Ruinas de la ciudad arevaco-romana de Termancia, Soria.

LA INFANCIA DEL HOMBRE

LOS ÚLTIMOS ESTUDIOS SEÑALAN como primer antecesor de la raza humana a un animal de desarrollo placentario, semejante a un ratón. Este mamífero de la subclase euterios tenía la cola y los dedos muy largos, lo que le permitía poder agarrarse a las cortezas y ramas de los árboles para huir de sus depredadores, los dinosaurios, con los que convivió hace 125 millones de años. Ha sido bautizado como Madre del amanecer.
Transcurrió mucho tiempo hasta que, hace 4 millones de años, un homínido aún desconocido, descendiera de su morada vegetal para comenzar a andar apoyándose con las piernas traseras y los nudillos de sus manos. Pero éstas no sólo le servían para andar, sino que también le daban capacidad para transportar y manipular objetos con un fin concreto, más frecuentemente de lo que lo hacían sus parientes más cercanos los chimpancés. Se le denominó australopitecus, y su pelvis evolucionó hasta permitirle andar sobre sus dos pies. Durante el siguiente millón de años, su cerebro creció desde unos 350 hasta 750 c.c., y empezó a servirse de piedras trabajadas toscamente (pebbles). Hace 1,5 millones de años se convirtió en el homo erectus, que andaba exclusivamente erguido y tenía un volumen cerebral semejante al actual. Podemos ya hablar del trabajo de la piedra, una industria lítica (achelense, Paleolítico Inferior), consistente en la obtención de hachas y cuchillos muy toscos, elaborados mediante percusión. Su sucesor, el homo sapiens, apareció hace aproximadamente unos 100.000 años. Su primer representante, el hombre de Neandertal, utilizaba las lascas de sílex para trabajos de cierta precisión (musteriense, Paleolítico Medio).
Casi simultáneamente apareció otra especie distinta, el hombre de cro-magnon, capaz de fabricar instrumentos más perfectos, como hachas bifaces o cuchillos, que engastaban en un mango de madera mediante cuerdas. Éstas se conseguían aprovechando fibras vegetales, y permitían una utilización más eficaz. También elaboraron punzones, agujas, arpones de hueso y estatuillas. Muchos de ellos no tenían un carácter instrumental o utilitario, sino que se usaban con intención ritual o ceremonial.
Aunque no sabemos exactamente cuando, fue en esta época cuando el hombre empezó a realizar ceremonias relacionadas con la muerte. Éstas nos permiten hoy deducir como se abrió la gran brecha que le separó de los animales: la consciencia de su trascendencia. Sucedió como consecuencia de la incorporación a su código genético de nuevos programas que le dieron capacidad para elaborar modelos del mundo donde los símbolos sustituyeron a los seres y objetos, reales e imaginarios. La intuición, una extensa biblioteca de programas de funcionamiento casi automático del sistema nervioso, adquirida durante millones de años, se unió a la abstracción, como herramienta de la inteligencia. El trabajo conjunto de ambas le llevó a descubrir que existen ciertas fuerzas invisibles que pueden dominarse mediante su representación. Así surgió el pensamiento mágico, y por tanto las prácticas y ceremonias que acabarían por convertirse en cultos religiosos.
Una tosca hacha bifaz achelense, utilizada por sus filos cortantes y por su enorme dureza y facilidad para ser trabajada.
Un recolector de miel prehistórico, rodeado de abejas en la Cova de la Araña, Bicorp, Valencia. Pequeños dioses voladores que le permitieron sobrevivir y disfrutar de un producto muy energético.
La pintura y el grabado son formas de sacralización de los lugares tenidos como santuarios. Mediante diversas técnicas, como el uso de los dedos, una especie de pinceles de pelo, canutos para soplar el pigmento, o el «tamponado», que consiste en realizar una figura a base de puntos, el hombre dejó sobre las paredes de los recintos los indicios de su modo de pensar y sus creencias.
Altamira, en España, conocida como la Capilla Sixtina del Arte Rupestre, nos mira desde aquel pasado por los ojos de esos bisontes, tan perfectos que parece imposible sostener la idea de que los artistas que los realizaron eran toscos y primitivos. Muy cerca está Covalanas (Ramales de la Victoria, Cantabria), con sus ciervas rojas pastando en los campos. Aunque para nosotros, su verdadera función permanezca en un halo de incertidumbre que tratamos de dilucidar de un modo razonable.
Era aquel un momento especialmente frío, lo que hizo que el agua estuviera almacenada en el hielo de los glaciares de las montañas y en los polos. El mar estaba en un ciclo regresivo, y su nivel había descendido unos 100 metros. El Mediterráneo en este momento era más una colección de lagunas y charcos que un mar.
Esto permitió posiblemente movimientos migratorios entre los continentes africano y europeo que justifican la semejanza tipológica que existe entre las representaciones encontradas en ambas orillas.
Aquel mundo tenía canales de comunicación rudimentarios pero eficaces con flujos de conocimiento que viajaban lentamente, pero llegaron a muchos sitios.
Hoy que hablamos de autopistas de la información, nos parece imposible que en el pasado ésta viajara a través de regiones tan alejadas. Algunos artistas de Portugal, Cantabria, Francia, Norte de África y Valencia compartieron una cultura artística de rasgos comunes. Y por lo tanto también todo un sistema de creencias, ritos y ceremonias justificadas por la relación del hombre con unos sitios donde «algo» se manifestaba y les indicaba que se encontraban enel lugar de poder idóneo para realizar sus representaciones, consagrándolos como santuarios. En ellos dejaron petroglifos, pinturas y talismanes propiciatorios para la caza, además de herramientas y otros utensilios. 
Cuadro comparativo de diferentes representaciones que podemos encontrar en lugares muy distantes. A pesar de pequeñas diferencias de estilo podemos hablar de una continuidad temática y estilística. De una cultura univeral de la representación que, incluso, debió tener algun tipo de norma común.
Demos un salto cualitativo. Para los animales, el tiempo que va desde el nacimiento a la muerte está regulado por un programa concreto que implica aceptar su segura desaparición con naturalidad, sin más. Éste funciona en perfecta sincronicidad con el que denominamos «instinto de supervivencia». El animal vive mientras se lo ordenan desde su interior. Si consigue sobrevivir a los múltiples peligros hasta llegar a una muerte, digamos «natural», cuando le llega su hora, fallece sin más. Parece no importar a los de su especie, si exceptuamos casos como el del lobo que aúlla siniestramente. Los humanos, sin embargo, parecen influidos por la existencia de otro misterioso y exclusivo programa que impulsa a tratar de conjurar a la muerte, y que implica su rechazo absoluto. Como esto no es posible, porque la orden que prevalece es la que regula la desaparición física al pasar cierto tiempo, el homínido –al contrario de las otras especies– desarrolla modos de pensamiento superior que le conducen a la búsqueda de la inmortalidad. Y aquí cabe una pregunta: ¿realmente la pulsión trascendente corresponde a normas de un programa interno, o se trata de una orden externa y superior? Una pregunta que, incluso pasado tanto tiempo, no tiene aún respuesta, pero que ha encontrado múltiples soluciones acomodadas a cada uno de los momentos. ¿Cómo se llegó a la creencia de que se podía ser inmortal? El primer indicio de que algo interior era distinto de la materia visible fue la imperiosa necesidad de enterrar a los fallecidos en lugares que propiciaran el regreso desde el más allá. La experiencia cotidiana de la observación astronómica era concluyente, el sol y la luna nacían, morían y volvían a nacer, por tanto también ellos podrían hacerlo si conseguían el favor de sus dioses. Y la energía necesaria para esta vuelta, esta transformación, había que obtenerla poniendo de acuerdo lo de «arriba» con lo de «abajo».
Los dólmenes son estructuras de soporte que luego se cubrían con tierra, para crear recintos. Se ubicaban en lugares sagrados y respondían a criterios telúricos y astronómicos. Éste se encuentra en Portugal, en Elvas, donde se les llama antas.
El concepto de religión (religare), implicó así un pacto entre el hombre y su creador. Una renegociación permanente para obtener favores a cambio de reconocimiento, obediencia y alabanza.
Así fueron construyéndose los monumentos megalíticos: menhires, cromlechs, túmulos, taulas, talayots, dólmenes,... Por una parte sirvieron como última morada y puerta que permitía al espíritu de los muertos proyectarse tras la muerte. Pero también sirvieron para observar y registrar los ciclos que presentaban los movimientos de los cuerpos celestes. Su tercera función fue poner en contacto el cielo con la tierra. Como si fuesen antenas que perforaban el suelo en busca de las energías telúricas necesarias para elevarse hacia el universo. Estos fueron los lugares mágicos en los que descansaron los antepasados de sus azarosas vidas.
Como ejemplo citaremos aquí uno de los monumentos que se encuentran en uno de los parques megalíticos más importantes del mundo: Elvas, en Portugal, donde estos monumentos se llaman antas. Se trata del cromlech del Cabeço do Torrao.
Se trata de un recinto delimitado por varios menhires (piedras clavadas en el suelo, pulidas y talladas por la mano humana, primera herramienta de la espiritualidad). De todos los que constituían el santuario quedan doce. En su interior se realizaban rituales mágico-religiosos. Se encuentra cerca de los restos de un poblado que debió estar rodeado por una empalizada de madera. Posiblemente fue un lugar de encuentro de diversas comunidades asentadas en la región. Una de ellas construyó su poblado dentro del espacio sagrado para aprovecharse de la protección que ofrecía su interior. Después, fueron conservándose los rituales sagrados, incluyendo a quienes fueron sustituyendo a sus primitivos moradores. De hecho, este recinto se ha conservado hasta nuestro tiempo, prueba de que se trataba de un lugar importante por el contenido mágico-simbólico que tenía para aquellas comunidades de canteros ignotos.
Otras manifestaciones megalíticas, son las taulas, típicas de las islas Baleares, consistentes en una piedra plana que, a modo de mesa, se asienta sobre otra clavada en el suelo, con una característica forma de «T». El túmulo es un amontonamiento de piedras, y el talayot una torre troncocónica o cuadrada, que a veces muestra un cierto escalonamiento; cuando presentan una forma achatada se las suele llamar también navetas. Su función se relacionaba con cultos religiosos o también bastiones defensivos.
Pero el tipo de construcción más famoso, sin duda, es el dolmen. Es un recinto más reducido que el cromlech, cubierto con una o varias piedras a modo de techo. En muchos casos se trata de tres piedras planas, dos clavadas en el suelo y otra encima de ellas. No obstante, la tipología es muy variada. Realmente se trata del esqueleto sobre el que se amontonaba la tierra para crear un espacio cerrado interior.
Taula de Torralba d'en Salort. Isla de Menorca.
Los artistas-sacerdotes o sacerdotisas que pintaron estas paredes en Villar del Humo, Cuenca, emplearon dos estilos. Uno con imágenes realistas de animales, y otro, con motivos geométricos abstractos.
Todas estas formas protoarquitectónicas estaban relacionadas en principio, como ya hemos dicho, con ritos funerarios, aparte de otras cuestiones. En ellas, el enterramiento fue la forma más común en sus diferentes formas. Desde quienes ataban las manos de los cadáveres hasta quienes practicaban la inhumación de toda su familia, acompañada de viandas, objetos ornamentales y armas, un extenso universo de prácticas relacionadas con las creencias formaba parte de la vida cotidiana de una humanidad menos simple de lo que se cree habitualmente.
Los hombres que crearon la misteriosa Cultura de los Campos de Urnas cambiaron estas costumbres por las de las incineración, guardando las cenizas en vasijas cerámicas de tipo campaniforme.
