A ELINOR LE temblaba la mano. Había escrito lo que quería decir, para asegurarse de que empleaba las palabras justas y apropiadas. Se había pasado toda la noche preparándolo. Nada había cambiado, pese al deseo de Alexander de que se lo pensara otra vez. Las dos familias tenían que saberlo todo. Miró a Alexander, que le dirigía una mirada suplicante, aunque no le hizo ningún caso. Esto era lo más difícil que había hecho nunca.
—1962 —leyó en voz alta de su bloc. Luego levantó la vista y miró a todos los presentes. Billie, la querida Billie, parecía sorprendida, igual que Frankie, que estaba a su lado. La mirada de Emma era más difícil de interpretar, y Elinor vio que su mano buscaba la de Alexander. Este había cerrado los ojos. Él era el único que sabía lo que iba a ocurrir. Sebastian meneaba los pies con inquietud. Se notaba que no le apetecía nada estar allí.
—1962 —repitió—. Yo acababa de dar a luz a Billie. Había muchas cosas que me aterraban. La tarea de proteger a Billie de cualquier mal superaba mis fuerzas y el miedo de que Sebastian me abandonara no me dejaba dormir por la noche. Al principio no dormía nada. Mi bebé chillaba de hambre cuando la leche se me agotaba en los pechos. En cambio, se calmaba cuando su niñera le daba el biberón. Me pasaba las noches paseándome por la casa mientras Sebastian dormía. «Qué feliz que debes de ser», me decía la gente. No entendían lo infeliz que era, y yo no se lo podía explicar. ¿Cómo iba a hacerlo?
Respiró hondo antes de continuar, sin atreverse a mirar a nadie.
—Mucho antes había visto a Sebastian salir a hurtadillas de la habitación de Emma. Vi con mis propios ojos cómo se abrochaba el último botón de la camisa y se alisaba los pantalones. Se pasaba los dedos por el pelo como hacía después de haber estado conmigo.
Elinor oyó cómo Sebastian tosía y se apresuró a seguir leyendo. Ya no había vuelta atrás.
—Cuando lo vi, no sabía que estaba embarazada. Tardé cinco semanas más en descubrirlo. Y hasta la boda no supe que Emma también estaba encinta.
»Luego supe que Alexander y Emma no habían estado juntos, así que no fue nada difícil imaginar quién la había dejado embarazada y por qué ella se fue corriendo a visitar a su madre en lugar de asistir a la boda.»
—Elinor —resolló su amiga, pero Elinor levantó una mano para que se callara. Quería que la dejaran continuar.
—Me asustaba pensar qué preferiría Sebastian cuando viera un bebé oscuro al lado de otro blanco. Todo el mundo quiere tener una copia de sí mismo. No podía dejar de pensar en ello. Es difícil de explicar el miedo que tenía de que Emma volviera con un hijo en brazos, la echaba muchísimo de menos y al mismo tiempo deseaba que no volviera nunca.
Elinor hizo una pausa. El silencio era tan absoluto que se oía la respiración de todos. Carraspeó un poco antes de continuar leyendo:
—Si Emma hubiera abortado, habría vuelto al Flanagans, por lo que debía de seguir con el embarazo. ¿Estaría enamorada de Sebastian? Le rogaba a Dios que no fuera así. Estaba segura de que, si mostraba sus sentimientos con su hijo en brazos, él me abandonaría.
»El gran amor que Alexander sentía por Emma fue mi salvación. Cuando le conté toda la historia, añadí una mentira: que Emma estaba enamorada de él. El pobre no dudó en ir a casa de la madre de Emma, que lo envió a la habitación que su hija había alquilado para Frankie y para ella.
Necesitaba beber algo y, sin mirar a su alrededor, se humedeció la garganta con un trago de agua y luego continuó:
—Cuando volvisteis con la pequeña Frankie como la familia Nolan, me convencí de que yo no había hecho más que proteger a mi familia y, además, había procurado que también Emma tuviera un marido. Alexander nunca revelaría que no era el padre biológico de Frankie y, como era evidente, Emma tampoco diría nunca nada.
»Durante varios años me consideré un ángel. Gracias a mí, dos niñas pequeñas tenían cada una un padre.
»Luego murió Edwin.»
Elinor oyó la fuerte respiración de Emma y deseó librarse de contar el resto, pero era imposible.
—Su muerte nos transformó a todos y mi sentimiento de culpa por no haber dejado que Frankie estuviera con su hermana biológica se hizo insoportable. Me destrozaba verlas juntas. Cuanto más difícil les resultaba afrontar los sentimientos que albergaban la una por la otra, tanto peor era que no conocieran su parentesco.
Cuando tuvo que pasar de página, Elinor levantó la vista y observó que Sebastian estaba inmóvil en su butaca. Emma había soltado la mano de Alexander. Elinor no se atrevió a mirar ni a Billie ni a Frankie, porque, si lo hacía, no tendría valor para continuar: lo que ahora iban a descubrir sobre sus padres quizá sería aún peor.
