Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid.
ENERGÍA, SEGÚN EL DICCIONARIO DE LA
REAL ACADEMIA, es: Eficacia, poder, virtud para obrar. Su segunda
acepción es Capacidad para realizar un trabajo. Cuando acompaña a
otras palabras implica acciones en las que interviene como elemento
común la fuerza. O sea, un poder que transforma, que está en el
origen del movimiento y, por lo tanto de la esencia de las
cosas.
Las primeras imágenes que acuden a
nuestra mente cuando escuchamos el término están relacionadas con
la electricidad, los electrones, el átomo... Todas ellas unidas por
un nexo común que permite sospechar algo ya intuido: ¡todo es
energía! ¿Por qué? Porque todo cuanto existe está constituido en su
esencia por partículas mínimas que giran produciendo todo tipo de
efectos que se manifiestan de muy diversos modos, entre los que
destacan, por su importancia, las misteriosas fuerzas de atracción
y repulsión entre objetos, que los sitúan en la estructura del
Universo.
Orión, una región del Universo, con
manifestaciones energéticas espectaculares, como las nebulosas de
la Cabeza de Caballo y de Orión.
Las auroras boreales son manifestaciones
energéticas que iluminan los cielos septentrionales, procedentes
del Sol.
Por lo tanto, el cuerpo humano, los
animales, las plantas, los minerales, los gases, los estados
plasmáticos, son alterados por una serie de fuerzas que les afectan
de distinto modo. Las modificaciones que se produzcan dependerán de
la intensidad y signo de los campos de energía, hasta llegar a un
equilibrio que puede desaparecer en cualquier momento dependiendo
de distintos factores.
Metafóricamente, el equilibrio sería
asimilable al término creación, y su contrario, la destrucción. Sin
embargo, el concepto creación es relativo, porque se refiere a un
momento puntual de convergencia de elementos influentes.
Desde el punto de vista humano
existen dos tipos de energía. De un lado, la que se manifiesta
mediante fuerzas físicas, congnoscibles, evidentes, pesables y
medibles, amplificables y reducibles, controlables e
incontralables. Del otro, otras más sutiles que aparentemente
incumplen principios universales, como las cuánticas, que actúan en
los niveles más básicos de la materia, y las espirituales, de
naturaleza metafísica (¿o quizá no del todo?).
La historia nos enseña que la
evolución del hombre, su papel como dominador del resto de especies
que pueblan la Tierra, está muy relacionado con el control de estas
energías. Todos los conocimientos, de uno u otro modo, permiten
controlarlas para ponerlas al servicio de la supervivencia y
crecimiento de la especie.
Es difícil apreciarlo a simple
vista, por la naturaleza abstracta de ciertos fenómenos, pero la
cultura, por ejemplo, entendida como acúmulo de experiencias
–incluyendo las erróneas, aunque lleven paulatinamente hacia
certezas–, es una elaboración que nace a expensas de las energías
espirituales de la Humanidad. La consciencia de existir, de cumplir
una misión concreta asignada, la trascendencia, son cosas
inherentes al homínido. Explicar el mundo en términos de existencia
originada y sustentada en la energía, la vibración, la radiación,
las fuerzas potenciales del universo,... no es materialismo
únicamente. Incluye la intervención de elementos extrafísicos, o
dicho de otro modo, sobrenaturales.
El hombre trata de controlar todo
cuanto le influye para ponerlo a su servicio, o evitar sus efectos
negativos. Las ciencias positivas han avanzado mucho para llegar al
momento en el que estamos, en el que nos han proporcionado grandes
soluciones mediante la introducción de sistemas de control, como la
mecánica, la medicina o la química. Pero el conocimiento de la
mente o del ser espiritual, y las influencias que recibe, no se ha
desarrollado prácticamente nada, excepto por algunas escuelas
filosóficas o religiosas. El cerebro y el ser sutil del hombre
siguen siendo unos desconocidos, envueltos en misterio e
ignorancia, que a duras penas la neurología, la psicología y la
psiquiatría tratan de aclarar, como también lo intentan otras
disciplinas no académicas. Esto ha sucedido por el empeño de
quienes afirman que su pensamiento es el único racional en negar la
existencia de entes inmateriales.
Quizá por esto, se han buscado
atajos materiales para llegar a lo que está más allá de la
experiencia sensible. Y a veces, éstos están en lugares o cosas
concretas que adquieren virtualidades mágicas o sagradas.
Los que describimos como vírgenes,
o sin manipular, no incorporan grandes transformaciones al efecto,
como son rincones apartados dentro de un valle, desierto, lago,
cascada, arroyo, fuente, montaña o colina, caverna o sima.
