Ruinas
de la ciudad arevaco-romana de Termancia, Soria.
LA INFANCIA DEL
HOMBRE
LOS ÚLTIMOS ESTUDIOS SEÑALAN
como primer antecesor de la raza humana a un animal de desarrollo
placentario, semejante a un ratón. Este mamífero de la subclase
euterios tenía la cola y los dedos muy largos, lo que le
permitía poder agarrarse a las cortezas y ramas de los árboles para
huir de sus depredadores, los dinosaurios, con los que convivió
hace 125 millones de años. Ha sido bautizado como Madre del
amanecer.
Transcurrió mucho tiempo hasta
que, hace 4 millones de años, un homínido aún desconocido,
descendiera de su morada vegetal para comenzar a andar apoyándose
con las piernas traseras y los nudillos de sus manos. Pero éstas no
sólo le servían para andar, sino que también le daban capacidad
para transportar y manipular objetos con un fin concreto, más
frecuentemente de lo que lo hacían sus parientes más cercanos los
chimpancés. Se le denominó australopitecus, y su pelvis
evolucionó hasta permitirle andar sobre sus dos pies. Durante el
siguiente millón de años, su cerebro creció desde unos 350 hasta
750 c.c., y empezó a servirse de piedras trabajadas toscamente
(pebbles). Hace 1,5 millones de años se convirtió en el
homo erectus, que andaba exclusivamente erguido y tenía un
volumen cerebral semejante al actual. Podemos ya hablar del trabajo
de la piedra, una industria lítica (achelense, Paleolítico
Inferior), consistente en la obtención de hachas y cuchillos muy
toscos, elaborados mediante percusión. Su sucesor, el homo
sapiens, apareció hace aproximadamente unos 100.000 años. Su
primer representante, el hombre de Neandertal, utilizaba las lascas
de sílex para trabajos de cierta precisión (musteriense,
Paleolítico Medio).
Casi simultáneamente apareció
otra especie distinta, el hombre de cro-magnon, capaz de
fabricar instrumentos más perfectos, como hachas bifaces o
cuchillos, que engastaban en un mango de madera mediante cuerdas.
Éstas se conseguían aprovechando fibras vegetales, y permitían una
utilización más eficaz. También elaboraron punzones, agujas,
arpones de hueso y estatuillas. Muchos de ellos no tenían un
carácter instrumental o utilitario, sino que se usaban con
intención ritual o ceremonial.
Aunque no sabemos exactamente
cuando, fue en esta época cuando el hombre empezó a realizar
ceremonias relacionadas con la muerte. Éstas nos permiten hoy
deducir como se abrió la gran brecha que le separó de los animales:
la consciencia de su trascendencia. Sucedió como consecuencia de la
incorporación a su código genético de nuevos programas que le
dieron capacidad para elaborar modelos del mundo donde los símbolos
sustituyeron a los seres y objetos, reales e imaginarios. La
intuición, una extensa biblioteca de programas de funcionamiento
casi automático del sistema nervioso, adquirida durante millones de
años, se unió a la abstracción, como herramienta de la
inteligencia. El trabajo conjunto de ambas le llevó a descubrir que
existen ciertas fuerzas invisibles que pueden dominarse mediante su
representación. Así surgió el pensamiento mágico, y por tanto las
prácticas y ceremonias que acabarían por convertirse en cultos
religiosos.
Una tosca hacha bifaz achelense,
utilizada por sus filos cortantes y por su enorme dureza y
facilidad para ser trabajada.
Un recolector de miel prehistórico,
rodeado de abejas en la Cova de la Araña, Bicorp, Valencia.
Pequeños dioses voladores que le permitieron sobrevivir y disfrutar
de un producto muy energético.
La pintura y el grabado son
formas de sacralización de los lugares tenidos como santuarios.
Mediante diversas técnicas, como el uso de los dedos, una especie
de pinceles de pelo, canutos para soplar el pigmento, o el
«tamponado», que consiste en realizar una figura a base de puntos,
el hombre dejó sobre las paredes de los recintos los indicios de su
modo de pensar y sus creencias.
Altamira, en España, conocida
como la Capilla Sixtina del Arte Rupestre, nos mira desde aquel
pasado por los ojos de esos bisontes, tan perfectos que parece
imposible sostener la idea de que los artistas que los realizaron
eran toscos y primitivos. Muy cerca está Covalanas (Ramales de la
Victoria, Cantabria), con sus ciervas rojas pastando en los campos.
Aunque para nosotros, su verdadera función permanezca en un halo de
incertidumbre que tratamos de dilucidar de un modo razonable.
Era aquel un momento
especialmente frío, lo que hizo que el agua estuviera almacenada en
el hielo de los glaciares de las montañas y en los polos. El mar
estaba en un ciclo regresivo, y su nivel había descendido unos 100
metros. El Mediterráneo en este momento era más una colección de
lagunas y charcos que un mar.
Esto permitió posiblemente
movimientos migratorios entre los continentes africano y europeo
que justifican la semejanza tipológica que existe entre las
representaciones encontradas en ambas orillas.
Aquel mundo tenía canales de
comunicación rudimentarios pero eficaces con flujos de conocimiento
que viajaban lentamente, pero llegaron a muchos sitios.
Hoy que hablamos de
autopistas de la información, nos parece imposible que en el pasado
ésta viajara a través de regiones tan alejadas. Algunos artistas de
Portugal, Cantabria, Francia, Norte de África y Valencia
compartieron una cultura artística de rasgos comunes. Y por lo
tanto también todo un sistema de creencias, ritos y ceremonias
justificadas por la relación del hombre con unos sitios donde
«algo» se manifestaba y les indicaba que se encontraban enel lugar
de poder idóneo para realizar sus representaciones, consagrándolos
como santuarios. En ellos dejaron petroglifos, pinturas y
talismanes propiciatorios para la caza, además de herramientas y
otros utensilios.
