53

 

 

 

 

 

EMMA HABÍA PASADO unos días maravillosos en Francia y lo primero que hizo al llegar a casa fue llamar a su contacto de la empresa de reservas para conseguir las entradas que le había prometido a Frankie. Mientras esperaba a que se pusiera al teléfono, se le ocurrió que también debería invitar a Elinor y a Billie. ¿Era un error no preguntarle primero a Frankie? ¿Le importaría? No, tan mala no era la situación entre las hijas.

—Claro que os ayudaremos. ¿Cuántas entradas? Os reservo buenos sitios y pases para el backstage y os las mando por mensajero. Quizá nos veamos allí.

A Emma le costó decidir qué ropa ponerse esa mañana. ¿Quizá su vestido de verano amarillo y floreado? Con el buen tiempo que hacía y las pecas que le habían salido en Francia, seguro que sería una buena elección. Las medias eran imprescindibles. Puesto que las empleadas tenían que llevarlas, Elinor y Emma pensaban que sería muy raro que ellas fueran con las piernas al aire.

Fue andando desnuda desde la cama, donde había hablado con su conocido, hasta el armario ropero, cuyos despiadados espejos mostraban hasta el menor defecto. Se encogió de hombros. Estaba envejeciendo, pero no le importaba demasiado. Cuarenta y dos años era una buena edad.

 

 

—¡NO FASTIDIES! DIJO Emma sin parar de reír cuando Elinor le contó la historia de Uppsala—. ¿Estuviste vomitando en el hotel y en realidad no era su novio?

La otra asintió.

—Entiendo que habría sido embarazoso, pero no tenías nada de lo que avergonzarte. Solo os magreasteis.

—Sí, ya lo sé.

Emma se levantó y fue hasta uno de los archivadores.

—¿Ya sabías que el Ritz ha enviado a varias personas a Estados Unidos para que reciban formación en informática?

—¿Cómo? ¿Y eso por qué?

—Ni idea. Parece raro, ¿verdad?

—Aunque he oído que en algunas oficinas ya usan ordenadores en lugar de máquinas de escribir.

—Yo no voy a hacerlo nunca. —Emma sacó el archivador que contenía el proyecto para el viejo comedor del desayuno. Se lo llevó hasta el escritorio y abrió la tapa—. Mientras yo sea propietaria del Flanagans, no entrará ningún ordenador en el hotel —afirmó con voz decidida.

—Me pregunto quién tomará el relevo después de nosotras —dijo Elinor, que le había contado a su amiga los planes de futuro de Billie, en los que ya no entraba el Flanagans—. Quizá deberíamos formar a un par de mujeres jóvenes, como Linda hizo con nosotras.

—¿No estarás pensando en jubilarte? —bromeó Emma, sonriendo por encima de la tapa del archivador.

—Nos hacemos mayores. Mírate a ti, que llevas gafas de leer en la punta de la nariz y cadenas doradas para colgártelas del cuello. Ya no somos jóvenes, Emma. Y los ordenadores son una realidad que poco a poco deberemos tomar en consideración. Hablando de jóvenes, ¿llamaste a Lily y a Rose para comunicarles nuestra decisión?

—Sí.

—¿Qué dijeron?

¿Debía Emma decirle cómo había ido? ¿Que las hermanas habían mostrado una cara distinta a la de cuando estuvieron allí, que su «Pues tú verás» podía interpretarse como una amenaza?

—No dijeron nada. También hablé con los del London Interior Design Group, que, como es lógico, se alegraron de recibir el encargo. He programado la reforma. Cerraremos la segunda semana de octubre, y he pensado que podemos aprovechar para limpiar a fondo todo el hotel, pasar revista a los colchones, en fin, lo de siempre.

—¿Hemos informado a los clientes?

—Lo he hecho esta mañana. Hay catorce reservas que derivaremos a otros hoteles, y a los que han reservado un té de la tarde o una cena, los llamaremos para ofrecerles otra fecha. Ningún grupo grande, afortunadamente. Habría sido horroroso que alguien cumpliera años y tuviera la ilusión de celebrarlo aquí.