Tapaban éstas con un rodete circular de piedra en el que se practicaba una hendidura triangular. Recordemos que ésta era la puerta mística por la que el espíritu del difunto entraba y salía en sus correrías postmortem.
Otros creyeron aparentemente que, enterrando a sus muertos con la cabeza fuera, su espíritu era llevado a los cielos por las aves carroñeras que inmediatamente descarnaban y limpiaban su cráneo, hasta dejar sólo los huesos mondos.
Todos estos pueblos fueron alcanzando un grado de madurez cultural que experimentó avances rapidísimos en un espacio de tiempo relativamente corto. Las creaciones artísticas parietales, así como el desarrollo de las creencias sobre el mundo del espíritu, alcanzaron misteriosamente un nivel de perfección que incluso hoy día serían difíciles de imitar y que, por otra parte han inspirado a artistas como Pablo Picasso en el estilo cubista. Fue un larguísimo alba del período clásico, en el que, en contra de las clasificaciones académicas, deberíamos incluir a los pueblos de Oriente Medio, como sumerios y egipcios. Posteriormente habrá que viajar hasta la otra punta del continente para ver el concepto de lugar mágico de taoístas, budistas e hinduistas.

LOS CLÁSICOS

EL PATESI GUDEA (rey sumerio) nos mira desde una distancia inmensa en el tiempo: cinco milenios. En actitud humilde hace ofrendas a los dioses de Lagash, su reino. Lo hemos elegido como símbolo de la aparición de los primeros documentos que hoy permiten conocer las creencias y sistemas de valores propios del mundo antiguo sin tener que recurrir a especulaciones. La arqueología y el método científico son herramientas adecuadas para conocer aquellas remotas culturas, cómo se relacionaron con los lugares sagrados, dónde moraban sus dioses. Pero además, cuando sea necesario, habrá que recurrir también a una gran fuente de conocimiento: la intuición.
La investigación histórica ha desenterrado y analizado las pruebas que nos permiten conocer cómo evolucionaron las ideas y sensibilidades religiosas desde aquellos hombres que no escribían, hasta los que empezaban a escribir. E intuimos que este avance se produjo como consecuencia del crecimiento espiritual de sus protagonistas. El signo visible es que el viejo monumento funerario levantado con grandes piedras labradas toscamente pasa a convertirse en otro mucho más bello y sofisticado, aunque su objetivo y función es el mismo. Particularmente, en Oriente próximo y el norte de África la arquitectura alcanza una perfección notable.
Una de las estatuas de Gudea, el Patesi de Lagash (2141-2122). Estaba en el templo Eninnu de Girsu, y dedicada a Ningishzzida, su dios, a quien realizaba  frendas
continuamente en busca de una intervención sobrenatural en la suerte de su pueblo y reinado.
En Egipto, una misteriosa y extraordinaria civilización de origen oscuro (la ciencia oficial data su aparición en el año 3.500 a.C., pero investigadores como Zecharia Sitchin piensan en una antigüedad mucho mayor, incluso sugieren su procedencia extraterrestre) construyó las Pirámides, los más grandes recintos de carácter mágico-sagrados de la Tierra. La primera de ellas, según la datación oficial, comenzaría a levantarse en el año 2.600 a.C.).
A pesar de que oficialmente se considera que su función es la de ser simple tumba de unos faraones caprichosos, hay razones para creer que el carácter sagrado de esta formidable estructura viene dado por la acumulación de muchos factores. En primer lugar el emplazamiento, y en segundo, los conocimientos matemáticos aplicados por sus constructores. Un lugar sagrado tiene que tener también dimensiones sagradas, y esta edificación es la auténtica «Biblia» de la Geometría, también, Sagrada.
¿Cuál es la procedencia de estos conocimientos que han permitido a los hombres realizar construcciones cuyas medidas tienen un misterioso poder de influir sobre todo cuanto se encuentra en su interior? Una pregunta aún difícil de contestar. Hace pocos años se publicó el libro El poder mágico de las Pirámides, de M. Toth y G. Nielsen, Barcelona, 1987. En él se atribuye a su forma la capacidad de acumular las energías terrestres y las celestes a la vez. En este libro, incluso, se daban instrucciones para la construcción de pirámides de cartón que tenían los mismos poderes, en una escala menor, que las inmensas moles de piedra de la meseta de Gizeh.
El investigador francés Robert Bauvall, afirma en El misterio de Orión, Barcelona, 1995, que Keops, Kefren y Micerino representan sobre el suelo del desierto las tres estrellas del cinturón de esta constelación, una de las más hermosas e identificables del firmamento.
Su posición se corresponde exactamente con la de Alnilam, Alnitak y Mintaka, las conocidas también como Las tres Marías. Este reflejo sobre el suelo de una estructura celeste ha sido utilizado para situar otras obras monumentales, como veremos posteriormente.
La posición de las tres grandes pirámides coincide con la de las tres estrellas del cinturón de Orión.
Pero este pueblo no sólo construyó pirámides, sino que también aprovechó el poder del interior de la Tierra para dar última morada a sus muertos en las mastabas, galerías excavadas en el suelo que luego eran tapiadas casi herméticamente para que no fuera violado el sueño de quienes aspiraban a resucitar. Y para ello se hacían acompañar de sus riquezas, e incluso a veces de sus familiares y animales domésticos, a quienes enterraban vivos. Es conocido el caso de la tumba del faraón-niño Tutankamón, en cuyo interior Lord Carnavon, gracias a la ayuda de Howard Carter, descubrió uno de los más grandes tesoros que jamás hallan sido enterrados por alguien. Pero además, también encontró un extraño poder, una forma anómala de energía, que podría ser el origen de la «maldición del Faraón», según la cual quienes violaran aquel lugar morirían. Poco después de su hallazgo sucedieron diversas muertes «casuales» de algunos de los participantes.
Los templos fueron también lugares concebidos para potenciar esas fuerzas amplificándolas, no sólo mediante la estructura arquitectónica, sino a través de los diferentes ritos y ceremonias que se realizaban en su interior, de los que desconocemos todo, menos que el sonido tenía en ellas gran importancia. Los cantos ceremoniales activaban el ambiente vibratorio creado por la piedra y lo proyectaban sobre los oficiantes y asistentes. Estas salmodias sagradas iban poco a poco aumentando el poder del santuario. Hay quien afirma incluso que los egipcios conocían el secreto para aligerar el peso de las piedras con técnicas acústicas secretas, una presunción improbable y difícil de demostrar. No tenemos una idea exacta de cómo era su música, sino aproximaciones. El contenido de los cantos debió ser semejante al que figura en el El libro de los muertos de los antiguos egipcios. En cuanto a la música existe un excelente estudio realizado por Rafael Pérez Arroyo y Syra Bonet: La música en la era de las pirámides. Incluye la reconstrucción de los instrumentos que figuran en los frescos de templos y tumbas.
Por entonces, en Mesopotamia se construyeron otras estructuras dedicadas a la observación del universo en distintos lugares, por una parte, y el culto a sus dioses (principalmente el Sol y la Luna) por otra. Recibían el nombre de zigurats. Eran de adobe y tenían forma escalonada. En su cima los sacerdotes sumerios observaban como los dibujos geométricos que representaban los cuerpos celestes influían en el destino de todo cuanto existía. Así nació la astrología que, desde aquellos remotos tiempos, consagra el cielo como morada de los dioses y origen de los poderes superiores. Gracias a las enseñanzas secretas reveladas por los superiores espirituales, inventaron las primeras tecnologías que harían avanzar a la humanidad. Los dioses dieron a los hombres la rueda (3.500-3.250 a.C.), el arado (3.500 a.C.) y la escritura (3.000 a.C.) que permitiría crear el primer poema épico de la humanidad. Quien todo lo vio (2.000 a.C.) nos cuenta en caracteres cuneiformes la epopeya del legendario Gilgamesh de Uruk. Hoy le conocemos gracias a su aparición en las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive. Esta cultura habitó la «región más sagrada para la Humanidad», donde los ríos Tigris y Éufrates desembocan en el Océano Índico, lugar en el que la tradición sitúa el Paraíso Terrenal.
En Creta, isla del Mediterráneo nace la cultura minoica, que recibe su nombre del rey Minos, quien construye el palacio de Cnosos. Sus recintos sagrados son, el Laberinto, morada del Minotauro, el monstruo con forma de toro que impide el acceso al saber de los indignos. El buscador de la sabiduría tenía que contestar correctamente a tres preguntas para poder llegar al centro iniciático del lugar. Los jóvenes realizaban rituales en los que tenían que dar saltos mortales entre los cuernos de un toro dentro de un espacio circular consagrado al sol. Este recinto sagrado es el antecedente de los cosos taurinos de nuestro tiempo.
Los griegos introducen una nueva forma de adivinación. Se trata de personajes capaces de servir de intermediarios entre los dioses, las potencias intermedias y los hombres utilizando las características singulares de ciertos recintos: los oráculos sagrados, normalmente mujeres u hombres que padecían ciertas enfermedades, como la epilepsia. Su misión era predecir el futuro o manifestar con un discurso oscuro, muchas veces incomprensible, la voluntad de los dioses. La interpretación de sus palabras era difícil, pero lo que nos interesa realmente aquí son sus santuarios, puertas entre el mundo material y el espiritual.
Hyeronimus von Aecken, el Bosco, pintó, de un modo misterioso y cargado de símbolos de explicación controvertida, como debió ser el Paraíso.
Había dos clases de sacerdotisas: la pitonisa o pitia y la sibila. Ambas eran consagradas normalmente a Apolo, dios relacionado con el culto a los muertos. La más famosa pitonisa, la de Delfos, realizaba oráculos en estado de trance, que alcanzaba masticando hojas de laurel o sentándose en un trípode sobre una grieta (fumarola volcánica) por la que salían vapores de azufre capaces de alterar su estado de conciencia.
El antro de la sibila de Cumas, cerca de Nápoles, y tal y como pintó Miguel Ángel una en la Capilla Sixtina.
Sibila viene de Sibyllai, palabra de la que no conocemos su significado, pero que según creen algunos es el nombre de una profetisa que vivía en Marpeso, cerca de la ciudad de Troya. Realizaban sus oráculos con acertijos que escribía en grandes hojas de ciertas plantas. Una de las más famosas fue la de la colonia que los griegos fundaron en Cumas. Esta localidad del extremo noreste de la bahía de Nápoles está en la falda de una montaña volcánica, en cuya cima aún pueden verse hoy los restos de un templo dedicado a Júpiter. En la antigüedad servía también como guía para los navegantes (a veces un lugar mágico desempeña diversas funciones). No se sabe muy bien si la Sibila existió realmente, pero durante el Imperio romano se enseñaba su tumba.
El dios Apolo representaba al sol, pero su culto incluía la nigromancia. En la Eneida, el poema de Virgilio, se cita a la Sibila de Cumas como guía que conduce a los muertos al más allá. Eneas, héroe de la Ilíada, visita una caverna «enorme y oscura» en los sótanos del templo donde vive esta mujer, encargada de entregar la Rama Dorada, una especie de salvoconducto para la otra vida.
Después le conducirá para mostrarle el camino que siguen los muertos hasta las orillas del lago Averno, la antesala del infierno (existe uno con este nombre cerca de Puzzoli, en la región de Nápoles).
En el período clásico, la transición entre griegos y romanos está protagonizada por un pueblo enigmático cuya escritura no ha podido descifrarse aún: los Etruscos.