Cuadro comparativo de diferentes representaciones que podemos
encontrar en lugares muy distantes. A pesar de pequeñas diferencias
de estilo podemos hablar de una continuidad temática y estilística.
De una cultura univeral de la representación que, incluso, debió
tener algun tipo de norma común.
Demos un salto cualitativo.
Para los animales, el tiempo que va desde el nacimiento a la muerte
está regulado por un programa concreto que implica aceptar su
segura desaparición con naturalidad, sin más. Éste funciona en
perfecta sincronicidad con el que denominamos «instinto de
supervivencia». El animal vive mientras se lo ordenan desde su
interior. Si consigue sobrevivir a los múltiples peligros hasta
llegar a una muerte, digamos «natural», cuando le llega su hora,
fallece sin más. Parece no importar a los de su especie, si
exceptuamos casos como el del lobo que aúlla siniestramente. Los
humanos, sin embargo, parecen influidos por la existencia de otro
misterioso y exclusivo programa que impulsa a tratar de conjurar a
la muerte, y que implica su rechazo absoluto. Como esto no es
posible, porque la orden que prevalece es la que regula la
desaparición física al pasar cierto tiempo, el homínido –al
contrario de las otras especies– desarrolla modos de pensamiento
superior que le conducen a la búsqueda de la inmortalidad. Y aquí
cabe una pregunta: ¿realmente la pulsión trascendente corresponde a
normas de un programa interno, o se trata de una orden externa y
superior? Una pregunta que, incluso pasado tanto tiempo, no tiene
aún respuesta, pero que ha encontrado múltiples soluciones
acomodadas a cada uno de los momentos. ¿Cómo se llegó a la creencia
de que se podía ser inmortal? El primer indicio de que algo
interior era distinto de la materia visible fue la imperiosa
necesidad de enterrar a los fallecidos en lugares que propiciaran
el regreso desde el más allá. La experiencia cotidiana de la
observación astronómica era concluyente, el sol y la luna nacían,
morían y volvían a nacer, por tanto también ellos podrían hacerlo
si conseguían el favor de sus dioses. Y la energía necesaria para
esta vuelta, esta transformación, había que obtenerla poniendo de
acuerdo lo de «arriba» con lo de «abajo».
Los dólmenes son estructuras de soporte que luego se cubrían con
tierra, para crear recintos. Se ubicaban en lugares sagrados y
respondían a criterios telúricos y astronómicos. Éste se encuentra
en Portugal, en Elvas, donde se les llama antas.
El concepto de religión
(religare), implicó así un pacto entre el hombre y su
creador. Una renegociación permanente para obtener favores a cambio
de reconocimiento, obediencia y alabanza.
Así fueron construyéndose los
monumentos megalíticos: menhires, cromlechs, túmulos, taulas,
talayots, dólmenes,... Por una parte sirvieron como última morada y
puerta que permitía al espíritu de los muertos proyectarse tras la
muerte. Pero también sirvieron para observar y registrar los ciclos
que presentaban los movimientos de los cuerpos celestes. Su tercera
función fue poner en contacto el cielo con la tierra. Como si
fuesen antenas que perforaban el suelo en busca de las energías
telúricas necesarias para elevarse hacia el universo. Estos fueron
los lugares mágicos en los que descansaron los antepasados de sus
azarosas vidas.
Como ejemplo citaremos aquí
uno de los monumentos que se encuentran en uno de los parques
megalíticos más importantes del mundo: Elvas, en Portugal, donde
estos monumentos se llaman antas. Se trata del cromlech del Cabeço
do Torrao.
Se trata de un recinto
delimitado por varios menhires (piedras clavadas en el suelo,
pulidas y talladas por la mano humana, primera herramienta de la
espiritualidad). De todos los que constituían el santuario quedan
doce. En su interior se realizaban rituales mágico-religiosos. Se
encuentra cerca de los restos de un poblado que debió estar rodeado
por una empalizada de madera. Posiblemente fue un lugar de
encuentro de diversas comunidades asentadas en la región. Una de
ellas construyó su poblado dentro del espacio sagrado para
aprovecharse de la protección que ofrecía su interior. Después,
fueron conservándose los rituales sagrados, incluyendo a quienes
fueron sustituyendo a sus primitivos moradores. De hecho, este
recinto se ha conservado hasta nuestro tiempo, prueba de que se
trataba de un lugar importante por el contenido mágico-simbólico
que tenía para aquellas comunidades de canteros ignotos.
Otras manifestaciones
megalíticas, son las taulas, típicas de las islas Baleares,
consistentes en una piedra plana que, a modo de mesa, se asienta
sobre otra clavada en el suelo, con una característica forma de
«T». El túmulo es un amontonamiento de piedras, y el talayot una
torre troncocónica o cuadrada, que a veces muestra un cierto
escalonamiento; cuando presentan una forma achatada se las suele
llamar también navetas. Su función se relacionaba con cultos
religiosos o también bastiones defensivos.
Pero el tipo de construcción
más famoso, sin duda, es el dolmen. Es un recinto más reducido que
el cromlech, cubierto con una o varias piedras a modo de techo. En
muchos casos se trata de tres piedras planas, dos clavadas en el
suelo y otra encima de ellas. No obstante, la tipología es muy
variada. Realmente se trata del esqueleto sobre el que se
amontonaba la tierra para crear un espacio cerrado interior.
Taula de Torralba d'en Salort.
Isla de Menorca.
Los artistas-sacerdotes o sacerdotisas
que pintaron estas paredes en Villar del Humo, Cuenca, emplearon
dos estilos. Uno con imágenes realistas de animales, y otro, con
motivos geométricos abstractos.