—Yo tenía que sacrificar algo para librarme de mi sentimiento de culpa —continuó leyendo su confesión e hizo un esfuerzo para que no le temblara la voz—. Así que cuando apareció la posibilidad de reuniros, Sebastian y Emma, la aproveché. Emma, tú te merecías la oportunidad de revelarle tu secreto a Sebastian y yo te la di. Las miradas furtivas que le habías dirigido a lo largo de los años no me habían pasado inadvertidas. Sebastian, tú, en cambio, no habías pensado en Emma, ni habías sospechado que Frankie fuera hija tuya, por lo menos yo no lo noté.
Elinor miró a su marido antes de continuar:
—Cuando te mandé a Weymouth aquel fin de semana con Emma, lo hice convencida de que era lo que debía hacer, pero apenas pude respirar mientras estuviste fuera. Y no fue hasta que volviste para botar el barco cuando debió de ocurrir algo entre vosotros dos, porque cuando regresaste a casa estabas distinto. Me di cuenta de que tus pensamientos estaban en otra parte, con ella. Sin embargo, no parecía que fueras a abandonarnos a mí ni a Billie, porque, pese a haber tenido la oportunidad de hacerlo, era evidente que Emma no te había contado la verdad sobre Frankie. Y nunca pensé que os hubierais vuelto a ver a solas.
»Había hecho una apuesta con mi vida y había ganado.»
Elinor dejó el bloc en el escritorio.
—Tenéis derecho a saber que sois hermanas. Todavía le temblaban las manos. Se sentía aturdida.
—Madre mía. Nunca lo hubiera creído —dijo Sebastian, estirando sus largas piernas. Se puso las manos en la nuca y miró a Emma, Alexander y Elinor—. Soy el único que puedo salir de aquí con buena conciencia. Es un sentimiento un tanto raro, después de tantos años siendo el canalla en medio de esta reunión de magníficas personas.
Emma intentó levantarse, pero Alexander la sujetó.
—Así pues, ¿siempre lo has sabido? —le dijo Emma a Elinor.
Ella asintió.
—Perdona, Emma. Tienes que perdonarme. —Rompió a llorar con violencia. Ya había terminado y tenía que recuperar la serenidad, pero todavía le faltaba una cosa por contar.
Emma se volvió hacia Alexander.
—¿Y tú sabías quién era el padre de Frankie?
Alexander asintió y trató de rodearla con el brazo, pero ella se zafó y se levantó.
Billie se inclinó hacia Frankie.
—¿Cómo estás?
Frankie meneó la cabeza, como si lo que acababa de oír fuera una locura.
—Menos mal que encontramos aquella nota y estábamos sobre aviso —le contestó susurrando.
Billie se volvió hacia su madre.
—¿Por qué lo cuentas ahora, después de tantos años de secretos?
—Estoy enferma —dijo con una voz débil. Intentó mirar a cada una de las personas que significaban tanto para ella, pero estaba agotada. Vaciada de sentimientos y de fuerzas, solo permanecía el miedo.
Billie la miró con espanto.
—¡Mamá!
Sebastian se enderezó en el sillón, Emma se detuvo de golpe.
—Elinor, ¿qué quieres decir? —dijo Alexander asustado.
A Elinor le zumbaba la cabeza. Intentó dirigir una sonrisa consoladora a Billie, pero no lo consiguió. Sebastian se le acercaba con una silla.
—¿Enferma? —preguntó con tono implorante—. ¿A qué te refieres? Siéntate. Te vas a desmayar.
Elinor vio cómo Emma alargaba el brazo hacia Frankie.
—Mamá, di algo —le rogó Billie—. Di qué te ocurre. Ya lo sospechaba en Uppsala, pero entonces me mentiste.
—Entonces no lo sabía. Ven —dijo, y alargó una mano hacia su hija. Estaba aturdida, no había comido nada en todo el día. Se sentó en la silla que le había acercado Sebastian. Estaba pálida. Cuando Elinor tomó la mano de Billie, la notó helada.
Continuó hablando, aunque su voz apenas resistía:
—Todavía no sé lo grave que es, pero me han encontrado células cancerígenas en un pecho y me tienen que operar… Mi médico espera que lo hayan detectado a tiempo. —La cara de todos expresaba conmoción. ¿Podría haberlo dicho de alguna otra forma? ¿Debería haber hablado a solas con Billie para contarle tanto lo de su enfermedad como que ella y Frankie eran hermanas? ¿O debería haber hablado primero con Emma, para que se lo pudieran contar juntas a sus hijas?
Pero todo había ido muy rápido, y mañana mismo la operarían.
Sebastian acercó otra silla y se sentó a su lado. Le rodeó los hombros con el brazo.
—Elinor, no tenía ni idea. Estoy avergonzado. Durante los últimos meses he dicho muchas tonterías. Ahora me necesitas. —Se le quebró la voz.
Emma se puso en cuclillas junto a Elinor.
—Lo siento tanto… He cometido muchísimos errores y no espero que puedas perdonarlos, pero ahora tenemos que ayudarnos. Nuestras hijas, tu enfermedad… —balbució.
—¿Puedes perdonarme a mí? —susurró Elinor.