Recibe su nombre de Etruria, la región en que se desarrolló su civilización entre el último cuarto del siglo VIII y el primero del VI a.C. Sus gobernantes fueron Tarquino el Antiguo, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio. Su civilización se integra en la romana tras la caída de la ciudad de Veyes.
El concepto de recinto sagrado para este pueblo puede deducirse de sus templos. Al principio los construyeron con madera y barro, y luego con piedras, siguiendo el eje norte-sur, al contrario que los griegos, que los orientaban este-oeste. Estaban situados sobre un podio. Se entraba en ellos bajo un pórtico de cuatro columnas tras el que se accedía a tres puertas que conducían a sendas habitaciones, donde se rendía culto a sus tres deidades principales, Tinia –rayos y tempestades–, Uni –la Juno romana, protectora de los matrimonios y de la condición femenina– yMenerva –Minerva, la sabiduría y las artes–. Esta forma de templo sería el modelo que siguieron posteriormente los romanos para construir los suyos.
El etrusco fue un pueblo de orfebres sagrados. Su calidad artística era extraordinaria. Enterraban a sus muertos bajo tapas de sarcófago primorosamente talladas. Es muy conocida la de Los esposos yacentes, dos seres de rostro sonriente e inquietante, con una inolvidable mirada (siglo VI a.C., actualmente está en la Villa Giulia de Roma). Guardaban las cenizas de sus muertos en vasijas de cerámica pintadas, de factura primorosa que, según el sexo del difunto, tenían en la tapa la representación de la cabeza de un hombre o de una mujer. Las tumbas se excavaban fuera de las ciudades, basándose en la misma idea del dolmen en galería, un recinto consistente en un túnel practicado en la tierra. En otros casos consistían en losas verticales que sujetaban otras horizontales, colocadas como techo. Luego se las cubría con tierra formando un túmulo. De nuevo buscaron lugares semejantes al antro materno original para su último descanso.
Una tumba etrusca. Sus personajes tienen una enigmática sonrisa, característica de sus esculturas.
La etapa clásica termina con los romanos, un pueblo poco creativo en lo religioso y en lo mágico, puesto que toda su cultura era una adaptación de griegos, etruscos y cartagineses. Zeus se convierte en Júpiter; Isis en Ceres o Cibeles, etc. Sin embargo inventan un concepto nuevo, la sacralización de lo civil, o sea hacer que todo quede bajo la protección de algún ente sobrenatural.
Su importancia para la Historia es inmensa. Sobre todo sirvieron de vehículo para que la cultura, mitos, religiones, cultos, ceremonias y, en general, las ideas sobre la espiritualidad, que tuvieron su origen en el mundo antiguo, se difundieran por canales extraordinariamente eficaces. Fueron ingenieros, arquitectos, pero sobre todo militares. Las legiones romanas ocuparon todo el espacio que hoy conocemos como Europa, más buena parte de Oriente Próximo y el norte de África. Guerrearon contra todos los pueblos, pero también los fueron integrando poco a poco en una cultura en la que se incorporaban nuevos logros como el derecho y la filosofía, y sobre todo la tecnología destinada a aumentar la comodidad (ingeniería civil). Aunque también el propio mundo romano se enriqueció con la variada mitología y cultos de otros pueblos, como celtas, hebreos, sirios, etc.
El lugar sagrado en el mundo romano es un recinto de adoración y reconocimiento de los dioses, pero incorporando también una función simbólica conectada directamente con lo político o lo civil.
Algunos emperadores romanos (Augusto, Claudio, etc...) son, a su muerte, convertidos en dioses, pervirtiendo así el origen mítico que tenían las deidades precedentes. Esta circunstancia permitió modificar las costumbres al llevar al pueblo llano a confiar cotidianamente en dedidades más cercanas y domésticas, protectores de personas, lugares u objetos. Al ciudadano de Roma le interesan más los cuidadores de sus bienes y de su vida diaria que los grandes personajes, a quienes sólo concederá atención en los temas relacionados con la vida y la muerte, y en los ritos meramente formales obligados por la posición social. Los manes, lares o penates son más próximos que Júpiter, Apolo, Hera o Hécate. En las casas romanas se construía un pequeño altar –larario, atrium– donde se situaba a los tres como garantes y custodios del bienestar diario.
La casa romana es un prodigio de coherencia. Todo allí está concebido para conseguir, no sólo una gran comodidad, sino también proporcionar placeres sensuales a sus habitantes. Cada rincón, habitantes y espacios anejos, estaban consagrados a algún tipo de deidad. En esta constumbre está el origen de los patronazgos que luego fueron trasladados a los santos en el mundo cristiano, que en realidad son los verdaderos sucesores de los romanos.
La orientalización del Imperio, plenamente cristianizado a partir de la conversión de Constantino en el año 313 tendrá como resultado que muchos de los santuarios sean reconvertidos. Al adaptarse a la nueva religión, simplemente se produce un «cambio de titular». Los poderes y circunstancias que llevaron a su creación siguen siendo los mismos, pero con distinta adscripción. De un mundo politeísta se pasa a otro claramente monoteísta rodeado de toda una corte sagrada. El nuevo Dios es omnipresente, omnímodo y todopoderoso. ¿Qué sucede entonces con todos los diosecillos de lo doméstico, de lo cotidiano? Pues que sus poderes son heredados por los patrones, los nuevos protectores de situaciones, lugares, enfermedades, personas, animales, cosechas, carros y todo cuanto forma parte de la vida del hombre, los santos, que serían protagonistas mágico-sagrados en el mundo medieval.
En China, año 560 a.C. aparece el Tao Te Ching, atribuido a Lao-Tzu. A partir de entonces podemos hablar de taoísmo. Es más filosofía que religión, puesto que no existe la idea de un Dios semejante al hombre, con voluntad y palabra, sino que es una energía inmanente que ocupa todo y que además actúa como principio creador y mantenedor. La armonía que propicia lo sagrado se percibe como la complementariedad entre contrarios, ying y yang, positivo-negativo (así intuyeron la realidad del funcionamiento interno del la materia, donde sucede exactamente lo mismo, puesto que los elementos subatómicos se relacionan mediante cargas eléctricas bipolares).
El taoísmo sitúa al hombre dentro de una naturaleza en armonía, donde existe equilibrio entre contrarios. El lugar mágico-sagrado, según esta concepción, es el sitio donde «todo está en su sitio».
Cuanto forma parte del recinto tiene que canalizar las energías para que, armonizando sus cargas opuestas, creen un espacio sagrado donde el hombre tiene un «lugar» también específico. En él está protegido contra toda agresión exterior y puede entonces alcanzar la serenidad que le conduzca a la perfección espiritual. No es de extrañar pues que hayan diseñado jardines zen como recintos perfectos donde integrar pequeños santuarios. El propio espacio es el santuario de contemplación y unión.
La contemplación de los elementos en un jardín zen, conduce a serenar el espíritu y la mente. Así, el hombre puede fundirse con lo contemplado y encontrar la armonía interior en la de lo exterior. El único equivalente europeo de este modo de sentir y pensar, está, con las diferencias lógicas, en la mística castellana del siglo XVI. Sobre todo en autores como santa Teresa o san Juan de la Cruz.
El budismo conserva todas estas ideas, pero las desarrolla de otro modo, creando el «jardín interior». El corazón central de su doctrina es la liberación del sufrimiento del hombre mediante la supresión de las pasiones. A su fundador, el príncipe Gautama (Sakhya Muni), nacido en el año 624 a.C., le impidieron ver en su niñez las miserias humanas. Pero fortuitamente se encontró con ellas y decidió salir de su encierro para ir a su encuentro. Es el fin de la ingenuidad, del Paraíso Terrenal, de la Arcadia feliz. Enfrentarse al mundo real, y encontrar la salida.
La novela Siddharta (Hermann Hesse, Círculo de Lectores, Barcelona, 1991), nos cuenta una fábula por la que podemos conocer la génesis del budismo y parte de su filosofía. El Buda (el iluminado, el perfecto) histórico recibe su iniciación a la sombra de una «higuera mágica» en Uruvela, una pequeña aldea junto al río Nairanjana, cerca del pueblo de Gaya, hace 2.500 años, durante la luna llena de mayo. La iluminación le conduce a conocer las «Cuatro Nobles Verdades», el sufrimiento y la frustración que atenazan al hombre, su causa –karma–, la liberación, y la óctuple vía que conduce a la perfección. Casi en sus comienzos sufrió el primer cisma, y se dividió en dos escuelas hinayana y mahayana. La primera sigue fielmente las primeras escrituras, y las interpreta racionalmente. Se desarrolla mediante una disciplina de vida puritana y monacal. La segunda convierte al budismo en religión, desarrollándola teológica y devocionalmente (seguramente en contra de la voluntad de su fundador).
El recinto sagrado hinayana es el templo, lugar de meditación, y la celda, que proporciona la sencillez y el aislamiento necesario para seguir un camino de perfección alejado del mundo que llevará al hombre a liberarse del karma (la rueda de la vida), mediante los logros alcanzados en sucesivas reencarnaciones. Son lugares que reciben su poder de la suma de la energía de la Tierra y del trabajo interno de quien busca el estado de iluminación. El santuario mahayana, sin embargo, es símbolo y espacio de culto y veneración a Buda, entendido como un nuevo dios, aunque el budismo, paradógicamente, es sólo una filosofía.
El hinduismo es una amalgama entre distintos tipos de creencias.
En su esencia, considera que todo es una emanación de un impersonal Brahm, de quien desciende la trinidad Brahma (dios supremo de cuatro cabezas), Visnhú (el conservador), y Shiva (el generador y destructor, rector del universo). El primero es el creador del primer hombre, Manu, hermafrodita del que descienden todos los demás, y del resto de los dioses. Su doctrina se encuentra en los cuatro libros sagrados hindúes, los Vedas. El primero, el Rig-Veda, se escribió aproximadamente a mediados del primer milenio a.C.; es el que recitaban los hotri para invocar a los dioses. El Sama-Veda es el que utilizaban los udgatri –cantores–. El Yajur-Veda, es el de los sacerdotes, los adhvaryu. Posteriormente será usado por el brahmán (iniciado). El último, el Atharva-Veda, contiene diversos encantamientos, himnos y conjuros mágicos. Modernamente será el libro del acólito. Las doctrinas contenidas en estos libros se desarrollaron en los Upanishads.
Esta religión también recurre al término karma, para explicar la rueda de las distintas reencarnaciones por las que tiene que pasar el atman (el ser) antes de llegar al estado de perfección. Su recinto sagrado es el templo, donde se potencia la energía mediante el rezo de mantrams (sílabas y frases sagradas), lo que permite alcanzar la perfección. El más famoso de todos es el que representa a la vibración creadora de la Tierra, OM.
Las sílaba OM.

LA OSCURA EDAD MEDIA

DURANTE LA ALTA EDAD MEDIA se produce un cambio político y cultural, que llevaría a la desaparición o transformación de los santuarios politeístas. Influyeron en esto causas políticas, militares, étnicas y climatológicas. La principal de las primeras es la Caída del Imperio Romano. Realmente no sucedió tal cosa, simlemente se trasladaron las estructuras de poder y los modos de ejercerlo. La división en Imperio de Oriente y el de Occidente, por parte de Teodosio I (año 395), prima a Bizancio sobre Roma, y deja a ésta casi sin gobierno. A esto se une la permeabilidad de los limes (límites fronterizos), a través de los que las tribus germánicas y centroasiáticas atraviesan hacia el corazón del que fuera el centro de poder más grande que el mundo había conocido hasta entonces, dando lugar a luchas, pero también a ensamblajes diversos.