Todas estas formas
protoarquitectónicas estaban relacionadas en principio, como ya
hemos dicho, con ritos funerarios, aparte de otras cuestiones. En
ellas, el enterramiento fue la forma más común en sus diferentes
formas. Desde quienes ataban las manos de los cadáveres hasta
quienes practicaban la inhumación de toda su familia, acompañada de
viandas, objetos ornamentales y armas, un extenso universo de
prácticas relacionadas con las creencias formaba parte de la vida
cotidiana de una humanidad menos simple de lo que se cree
habitualmente.
Los hombres que crearon la
misteriosa Cultura de los Campos de Urnas cambiaron estas
costumbres por las de las incineración, guardando las cenizas en
vasijas cerámicas de tipo campaniforme.
Tapaban éstas con un rodete
circular de piedra en el que se practicaba una hendidura
triangular. Recordemos que ésta era la puerta mística por la que el
espíritu del difunto entraba y salía en sus correrías
postmortem.
Otros creyeron aparentemente
que, enterrando a sus muertos con la cabeza fuera, su espíritu era
llevado a los cielos por las aves carroñeras que inmediatamente
descarnaban y limpiaban su cráneo, hasta dejar sólo los huesos
mondos.
Todos estos pueblos fueron
alcanzando un grado de madurez cultural que experimentó avances
rapidísimos en un espacio de tiempo relativamente corto. Las
creaciones artísticas parietales, así como el desarrollo de las
creencias sobre el mundo del espíritu, alcanzaron misteriosamente
un nivel de perfección que incluso hoy día serían difíciles de
imitar y que, por otra parte han inspirado a artistas como Pablo
Picasso en el estilo cubista. Fue un larguísimo alba del período
clásico, en el que, en contra de las clasificaciones académicas,
deberíamos incluir a los pueblos de Oriente Medio, como sumerios y
egipcios. Posteriormente habrá que viajar hasta la otra punta del
continente para ver el concepto de lugar mágico de taoístas,
budistas e hinduistas.
LOS CLÁSICOS
EL PATESI GUDEA (rey
sumerio) nos mira desde una distancia inmensa en el tiempo: cinco
milenios. En actitud humilde hace ofrendas a los dioses de Lagash,
su reino. Lo hemos elegido como símbolo de la aparición de los
primeros documentos que hoy permiten conocer las creencias y
sistemas de valores propios del mundo antiguo sin tener que
recurrir a especulaciones. La arqueología y el método científico
son herramientas adecuadas para conocer aquellas remotas culturas,
cómo se relacionaron con los lugares sagrados, dónde moraban sus
dioses. Pero además, cuando sea necesario, habrá que recurrir
también a una gran fuente de conocimiento: la intuición.
La investigación histórica ha
desenterrado y analizado las pruebas que nos permiten conocer cómo
evolucionaron las ideas y sensibilidades religiosas desde aquellos
hombres que no escribían, hasta los que empezaban a escribir. E
intuimos que este avance se produjo como consecuencia del
crecimiento espiritual de sus protagonistas. El signo visible es
que el viejo monumento funerario levantado con grandes piedras
labradas toscamente pasa a convertirse en otro mucho más bello y
sofisticado, aunque su objetivo y función es el mismo.
Particularmente, en Oriente próximo y el norte de África la
arquitectura alcanza una perfección notable.
Una de las estatuas de Gudea, el Patesi de Lagash (2141-2122).
Estaba en el templo Eninnu de Girsu, y dedicada a Ningishzzida, su
dios, a quien realizaba frendas
continuamente en busca de una intervención sobrenatural en la
suerte de su pueblo y reinado.
En Egipto, una misteriosa y
extraordinaria civilización de origen oscuro (la ciencia oficial
data su aparición en el año 3.500 a.C., pero investigadores como
Zecharia Sitchin piensan en una antigüedad mucho mayor, incluso
sugieren su procedencia extraterrestre) construyó las Pirámides,
los más grandes recintos de carácter mágico-sagrados de la Tierra.
La primera de ellas, según la datación oficial, comenzaría a
levantarse en el año 2.600 a.C.).
A pesar de que oficialmente se
considera que su función es la de ser simple tumba de unos faraones
caprichosos, hay razones para creer que el carácter sagrado de esta
formidable estructura viene dado por la acumulación de muchos
factores. En primer lugar el emplazamiento, y en segundo, los
conocimientos matemáticos aplicados por sus constructores. Un lugar
sagrado tiene que tener también dimensiones sagradas, y esta
edificación es la auténtica «Biblia» de la Geometría, también,
Sagrada.
¿Cuál es la procedencia de
estos conocimientos que han permitido a los hombres realizar
construcciones cuyas medidas tienen un misterioso poder de influir
sobre todo cuanto se encuentra en su interior? Una pregunta aún
difícil de contestar. Hace pocos años se publicó el libro El
poder mágico de las Pirámides, de M. Toth y G. Nielsen,
Barcelona, 1987. En él se atribuye a su forma la capacidad de
acumular las energías terrestres y las celestes a la vez. En este
libro, incluso, se daban instrucciones para la construcción de
pirámides de cartón que tenían los mismos poderes, en una escala
menor, que las inmensas moles de piedra de la meseta de
Gizeh.
El investigador francés Robert
Bauvall, afirma en El misterio de Orión, Barcelona, 1995,
que Keops, Kefren y Micerino representan sobre el suelo del
desierto las tres estrellas del cinturón de esta constelación, una
de las más hermosas e identificables del firmamento.
Su posición se corresponde
exactamente con la de Alnilam, Alnitak y Mintaka, las conocidas
también como Las tres Marías. Este reflejo sobre el suelo de una
estructura celeste ha sido utilizado para situar otras obras
monumentales, como veremos posteriormente.
La posición de las tres grandes
pirámides coincide con la de las tres estrellas del cinturón de
Orión.
