—PERO, CARIÑO, ¡QUÉ emocionante! ¿Qué es esto? —dijo Alexander cuando Angelica le dio el gran paquete la mañana de su cumpleaños.
Angelica lo miraba excitada.
—Ábrelo y lo verás. —Parecía que ella misma quisiera arrancar el papel de embalar.
Alexander se tomó un tiempo, abrió el papel con cuidado, sin romperlo. Por fin consiguió destapar la pintura al óleo. Representaba a Angelica desnuda sobre una manta a cuadros, con el pelo cayéndole como un abanico. Las mejillas le ardían como si acabara de tener relaciones sexuales. El artista, fuera quien fuera, la había captado a la perfección.
«Pero ¿dónde diablos cree que voy a colgarlo?», pensó Alexander.
—¡Qué bonito! —exclamó sin saber muy bien qué decir—. ¿Quién lo ha pintado?
—Un pintor del casco antiguo, un verdadero artista. ¿A que es fantástico? —Los ojos le brillaban de orgullo.
Él asintió. Sí, estaba muy bien retratada. El cuadro era erótico, con las piernas de Angelica ligeramente abiertas y… Alexander entornó los ojos… humedad entre ellas. Dios mío.
—Pareces… muy satisfecha —murmuró, por decir algo.
La verdad es que el cuadro era demasiado. Demasiado íntimo, demasiado pornográfico, para resultar elegante. Enseguida le preguntaría dónde pensaba colocarlo, y ¿qué iba a responderle? ¿Detrás de la puerta del dormitorio?
Alexander le sonrió y Angelica lo miró como si esperara algo de él. Entendió lo que ella quería cuando le puso la mano en el muslo y empezó a subirla hacia su pene, que no parecía en absoluto interesado. Era como si se encogiera a medida que la mano de Angelica se acercaba.
Al final, él la apartó.
—Lo siento, pero no puedo —dijo, y cerró los ojos con fuerza mientras esperaba alguna forma de estallido. Al fin los abrió y la miró. Angelica estaba llorando en silencio, tapándose la cara con las manos. —Lo siento, Angelica, pero esto no funciona —dijo. Aunque, ¿lo sentía en realidad? No, en ese momento se alegraba de que él fuera el único propietario del restaurante y de la casa donde vivían. Qué canalla estaba hecho. Ella había invertido en aquel lugar la misma cantidad de trabajo que él y, seguro, más amor en su relación.
Angelica se levantó, agarró el cuadro y fue hacia la puerta.
—Me marcho esta tarde.
—¿Dónde irás?
—Voy a vivir con alguien que quiere estar conmigo. Tú nunca has querido —dijo—. Te agradecería que sacaras tus cosas de mi apartamento de Londres cuando estés allí.
ALEXANDER DEBERÍA DE haberse sentido triste, pero lo único en lo que pensaba mientras andaba por el jardín y entraba en el restaurante era que con un empleado menos tendrían más trabajo. ¿Era todo lo que sentía? ¿De verdad? Sí, no se podía mentir a sí mismo. Era casi un alivio que ella quisiera marcharse enseguida. Había intentado amarla, pero no lo había conseguido. Ella se merecía algo mejor. Pero no podía ir a Inglaterra ese mismo día para recoger sus cosas porque tenía que hacer el turno de Angelica.
Ante Pierre, que estaba preparando la comida, se quejó con una media sonrisa:
—¿Conoces a alguien que quiera un trabajo y pueda empezar esta noche?
—Ya lo creo. Tengo una lista de gente que quiere trabajar aquí.
—¿Me estás tomando el pelo?
—¿Me lo estás tomando tú? El restaurante tiene muy buena fama gracias a mí —dijo el cocinero—. No hay ningún problema. ¿Qué necesitas? ¿Hombre o mujer? ¿Qué perfil? Traeré a los candidatos si me dices lo que necesitas.
—Necesito un maestresala que pueda hacer de jefe de restaurante cuando yo tenga que hacer otras cosas, y que no le importe servir las mesas cuando sea necesario.
—¿Una nueva Angelica?
—¿Ya sabes que nos abandona?
Pierre se encogió de hombros.
—La he visto abrazada a aquel artista tan espabilado, de forma que me lo imaginaba.
—¡Caramba! No lo sabía. —Alexander levantó las manos cuando vio que el otro se inquietaba—. No te preocupes, me alegro por ella. ¿Cuándo puedo conocer a tus candidatos?
Se sintió aliviado al saber que Angelica ya tenía a otro.
«Debería darme vergüenza», pensó.
Pierre miró el reloj.
—¿Dentro de una hora?
Alexander se rio.
—¡Fantástico!
—¿Dónde está Frankie? —preguntó Pierre.
—En Londres, con su madre. Volverá dentro de unos días.
—Muy bien, es que es… muy buena. —Fue casi como si el cocinero volviera a respirar.
¿Qué se había perdido Alexander? Creía que Pierre y Frankie no se soportaban. De todas maneras, se alegró de que el cocinero se hubiera dado cuenta de lo buena que era su hija.
—Sí que lo es —dijo con orgullo.
Dos horas después había contratado a dos personas, un maestresala experimentado que también lo sustituiría como jefe de restaurante y a un chico muy joven que tenía un gran interés en trabajar como camarero.
¡Vaya día! Quizá no tenía a nadie con quien celebrarlo, pero cuando Frankie lo llamó, se le levantó el ánimo.
—Ya lo sabías —le dijo a Frankie cuando esta no mostró ninguna sorpresa.
—Sí. Por casualidad vi a un pintor entre sus piernas.
—¡Frankie! —dijo Alexander, y carraspeó.
—Lo siento, pero es lo que vi. Me alegro de que te hayas deshecho de ella. Se esforzaba mucho por parecer dulce y perfecta, pero era una falsa. Odio a esas tías. —Luego bajó la voz—. Mamá quizá no es tan encantadora, pero es sincera. Eso me gusta, y creo que a ti también. ¿Cuándo vienes?
¿Aquello le gustaba o lo aterraba? Había acusado muchas veces a Emma de falsedad, cuando creía que se veía con otros hombres a sus espaldas. Nunca se había librado del sentimiento de haberse aprovechado de su vulnerabilidad cuando dio a luz a Frankie ella sola, de haberle hecho aceptar algo que ella no hubiera querido de haber tenido otras opciones. Lo asaltaba el miedo cada vez que ella miraba a otro hombre.
Se habían divorciado, él había tenido otra relación y, sin embargo, Emma era a la única que deseaba. Su hija lo sabía.
Se quitó el delantal.
—Voy para allá, te llamaré cuando haya llegado. Pregúntale a mamá si puedo dormir en el Flanagans un par de noches.
Lo suyo con Emma no había terminado. Ni mucho menos.