—Hablaré con mi madre para que pueda organizar el trabajo de las gobernantas esa semana —dijo Elinor.

—¿Qué ha dicho sobre el divorcio?

—Ya sabes cómo es. Está de mi parte, así que ahora Sebastian no está muy bien considerado.

—No lo está para ninguno de nosotros —dijo Emma.

—Nunca debería haberme casado con él. Siempre fuimos demasiado distintos. Tú y él habríais encajado mucho mejor. —Miró a Emma con una mirada difícil de interpretar.

«Nononono, por favor, no vayas por ahí», pensó Emma.

—¿Como tú y Alexander? —Emma sonrió, pero se secó las manos húmedas en el vestido por debajo del escritorio. ¿Habría parecido natural su sonrisa?

—Quizá. —Elinor se encogió de hombros—. Parece que tanto tú como yo nos equivocamos al escoger a nuestros maridos.

—Aunque ahora lo paso muy bien con Alexander. Le ha sentado bien lo de tener su propio negocio. Está tan orgulloso de su restaurante como lo estamos nosotras del Flanagans.

—He pensado mucho en cómo habría sido nuestra vida si Sebastian no hubiera vendido la empresa. Se ha dejado llevar sin ningún objetivo en la vida. Me cuesta trabajo entender que alguien pueda vivir de esa manera.

—Entiendo muy bien lo que quieres decir, pero es que tú y yo somos empresarias. Mi madre no ha hecho nada más en la vida que rezar a Dios. Vivimos del dinero que mi abuela heredó de mi abuelo, y no era mucho. Las dos mujeres que deberían haber sido mis modelos no dieron golpe en su vida. Y esperaban que yo trabajara como criada en una familia con hijos, nunca creyeron que yo aspiraría a otra cosa. Mientras temiera a Dios y no llegara a casa con un hijo bastardo, habrían estado contentas.

—Me hubiera gustado ver sus caras cuando apareciste embarazada.

—Sí, pero se alegraron cuando al final Alexander y yo nos casamos. Lo único que querían era que nadie supiera que había tenido un hijo antes de casarme.

—¿Hemos hablado alguna vez de cómo fue aquello? —preguntó Elinor.

¿Qué le pasaba aquel día? Emma no quería tener ahora esa conversación. Se trataba de cosas antiguas y olvidadas. Hizo un gesto de rechazo con la mano.

—Seguro que sí. —Miró su reloj y se levantó a toda prisa—. Llego tarde a la reunión con el jefe de cocina. Nos vemos luego.

 

 

AQUELLA MISMA TARDE, Emma llamó a su madre.

—Hola, mamá, me han dicho que habías llamado. ¿Querías algo en particular? —Nunca había sido capaz de charlar tranquilamente con su madre.

—No, pero hace años que no veo a la pequeña Frankie. He pensado que quizá podía ir a haceros una visita. —Su voz, que siempre había sido fuerte y dominante, sonaba quebradiza.

—Si te digo la verdad, ahora no me viene nada bien. ¿Podemos hablar en otro momento? Frankie no está aquí, está en Francia con su padre.

—¿Qué hace Alexander en Francia?

—Lleva un restaurante allí. —Emma no tenía fuerzas para hablar de su divorcio y tener que oír lo mala persona que era. A diferencia de la madre de Elinor, Ingrid se pondría del lado de Alexander.

—¿Durante el verano?

—Sí, mamá, durante el verano.

—Entonces quizá podría venir en otoño.

—Me parece muy bien.

Una vez que colgó, Emma se dio cuenta de que había rechazado a su madre de la misma manera que Frankie antes la rechazaba a ella. Su madre se iba haciendo cada vez más mayor y pronto sería demasiado tarde para que Emma averiguara quién era su padre. Si su madre se lo decía, quizá podrían arreglar su relación, por lo menos en parte. Aunque, ¿quién era ella para acusarla de no decir la verdad sobre su padre?

Detestaba tener que reconocer su hipocresía. Con un suspiro, levantó el auricular y volvió a marcar el número de su madre.