Las tribus, apoyadas por una caballería más eficiente, y una táctica de guerrillas que sorprendió y despistó a las legiones, que habian olvidado su pasado, eran superiores militarmente. «Su caballería era mucho más ligera y ágil. Además estaban mucho más adelantados en la forja de armas. Tenían distintos tipos de espadas, una larga de doble filo, y una corta llamada scramasax, que tenía uno solamente. Además contaban con la franscisque, hacha ofensiva que se lanzaba desde muy lejos. Eran muy hábiles con las aleaciones y el soldado de los metales, así como el templado del acero. Sus armas, fundas y correajes estaban ricamente ornamentados con piedras preciosas, marfil, oro y plata. Su superioridad se debía a la depurada técnica de construcción. El cuerpo se componía de varias hojas de hierro muy suave (hasta 10), al que se le soldaban filos de aceros templados extraduros. Eran resistentes y cortaban como los aceros especiales actuales». (E. Salin).
Nos han tratado de convencer tradicionalmente de que los pueblos bárbaros no tenían una tecnología equiparable a la actual. El párrafo citado parece desmentirlo. El hombre siempre ha sabido encontrar soluciones eficaces a sus problemas. Transcurrido el tiempo, sus tecnologías han desaparecido o han quedado en manos de iniciados o sociedades secretas. Existen abundantes pruebas, como el acumulador eléctrico hallado en una ciudad de Esparta –actual Irak–, con una antigüedad de 2.000 años, descubierto por Wilhelm Köning; también misteriosas máquinas, como una especie de calculadora, o las técnicas metalúrgicas citadas aquí. Sería inteligente ser menos soberbios en nuestros juicios sobre el pasado.
Pero no sólo influyeron en el retroceso las campañas militares, sino también los movimientos migratorios a consecuencia de la presión. Muchos habitantes del, ahora débil, Imperio de Occidente, se concentraron cerca de Roma, huyendo también del bandidaje y la piratería. Los pueblos celtas, por su parte, que habían aceptado más o menos la cultura romana conservando sus peculiaridades, tuvieron que luchar también contra estas hordas procedentes de Asia central. En Bretaña, los pictos de Escocia y los escotos de Irlanda, frenaron su expansión.
Armas romanas, pesadas y difíciles de manejar ante las falcatas ibéricas o las scramasax centroeuropeas.
Fueron apareciendo entonces los primeros reinos bárbaros. Los vándalos, pueblo germánico, ocuparon el norte de África, el sur de Italia, parte de Sicilia y algunas islas del Mar Tirreno. Atacaron los cultivos de trigo y ejercieron la piratería, debilitando la división occidental del antiguo imperio. En el año 455 saquearon Roma.
En el año 476, el emperador niño Rómulo Augusto es depuesto por el jefe de los hérulos o esquiros, Odacro, quien es reconocido como patricio por Zenón de Constantinopla.
Los Ostrogodos ocuparon Italia en el año 489 dirigidos por su rey Teodorico, quien ofreció a Odoacro compartir el poder. Sin embargo le asesinó en el año 493. Este monarca supo, inspirado por la sabiduría política del hérulo, mantener el equilibrio entre las tradiciones imperiales romanas y las propias de su propio pueblo. En este sentido, respetó a los ciudadanos romanos, sus bienes y sobre todo, su religión.
Los visigodos, que habían sido soldados mercenarios de Roma, terminaron por saquearla en el año 410, estableciéndose luego en Aquitania bajo el reinado de Eurico (466-484). Alarico II es vencido por los francos en el año 507. Los supervivientes migrarían a España, junto con los suevos, constituyendo posteriormente el más poderoso y original de los reinos bárbaros.
Los francos merovingios, procedentes de las orillas del Rhin, ocuparon la Galia, heredando toda la simbología céltica. El fundador de la dinastía Clodoveo, hijo de Childerico I, sube al trono en el año 481 y establece su corte en París. Su política sería la pacificación, poniendo de acuerdo galo-romanos y francos. Se convirtió al catolicismo por influencia de su esposa Clotilde.
Los lombardos, procedentes de las orillas del Danubio, invadieron el centro de Italia en el año 568. Se mezclaron con la población local mediante matrimonios mixtos. Fueron empujando cada vez más a Bizancio, que iba retrocediendo inexorablemente. Ya sólo le quedaba influencia en la región de Umbría, en el Exarcado de Ravena.
Los anglosajones estaban formados por tribus diversas, pero con un origen étnico común. Se agrupaban bajo el mando de un jefe, rodeado de una especie de estado mayor compuesto por la nobleza militar. Los campesinos aún eran libres. El arranque de la Edad Media en las islas británicas estuvo presidido por las luchas entre tribus para unificar Inglaterra bajo el mando del jefe de la tribu más influyente.
El comienzo de la película Excalibur (John Boorman, 1981, basada en la novela de Sir Thomas Malory La muerte de Arturo. Madrid, Siruela, 1999), ilustra bien estas luchas, que llevarían a buscar un ente simbólico aglutinador, capaz de unirlos a todos para formar una nación. Se trata de una espada clavada mágicamente en una piedra, que había sido concedida por una mítica Dama del Lago, un espíritu de las aguas.
Los espíritus acuáticos de la vieja Inglaterra legitiman a un rey mediante una espada mágica que sale de un lago.
Otros pueblos, como los alanos, desaparecieron sin dejar huellas perceptibles.
Este ha sido un ligerísimo repaso de las circunstancias políticas, militares y étnicas que condujeron a una era de retroceso cultural de Europa. Ahora veremos como influyó la climatología.
El 22 de marzo de 2002, un estudio aparecido en la revista Science: «Reconstrucción de las variaciones de temperatura mediante señales de baja frecuencia aplicadas a los anillos de los árboles», firmado por Jan Esper, Edward R. Cook, y Fritz H. Schwingruber, revela que entre 800 y 1000 años atrás se produjo el llamado «periodo tibio Medieval», en el que las temperaturas fueron muy similares a las del siglo XX. Si hacemos cuentas hacia atrás, veremos que estamos hablando de los años 1000 a 1200. Este estudio climatológico viene a confirmar otro según el cual entre el siglo V y la primera mitad del siglo VIII aproximadamente, se produjo un avance glaciar, a tenor de las investigaciones realizadas en la turbera de Fernau en el Tirol, seguido por un período más suave y seco, con temperaturas más altas, coincidiendo con el retroceso de los hielos. (Guerreros y Campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea (500-1200), Georges Duby, Siglo XXI de España, Editores, 1992).
Esto significa que a todas las circunstancias anteriores hay que incluir la influencia climática como factor determinante de la historia medieval. Esta «mini-glaciación», aparte de saqueos y destrucciones, tuvo como consecuencia el crecimiento de los bosques a costa de los campos destinados al cultivo de gramíneas. Como puede imaginarse sin mucho esfuerzo, la pobreza fue en aumento y los hábitos alimentarios cambiaron, dando mayor preferencia a la caza y al consumo de carnes y grasas. Además, la escasez de comida, y la supervivencia diaria, ocasionarían también el aumento del bandidaje. Por otra parte, este tipo de dieta influye directamente en dos factores: aumento de la fuerza muscular y por tanto hacer rentable el recurso a la guerra y el deterioro general de la salud. La esperanza de vida en la Roma Imperial estaba en torno a los 65 años en las urbes y en hombres de paz; durante la edad media sin embargo, estas cifras disminuyen notablemente, situándose en torno a los 32-40 años.
La vida espiritual y cultural, pues, se vio influida por todos estos factores que, sin duda afectaron a sus sistemas de creencias y a sus relaciones con lo mágico y lo sagrado.
Las tribus invasoras orientaron sus creencias, en general, hacia ciertas herejías nacidas durante los años de decadencia del Imperio, para contrarrestar el poder de la Iglesia católica. La más importante es el Arrianismo. Su fundador, Arrio, nació en el año 256 y murió en el 336. Fue sacerdote de Alejandría y obispo en Libia. En el año 318 comenzó a predicar su doctrina, consistente en la negación de la Santísima Trinidad, puesto que Jesucristo no era Dios, sino una creación suya destinada a ayudarle a cumplir sus planes, transformado en su hijo por su especial nobleza. Por lo tanto no era eterno, sino que tuvo un principio y habría de tener final. Se niega su condición de persona divina, así como la del Espíritu Santo. Fue la religión de los visigodos hasta la conversión al cristianismo de Recaredo, en el año 587.
Mientras tanto, los «pueblos conquistados», estaban divididos entre quienes seguían las directrices oficiales de la Iglesia de Roma, que se apartaban de la ortodoxia manteniendo algunas herejías, que recogían la herencia del mundo mágico celta, hebreo, árabe y romano. El priscilianismo tiene su origen en Prisciliano (Galicia, 340-Tréveris, 385). Se extiende por el occidente del Imperio hasta mediados del siglo VI. Las ideas que proclama son gnósticas, con cierto aroma maniqueo y muchos conceptos mágicos como, por ejemplo, los conocimientos y las prácticas de la Cábala.
Arrio es condenado en el Concilio de Nicea. Tebaldi, biblioteca del monasterio de El Escorial.
Este modo de pensar se difunde como consecuencia del viaje que realizaron las ideas nazareas desde Siria y Egipto hasta el finis terrae. En la práctica consiste en una contestación, entre política y religiosa, a los obispos romanos que habían abandonado el mensaje de pobreza predicado por el fundador del cristianismo y presente en el Nuevo Testamento. Su alejamiento de la ortodoxia paulina tuvo como consecuencia el martirio de Prisciliano y algunos de sus compañeros. Su cuerpo fue enterrado en un santuario cercano a la actual Santiago de Compostela. Algunos investigadores, como el profesor de Oxford Henry Chadwick, afirman que los huesos que están allí enterrados no son los del apóstol Santiago, sino los del hereje que fue obispo de Ávila.
Es una constante en toda la historia de la Iglesia medieval la contestación a la doctrina oficial por parte de diversos grupos, que terminaron por ser el origen de órdenes monásticas. Incluso en muchas ocasiones llevó a la condena a muerte por distintos procedimientos a quienes se mostraron partidarios de la pobreza, la humildad y el ascetismo. La interpretación del mandato evangélico «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme.» (Mateo, 19-21) ha sido causa de muchos desencuentros entre quienes pretendían seguir el mandato literalmente, y quienes defendían que su sentido era simplemente metafórico. Esa llamada al abandono de las riquezas materiales para alcanzar las espirituales, no parecía conectar bien con la sensibilidad de los altos príncipes de la Iglesia católica de Roma, más amigos de acumular riquezas y poder.
Las tribus que ocupaban el territorio sur de la actual Inglaterra por su parte mantenían una especie de simbiosis o mezcla entre las nuevas ideas cristianas y las tradiciones célticas, incluso manteniendo la figura del druida, como brujo y sumo sacerdote capaz de dominar a los espíritus y fuerzas de la naturaleza. Así nacieron los mitos artúricos, en los que aparecen personajes y objetos míticos, seguramente basados en la existencia de correspondientes reales de origen celta, como el mago Merlín, o la misteriosa Dama del Lago, entremezclados con nuevas aportaciones de origen evangélico, como todo lo relacionado con el poder y legitimación que confería a los poseedores el Santo Grial, sin que sepamos aún qué es exactamente.