Pero este pueblo no sólo
construyó pirámides, sino que también aprovechó el poder del
interior de la Tierra para dar última morada a sus muertos en las
mastabas, galerías excavadas en el suelo que luego eran tapiadas
casi herméticamente para que no fuera violado el sueño de quienes
aspiraban a resucitar. Y para ello se hacían acompañar de sus
riquezas, e incluso a veces de sus familiares y animales
domésticos, a quienes enterraban vivos. Es conocido el caso de la
tumba del faraón-niño Tutankamón, en cuyo interior Lord Carnavon,
gracias a la ayuda de Howard Carter, descubrió uno de los más
grandes tesoros que jamás hallan sido enterrados por alguien. Pero
además, también encontró un extraño poder, una forma anómala de
energía, que podría ser el origen de la «maldición del Faraón»,
según la cual quienes violaran aquel lugar morirían. Poco después
de su hallazgo sucedieron diversas muertes «casuales» de algunos de
los participantes.
Los templos fueron también
lugares concebidos para potenciar esas fuerzas amplificándolas, no
sólo mediante la estructura arquitectónica, sino a través de los
diferentes ritos y ceremonias que se realizaban en su interior, de
los que desconocemos todo, menos que el sonido tenía en ellas gran
importancia. Los cantos ceremoniales activaban el ambiente
vibratorio creado por la piedra y lo proyectaban sobre los
oficiantes y asistentes. Estas salmodias sagradas iban poco a poco
aumentando el poder del santuario. Hay quien afirma incluso que los
egipcios conocían el secreto para aligerar el peso de las piedras
con técnicas acústicas secretas, una presunción improbable y
difícil de demostrar. No tenemos una idea exacta de cómo era su
música, sino aproximaciones. El contenido de los cantos debió ser
semejante al que figura en el El libro de los muertos de los
antiguos egipcios. En cuanto a la música existe un excelente
estudio realizado por Rafael Pérez Arroyo y Syra Bonet: La
música en la era de las pirámides. Incluye la reconstrucción
de los instrumentos que figuran en los frescos de templos y
tumbas.
Por entonces, en Mesopotamia
se construyeron otras estructuras dedicadas a la observación del
universo en distintos lugares, por una parte, y el culto a sus
dioses (principalmente el Sol y la Luna) por otra. Recibían el
nombre de zigurats. Eran de adobe y tenían forma escalonada. En su
cima los sacerdotes sumerios observaban como los dibujos
geométricos que representaban los cuerpos celestes influían en el
destino de todo cuanto existía. Así nació la astrología que, desde
aquellos remotos tiempos, consagra el cielo como morada de los
dioses y origen de los poderes superiores. Gracias a las enseñanzas
secretas reveladas por los superiores espirituales, inventaron las
primeras tecnologías que harían avanzar a la humanidad. Los dioses
dieron a los hombres la rueda (3.500-3.250 a.C.), el arado (3.500
a.C.) y la escritura (3.000 a.C.) que permitiría crear el primer
poema épico de la humanidad. Quien todo lo vio (2.000
a.C.) nos cuenta en caracteres cuneiformes la epopeya del
legendario Gilgamesh de Uruk. Hoy le conocemos gracias a su
aparición en las ruinas de la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive.
Esta cultura habitó la «región más sagrada para la Humanidad»,
donde los ríos Tigris y Éufrates desembocan en el Océano Índico,
lugar en el que la tradición sitúa el Paraíso Terrenal.
En Creta, isla del
Mediterráneo nace la cultura minoica, que recibe su nombre del rey
Minos, quien construye el palacio de Cnosos. Sus recintos sagrados
son, el Laberinto, morada del Minotauro, el monstruo con forma de
toro que impide el acceso al saber de los indignos. El buscador de
la sabiduría tenía que contestar correctamente a tres preguntas
para poder llegar al centro iniciático del lugar. Los jóvenes
realizaban rituales en los que tenían que dar saltos mortales entre
los cuernos de un toro dentro de un espacio circular consagrado al
sol. Este recinto sagrado es el antecedente de los cosos taurinos
de nuestro tiempo.
Los griegos introducen una
nueva forma de adivinación. Se trata de personajes capaces de
servir de intermediarios entre los dioses, las potencias
intermedias y los hombres utilizando las características singulares
de ciertos recintos: los oráculos sagrados, normalmente mujeres u
hombres que padecían ciertas enfermedades, como la epilepsia. Su
misión era predecir el futuro o manifestar con un discurso oscuro,
muchas veces incomprensible, la voluntad de los dioses. La
interpretación de sus palabras era difícil, pero lo que nos
interesa realmente aquí son sus santuarios, puertas entre el mundo
material y el espiritual.
Hyeronimus von Aecken, el Bosco, pintó,
de un modo misterioso y cargado de símbolos de explicación
controvertida, como debió ser el Paraíso.
Había dos clases de
sacerdotisas: la pitonisa o pitia y la sibila. Ambas eran
consagradas normalmente a Apolo, dios relacionado con el culto a
los muertos. La más famosa pitonisa, la de Delfos, realizaba
oráculos en estado de trance, que alcanzaba masticando hojas de
laurel o sentándose en un trípode sobre una grieta (fumarola
volcánica) por la que salían vapores de azufre capaces de alterar
su estado de conciencia.
El antro de la sibila de Cumas, cerca de Nápoles, y tal y como
pintó Miguel Ángel una en la Capilla Sixtina.
Sibila viene de
Sibyllai, palabra de la que no conocemos su significado,
pero que según creen algunos es el nombre de una profetisa que
vivía en Marpeso, cerca de la ciudad de Troya. Realizaban sus
oráculos con acertijos que escribía en grandes hojas de ciertas
plantas. Una de las más famosas fue la de la colonia que los
griegos fundaron en Cumas. Esta localidad del extremo noreste de la
bahía de Nápoles está en la falda de una montaña volcánica, en cuya
cima aún pueden verse hoy los restos de un templo dedicado a
Júpiter. En la antigüedad servía también como guía para los
navegantes (a veces un lugar mágico desempeña diversas funciones).
No se sabe muy bien si la Sibila existió realmente, pero durante el
Imperio romano se enseñaba su tumba.