En los otros, el hombre ha
modificado el entorno para dotarlo de unas ciertas características
que lo hagan adecuado para la función que va a desempeñar. Podemos
citar la inclusión de menhires y dólmenes, la creación de cenobios,
ermitas, santuarios, jardines, fuentes, etc... Algunos construidos
con pocos elementos en lugares singulares, donde se aprovechó lo
preexiste que, como veremos, es el caso de algunos cultos que se
desarrollaron en la Península Ibérica en tiempos remotos.
Todos, en general, actúan como
cajas de resonancia de las fuerzas que existen y a las que se viste
con ropajes adecuados para adaptarlas a las creencias de cada
momento. Así nos encontramos con que la energía tectónica, una
tensión latente, que termina más tarde o más temprano por
convertirse en potencial y modifica el entorno físico del hombre,
se amplifica en ciertos lugares y se hace perceptible.Lo mismo
podemos decir de las otras que están presentes en prácticamente
todo el planeta Tierra, como son las diferentes manifestaciones
telúricas, generadas por
movimientos y diferencias de potencial eléctrico entre masas, el
magnetismo, diferente según los lugares, y las geotérmicas. Hay que
tener en cuenta también la constante disolución de los minerales
producida por el agua que discurre en el interior de la litosfera,
aflorando al exterior en manantiales que proporcionan toda clase de
sales, susceptibles de utilizarse para curar enfermedades o
mantener la salud, y que en ocasiones se han atribuido a alguna
deidad de cualquier tipo. También debemos considerar el trabajo del
agua sobre la superficie, produciendo una lenta, pero constante
modificación de los lechos por los que va para, cumpliendo con la
fuerza de la gravedad, arrastrar todo tipo de materiales. Las aguas
siempre han estado asociadas a lo sobrenatural, con muy buenas y
justificadas razones.
Isis, la diosa madre. Principio generatriz, y
por tanto divinización de la energía primordial.
Santuario en el Castro de Ulaca, Solosancho,
Ávila. Un lugar mágico para los vetones, un pueblo celta que
acostumbraba a construir estas estructuras en sitios donde
detectaban energías sutiles, llamadas vouiwres.
El agua es el portador de toda la fuerza
mineral de la Tierra. Cueva de Los Candelones, Karst de Río Lobos,
Soria.
El dominio exclusivo de todas estas
fuerzas siempre ha sido importante para los hombres, por lo que
algunos han establecido fuertes restricciones para el libre acceso,
prohibiendo, delimitando o estableciendo reglas estrictas. Así
aparecen figuras que son custodios del poder: chamanes, brujos,
sacerdotes... Todos ellos son intermediarios con lo sobrenatural
que, como veremos, se irán dotando de objetos de poder, como
talismanes, cetros, libros sagrados o arcas de contenido
misterioso, etc.
Estos individuos singulares son
creadores de dos conceptos que relacionan al hombre con estas
fuerzas: lo mágico y lo sagrado.
El primero engloba las
manipulaciones, palabras o invocaciones, que permiten dominar las
fuerzas naturales, haciéndolas actuar en sentido distinto al que lo
hacen normalmente y poniéndolas al servicio de la voluntad del
actor. Aquí aparecen toda una serie de criaturas fabulosas que
actúan como intermediadores o detentadores de poderes que ponen al
servicio del mago eventual o permanentemente. Son los gnomos, las
hadas, los diablos que, con diversos nombres según los lugares,
están a medio camino entre el hombre y sus dioses. Como ya sabemos,
se han practicado dos formas de magia: la blanca, que busca el
concurso de las fuerzas benéficas para aprovecharse de ellas, y la
negra, que se utiliza para perjudicar a los enemigos. Un caso
particular es la goetia, magia que permitió a Salomón
poner a su servicio a los demonios.
Lo sagrado, sin embargo,
es una relación de sumisión entre las criaturas y su creador o sus
superiores espirituales. Esto comprende la alabanza, la obediencia
y la aceptación de los ritos y restricciones impuestos por quienes
actúan como sus ministros (sacerdotes, pontífices), interpretando
la voluntad del dios o dioses de turno, y haciéndola cumplir. A
cambio, éstos conceden favores de todo tipo: riquezas, salud,
éxito, y la promesa de la vida eterna en un paraíso en el que son
el centro, que invariablemente forma parte de la cosmogonía de
todas las religiones.
Esta condición sacra, en el caso de
algunas filosofías orientales que han terminado por transformarse
en religiones (Taoísmo, Budismo), representa otro tipo de
creencias. Su filosofía se resume en que el hombre es capaz de
alcanzar la máxima evolución espiritual en vida y que, una vez
alcanzada ésta, se reinicia el ciclo para ayudar a otros en su
camino hacia la perfección.
El príncipe Sidharta Gautama, el iluminado,
el Budha, creador de una corriente filosófica que ha terminado por
convertirse en una religión de componente claramente espiritual, en
la que no figura una idea concreta de Dios, sino como una energía,
a veces sutil, a veces poderosa, que mantiene el Universo.