Hasta el siglo VIII, en que se produjo la penetración árabe-beréber y, como consecuencia, la llegada al sur de Europa del Islam, los santuarios se establecieron siguiendo dos modelos, como corresponde a lo que hemos dicho hasta ahora. El primero continúa la idea del templo romano, los edificios van ganando en riqueza y ornamentación. Las iglesias bizantinas se convierten en tesoros donde el oro y las joyas abundan, tanto en objetos litúrgicos como en los mismos edificios. Las imágenes ­iconos­ van perdiendo paulatinamente la riqueza figurativa de los artistas del Imperio, para ir estilizándose hasta alcanzar el característico aspecto estético del Románico. El segundo modelo, importado de Oriente Medio, es el cenobio (del latín coenobium, vida en común), que imita a los centros ascéticos donde desarrollaban su actividad los esenios en Israel o los eremitas de la Tebaida egipcia, por ejemplo. Consiste en un lugar de retiro para varias personas que tienen la intención de dedicarse exclusivamente a la oración en contacto con la naturaleza o la Madre Tierra. Sus únicas actividades comunes serían la comida y la Eucaristía. Solían ser agrupaciones de construcciones sencillas en lugares apartados, como bosques o valles recoletos. Muchas veces se constituían simplemente aprovechando algún espacio con un número suficiente de cuevas para una celda por cada uno de los miembros de la comunidad. Este tipo de lugar místico es el antecesor del monasterio de clausura (por ejemplo, el cenobio sobre el que se construyó el Monasterio de Suso, en el pueblo riojano de San Millán de la Cogolla).
Abderramán construyó una ciudad digna de los cuentos de Las Mil y Una Noches, Madinat-al-Zahra, muy cerca de Córdoba. Se cortaron los árboles de las colinas para plantar almendros que florecieran en primavera.
Las tribus de la costa sur mediterránea, el golfo pérsico y el mar rojo, son ahora del nuevo Imperio, que además se convierte a una nueva religión. Mahoma, su profeta, huye a Medina en el año 622 ­la Égira, año cero del calendario musulmán­. Es la fecha oficial del nacimiento del Islam, una nueva religión monoteísta que, aunque tiene el mismo origen, se separa del cristianismo y judaísmo por haberse apartado, según sus enseñanzas, de la doctrina escrita en los libros sagrados. Dios envía un nuevo y último profeta, Muhammad, descendiente de Abraham a través de la tribu de Koreish.
En tiempos de Harun-al-Rashid (786-809), los árabes están en su época de máximo esplendor. Se traducen los textos griegos y se producen grandes avances en Filosofía, Medicina, Astronomía y Alquimia. Empezará a aplicarse sistemáticamente la sensibilidad de los zahoríes (del árabe zuhari, adivinador, geomante) a la construcción de palacios, casas, castillos y mezquitas. Es cuando se reconoce el poder que las corrientes de agua, interiores o superficiales, tienen sobre las energías que afectan a los edificios y que pueden ser puestas al servicio de sus habitantes. Sus ingenieros fueron capaces de canalizar las corrientes para regar, para proporcionar placer a los sentidos, para obtener salud y para potenciar recintos místicos.
Desarollaron inventos tan eficaces como la Noria (na'úrah), la acequia (assáqya), la aceña (assánya) o el aljibe (al_úbb). Condujeron sus aguas por canales misteriosos hasta fuentes situadas en lugares donde conseguían un efecto acústico-visual mágico capaz de llevar a la consciencia y la concentración (Alhambra y Generalife de Granada). El pueblo árabe, que experimentó la sed en las arenas del desierto supo, precisamente por esta carencia, encontrar las energías latentes en el agua y rendirles el culto merecido, a la vez que aprovecharlas con racionalidad.
Vista panorámica de la Alhambra de Granada
Mientras tanto, en el mundo cristiano el santuario experimenta una nueva evolución que le conducirá a constituirse en un centro de poder de características extraordinarias. El contraste entre los distintos desarrollos culturales árabes y cristianos es ahora máximo.
Los primeros se encuentran en el momento cumbre de su civilización y los segundos, a duras penas pueden hacer otra cosa que guerrear para intentar expulsarlos, y ésto lleva a centrar todos sus esfuerzos en lo militar. El noventa por ciento de la población es analfabeta y los únicos restos de cultura están encerrados en los monasterios, donde unos monjes denominados amanuenses (que trabajan «a mano») recogen los conocimientos antiguos y copian e iluminan los libros sagrados.
Nos vamos acercando hacia el año mil, en la creencia general de que se produciría el fin del mundo, lo que influyó poderosamente sobre el vulgo ignorante. A este efecto contribuyeron especialmente unos libros singulares que se hicieron muy populares: los Beatos.
El de Liébana, es el más conocido de todos ellos. Estaban basados en los Comentarios al Apocalipsis de San Juan, escrito por Beato (730-785), capellán de Adosinda, esposa de Silo, rey de Oviedo (Asturias), que estableció su corte en Pravia. Su iglesia principal era la de la cercana localidad de Santianes.
Este rey es el presunto inspirador de una misteriosa inscripción críptico-laberíntica que apareció en la iglesia del pueblo en el año 1975, donde puede leerse en todas las direcciones posibles la leyenda SILO PRINCEPS FECIT.
Copiado e ilustrado en diversas ocasiones hasta el año 1000 (existen unas 35 copias), con sus dibujos polícromos representando las escenas del fin del mundo, influyó poderosamente en el ambiente general del final del milenio. Su efecto real fue el de convertirse en una especie de manifiesto propagandístico que pregonaba las obligaciones que tenía el pueblo llano con Dios y con sus reyes y señores, cuyo cumplimiento aseguraba un buen puesto el día del Juicio Final en el Valle de Josafat.
Además hay otra circunstancia que contibuye al clima apocalíptico. Los edificios religiosos adquieren una nueva función, son refugio para protegerse de las inclemencias del tiempo y de los saqueos. Durante los largos días que transcurren en su interior, se queman grandes cantidades de incienso para paliar los malos olores. El humo de la resina va introduciendo en el torrente sanguíneo de los refugiados sustancias capaces de alterar su estado de conciencia con distintas intensidades. En estas circunstancias y bajo las proclamas amenazantes de los ministros de la Iglesia, el mundo se convierte durante algunos años en un lugar siniestro. Sin embargo, se empiezan a sentar las bases para la aparición del Románico, en el que el templo adquirirá las dimensiones del propio cielo, donde habita el Creador rodeado de santos y ángeles. Será a su vez una biblioteca en piedra donde poder leer la doctrina y conocer las obligaciones que Dios impone al hombre. Por fin, se convertirá en la cripta iniciática, la cueva artificial en donde mora la sabiduría que sólo se le entregará a quien demuestre inteligencia y capacidad de sacrificio para poder defender los intereses del Altísimo.
Reconstrucción de la lápida de Santianes de Pravia, con la leyenda «SILO PRINCEPS FECIT»
En este momento en Occidente Dios es el centro del mundo. El único eje sobre el que pivotan todas las cosas. La Alta Edad Media, un período oscuro en el que olía a sangre y humo por todas partes, iba a terminar con el milenio. Llega entonces uno de los momentos más importantes en la historia de la Humanidad. Va a darse un salto que permitirá que el conocimiento encuentre una vía para difundirse universalmente. Dos hechos son los catalizadores: las Cruzadas y las Peregrinaciones. Veremos como influyeron en la transformación de la humanidad, en su forma de entender lo mágico y lo sagrado, y en la morfología de los edificios destinados a «los dioses».
Pedro El Ermitaño predica la Primera Cruzada, que había decretado Urbano II en 1095, para liberar los Santos Lugares del yugo de los musulmanes. Miles de campesinos desarrapados marchan a conquistar Jerusalén arrasando todo a su paso. En Constantinopla, el basileus, Alejo Comneno les obliga a dirigirse hacia Asia Menor.
Serían masacrados en las fronteras del Islam. Tras ellos marcharon gran cantidad de caballeros franceses que, al mando de Godofredo de Bouillón, sí consiguen llegar tomándo la ciudad santa en el año 1099 tras matar a muchos de sus habitantes . Una serie de órdenes religioso-militares habían empezado a ocupar aquellas tierras desde el año 1048, en que se fundó la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén. Al principio simplemente construyeron y atendieron unas instituciones a los que acudían los peregrinos enfermos o heridos. Pero pronto se establecería allí la más importante de todas: el Temple. Su nombre primero fue Los Pobres Caballeros de Cristo.
Su primer maestre, Hugo de Payns, junto con Geoffrey de Saint Omer, y otros siete caballeros, la fundan en el año 1119. El Rey de Jerusalén, Balduino II, los instala en los sótanos del antiguo Templo de Salomón de donde les viene el nombre por el que serían conocidos universalmente.
Su misión primera era la de proteger a los peregrinos en los caminos, tarea poco menos que imposible, puesto que sólo nueve caballeros poco podían hacer. Sin embargo, los investigadores nos cuentan que encontraron «algo» en aquel sitio que influyó poderosamente en el éxito de esta Orden, que en pocos años consiguió gran cantidad de posesiones. No muchos años después de su fundación, entre España y Tierra Santa había toda una red administrada por ellos. Llegaron a ser los primeros «banqueros» de Europa.
Pero independientemente de todo esto, su importancia radica en que se constituyeron en el puente efectivo entre Oriente y Occidente. Ésto sucedió por las siguientes razones. No sólo eran los cristianos enemigos de los árabes, también lo eran los persas que habitaban en el actual Irán. Allí, un personaje que casi alcanzaba la categoría de mítico, Hassan Sabbah, aglutinaba a su alrededor un grupo de guerreros ascetas y fanáticos conocidos como los «hashishins» (asesinos). Vivió durante 30 años en una fortaleza inexpugnable, el castillo de Alamut, situado a 2.000 metros de altura, desde donde dirigía a sus seguidores que eran la pesadilla de los poderosos. Estuvieron detrás de la muerte de casi todos.
Algunos investigadores niegan que hubiera relación entre esta secta y los templarios. Otros afirman, que debido a su alianza secreta con ellos en contra del enemigo común, los monjes-soldado tuvieron acceso a una serie de conocimientos secretos, recopilados por los «asesinos». Procederían éstos de otras civilizaciones orientales, como China, Japón, India o los monjes budistas de las remotas tierras de Mongolia, Manchuria y las montañas del Tíbet (donde había reinos secretos y sagrados como Mustang o Bhután). Jerusalén fue en aquel tiempo el punto donde confluían dos grandes rutas medievales por las que circulaba de todo. La primera la Ruta de la Seda; la segunda, la que cruzando Europa llegaba y llega hasta Santiago de Compostela: la Ruta Jacobea. No sólo fue camino y espacio cultural por el que se producía el intercambio de mercancías, sino también de conocimientos. Esta circunstancia fue determinante para que llegaran a Europa cosas como los saberes alquímicos, astronómicos o de medicina, y «algunas cosas» más.
Restos de la fortaleza de Alamut. Persia.
Hay razones (que no documentos) que permiten pensar que parte de ellas fueron los conocimientos de la conocida como geometría sagrada, de origen superior, lógicamente empleada para hacer edificios sagrados tan importantes como las Pirámides o el Templo de Salomón.
En los caminos que iban desde Oriente Medio hasta Compostela, aparecieron una serie de agrupaciones de constructores con nombres significativos, como los maestros canteros o los maestri campionesi lombardos, agrupados en distintos gremios, cuyos nombres conocemos en algunos casos (Hijos del padre Soubise, Hijos de Salomón, Hijos de la viuda). Con su trabajo, anónimo en la mayoría de los casos, vistieron el espacio del antiguo imperio romano con ermitas, iglesias, monasterios, catedrales y otras construcciones civiles a las que dotaron de una misteriosa simbología y concibieron como verdaderos acumuladores de la energía de la Tierra. Estamos en el período románico, en la Baja Edad Media. Las marcas de cantero, o lapidarias, con las que marcaban las piedras, están presentes en todas sus obras.