El dios Apolo representaba al
sol, pero su culto incluía la nigromancia. En la Eneida,
el poema de Virgilio, se cita a la Sibila de Cumas como guía que
conduce a los muertos al más allá. Eneas, héroe de la Ilíada,
visita una caverna «enorme y oscura» en los sótanos del templo
donde vive esta mujer, encargada de entregar la Rama Dorada, una
especie de salvoconducto para la otra vida.
Después le conducirá para
mostrarle el camino que siguen los muertos hasta las orillas del
lago Averno, la antesala del infierno (existe uno con este nombre
cerca de Puzzoli, en la región de Nápoles).
En el período clásico, la
transición entre griegos y romanos está protagonizada por un pueblo
enigmático cuya escritura no ha podido descifrarse aún: los
Etruscos.
Recibe su nombre de Etruria,
la región en que se desarrolló su civilización entre el último
cuarto del siglo VIII y el primero del VI a.C. Sus gobernantes
fueron Tarquino el Antiguo, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio. Su
civilización se integra en la romana tras la caída de la ciudad de
Veyes.
El concepto de recinto
sagrado para este pueblo puede deducirse de sus templos. Al
principio los construyeron con madera y barro, y luego con piedras,
siguiendo el eje norte-sur, al contrario que los griegos, que los
orientaban este-oeste. Estaban situados sobre un podio. Se entraba
en ellos bajo un pórtico de cuatro columnas tras el que se accedía
a tres puertas que conducían a sendas habitaciones, donde se rendía
culto a sus tres deidades principales, Tinia –rayos y tempestades–,
Uni –la Juno romana, protectora de los matrimonios y de la
condición femenina– yMenerva –Minerva, la sabiduría y las artes–.
Esta forma de templo sería el modelo que siguieron posteriormente
los romanos para construir los suyos.
El etrusco fue un pueblo de
orfebres sagrados. Su calidad artística era extraordinaria.
Enterraban a sus muertos bajo tapas de sarcófago primorosamente
talladas. Es muy conocida la de Los esposos yacentes, dos
seres de rostro sonriente e inquietante, con una inolvidable mirada
(siglo VI a.C., actualmente está en la Villa Giulia de Roma).
Guardaban las cenizas de sus muertos en vasijas de cerámica
pintadas, de factura primorosa que, según el sexo del difunto,
tenían en la tapa la representación de la cabeza de un hombre o de
una mujer. Las tumbas se excavaban fuera de las ciudades, basándose
en la misma idea del dolmen en galería, un recinto consistente en
un túnel practicado en la tierra. En otros casos consistían en
losas verticales que sujetaban otras horizontales, colocadas como
techo. Luego se las cubría con tierra formando un túmulo. De nuevo
buscaron lugares semejantes al antro materno original para su
último descanso.
Una tumba etrusca. Sus personajes tienen una enigmática sonrisa,
característica de sus esculturas.
La etapa clásica termina con
los romanos, un pueblo poco creativo en lo religioso y en lo
mágico, puesto que toda su cultura era una adaptación de griegos,
etruscos y cartagineses. Zeus se convierte en Júpiter; Isis en
Ceres o Cibeles, etc. Sin embargo inventan un concepto nuevo, la
sacralización de lo civil, o sea hacer que todo quede bajo la
protección de algún ente sobrenatural.
Su importancia para la
Historia es inmensa. Sobre todo sirvieron de vehículo para que la
cultura, mitos, religiones, cultos, ceremonias y, en general, las
ideas sobre la espiritualidad, que tuvieron su origen en el mundo
antiguo, se difundieran por canales extraordinariamente eficaces.
Fueron ingenieros, arquitectos, pero sobre todo militares. Las
legiones romanas ocuparon todo el espacio que hoy conocemos como
Europa, más buena parte de Oriente Próximo y el norte de África.
Guerrearon contra todos los pueblos, pero también los fueron
integrando poco a poco en una cultura en la que se incorporaban
nuevos logros como el derecho y la filosofía, y sobre todo la
tecnología destinada a aumentar la comodidad (ingeniería civil).
Aunque también el propio mundo romano se enriqueció con la variada
mitología y cultos de otros pueblos, como celtas, hebreos, sirios,
etc.
El lugar sagrado en el mundo
romano es un recinto de adoración y reconocimiento de los dioses,
pero incorporando también una función simbólica conectada
directamente con lo político o lo civil.
Algunos emperadores romanos
(Augusto, Claudio, etc...) son, a su muerte, convertidos en dioses,
pervirtiendo así el origen mítico que tenían las deidades
precedentes. Esta circunstancia permitió modificar las costumbres
al llevar al pueblo llano a confiar cotidianamente en dedidades más
cercanas y domésticas, protectores de personas, lugares u objetos.
Al ciudadano de Roma le interesan más los cuidadores de sus bienes
y de su vida diaria que los grandes personajes, a quienes sólo
concederá atención en los temas relacionados con la vida y la
muerte, y en los ritos meramente formales obligados por la posición
social. Los manes, lares o penates son más próximos que Júpiter,
Apolo, Hera o Hécate. En las casas romanas se construía un pequeño
altar –larario, atrium– donde se situaba a los
tres como garantes y custodios del bienestar diario.
La casa romana es un prodigio de
coherencia. Todo allí está concebido para conseguir, no sólo una
gran comodidad, sino también proporcionar placeres sensuales a sus
habitantes. Cada rincón, habitantes y espacios anejos, estaban
consagrados a algún tipo de deidad. En esta constumbre está el
origen de los patronazgos que luego fueron trasladados a los santos
en el mundo cristiano, que en realidad son los verdaderos sucesores
de los romanos.