—Ya sabes que sí —dijo Emma—. Eres mi mejor amiga. Te quiero. Otro día hablaremos de todo esto, pero ahora no es el momento.
LA INQUIETUD DE Emma por Elinor se mezclaba con el miedo de volver a perder a su hija. Emma y Frankie estuvieron hablando hasta bien entrada la noche, y Alexander asomaba la cabeza de vez en cuando para preguntar si necesitaban algo. Se quedaría en Londres un par de días más, y Emma le había pedido que se alojara en el apartamento con ella y con Frankie, porque su hija también necesitaba a su padre.
—¿Por qué, mamá?
—Creí que escogía al mejor padre para ti. Alexander te ha querido de forma incondicional. Si le hubiera contado a Sebastian que eras hija suya, es muy probable que no hubieras tenido ningún padre presente. —Se quedó pensando un momento—. Yo siempre he sido más fuerte que Elinor —continuó diciendo—. Puede parecer muy competente y serena por fuera, pero yo sé lo frágil que es en realidad. En su día amó profundamente a Sebastian, pero sus engaños poco a poco destruyeron esos sentimientos. Por aquel entonces, cuando vosotras erais pequeñas, él era su gran amor y su apoyo. Si yo hubiera dicho la verdad, podría haber destruido muchas vidas.
—¿Alguna vez tuviste la sensación de que la preferías a ella antes que a mí? —preguntó Frankie. No era una acusación, sino una pregunta importante.
—No, jamás. Sin embargo, preferí a tu padre sin estar enamorada de él, y por eso siempre he tenido mala conciencia. Ante ti y ante él.
—Te volviste a acostar con Sebastian. Eso es un poco repugnante.
—Sí, el dolor me volvió rara. Y a él también cuando perdió a su hermano.
—No tenemos que hablar más de eso. En cambio, sobre papá… —Frankie levantó la mirada desde las rodillas de Emma, donde tenía la cabeza apoyada desde hacía casi una hora—. He visto tus miradas. No lo abandones ahora, mamá, sería el mayor error de tu vida.
Emma acarició la mejilla de su hija.
—Creo que tienes razón —afirmó con una sonrisa, y sintió una alegría en su interior que se mezclaba con la inquietud que sentía por Elinor—. Creo que tienes razón, cariño.
Frankie asintió.
—Pero lo más importante es que no te pierda nunca a ti, Frankie —dijo Emma—. Te quiero más que nada en el mundo.
BILLIE SALIÓ DEL hospital cuando se llevaron a su madre para la operación. Necesitaba aire para superar aquel día. Fuera encontró a Frankie.
—¿Así que somos hermanas? —dijo Billie cuando se abrazaron—. Eso sí que no me lo esperaba.
—Yo tampoco. ¿Has podido dormir un poco esta noche? —le preguntó.
Billie negó con la cabeza.
—No, no he pegado ojo. Papá se quedó con nosotras toda la noche. Está destrozado y se arrepiente de haber querido divorciarse. «Me niego», ha dicho esta mañana, antes de que trajéramos a mamá al hospital.
—¿Se niega a qué?
—A divorciarse. —Billie esbozó una débil sonrisa. Debió de removérsele algo dentro cuando supo que mamá estaba enferma. Parece que le gusta que lo necesiten. Dice que siempre ha sido al revés.
—¿Cómo está Elinor?
—Mal. Está inquieta y asustada. Ha estado llorando durante todo el camino hacia aquí. Acaban de dormirla.
—Pobre Elinor —dijo Frankie—. ¿Y cómo estás tú?
—Es horrible. —Sus miradas se encontraron, y cuando Billie vio que Frankie también estaba desesperada, le escocieron los ojos—. Me alegro de que conozcas a mi madre. Así es más fácil hablar de ella —continuó diciendo en voz baja.
—Elinor era mi punto de apoyo cuando me peleaba con mi madre. Siempre fue muy amable conmigo. Era como si me entendiera. La quiero de verdad.
Billie asintió.
—Ella también te ha querido siempre.
—Ven, vamos con los demás. Mis padres están allí —dijo Frankie, pasándose la mano por los ojos.
—¿Estás enfadada con ellos? —Billie le aguantó la puerta a Frankie, que negó con la cabeza.
—No, la verdad es que no. Los entiendo, aunque parezca extraño. ¿Y tú? Supongo que es difícil estar enfadado con alguien que está enfermo —dijo, apretando el botón del ascensor.
—Sí, y tampoco estoy enfadada. Entiendo que mi madre tuviera miedo. Anoche, cuando se durmió, mi padre me contó más cosas. —Entraron en el ascensor—. Saldrá de esta, ¿verdad? —La voz de Billie era apenas audible.
—Sí, ya lo creo —dijo Frankie segura de sí misma.
Era maravilloso que una de ellas estuviera segura. Billie casi no se atrevía a tener esperanzas. Cuando salieron del ascensor, detuvo a Frankie.
—Me alegro de que seamos amigas… y hermanas —dijo con cautela.
Frankie le apretó la mano.
—Yo también.