El espacio sagrado ahora trata de imitar al Templo de Salomón. Se orienta siguiendo la senda del sol, que al amanecer entra por las saeteras de su ábside y al atardecer por sus rosetones y vidrieras, iluminando un espacio plenamente mágico, que recuerda las criptas en las que los sacerdotes egipcios realizaban sus ritos iniciáticos.
Sus pórticos representan el cielo donde habita un Dios menos agresivo, menos amenazante. Precisamente por la influencia de los templarios, empieza a rendirse culto a personajes femeninos que habían sido menos relevantes hasta entonces, como la Virgen María o Santa María Magdalena.
Los templarios iniciados a su vez, introducirían la simbología y práctica alquímicas que, aunque en Toledo ya había sido utilizada por los árabes, aún no había pasado al ámbito de la cristiandad.
Esta oscura Edad Media terminaría con la explosión artísticomística más formidable de la Historia. La introducción del Arte Sagrado, del Hermetismo, transformaría el románico en el gótico, en el que el santuario, como veremos, se concibió como una verdadera réplica del Cielo, con toda su gloria. La catedral, compendio de toda la sabiduría, es entonces un libro escrito en piedra que reúne todo el conocimiento secreto, todos los símbolos, todas las energías, todas las claves. Un engranaje equilibrado que establece un puente entre el hombre y la trascendencia mediante la consciencia. En su interior encontramos, incluso en nuestro tiempo, todos las vías por las que acceder a nuestra más íntima verdad.

EL IMPERIO DE LA RAZÓN

EL RENACIMIENTO es un periodo contradictorio. Mientras que, por un lado, se sitúa al Hombre como medida de todas las cosas y se resucitan modelos artísticos clásicos, por otro se crean instituciones represoras como El Santo Oficio y La Inquisición.
El primer tribunal medieval de Inquisición fue creado por Greogorio IX para reprimir la difusión de la doctrina de los cátaros (los «puros»), quienes ocuparon el sur de Francia extendiendo la herejía albigense. Su idea principal era el rechazo de lo material por su naturaleza diabólica (en realidad fue un movimiento de contestación por parte de los más pobres). Su persecución ocasionó fuertes reacciones, tanto por parte del pueblo como de los señores feudales. El 28 de mayo de 1243, un grupo de cátaros dirigidos por nobles rurales que venían de su último bastión, la fortaleza de Montségur, Languedoc, entró en el castillo de Avignonnet y mató a diez miembros del tribunal inquisidor. En el mes de marzo de 1244 les cercaron en su último reducto. Allí, tras varios días, fueron vencidos y 200 de ellos ejecutados en el conocido como «Llano de los Quemados».
En España, la Inquisición fue introducida por Jaime I de Aragón, siguiendo la recomendación que le hizo San Raimundo de Peñafort, su confesor. Su extensión a todo el territorio y a América tuvo lugar durante el reinado de los Reyes Católicos que empezó en 1483. Pasó a ser una institución autónoma dependiente directamente de la Monarquía, y sirvió al principio para controlar y reprimir a los judíos, que fueron expulsados en 1492. Fue abolida definitivamente por la reina regente María Cristina de Borbón, esposa de Fernando VII, en 1834.
En el campo civil, el Renacimiento supuso el alcance de notables grados de belleza en Pintura, Escultura, Música, Teatro y Literatura, (bajo la protección de las antiguas musas: Euterpe, Talía, Calíope, Terpsícore). Se volvió a los modelos griegos y latinos, en los que se concedía gran importancia a las proporciones perfectas, así como al empleo en Arquitectura del arco semicircular. La aparición de la imprenta permitió que muchos conocimientos almacenados en los monasterios salieran y se pusieran a disposición de los legos. Comenzó una progresiva alfabetización y se realizaron grandes tiradas de libros. En 1452 Juan Gutemberg (el inventor «oficial» de la imprenta, que ya llevaba años utilizándose en China), publica la Biblia de Maguncia. La universidad, que había nacido en la Edad Media, se convierte en el nuevo templo sagrado del saber.
En religión, la austeridad ordenada por el mandato evangélico queda relegada a algunas órdenes monásticas. La Iglesia va adquiriendo cada vez más poder, riquezas e influencia, a la vez que se corrompe y encabeza la represión de todo cuanto huela a heterodoxo. Esto ocasonará un gran cisma. En el año 1517 Martín Lutero, un monje alemán (1483-1546), clava una lista con 95 «tesis» en la puerta de la iglesia de Wittenberg, criticando a la cúpula católica y exigiendo cambios. Empieza entonces la Reforma, que llevará a la aparicion del protestantismo tras el Concilio de Trento en 1545 (la Contrarreforma).
En lo político, van cambiando poco a poco los viejos modos, personificados en los últimos monarcas que mantienen aún esplendores imperiales, como Felipe II. Este rey «prudente», paradógicamente, era un hombre supersticioso con permanente mala salud que recurrió para curarse a la ayuda de toda clase de reliquias milagrosas –hay unas 7.000 almacenadas en el Monasterio–.
También mandó crear un laboratorio de alquimia para que los iniciados renacentistas consiguieran dos cosas: convertir metales innobles en oro y plata, y fabricar mediante destilación medicinas con las que aliviar su mala salud. El primero con el que tomaría contacto sería el adepto veneciano Tiberio Roca, en 1557, con ocasión de su visita a Malinas (Flandes), quien infructuosamente trató de conseguir oro artificial. Después pasarían por el laboratorio, situado en la torre más occidental del Monasterio, entre otros, Marco Antonio Bufale, Leonardo Fioravanti y el destilador Francisco de Holbeque, hermano del jardinero de Aranjuez Juan de Holbeque. (Los Hijos de Hermes. Alquimia y espagiria en la terapéutica española moderna. F.J. Puerto y otros. Corona Borealis, Madrid, 2001).
Todas estas razones parecen poner en evidencia la contradición de un rey que, por una parte, apoyó y reunió a su alrededor objetos mágicos y personas expertas en ciencias ocultas, y por otra, dió el máximo poder a la Inquisición, la encargada de la ortodoxia y de la persecución de estas creencias y prácticas.
Esta ambivalencia se da también en materia arquitectónica. Los santuarios y edificios de la época corresponden a uno de estos dos estilos: Plateresco o Herreriano. El primero –de orfebre, platero–, mezcla elementos decorativos abigarrados de inspiración clásica (en este momento de moda en Italia) con otros autóctonos mudéjares y tardo góticos. Su resultado puede contemplarse en edificios cuyas fachadas son una masa abigarrada de follaje, con todo tipo de recovecos. El máximo recargamiento ornamental se da en el Barroco con el estilo llamado Churrigueresco, cuyo ejemplo más representativo es la puerta del antiguo Hospicio de Madrid, en la calle de Fuencarral.
Típica ilustración de contenido alquímico.
Hoy día da entrada al Museo Municipal. Fue realizada por Pedro de Ribera en 1722. Su grupo central, esculpido por Juan Ron, representa a San Isidoro recibiendo las llaves de Sevilla. Es Monumento histórico-artístico. El segundo ­legítimo o no, Juan de Herrera le dio su nombre­, es extraordinariamente austero, de «severa depuración de los elementos clásicos del Renacimiento Italiano». Sus muros están casi libres de ornamentos. Las construcciones de este estilo tienen el aspecto de fortalezas.
Este clima contradictorio es el que preside la irrupción de la razón como motor de todo pensamiento.
Al XVIII se le conoce como el «Siglo de las Luces». La forma de gobierno es el Absolutismo. Los reyes tienen extraordinarias cotas de poder que conducen, salvo algunos casos, a crear una Europa dividida estructuralmente entre un inmenso colectivo de pobres – que lo eran mucho– y uno reducido de ricos –que también lo eran mucho–, «atrincherados» en las Cortes absolutistas. En medio, una clase intermedia de corruptos, delatores, intrigantes y traidores cuya subsistencia dependía directamente de la aristocracia, que los utilizaba al servicio de sus ambiciones.
La Fuente Grande de Ocaña, obra de Juan de Herrera. Su aspecto, independientemente de sus características prácticas, lo convierten en un verdadero templo de las aguas.
Las intrigas políticas internas que tratan de cambiar esta situación conducirán paulatinamente hacia un fin de siglo dramático. Su producto característico serán las sociedades secretas, y particularmente una relacionada íntimamente con la arquitectura y las técnicas esotéricas con las que se construyen edificios y santuarios: los francmasones (posteriormente masones).
La palabra masón tiene su origen en la lengua germánica que hablaban los francos antes de convertirse en franceses. Viene del término mattjon, que luego se transformaría en metze y, ya en francés antiguo en mascun (o màchun). Los steinmetzer eran los talladores de piedras. En España, el mazón es el que realiza los trabajos menos especializados en la construcción y quien se encarga de la piedra sería más específicamente el cantero (el que desempeña su labor en la cantera ­latomiae­). De ahí que aquí, a la masonería, se la denomina también latomia.
El prefijo franc hace referencia al término free y serviría en principio para distinguir a los trabajadores de la free-stone, o piedra libre (caliza, manipulable fácilmente), de los roughmason, que trabajarían las piedras más toscas. Simbólicamente, los francmasones, son los iniciados, un grado por encima de los maçons (albañiles).
La talla de la piedra simboliza la del pensamiento y, a su vez, la construcción espiritual (La Masonería. Armando Hurtado. Edaf, Madrid, 2001).
La idea central de la francmasonería es concebir a Dios como el Gran Arquitecto, que utiliza el compás y la escuadra para construir el Universo. El iniciado pues es aquel que, a su imagen y semejanza, crea un reflejo. La consecuencia directa son sus obras, el recinto donde moran los símbolos sagrados. Su interior es el lugar donde hay que realizar los ritos esotéricos que permiten acceder a este tipo de conocimiento. La técnica de edificación del espíritu es la gnosis, orientada hacia un teismo humanitario, cuyo reflejo más cercano es la fraternidad y la ayuda mutua entre los miembros.
Estos tienen prohibido revelar sus conocimientos bajo pena de muerte que incluye el «arrancarles la lengua» si hablan (se trata de una simple operación simbólica que jamás se llevó a la práctica).
Como sociedad secreta, durante el siglo XVIII, participó en los movimientos de agitación política que perseguían el derrocamiento de los monarcas absolutistas, asumiendo en muchas ocasiones la defensa de los intereses de los burgueses liberales. Fueron condenados por la Iglesia católica en el año 1738.
Su simbología puede rastrearse perfectamente en todas las obras civiles y religiosas inspiradas en estas ideas. Jardines, fuentes, edificios, puentes; incluso en algunas iglesias es posible apreciar la influencia masónica por parte de quien conozca un poco las ideas, prácticas e imaginería de estos iniciados. Veamos algunos ejemplos:
El triángulo, símbolo del número 3, representación de la Santísima Trinidad, y por ende de Dios. Su base representa lo general, y su vértice lo particular. Orientado hacia arriba es el fuego y todo cuanto asciende a un estado superior. Si en esta posición se le trunca simboliza alquímicamente al aire. Cuando se dirige hacia abajo, son los dones que descienden del cielo hasta penetrar en los misterios del agua. Y si orientado así se le vuelve a truncar, será la Tierra. Cuando dos triángulos se superponen, forman el Sello de Salomón, una estrella de seis puntas que revela la potencia del alma humana, el equilibrio entre el consciente y el inconsciente. En su punto central, según los alquimistas, se encuentra un principio inmaterial azoth, que sólo puede ser visto con la imaginación y el corazón del adepto abnegado.