La orientalización del
Imperio, plenamente cristianizado a partir de la conversión de
Constantino en el año 313 tendrá como resultado que muchos de los
santuarios sean reconvertidos. Al adaptarse a la nueva religión,
simplemente se produce un «cambio de titular». Los poderes y
circunstancias que llevaron a su creación siguen siendo los mismos,
pero con distinta adscripción. De un mundo politeísta se pasa a
otro claramente monoteísta rodeado de toda una corte sagrada. El
nuevo Dios es omnipresente, omnímodo y todopoderoso. ¿Qué sucede
entonces con todos los diosecillos de lo doméstico, de lo
cotidiano? Pues que sus poderes son heredados por los patrones, los
nuevos protectores de situaciones, lugares, enfermedades, personas,
animales, cosechas, carros y todo cuanto forma parte de la vida del
hombre, los santos, que serían protagonistas
mágico-sagrados en el mundo medieval.
En China, año 560 a.C.
aparece el Tao Te Ching, atribuido a Lao-Tzu. A partir de
entonces podemos hablar de taoísmo. Es más filosofía que religión,
puesto que no existe la idea de un Dios semejante al hombre, con
voluntad y palabra, sino que es una energía inmanente que ocupa
todo y que además actúa como principio creador y mantenedor. La
armonía que propicia lo sagrado se percibe como la
complementariedad entre contrarios, ying y yang,
positivo-negativo (así intuyeron la realidad del funcionamiento
interno del la materia, donde sucede exactamente lo mismo, puesto
que los elementos subatómicos se relacionan mediante cargas
eléctricas bipolares).
El taoísmo sitúa al hombre
dentro de una naturaleza en armonía, donde existe equilibrio entre
contrarios. El lugar mágico-sagrado, según esta concepción, es el
sitio donde «todo está en su sitio».
Cuanto forma parte del
recinto tiene que canalizar las energías para que, armonizando sus
cargas opuestas, creen un espacio sagrado donde el hombre tiene un
«lugar» también específico. En él está protegido contra toda
agresión exterior y puede entonces alcanzar la serenidad que le
conduzca a la perfección espiritual. No es de extrañar pues que
hayan diseñado jardines zen como recintos perfectos donde integrar
pequeños santuarios. El propio espacio es el santuario de
contemplación y unión.
La contemplación de los elementos en un jardín zen, conduce a
serenar el espíritu y la mente. Así, el hombre puede fundirse con
lo contemplado y encontrar la armonía interior en la de lo
exterior. El único equivalente europeo de este modo de sentir y
pensar, está, con las diferencias lógicas, en la mística castellana
del siglo XVI. Sobre todo en autores como santa Teresa o san Juan
de la Cruz.
El budismo conserva todas
estas ideas, pero las desarrolla de otro modo, creando el «jardín
interior». El corazón central de su doctrina es la liberación del
sufrimiento del hombre mediante la supresión de las pasiones. A su
fundador, el príncipe Gautama (Sakhya Muni), nacido en el año 624
a.C., le impidieron ver en su niñez las miserias humanas. Pero
fortuitamente se encontró con ellas y decidió salir de su encierro
para ir a su encuentro. Es el fin de la ingenuidad, del Paraíso
Terrenal, de la Arcadia feliz. Enfrentarse al mundo real, y
encontrar la salida.
La novela Siddharta
(Hermann Hesse, Círculo de Lectores, Barcelona, 1991), nos cuenta
una fábula por la que podemos conocer la génesis del budismo y
parte de su filosofía. El Buda (el iluminado, el perfecto)
histórico recibe su iniciación a la sombra de una «higuera mágica»
en Uruvela, una pequeña aldea junto al río Nairanjana, cerca del
pueblo de Gaya, hace 2.500 años, durante la luna llena de mayo. La
iluminación le conduce a conocer las «Cuatro Nobles Verdades», el
sufrimiento y la frustración que atenazan al hombre, su causa
–karma–, la liberación, y la óctuple vía que conduce a la
perfección. Casi en sus comienzos sufrió el primer cisma, y se
dividió en dos escuelas hinayana y mahayana. La
primera sigue fielmente las primeras escrituras, y las interpreta
racionalmente. Se desarrolla mediante una disciplina de vida
puritana y monacal. La segunda convierte al budismo en religión,
desarrollándola teológica y devocionalmente (seguramente en contra
de la voluntad de su fundador).
El recinto sagrado hinayana
es el templo, lugar de meditación, y la celda, que proporciona la
sencillez y el aislamiento necesario para seguir un camino de
perfección alejado del mundo que llevará al hombre a liberarse del
karma (la rueda de la vida), mediante los logros
alcanzados en sucesivas reencarnaciones. Son lugares que reciben su
poder de la suma de la energía de la Tierra y del trabajo interno
de quien busca el estado de iluminación. El santuario mahayana, sin
embargo, es símbolo y espacio de culto y veneración a Buda,
entendido como un nuevo dios, aunque el budismo, paradógicamente,
es sólo una filosofía.
El hinduismo es una amalgama
entre distintos tipos de creencias.
En su esencia, considera que
todo es una emanación de un impersonal Brahm, de quien
desciende la trinidad Brahma (dios supremo de cuatro
cabezas), Visnhú (el conservador), y Shiva (el
generador y destructor, rector del universo). El primero es el
creador del primer hombre, Manu, hermafrodita del que
descienden todos los demás, y del resto de los dioses. Su doctrina
se encuentra en los cuatro libros sagrados hindúes, los
Vedas. El primero, el Rig-Veda, se escribió
aproximadamente a mediados del primer milenio a.C.; es el que
recitaban los hotri para invocar a los dioses. El
Sama-Veda es el que utilizaban los udgatri
–cantores–. El Yajur-Veda, es el de los sacerdotes, los
adhvaryu. Posteriormente será usado por el
brahmán (iniciado). El último, el Atharva-Veda,
contiene diversos encantamientos, himnos y conjuros mágicos.
Modernamente será el libro del acólito. Las doctrinas contenidas en
estos libros se desarrollaron en los Upanishads.
