«DIOS MÍO, AYÚDAME», pensó Elinor con desesperación. Lo que acababa de saber lo había puesto todo patas arriba. No había vuelta atrás. Tenía que poner las cartas sobre la mesa, sin importar lo que dijera Alexander. Antes era él quien quería decir la verdad y ella lo había detenido. Ahora era al revés. Tenía que hablar con él. Debían contarlo.
Había muchas cosas que considerar, pero tenía que saberse la verdad.
La voz de Emma la hizo volver al presente.
—¿Tú también crees que es posible que nuestras hijas se hagan amigas? —Emma levantó su taza de té, resplandecía de esperanza.
—Sí, aunque seguramente nunca las veremos al frente del Flanagans —dijo Elinor. Había deseado que llegara el día en el que pudiera entregarle las llaves del hotel a Billie. Ahora ya no tenía ninguna importancia. ¿En qué había estado pensando todos aquellos años en los que había intentado llevar a Billie en una dirección determinada, cuando lo único que importaba era que su hija fuera feliz?
—Cuando nos vayamos de aquí ya estaremos en el año 2000. ¿Te imaginas cómo será la Nochevieja de 1999? Tendremos casi sesenta años. —Emma se rio, como si fuera una edad increíble. Al ver que Elinor ni siquiera sonreía, continuó—: ¿Qué te pasa hoy? Estás pensando en algo.
—En los viejos tiempos. ¿Tú no piensas nunca en ellos? ¿No piensas en los errores que has cometido y deseas con todo tu corazón deshacer lo hecho?
Emma se sobresaltó; no mucho, pero lo suficiente para que Elinor se diera cuenta.
—Me cuesta creer que hayas cometido algún error —dijo con una sonrisa, pero Elinor vio la duda en sus ojos. Como si estuvieran entrando en una zona llena de minas.
Elinor tenía la verdad en la punta de la lengua, solo tenía que abrir la boca para dejarla salir, pero todavía no había llegado el momento. Tragó saliva e intentó sonreír.
—¿Más té?
ELINOR SENTÍA UNA enorme tristeza por su familia y por lo que podía suceder de ahora en adelante. La amenazadora oscuridad que había conocido cuando nació Billie había vuelto. Entonces, su ginecólogo le había dicho que no era raro que las mujeres que acababan de ser madres se sintieran de aquella manera, pero que si continuaba cuidando de su hija se le pasaría. Tenía razón: se le pasó, pero había sido terrible. Esta vez la situación no era la misma, pero reconoció los pensamientos oscuros.
Rezó a Dios por que no volviera a separar a las familias cuando contara la vedad, porque su propósito era lo contrario. Necesitaba a sus allegados más que nunca, y ellos se necesitaban unos a otros. ¿Serían capaces de entenderlo?
—¿Cuándo viene Alexander? —preguntó con tono monocorde.
—A las dos. Comerá con nosotras. ¿Te apuntas?
—No, pero me gustaría preguntarle una cosa. Hablaré con él después. Tenía que hablar con Alexander a solas.
POR LA TARDE, Alexander entró en el despacho acompañado por Emma.
—Hola —dijo, y besó a Elinor en las mejillas—. Me alegro de verte. ¿Cómo estás? —La examinó con la mirada—. Pareces cansada. ¿No trabajas demasiado?
—Ah, estoy como siempre. Con mis altibajos. —Intentó sonreír—.¿Puedes dedicarme un momento? Ven conmigo, por favor.
«Es imposible no ver lo mucho que la sigue queriendo», pensó Elinor, que dudó un momento. Pero luego se impuso la realidad. Ya no había alternativa.
—No —fue la respuesta de Alexander en la suite de Elinor cuando ella le dijo lo que quería hacer—. Es demasiado tarde. Déjalo estar. Ahora somos amigos y nuestra familia está bien. Y piensa en tu hija. No hay que contarlo todo. Nuestro viejo error ha prescrito.
—¿Es eso posible? —preguntó Elinor—. En tal caso, ¿no debería dejar de perseguirme?
—Pero ¿qué crees que cambiará si lo cuentas? A lo mejor se calmará tu conciencia, pero nada más.
—Durante toda mi vida he pensado en los demás, ahora quiero hacer esto por mí. Es necesario.
—No durante toda tu vida —dijo Alexander con tono severo—. Y ese es el problema. No eres santa Elinor, como pretendías, y eso te está volviendo loca.
—¿Piensas que soy egoísta?
—En este asunto, sí.
—Tú también querías poner las cartas sobre la mesa.
Alexander se rio.
—Entonces. No ahora.
—¿O sea que no puedo contar con tu apoyo?
—No, lo siento. Y te pido que dejes que siga siendo nuestro secreto. Consúltalo con la almohada, Elinor, puede que mañana veas las cosas de una forma muy distinta.