BILLIE LE DEJÓ claro a Karl-Johan que, en cuanto volviera a Londres, podría buscarse otra novia.
—Pero ¿por qué? —pregunto él con aire triste—. No quiero estar con nadie más.
—No sé si voy a volver —dijo ella apenada. Contuvo la respiración. Le había costado decir aquello y no tenía ni idea de cómo reaccionaría Karl-Johan.
—¿No podemos esperar a ver qué ocurre?
—Me parece que no tiene ningún sentido. Perdona, no tiene nada ver contigo. Eres maravilloso.
—Y por eso quieres cortar conmigo. Porque soy maravilloso. —Estaba disgustado y mostraba las comisuras de los labios hacia abajo.
—Sí, creo que lo nuestro ha sido fantástico, pero ahora volveré a Londres y quiero sentirme…
—Libre —la interrumpió él—. Gracias, ya lo he entendido.
—De acuerdo.
—Si vuelves, no sé si querré tenerte en el grupo de teatro.
¡Demonios!, qué difícil era aquello. ¿Debía decirle que había escuelas de teatro fantásticas en Inglaterra y que su madre, que había comprendido de inmediato que ese era su futuro, había hablado con Robert sobre escuelas en los Estados Unidos? No era probable que volviera a la universidad de Uppsala, aunque no la aceptaran en aquellas escuelas. No quería estudiar Económicas nunca más. Sin embargo, echaría de menos a Annika. El pasillo de la residencia de estudiantes parecía desierto desde que su amiga había vuelto a casa de sus padres, pero dentro de tres semanas empezaría a trabajar en el Flanagans y podrían verse todos los días. Ojalá la hubiera tenido cerca en ese momento. Billie nunca había cortado con nadie antes, y le resultaba mucho más difícil de lo que había creído.
—A lo mejor me gusta tanto que me quedaré en el Flanagans —había dicho Annika, y Billie le había dicho que le parecía perfecto. No había nada que le gustara más a su madre que las jóvenes ambiciosas, y el hecho de que Annika fuera sueca era otro punto a su favor.
—Eres justo la clase de mujer que les gusta a mi madre y a Emma. Si quieres, subirás pronto en el escalafón.
—¿Tú crees?
—Lo sé —había dicho Billie.
Billie sentía la mirada imperiosa de Karl-Johan, pero no sabía qué más decirle. Cuando era más joven, a veces se imaginaba que era Frankie para que se le ocurriera algo que decir. Aunque la odiaba, la admiraba porque nunca se quedaba sin respuesta. Pero en aquel momento Billie no encontró la voz de Frankie en su interior, de modo que se quedó callada.
Se dedicó a revolver un poco en su equipaje, aunque en realidad ya lo tenía todo en su sitio. El taxi llegaría dentro de diez minutos. ¿Debía pedirle que la ayudara con las maletas? No, eso sería abusar demasiado. Billie lo había herido, aunque no era su intención, pero es que no era nada fácil seguir juntos si no iban a vivir en el mismo país. ¿No era capaz de entenderlo?
—¿No tienes nada más que decir? —le preguntó enfadado.
—No —dijo ella.
—Perfecto, entonces que te vaya muy bien en la vida. —Se marchó rápidamente, dio un portazo al salir y ella pudo volver a respirar.
CUANDO SALIÓ DE la aduana de Heathrow, vio a su padre, que la saludaba con ímpetu.
—Por fin estás en casa —dijo, y le quitó de las manos el carrito con las maletas—. Tu habitación está lista y Magda ha preparado pollo al curry. Cuando Frankie y tú erais pequeñas, y Edwin aún vivía, estabais de acuerdo en que no había nada más rico.
—Y todavía lo pienso —convino Billie con una sonrisa.
—Lo sé.
Fuera del aeropuerto los esperaba su pequeño descapotable.
—Pero, papá, ahí no cabrá mi equipaje.
—¡Diablos! No lo había pensado. Tendremos que pedir un taxi para que lo lleve a casa. Pero tú te vienes conmigo y así me cuentas cómo te va la vida. ¿Cómo está Karl-Johan? —preguntó al tiempo que hacía una seña a un taxista que estaba fumando junto a su coche.