Esta religión también recurre
al término karma, para explicar la rueda de las distintas
reencarnaciones por las que tiene que pasar el atman (el
ser) antes de llegar al estado de perfección. Su recinto sagrado es
el templo, donde se potencia la energía mediante el rezo de
mantrams (sílabas y frases sagradas), lo que permite
alcanzar la perfección. El más famoso de todos es el que representa
a la vibración creadora de la Tierra, OM.
LA OSCURA EDAD
MEDIA
DURANTE LA ALTA EDAD MEDIA se
produce un cambio político y cultural, que llevaría a la
desaparición o transformación de los santuarios politeístas.
Influyeron en esto causas políticas, militares, étnicas y
climatológicas. La principal de las primeras es la Caída del
Imperio Romano. Realmente no sucedió tal cosa, simlemente se
trasladaron las estructuras de poder y los modos de ejercerlo. La
división en Imperio de Oriente y el de Occidente, por parte de
Teodosio I (año 395), prima a Bizancio sobre Roma, y deja a ésta
casi sin gobierno. A esto se une la permeabilidad de los
limes (límites fronterizos), a través de los que las
tribus germánicas y centroasiáticas atraviesan hacia el corazón del
que fuera el centro de poder más grande que el mundo había conocido
hasta entonces, dando lugar a luchas, pero también a ensamblajes
diversos.
Las tribus, apoyadas por una
caballería más eficiente, y una táctica de guerrillas que
sorprendió y despistó a las legiones, que habian olvidado su
pasado, eran superiores militarmente. «Su caballería era mucho
más ligera y ágil. Además estaban mucho más adelantados en la forja
de armas. Tenían distintos tipos de espadas, una larga de doble
filo, y una corta llamada scramasax, que tenía uno solamente.
Además contaban con la franscisque, hacha ofensiva que se lanzaba
desde muy lejos. Eran muy hábiles con las aleaciones y el soldado
de los metales, así como el templado del acero. Sus armas, fundas y
correajes estaban ricamente ornamentados con piedras preciosas,
marfil, oro y plata. Su superioridad se debía a la depurada técnica
de construcción. El cuerpo se componía de varias hojas de hierro
muy suave (hasta 10), al que se le soldaban filos de aceros
templados extraduros. Eran resistentes y cortaban como los aceros
especiales actuales». (E. Salin).
Nos han tratado de convencer
tradicionalmente de que los pueblos bárbaros no tenían una
tecnología equiparable a la actual. El párrafo citado parece
desmentirlo. El hombre siempre ha sabido encontrar soluciones
eficaces a sus problemas. Transcurrido el tiempo, sus tecnologías
han desaparecido o han quedado en manos de iniciados o sociedades
secretas. Existen abundantes pruebas, como el acumulador eléctrico
hallado en una ciudad de Esparta –actual Irak–, con una antigüedad
de 2.000 años, descubierto por Wilhelm Köning; también misteriosas
máquinas, como una especie de calculadora, o las técnicas
metalúrgicas citadas aquí. Sería inteligente ser menos soberbios en
nuestros juicios sobre el pasado.
Pero no sólo influyeron en el
retroceso las campañas militares, sino también los movimientos
migratorios a consecuencia de la presión. Muchos habitantes del,
ahora débil, Imperio de Occidente, se concentraron cerca de Roma,
huyendo también del bandidaje y la piratería. Los pueblos celtas,
por su parte, que habían aceptado más o menos la cultura romana
conservando sus peculiaridades, tuvieron que luchar también contra
estas hordas procedentes de Asia central. En Bretaña, los
pictos de Escocia y los escotos de Irlanda,
frenaron su expansión.
Armas romanas, pesadas y difíciles de
manejar ante las falcatas ibéricas o las
scramasax centroeuropeas.
Fueron apareciendo entonces
los primeros reinos bárbaros. Los vándalos, pueblo germánico,
ocuparon el norte de África, el sur de Italia, parte de Sicilia y
algunas islas del Mar Tirreno. Atacaron los cultivos de trigo y
ejercieron la piratería, debilitando la división occidental del
antiguo imperio. En el año 455 saquearon Roma.
En el año 476, el emperador
niño Rómulo Augusto es depuesto por el jefe de los hérulos o
esquiros, Odacro, quien es reconocido como patricio por Zenón de
Constantinopla.
Los Ostrogodos ocuparon Italia
en el año 489 dirigidos por su rey Teodorico, quien ofreció a
Odoacro compartir el poder. Sin embargo le asesinó en el año 493.
Este monarca supo, inspirado por la sabiduría política del hérulo,
mantener el equilibrio entre las tradiciones imperiales romanas y
las propias de su propio pueblo. En este sentido, respetó a los
ciudadanos romanos, sus bienes y sobre todo, su religión.
Los visigodos, que habían sido
soldados mercenarios de Roma, terminaron por saquearla en el año
410, estableciéndose luego en Aquitania bajo el reinado de Eurico
(466-484). Alarico II es vencido por los francos en el año 507. Los
supervivientes migrarían a España, junto con los suevos,
constituyendo posteriormente el más poderoso y original de los
reinos bárbaros.
Los francos merovingios,
procedentes de las orillas del Rhin, ocuparon la Galia, heredando
toda la simbología céltica. El fundador de la dinastía Clodoveo,
hijo de Childerico I, sube al trono en el año 481 y establece su
corte en París. Su política sería la pacificación, poniendo de
acuerdo galo-romanos y francos. Se convirtió al catolicismo por
influencia de su esposa Clotilde.
Los lombardos, procedentes de
las orillas del Danubio, invadieron el centro de Italia en el año
568. Se mezclaron con la población local mediante matrimonios
mixtos. Fueron empujando cada vez más a Bizancio, que iba
retrocediendo inexorablemente. Ya sólo le quedaba influencia en la
región de Umbría, en el Exarcado de Ravena.
