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—ME GUSTA ESTAR en Suecia —le dijo Billie a Annika—. Aquí soy más libre. —Se sentó en la cama con las piernas dobladas debajo del cuerpo.

—A mí me gustaba estar en Londres —replicó la otra. Sentada en la silla del escritorio, se balanceaba hacia delante y hacia atrás con las manos entrelazadas en la nuca—. Volverás al Flanagans en verano, ¿verdad?

Annika no había faltado a un solo examen. Y hacía el amor. Y hacía teatro. Era Billie la que no conseguía conciliar su vida personal con los estudios. Se esforzaba de veras, pero todavía le faltaban dos exámenes para terminar.

Se encogió de hombros.

—Sí, supongo que sí. Mi familia no aceptaría otra cosa.

—Tu familia es maravillosa. Tus padres son tan guapos que duele mirarlos. ¿Crees que podría trabajar en el Flanagans aunque tú no fueras a Londres? —Se enderezó en la silla y miró a Billie.

—Sí, creo que sí. En el sótano hay viviendas para los empleados. Antes vivían allí la mayoría de los empleados solteros, pero ahora quienes se alojan allí son los trabajadores temporales en los periodos en los que hay mucho trabajo.

Annika parecía aliviada.

—Me pregunto cómo era cuando empezó tu madre. Seguro que era muy conservador.

—Pregúntaselo a ella. Le encanta hablar de los viejos tiempos.

—¿Cómo es posible que la llegada de tu madre me emocione a mí más que a ti?

Billie se echó a reír.

—Creo que estará muy bien, te lo prometo. Lo que más ilusión me hace es presentarle a Karl-Johan. Creo que se caerán bien, ¿y tú?

Elinor no quería que la fueran a buscar al aeropuerto de Arlanda. Dijo que tomaría el autobús hasta Uppsala y que podían verse en el hotel. Esta vez quería alojarse en otro lugar y había hecho una reserva en el Uplandia para tener nuevas inspiraciones. Era increíble que pensara en eso cuando por fin se escapaba unos días del Flanagans, pero así era. Siempre quería alojarse en hoteles nuevos para aprender más cosas. «Nunca se acaba de aprender, Billie», le decía siempre.

Billie lo sabía mejor que nadie, aunque lo que había descubierto en Suecia era que no le importaba si algún día acababa de aprender o no. Su madre se perdía el viaje. Era como si quisiera tachar cuanto antes todo lo que figuraba en su lista y luego pasar a otra cosa. Como si uno pudiera salir al escenario de un teatro sin haber hecho antes todos los pequeños pasos necesarios para llegar hasta allí. Su madre parecía creer que aprendería más si pasaba rápidamente de un hotel a otro, cuando lo mejor sería conocer a fondo un hotel antes de probar el siguiente.

—¿Y si se odian? —Parecía que aquella idea casi alegrara a Annika. Se subió a la cama para alcanzar su bolso en el estante de arriba—. Quiero decir que tu madre puede que tenga otros planes para ti que un camarero y director de teatro. —Se dejó caer en la cama al lado de Billie y abrió su cartera.

—Estoy convencida de que los tiene, pero creo que quiere que salga con chicos. Me pregunta a menudo si tengo novio.

—¿Nunca te pregunta si tienes novia?

—No, y no tuvo ninguna sospecha de que tú y yo pudiéramos estar juntas. En cambio, si hubiera ido a casa con un chico… —Meneó la cabeza al pensar en lo anticuados que eran sus padres, pese a todo. Miró a Annika, que había echado un montón de monedas sobre la cama—. ¿Necesitas dinero?

—¿Qué? ¡No! ¿Estás loca? No aceptaré tu dinero, ya lo sabes.

—Creo que a mi padre le gustaría que compartiera mi dinero.

—Seguro que sí. Pero yo quiero trabajar este verano en Londres y entonces ganaré dinero. ¿O no? A ver si tu madre quiere que trabaje gratis. Menudo chasco me llevaría.

—No, mujer, claro que te pagarán.

Annika respiró aliviada, recogió las monedas y metió el monedero en el bolso.

—¿No vas a ver a tu madre?

—¿Ya es tan tarde? —Billie echó una mirada al despertador—. Tengo que darme prisa.

—Te acompaño un rato. Igualmente tengo que salir a buscar algo para comer.

Era uno de los días más calurosos de finales de primavera. La ciudad estaba llena de ciclistas, se veían estudiantes por todas partes, paseando o tumbados en el césped alrededor de la universidad. El curso se terminaba dentro de un par de semanas, y antes de empezar los trabajos de verano, los estudiantes aprovechaban para estar con compañeros a los que no verían durante una temporada. Las amigas se separaron en la plaza Fyristorg y Billie aceleró el paso para no llegar tarde.

Llegó en el mismo momento en el que su madre bajaba del autobús.

—Se nota que no ha venido papá —dijo cuando se hubieron abrazado—. Él nunca se metería en un autobús. —Recogió la pequeña maleta de su madre y señaló la entrada del hotel—. Me habría gustado que estuviera.

Elinor, que siempre miraba a la gente a la cara, apartó los ojos.

—Hola, mamá, ¿qué pasa? Estás muy rara.

—Perdona, es que estoy cansada. Hoy he tenido que madrugar. Venga, vamos a ver si nos dan mi habitación. —Sonrió con poco entusiasmo y Billie se sintió incómoda. Había algo que no iba bien.

Cuando entraron en la habitación, su madre dijo:

—Siéntate, Billie, tengo que decirte algo.

Se quedó helada: su madre estaba enferma, quizá estaba a punto de morir.

—Oh, mamá —dijo, sentándose en el borde de la cama. ¿Cómo iba a vivir sin ella? Era rara, gruñona, controladora y un montón de cosas más, pero también era la persona más cariñosa, divertida y segura que Billie conocía—. Dímelo sin rodeos —le pidió y agarró la sábana de la cama.

—De acuerdo. —Elinor se sentó a su lado y le tomó la mano—. Tu padre y yo vamos a separarnos.

El alivio se le extendió a Billie por todo el cuerpo. No era nada peor que eso. Su madre no estaba enferma, su padre tampoco.

—Qué bien —dijo, pero entonces vio los ojos tristes de su madre—. Perdona, mamá, pero creía que estabas enferma, y en comparación… ¿Estás triste? ¿Es papá quien…?

—Hay ciertas cosas sobre las que nunca podremos estar de acuerdo, y esta es la única solución. Pero estoy triste porque quiero a papá. Él tampoco está bien y últimamente ha vuelto a beber bastante. Me iré de casa, porque resulta que es de la abuela, y de ahora en adelante viviré en el Flanagans. —Pasó el brazo sobre los hombros de Billie—. Pero estoy segura de que Annika y tú podréis vivir en verano en su casa, si queréis, o quizá tu amiga prefiera alojarse en una de las habitaciones de los empleados. —Apoyó la cabeza en la de Billie—. Lo siento mucho por ti.

—Será raro, no te digo que no, pero ya soy adulta y lo superaré. Lo importante es que estéis bien.

—Poco a poco volveremos a estar como siempre y espero que papá y yo podamos ser amigos. No es que ninguno de los dos haya conocido a otra persona.

—Yo tengo un novio —dijo Billie—. Se llama Karl-Johan y esta noche cenará con nosotras.

—Pero… qué bien. ¿Es el profesor de teatro del que hablasteis en Londres? ¿Cenaremos aquí, en el hotel?

—No, pensábamos cenar en el hotel donde trabaja, en el Gillet. Donde te alojaste la última vez que estuviste en Uppsala. Él trabaja en el bar.