—Hemos terminado.
—Vaya. Lo siento.
Ella se encogió de hombros.
El taxista se opuso a llevar solo el equipaje, pero cuando Sebastian le pagó por adelantado y le dio una generosa propina, se calló y echó mano a las maletas de Billie.
—Mira y aprende —dijo Sebastian—. Todo puede comprarse.
Le abrió la puerta del coche.
—Es una imagen muy cínica del ser humano —dijo Billie cuando su padre se sentó al volante.
—Pero no menos cierta. —Echó una mirada por encima del hombro y se alejó de la acera—. Ponte el cinturón. Se puede salir volando de un descapotable si ocurre algo. ¿Quieres conducir? —le preguntó—. Ni siquiera lo he pensado.
—No, conduce tú.
—¿Probaste lo de conducir por la derecha en Suecia?
Billie se echó a reír.
—Una vez, pero entré mal en una rotonda y tardé un rato en salir de allí.
Su padre sonrió.
—Si supieras lo contento que estoy de que estés en casa —dijo dándole una palmada en la pierna—. ¿Cuándo viene tu amiga?
—Dentro de unas semanas. Va a vivir con los empleados del hotel.
—Pero tú vivirás en casa, ¿verdad?
—Sí.
Billie inspiró los familiares olores de Londres como si se encontrara en un gran bosque. Olía a neumático de automóvil, asfalto caliente, gases de tubo de escape y gasolina. Estaba en casa.
Desde hacía medio año, echaba de menos su ciudad, pero muchas cosas habían cambiado desde entonces. El teatro había adquirido para ella un significado que era difícil de explicar a los demás. Lo había intentado, pero las palabras no bastaban. La que mejor lo entendía era Annika. No porque ella sintiera lo mismo, sino porque había visto aquella transformación en la que Billie había pasado de ser una chica asustada a una apasionada.
—Vas a ser una gran estrella de cine —le había dicho.
—¿Cuántas actrices británicas negras conoces? —había contestado.
La pregunta estaba justificada y había pensado en ello muchas veces. Si de verdad quería ser actriz, se le exigiría muchísimo más que a una mujer blanca. No obstante, estaba dispuesta a luchar, tanto como su madre había luchado en el Flanagans. Era el único camino hacia delante. Ahora que había encontrado algo que la apasionaba, entendía mucho mejor la ambición de su madre.
—¿Me dejas en el Flanagans para que pueda saludar a mamá? —preguntó cuando llegaron al centro.
—Claro que sí. Cenaremos a las siete.
BILLIE ABRAZÓ A los empleados que le salieron al paso en el vestíbulo y se detuvo un momento en la recepción para charlar con sus antiguos compañeros de trabajo. Aquel verano también iba a trabajar allí. Su madre le había ofrecido un trabajo de oficina, pero ella prefería ver a los clientes. Era mucho más divertido que el papeleo.
De pronto oyó una voz que reconoció. Se quedó helada. ¿Frankie? Oh, no. ¿Qué estaba haciendo en el Flanagans? Billie se la quedó mirando y la otra la miró igual de sorprendida.
—Hola —dijo Billie.
—Hola. —Frankie se acercó a la recepción. Estaba tan guapa como siempre. Llevaba una ropa rarísima, pero le sentaba bien.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Billie después de repasarla con la mirada.
—Seguramente lo mismo que tú.
—¿Vas a subir al despacho?
Frankie asintió.
—¿Vamos?
¿Quería que fueran juntas? Era muy extraño. Parecía casi… ¿amable? ¿Cómo podía ser? Billie la miraba de reojo. Durante mucho tiempo Frankie irradió una fuerza que la intimidaba, pero ahora había desaparecido y era muy extraño no sentir miedo de ella. O Billie se había hecho mayor en Suecia, o Frankie se había vuelto amable en Calais, puesto que fueron andando con tranquilidad hacia la escalera que llevaba al despacho. Saludaron a las mismas personas, se detuvieron para abrazar a Charlie, que dejó en el suelo las maletas que cargaba para recibirlas, echaron una mirada a los clientes del salón, vestidos de punta en blanco, y al llegar a la escalera, pusieron el pie en el primer escalón al mismo tiempo.
