socio para los que vengan a menudo? Podemos empezar entregando mil carnés a los clientes famosos, tanto británicos como extranjeros, y el resto los iremos dando con el tiempo. Tendremos una mezcla de clientes, no solo miembros de la alta sociedad, sino también estrellas del rock, modelos y, cómo no, la princesa Margarita y su marido. Tendrá que ser muy difícil entrar, pero no totalmente imposible. —Movía las manos sin parar, como si lo viera todo ante sí—. Tenemos que conseguir a los mejores DJ que se puedan encontrar, todas las estrellas de cine que vengan a Londres querrán venir al Linda's. Necesitamos espacios reservados para grupos, desde donde puedan ver todo lo que suceda en el local.

Miró entusiasmada a Linda, que le dedicó una sonrisa.

—Sí, sí, entonces puede llamarse Linda's. Tal como lo describes, tengo que rendirme. Qué emoción. ¿Qué plazos os han dado las empresas con las que habéis hablado?

—Las tres han dicho que aproximadamente seis meses desde el momento en el que firmemos el acuerdo, así que si lo confirmamos ahora, estará listo para Nochevieja —dijo Emma—. A propósito, contactaré con Lily y Rose Lansing y les preguntaré si pueden reunirse con nosotras mañana.

Linda asintió.

—Me alegro de que las cuatro podamos reunirnos con ellas, no sé lo objetiva que puedo ser con esas muchachas que eran tan monas cuando eran pequeñas.

 

 

CON EL VESTIDO de seda azul marino, ceñido al cuerpo esbelto y con tacones altos —y si se arreglaba el pelo—, estaría muy guapa. Robert había quedado con un conocido y Elinor se alegraba de ello. Creía que no se derrumbaría durante la cena, pero era un alivio no tener que fingir estar más alegre de lo que estaba en realidad.

—¿Crees que algún día vamos a eliminar los códigos de vestimenta en el hotel? —preguntó Linda cuando Elinor y ella tomaban una copa de champán en el bar antes de la cena.

—¿Y que los hombres no tengan que llevar chaqueta y corbata en los comedores? —Elinor negó con la cabeza—. No. Creo que eso forma parte de la experiencia de venir aquí. Los hombres se visten con ropa elegante e invitan a sus mujeres a un té por la tarde para que ellas puedan lucir sus mejores vestidos.

—¿Y en el club nocturno? —preguntó Linda con curiosidad.

—Allí sí que creo que la gente debe poder vestir como quiera. ¿Tú qué opinas?

—Estoy de acuerdo contigo. Mira, ahí están Mary y Emma. —Linda las señaló.

Mientras vaciaban sus copas estuvieron charlando de mil cosas distintas, y Elinor se entretuvo mirando de reojo a los clientes del bar. En muy pocas ocasiones había mujeres, lo que no era nada extraño, puesto que aquello parecía un club de hombres maduros. Se dijo que tenía que preguntar a las huéspedes qué echaban de menos en el hotel. Seguro que había muchas cosas en las que Emma y ella no habían pensado.

Linda reclamó la atención de Elinor.

—Parecía que estabas en otra parte —dijo con una sonrisa.

—Perdón, pero estaba pensando en lo masculino que es este bar y en que parece que pocas mujeres estén a gusto aquí.

—Estoy de acuerdo —corroboró Linda.

—En los próximos cinco años tenemos que reformar todo el hotel. Lo llevamos hablando desde hace tiempo, pero si vamos a cerrar el Flanagans, necesitamos como mínimo un par de años de planificación. Nuestros clientes habituales no van a estar contentos.

—Aunque después se alegrarán, si queda como esperamos —dijo Emma—. Tenemos que pensar bien lo que queremos hacer y el tiempo que nos llevará.

—Después de la guerra, mi padre no se pudo permitir ninguna reforma, y durante mis veinticinco años como directora solo hicimos trabajos de mantenimiento, se podría decir. Creo que cerramos un mes en total, para limpiar y cambiar los muebles y las moquetas, por lo que, sí, hace falta una reforma a fondo. ¿Qué habéis pensado?

—No mucho, aparte de que queremos conservar la clase y el estilo del Flanagans. Aunque también queremos añadir algunas de las cosas que van a definir el futuro, sean las que sean. Necesitamos expertos para eso, igual que los necesitamos para el club nocturno.