La pirámide son cuatro triángulos sobre una base cuadrada, la Madre Tierra, la solidez. La superficie sobre la que se logra el equilibrio y el descanso. Para las culturas occidentales es la Gran Madre que se concentra sobre un recinto que confiere la inmortalidad. En Oriente, además, es la llama, el fuego que asciende hacia el punto que es el final, la consecución de la obra, el éxito. Su vértice simboliza la sabiduría y la antena por la que ésta se pone en contacto con la de las estrellas creando un flujo bidireccional que trasciende la distancia.
La esfera es a la vez el círculo, y éste, la perfección. Es la forma de los cuerpos celestes y del propio universo. Es el Sol, fuente de calor y luz. También el lugar donde habita la divinidad. Es la rueda que se mueve eternamente, sin fin, el eterno retorno, el karma, la reencarnación. En Oriente se la representa dividida por dos semicírculos interiores que forman una «S», cada uno de las cuales contiene otro pequeño círculo. Son ying y yang, la complementariedad, la dualidad, el equilibrio entre contrarios. La condición polar de la vida. Lo positivo y lo negativo. Sonido y silencio (sin los cuáles ni la música ni nada podría existir) (Diccionario de Símbolos. Juan Eduardo Cirlot. Labor, Barcelona, 1987 y El Lenguaje Secreto de los Símbolos. David Fontana. Círculo de Lectores, Barcelona, 1993).
El estilo herreriano se caracteriza por utilizar elementos geométricos sencillos, casi sin adornos, pero de gran contenido simbólico.
Hay muchos masones célebres, como Wolfgang Amadeus Mozart, Benjamín Franklin, e incluso se cree también que George Washington. Algunos reyes como Eduardo VII y Jorge VI.
Otra sociedad secreta del siglo XVIII fueron los carbonarios. Surgieron en Italia con el objetivo de derrocar a los emperadores extranjeros. Aunque ésta era una organización dedicada exclusivamente a la conspiración política (su estructura sirvió de modelo a algunos grupos terroristas modernos), muchos de sus ritos de iniciación destinados a preservar secreto y anonimato tenían un contenido simbólico que podría confundirse con el de los masones.
Estos siglos conocerán los primeros avances científicos y el triunfo de la razón como sistema de elaboración del pensamiento, lo que llevaría a cuestionar muchos postulados defendidos por la doctrina católica. Isaac Newton, Emmanuel Swedenborg, Linneo, Volta, Galvani, Lavoisier, Farenheit, con sus trabajos sentarán las bases de la posterior revolución industrial. En Filosofía las aportaciones de Manuel Kant y Blaise Pascal serán los cimientos que llevarán posteriormente al materialismo dialéctico. El prusiano Joan Joachim Winckelmann será quien introduzca un nuevo método científico para analizar el pasado: la arqueología.
Las cosas así, el nuevo pensamiento iría haciendo impopular toda sensibilidad hacia todo lo sagrado y relegaría la magia a la categoría de superstición. Nueva herejía sería cualquier interpretación del mundo que no se construyera mediante el pensamiento racional.

LA NUEVA ESPIRITUALIDAD

EL SIGLO XVIII TERMINA con la Revolución Francesa (1789). Es el fin de las monarquías absolutistas. La burguesía empieza a tomar el control de la dinámica social y la Iglesia va perdiendo paulatinamente su poder político y militar. La «Toma de la Bastilla» simbolizó un nuevo salto de la Humanidad, y una ruptura con el pasado. Empieza a escucharse una palabra olvidada desde los tiempos de la Grecia clásica: democracia.
La razón, que durante la etapa anterior, era la herramienta de uso obligatorio para la construcción del discurso intelectual, cada vez se consagra más como único método válido para la elaboración del pensamiento.
Aparecen nuevos modos de hacer la guerra que implican grandes desplazamientos de tropas a lugares lejanos y exóticos. Los ejércitos hasta ahora estaban formados por soldados voluntarios, pagados por los reyes y dirigidos por los nobles. También las clases bajas eran obligadas con frecuencia a aportar «clase de tropa» mediante levas obligatorias. A partir de este momento, la pertenencia a la milicia es un derecho y un deber de cualquier ciudadano, que debe ejercer voluntaria y casi gratuitamente para rendir servicio a su patria (la sacralización de la nación como elemento diferenciador, unificador y camino de futuro).
El siglo XIX es el del comienzo de los grandes descubrimientos arqueológicos. Debido a las campañas militares y a la investigación de hombres tenaces, como Botta o Schliemann (descubridores de Nínive y Troya, respectivamente), se empieza a estudiar las civilizaciones antiguas. Pero también es el de la destrucción y expolio de los viejos santuarios.
La campaña de Napoléon en Egipto camino de la India tiene lugar en julio del año 1798. Se hizo acompañar en ella por hombres de ciencia, literatos y dibujantes como el barón Vivant Denon.
A su vuelta a Francia, éste fue nombrado director general de Museos. Su importancia radica en la publicación de dos libros:
Voyage dans la Haute et Basse Egypte y Description de l'Egypte (1809-1813, 24 volúmenes). A partir de este momento, la gente empezó a tomar conciencia de que existía una región bañada por el río Nilo que en el pasado tenía conocimientos formidables de arquitectura y de «otras cosas». Además, otro francés, Jacques Champollion, descubriendo la Piedra de Rosetta, desveló la clave que permitió traducir correctamente los jeroglíficos. Desde entonces la civilización más enigmática de la historia se convirtiría en el referente principal para los que creen que ciertas construcciones están relacionadas con el lugar que ocupan por algo más que razones económicas o de oportunidad.
Napoleón fue nombrado cónsul vitalicio en 1802 y posteriormente emperador en 1804. Tras pacificar Francia e introducir mejoras constitucionales apuntadas por la Revolución, como la libertad de cultos o la igualdad civil, secularizó los bienes eclesiásticos, con lo que muchos santuarios serían desmontados.
Napoleón Bonaparte.
Durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), se saquearían y destruirían monasterios e iglesias españolas. Utilizados como campamentos improvisados para descansar, fueron profanados por los soldados. Se encendieron hogueras en su interior, y sus retablos e imágenes despojados de todas las riquezas que poseían y luego quemados. Mucha imaginería románica y gótica, que había resistido el paso del tiempo desde la Edad Media, quedó reducida a cenizas en tan sólo seis años. Los militares franceses, muchas veces ebrios, fueron incapaces de detectar las sutiles energías que sacralizaban esos lugares, y por tanto no les infundían el menor respeto. En una ocasión fueron víctimas de su propio vandalismo, cuando para calentarse emplearon adelfas (nerium oleander), una planta venenosa que al quemarse produce un humo muy tóxico. Encerrados en una capilla, donde se refugiaban del frío, aspiraron durante demasiado tiempo este gas letal.
En España, a partir de 1837, se van a producir diversas «desamortizaciones» (enajenación de bienes de la Iglesia para venderlos a particulares). La más conocida, la de Juan Alvárez Mendizábal, pretendía poner de nuevo las tierras a disposición de los campesinos. La realidad es que lo único que se consiguió fue la creación de grandes latifundios en manos de muy pocas personas.
Su consecuencia más dramática es que, una vez en manos laicas, se expoliaron, destrozaron y abandonaron a la ruina muchísimos monasterios, iglesias y santuarios. La valiosísima documentación almacenada en las bibliotecas de todos estos lugares se dispersó o perdió.
Europa, desde finales del siglo XVIII, vive en la literatura y la arquitectura un movimiento de contestación a la abigarrada estética burguesa del barroco: el romanticismo. Sus inspiradores fueron Jean-Jacques Rousseau y Johann Wolfgang von Goethe. Su manifiesto, el prólogo a la segunda edición de las Baladas líricas (1800), escrito por William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge. A partir de este momento irrumpe una nueva élite intelectual que prima los sentimientos y la imaginación cuando interpreta el mundo. La emoción vence a la poderosa razón. La naturaleza es observada con una mirada completamente distinta. Ya no es simplemente de donde proceden o se almacenan los alimentos y se obtiene combustible y material de construcción. El espacio natural se convierte repentinamente en una formidable biblioteca de conocimientos escondidos en multitud de vestigios olvidados, que hasta ahora sólo eran ruinas.
El romanticismo es un estilo de vida y los temas elegidos por los escritores románticos son muy variados. Se interesan ante todo por la naturaleza, lo exótico, lo sobrenatural y el anarquismo como compromiso existencial. Buscan afanosamente lugares vírgenes, donde habita ese «buen campesino» que vive ignorante de la historia. La consecuencia es la idealización de todos estos sitios, atribuyéndoles características y poderes que, en definitiva, son sólo un recuerdo de la relación que tuvo el hombre con ellos antaño. Aumenta el gusto por la vida rural, desde la que puede contemplarse y sentirse mejor el paso de las estaciones y donde el contacto con la lluvia y los colores del otoño acentúa sus sentimientos de melancolía.
Lo exótico constituye un referente para la imaginación, que viaja tanto a los lugares lejanos que relatan las exploraciones en África, Asia y Oceanía, como retrocede hasta los relatos medievales. Se resucita a Arturo; James MacPherson descubre a Ossian; Coleridge nos descubre un reino sagrado y mítico, escondido en las montañas de oriente llamado Xanadú (Kubla Jan, 1797).
La enfermiza pasión romántica por ruinas y cementerios se envuelve en un ambiente sobrenatural donde se recuperan viejas leyendas y canciones. Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas y Leyendas, 1861-1863), Jacob Ludwig y Wilhelm Karl Grimm (Cuentos de hadas, 1815), Hans Christian Andersen (Cuentos infantiles, 1850), o Hoffmann (El hombre de arena, 1880).
Gustavo Adolfo Bécquer debió inspirarse en este lago, la Fuentona de Muriel, para su leyenda Los Ojos Verdes. Es un espacio cargado de romanticismo evocador.
El anarquismo es para sus seguidores una forma de pensar que les permite ser libres e ir en contra de las doctrinas oficiales. Hay que distinguir entre el significado político de la palabra y su contenido existencial. En el caso de la literatura podría perfectamente sustituirse la palabra «anarquista» por «liberal». No son ateos necesariamente y su relación con lo sobrenatural, en ocasiones no es más que una pose estética.
Coincidiendo con el declive del romanticismo, a mediados de siglo nos encontramos con uno de sus más importantes representantes: Edgar Allan Poe (Boston, 1809, Baltimore, 1849). En sus poemas, relatos y novelas (precursoras de la «literatura de misterio»), aparecen los más diversos y escalofriantes lugares. Está muy influido, tanto por lo sobrenatural como por lo siniestro que flota en muchos de ellos. En la Caída de la Casa Usher (1839), crea una atmósfera ominosa e irresistible de terror que terminará por hundir al propio edificio. En El Pozo y el Péndulo (1842), nos hará sentir un terror insoportable en una mazmorra de la Inquisición.
Poe fue un brillante escritor a la par que un alcohólico que frecuentemente abusaba de las drogas, lo que sin duda pesó sobre toda su obra. Su influencia resultó determinante sobre algunos monstruos sagrados de la «nueva espiritualidad», como Howard Phillips Lovecraft, ampliamente reivindicado por diversos grupos en el siglo XX como un auténtico profeta.
Edgar Allan Poe.