Frankie detuvo a Billie con el brazo, le dedicó una amplia sonrisa y le preguntó:
—¿Te acuerdas?
Billie se sintió transportada al pasado. De repente tenían nueve años y hacían una carrera para ver quién llegaba primero a la siguiente planta.
—Ya lo creo —le contestó con otra sonrisa.
—¿Estás lista? —Frankie la miró con aire retador y Billie asintió. Los músculos de la pierna se tensaron solos—. Preparados, listos… ¡ya!
Las dos echaron a correr como centellas escaleras arriba y Billie llegó arriba primero. Frankie la miró—. ¡Has ganado! —dijo sin aliento.
La vencedora levantó una ceja.
—Todas las otras veces te dejé ganar.
Cuando Billie abrió la puerta del despacho, oyó que Frankie se reía detrás de ella.
Emma soltó un grito y se levantó de golpe de su lugar de trabajo. Al parecer, no sabía que Frankie estaba en la ciudad.
Billie miró sorprendida a su madre mientras Frankie y Emma se abrazaban. ¿Cuándo había ocurrido aquello? ¿Frankie ya no creía que Emma era la peor madre del mundo? Era obvio que no. Quizá por eso había sido amable también con Billie. Dejó de pensar en ello cuando su madre fue corriendo hacia ella. Se abrazaron y olió el perfume de Chanel, como siempre.
—Bienvenida a casa, cariño —dijo Elinor sin dejar de abrazarla.
Billie se zafó sonriendo del abrazo de su madre.
—Solo quería saludar. Voy a comer pollo al curry en casa de papá. Magda ha cocinado.
—Oh —exclamó Frankie—. Nadie lo prepara mejor que ella.
Billie solo lo dudó un momento, y luego dijo:
—Pues ven. Papá estará encantado y Magda siempre cocina para todo un ejército, ¿verdad, mamá?
Elinor asintió. Tanto ella como Emma parecían contentas. Ojalá que no esperaran demasiado de ese encuentro. Si Frankie iba con ella, era por la comida, no por amistad.
—Estupendo, voy —dijo Frankie—. Puedo, ¿verdad, mamá?
—Sí, por supuesto. Creo que estoy un poco en shock. ¿Vas a quedarte conmigo?
—Sí, si puedo. Estaré aquí unos días. Me lo voy a tomar con calma. Papá vendrá el martes, así que puedo volver a Calais con él. Ese día es su cumpleaños. Si quieres, puedes comer con nosotros la tarta que le he prometido.
Billie podía jurar que nunca había visto a Frankie tan amable con su madre. Casi se le saltaban las lágrimas.
—Deja la maleta aquí, que yo la subiré —dijo Emma. Billie vio que estaba tan emocionada que tuvo que girarse para que no le pasara a ella lo mismo.
—¿Vienes o no? —le preguntó a Frankie, antes de encaminarse hacia la puerta.
Bajaron juntas la escalera. Se estaba muy a gusto a su lado, y Billie estaba sorprendida de la facilidad con la que había cambiado todo. Era cierto que se conocían de toda la vida. Sus madres eran como hermanas, por lo que Frankie y Billie siempre sabían lo que hacía la otra, pero hacía muchos años que no intercambiaban una palabra amistosa. Cuando Frankie no se burlaba de Billie, esta no tenía nada que decirle. Y ahora era como si aquella enemistad se hubiera esfumado de repente. Frankie no era cruel, y Billie tampoco quería serlo. Las dos habían pasado una temporada fuera de la ciudad; a lo mejor por eso les resultaba más fácil llevarse bien.
—Es muy bonito —dijo Frankie señalando el bolso de Billie.
—El tuyo también.
Se sonrieron. Y ni siquiera eso fue extraño.