—He concertado la cita con Lily y Rose para mañana a las dos —dijo Emma. Miró su reloj—. Apurad las copas, es hora de ir al comedor.

 

 

ELINOR ESTABA NERVIOSA y sabía que era a causa de las primas de Billie. La gran pregunta era, claro está, si Lily y Rose Lansing solo se habían postulado para hacer un buen trabajo o pretendían algo más. ¿Sería Elinor capaz de juzgarlo? Laurence había violado a Mary, él y Sebastian habían hostigado a Linda durante el tiempo en el que el marido de Elinor lo hacía todo por su hermano, y Elinor había sufrido el racismo de la familia. En cierto modo, Emma era la que estaba menos afectada por el pasado. Tal vez su juicio sería el más imparcial.

Elinor se lavó con energía las manos, como si ya se las hubiera dado a las hermanas Lansing. ¿Podía no ir a la reunión? En realidad, su presencia no era necesaria. Pero entonces pensó en Mary, que tanto había sufrido y, sin embargo, asistiría al encuentro.

«Espabila y sé profesional. Seguro que ellas tampoco querrán besarte en la mejilla», se dijo a sí misma, y se puso unos zapatos de tacón muy alto. En el vestíbulo, frente al espejo, se pintó los labios de un rojo vivo y se fijó el color con una servilleta. Estaba todo lo lista que podía estar.

Cuando entró en el despacho, ya estaban todas allí. Elinor se dirigió directamente a las hermanas y les alargó la mano.

—Bienvenidas al Flanagans —las saludó con una voz que, para su sorpresa, sonaba firme y segura. Había algo en aquella habitación que le daba confianza en sí misma. Ya le había pasado otras veces. Tal vez se debiera a que fue allí donde Linda le había dado su primer trabajo de jefa—. ¿Nos sentamos? —prosiguió, después de haber dado la mano a las hermanas—. Tenemos mucha curiosidad por saber lo que queréis hacer con nuestro futuro club nocturno.

Fue difícil no quedar deslumbrado con sus planes. Con gran aplomo, presentaron un club que avivaría la vida nocturna de Londres. Querían darle al Linda's un toque único y glamuroso con pequeños escenarios para bailarinas, varias barras móviles en lugar de una barra grande, tres pistas de baile y, en medio del club, un podio elevado para el DJ de la noche. Todo se podía cambiar de sitio. Las paredes serían de espejo y, en dos habitaciones privadas, grupos de hasta veinte personas podrían sentarse o tumbarse en cómodos sofás y contemplar lo que sucedía en el club, que quedaría a sus pies. Todo el concepto se basaba en la idea de que el club pudiera cambiar de forma cada noche. Se podía despejar una parte del local y construir un escenario el día que la banda Culture Club decidiera hacer allí una actuación privada.

Elinor vio en las caras de las otras que estaban impresionadas.

Sin embargo, la reunión con las muchachas le había despertado algunas dudas. Es cierto que las dos se comportaron con educación y dijeron en todo momento lo que convenía. No obstante, sus ojos tenían un brillo frío y calculador. La única vez que vio que Lily y Rose reaccionaban fue cuando Emma nombró a Frankie y Billie como las futuras propietarias. Entonces, las dos hermanas no pudieron evitar intercambiar una mirada enigmática. No se podía distinguir si se trataba de Frankie o de Billie, pero había algo que las irritaba sobre las futuras propietarias. Con todo, fueron lo bastante inteligentes como para no comentarlo, centrándose en lo que las había llevado a aquella reunión: el club nocturno.

Las despidieron con la misma formalidad con la que les habían dado la bienvenida, y una vez que las hermanas salieron del despacho, las cuatro propietarias se miraron.

Linda fue la primera en tomar la palabra.

—No, no pienso dejar el comedor del desayuno de mi padre en manos de esas mujeres.

Mary respiró aliviada.

—Menos mal, yo pensaba decir exactamente lo mismo.

Cuando las dos se volvieron hacia ella, Elinor ya no pudo contenerse y, llorando, no pudo hacer otra cosa que asentir. «Dios mío, que esto no traiga consecuencias», pensó.