Este modo de pensar y sentir contrastaba fuertemente con la realidad social nacida durante la revolución industrial. Los movimientos obreros que llevaron a la aparición del comunismo, consagraron una ideología sin espacio para nada relacionado con lo espiritual. Aunque es cierto que estos movimientos de izquierdas consiguieron extender la alfabetización entre las clases sociales más bajas. El periódico se consagró como el nuevo medio de comunicación social. Sirvió, tanto para defender las ideas políticas, como para incluir colaboraciones literarias (cuentos, poesías) en las que se describen lugares lejanos. Así, las clases más bajas pudieron conocer las viejas culturas y sus obras.
En el último cuarto del siglo surgen dos personajes que, entre otros, introducen nuevas formas de entender y sentir la espiritualidad en contra de las doctrinas oficiales: Alan Kardec y Madame Blavatsky.
Un hecho fortuito conmociona a la sociedad en 1848. En una casa del barrio de Arcadia, en Nueva York, las hermanas Fox (Kate, Margaret y Leah) experimentan una serie de fenómenos extraños.
En el interior de inmueble se producen una serie de ruidos, golpes (raps) y movimientos espontáneos regulares e irregulares de objetos sin causa aparente. El ente que produce estos ruidos empieza a comunicarse con las tres hermanas mediante un código que, en principio, consiste en contestar a las preguntas con un sí o un no.
Se sospecha del intento del espíritu de una persona fallecida que quiere comunicarse con los vivos. Al derribarse posteriormente un muro de contención de la casa aparecieron los restos de un tal Charles B. Rosma, que fue asesinado y emparedado.
A partir de este momento, aparecen por todas partes una serie de personas llamadas médiums, que afirman ser intérpretes de los mensajes emitidos por personas concretas del «más allá». Es entonces cuando uno de ellos, Allan Kardec, funda una especie de nueva religión: el Espiritismo.
Hippolyte Léon Denizard Rivail nació en Lyón, en octubre de 1804, en el seno de una familia católica. Se interesó por la Filosofía, y especialmente por la Pedagogía. Poseedor además de una gran cultura, escribió diversos libros dedicados a la educación. Entre 1835 y 1840, da cursos de química, física, astronomía y anatomía comparada.
En estos años se muestra como inquisitivo y escéptico. Prueba de ello es que en 1854, Fortier, un magnetizador, le enseña una mesa giratoria y le comenta: «He aquí una cosa extraordinaria. No solamente se hace girar una mesa magnetizándola, sino que se la hace hablar; se la interroga y ella contesta». La respuesta es: «Yo creeré en ello cuando lo vea y se me haya probado que una mesa tiene cerebro para pensar, nervios para sentir y que puede convertirse en sonámbula. Hasta entonces, permitidme que no vea en ello más que un cuento para niños». En 1855 va a casa de la sonámbula Roger, donde es invitado a las sesiones que se realizaban en el domicilio de la señora Plainemaison. Su experiencia en ellas iba debilitando su escepticismo: «Allí fue donde por primera vez presencié el fenómeno de las mesas giratorias que saltaban y corrían, y ello en condiciones tales que la duda era imposible». Después de asistir a algunas sesiones en casa de la familia Baudín, empezó sistemáticamente sus estudios sobre espiritismo, empleando el método empírico y la observación minuciosa.
Allan Kardec.
Ya empieza a cambiar su nombre por el de Allan Kardec que, según él, había tenido en una existencia anterior, cuando había vivido entre druidas. Fruto de sus estudios son El Libro de los Médiums (1861), Imitación del Evangelio según el Espiritismo (1864), El Cielo y el Infierno o La Justicia Divina según el Espiritismo (1865), La Génesis, los Milagros y las Profecías según el Espiritismo, (1868). Escribió además tres obras de introducción: Instrucción Práctica sobre las Manifestaciones Espíritas (1858); Qué es el Espiritismo (1859) y El Espiritismo en su más simple expresión (1862), además de una complementaria: Obras Póstumas (1890).
Fundó la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas el 1 de abril de 1858. Desde enero del mismo año dirigía la «Revista Espírita», hasta la fecha de su muerte, el 31 de marzo de 1869.
Los principios de su doctrina son: La estructura ternaria del hombre, compuesto de: alma o espíritu (inteligencia, pensamiento, voluntad y moralidad), cuerpo (soporte material impuro) y periespíritu (envoltorio sutil, intermediario entre los otros dos). Cuando el soporte alcanza el grado de degeneración límite programado por la genética, muere. Sin embargo el espíritu es inmortal. Una vez liberado de los lazos materiales, es capaz de manifestarse de diversos modos. El más habitual es un médium en estado de trance presidiendo una consola o mesa circular. A su alrededor están las personas que quieren conseguir el contacto con el difunto. Éste, se manifestará hablando por la boca del oficiante, o con golpes y ruidos que provocará en la mesa o en otras partes de la estancia.
El santuario de la nueva religión, desde mediados del siglo XIX, es una habitación victoriana en penumbra. Sus cortinajes y empapelado son oscuros. Está débilmente iluminada con vacilantes lámparas de gas que dibujan misteriosas sombras en las paredes, o con velas aromáticas.
El espiritismo, o doctrina espírita es seguido, incluso hoy por miles de personas, que encuentran en él consuelo, contacto y comunicación con sus seres queridos desaparecidos.
En diciembre de 2001 tuve la oportunidad de entrevistar a un prestigioso médium moderno, el brasileño Divaldo Pereira Franco.
La charla se produjo después de una conferencia que había dado en la Casa de Brasil de Madrid. Mostró en todo momento una actitud serena y ponderada. Sus manifestaciones me permitieron darme cuenta de que era un hombre de extraordinaria cultura en todos los campos relacionados con la mente humana.
Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891) es la fundadora de la Sociedad Teosófica (1875). Ésta iniciada fue la maestra que divulgó la enseñanza universal. Realizó viajes por todo el mundo para ayudar a todos los que tenían necesidad de crecer espiritualmente como contestación a un mundo cada vez más materialista. Sus enseñanzas estaban orientadas a conseguir la autorrealización. Según su doctrina, el estado espiritual de la humanidad era distinto del que tuvo en el pasado; por tanto, para avanzar era necesario tener acceso a aspectos antiguos y secretos del conocimiento. En su discurso entran elementos como el karma, la reencarnación y el principio universal que está en el corazón de todas las religiones. Es la introductora del moderno esoterismo, descubriendo aspectos hasta ahora generalmente desconocidos.
Los espíritas piensan que ciertas manchas anómalas de luz que aparecen en algunas fotografías son espíritus que se manifiestan. Foto obtenida en Praga.
Su principal misión fue la de informar de cuestiones a las que sólo habían tenido acceso tradicionalmente los iniciados. Su libro La Doctrina Secreta es un relato sobre la creación del Universo y la propia historia de la Tierra, la aparición y extinción de las razas, la Atlántida, etc. Desvela la existencia bajo la superficie del Océano Atlántico de las ruinas de las ciudades de aquella civilización que incluso podría haber construido las pirámides. La existencia de estos restos habría sido ignorada por los científicos ortodoxos para no tener que cambiar su concepción del mundo y las teorías oficiales sobre la formación del Universo y su posterior evolución.
En otro libro, Isis sin velo, se divulgan las claves necesarias para penetrar en los misterios de la teología, y también de las ciencias antiguas y modernas. Al igual que en la obra anterior hace referencia a unos maestros ocultos, entidades místico-sobrenaturales que viven escondidas en valles escondidos del Tíbet (Shambhala) de acceso imposible para los no iniciados. Ellos la habrían ordenado difundir la tradición esotérica que se inspira en la Cábala hebrea.
La información divulgada por las obras de la Blavatsky fue útil para muchas personas con inquietudes espirituales a quienes las religiones oficiales no satisfacían.
Este siglo de movilizaciones sociales, que liberaron a las clases trabajadoras y que conoció los primeros esbozos de democracia, da paso a la centuria más convulsa de todos los tiempos. El día 28 de junio de 1914 es asesinado en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austro-húngaro. Comienza la Primera Guerra Mundial. Antes de que acabara el conflicto, octubre de 1917, se produce el asalto al Palacio de Invierno, comienzo de la Revolución Rusa. Hacen su aparición los primeros gobiernos comunistas. Las masas revolucionarias quemaron toda clase de santuarios e iglesias, perdiéndose para siempre las huellas de muchos lugares sagrados de los territorios de  Rusia y Asia Central. El conflicto, además, vendría seguido por un periodo de liberalización de ideas y costumbres.
La mítica Shambhala estaría en un valle escondido en los Himalayas.
Afectaría a todos los demás campos, las artes, la técnica, la ciencia... Fueron los felices años 20.
Un hecho vino a reavivar el interés por los lugares mágicos. El día 24 de noviembre de 1922, Howard Carter, jefe de la expedición que había financiado Lord Carnavon en busca de tumbas egipcias, encuentra la más emblemática: la última morada del faraón Tutankamón. Un extraordinario tesoro de 3.274 años.
La difusión alcanzada por esta noticia fue causa de que un gran número de expertos y aficionados a la arqueología empezaran a recorrer todo el mundo en busca de restos del pasado. Paralelamente, todos los nuevos movimientos que aparecieron bajo el impulso del espiritismo y la Sociedad Teosófica realizaron sus propias investigaciones en busca de los viejos conocimientos.
En 1939, tras algunos conflictos locales, estalla la conflagración más grande y devastadora conocida: la Segunda Guerra Mundial, al principio restringida a Europa y el Norte de África, donde los ejércitos alemanes buscaban el petróleo necesario para sus campañas. El 7 de diciembre de 1941, los japoneses destruyen la flota norteamericana del Pacífico en la bahía de Pearl Harbour, y Estados Unidos se incorpora a la guerra arrastrando a numerosos países. El conflicto termina en 1945, con la entrada de los aliados en Berlín y la destrucción de Hiroshima y Nagasaki mediante las dos únicas bombas atómicas utilizadas en un conflicto.
A partir de este momento se inicia un cambio de mentalidad. Muchas personas, horrorizadas por cuanto habían vivido, empezaron a pensar por primera vez que la guerra no era la forma adecuada para dirimir los conflictos. Consecuencia de ello fue la potenciación de la Sociedad de Naciones que, a pesar de todo, ha conseguido evitar muchas confrontaciones, al menos entre los países de Occidente. Esta razón, más la expectativa de una destrucción masiva de la vida en el planeta, ha conseguido frenar, en parte, las ansias belicistas.
Todas estas causas consiguen crear un ambiente en el que aparece una nueva mentalidad: la autorealización. Una vez conseguidas seguridad y una razonable comodidad, los hombres han podido retomar las viejas religiones para darles un nuevo contenido espiritual. La mayor cantidad disponible de tiempo libre ha permitido dedicar mayor tiempo al crecimiento personal, incorporando viejas filosofías y conocimientos, incluso retomando viejas músicas étnicas (como la céltica o la africana).
La búsqueda de las viejas fuentes, incluidas las paganas, es el motor dela nueva espiritualidad de nuestro tiempo. Se trata de una mezcla pragmática entre elementos de lo laico, las viejas tradiciones y las incorporaciones eclécticas de todo cuanto tienen bueno que aportar las religiones vigentes. Tanto el budismo, como el taoísmo, hinduísmo, cristianismo, islam o las creencias chamánicas son fuentes de elementos útiles en nuestro tiempo. Y, por supuesto, se buscan afanosamente los viejos santuarios, que ya ocupan espacios sagrados desde tiempos a veces inmemoriales.
Con Hiroshima y Nagasaki se abrió la inquietante posibilidad de que el hombre pudiera destruir el mundo en segundos.