Los anglosajones estaban
formados por tribus diversas, pero con un origen étnico común. Se
agrupaban bajo el mando de un jefe, rodeado de una especie de
estado mayor compuesto por la nobleza militar. Los campesinos aún
eran libres. El arranque de la Edad Media en las islas británicas
estuvo presidido por las luchas entre tribus para unificar
Inglaterra bajo el mando del jefe de la tribu más influyente.
El comienzo de la película
Excalibur (John Boorman, 1981, basada en la novela de Sir
Thomas Malory La muerte de Arturo. Madrid, Siruela, 1999),
ilustra bien estas luchas, que llevarían a buscar un ente simbólico
aglutinador, capaz de unirlos a todos para formar una nación. Se
trata de una espada clavada mágicamente en una piedra, que había
sido concedida por una mítica Dama del Lago, un espíritu de las
aguas.
Los espíritus acuáticos de la vieja
Inglaterra legitiman a un rey mediante una espada mágica que sale
de un lago.
Otros pueblos, como los
alanos, desaparecieron sin dejar huellas perceptibles.
Este ha sido un ligerísimo
repaso de las circunstancias políticas, militares y étnicas que
condujeron a una era de retroceso cultural de Europa. Ahora veremos
como influyó la climatología.
El 22 de marzo de 2002, un
estudio aparecido en la revista Science: «Reconstrucción
de las variaciones de temperatura mediante señales de baja
frecuencia aplicadas a los anillos de los árboles», firmado por Jan
Esper, Edward R. Cook, y Fritz H. Schwingruber, revela que entre
800 y 1000 años atrás se produjo el llamado «periodo tibio
Medieval», en el que las temperaturas fueron muy similares a las
del siglo XX. Si hacemos cuentas hacia atrás, veremos que estamos
hablando de los años 1000 a 1200. Este estudio climatológico viene
a confirmar otro según el cual entre el siglo V y la primera mitad
del siglo VIII aproximadamente, se produjo un avance glaciar, a
tenor de las investigaciones realizadas en la turbera de Fernau en
el Tirol, seguido por un período más suave y seco, con temperaturas
más altas, coincidiendo con el retroceso de los hielos.
(Guerreros y Campesinos. Desarrollo inicial de la
economía europea (500-1200), Georges Duby, Siglo XXI de
España, Editores, 1992).
Esto significa que a todas
las circunstancias anteriores hay que incluir la influencia
climática como factor determinante de la historia medieval. Esta
«mini-glaciación», aparte de saqueos y destrucciones, tuvo como
consecuencia el crecimiento de los bosques a costa de los campos
destinados al cultivo de gramíneas. Como puede imaginarse sin mucho
esfuerzo, la pobreza fue en aumento y los hábitos alimentarios
cambiaron, dando mayor preferencia a la caza y al consumo de carnes
y grasas. Además, la escasez de comida, y la supervivencia diaria,
ocasionarían también el aumento del bandidaje. Por otra parte, este
tipo de dieta influye directamente en dos factores: aumento de la
fuerza muscular y por tanto hacer rentable el recurso a la guerra y
el deterioro general de la salud. La esperanza de vida en la Roma
Imperial estaba en torno a los 65 años en las urbes y en hombres de
paz; durante la edad media sin embargo, estas cifras disminuyen
notablemente, situándose en torno a los 32-40 años.
La vida espiritual y
cultural, pues, se vio influida por todos estos factores que, sin
duda afectaron a sus sistemas de creencias y a sus relaciones con
lo mágico y lo sagrado.
Las tribus invasoras
orientaron sus creencias, en general, hacia ciertas herejías
nacidas durante los años de decadencia del Imperio, para
contrarrestar el poder de la Iglesia católica. La más importante es
el Arrianismo. Su fundador, Arrio, nació en el año 256 y
murió en el 336. Fue sacerdote de Alejandría y obispo en Libia. En
el año 318 comenzó a predicar su doctrina, consistente en la
negación de la Santísima Trinidad, puesto que Jesucristo no era
Dios, sino una creación suya destinada a ayudarle a cumplir sus
planes, transformado en su hijo por su especial nobleza. Por lo
tanto no era eterno, sino que tuvo un principio y habría de tener
final. Se niega su condición de persona divina, así como la del
Espíritu Santo. Fue la religión de los visigodos hasta la
conversión al cristianismo de Recaredo, en el año 587.
Mientras tanto, los «pueblos
conquistados», estaban divididos entre quienes seguían las
directrices oficiales de la Iglesia de Roma, que se apartaban de la
ortodoxia manteniendo algunas herejías, que recogían la herencia
del mundo mágico celta, hebreo, árabe y romano. El priscilianismo
tiene su origen en Prisciliano (Galicia, 340-Tréveris, 385). Se
extiende por el occidente del Imperio hasta mediados del siglo VI.
Las ideas que proclama son gnósticas, con cierto aroma maniqueo y
muchos conceptos mágicos como, por ejemplo, los conocimientos y las
prácticas de la Cábala.
Arrio es condenado en el Concilio de Nicea. Tebaldi, biblioteca del
monasterio de El Escorial.
Este modo de pensar se
difunde como consecuencia del viaje que realizaron las ideas
nazareas desde Siria y Egipto hasta el finis terrae. En la
práctica consiste en una contestación, entre política y religiosa,
a los obispos romanos que habían abandonado el mensaje de pobreza
predicado por el fundador del cristianismo y presente en el Nuevo
Testamento. Su alejamiento de la ortodoxia paulina tuvo como
consecuencia el martirio de Prisciliano y algunos de sus
compañeros. Su cuerpo fue enterrado en un santuario cercano a la
actual Santiago de Compostela. Algunos investigadores, como el
profesor de Oxford Henry Chadwick, afirman que los huesos que están
allí enterrados no son los del apóstol Santiago, sino los del
hereje que fue obispo de Ávila.
Es una constante en toda la
historia de la Iglesia medieval la contestación a la doctrina
oficial por parte de diversos grupos, que terminaron por ser el
origen de órdenes monásticas. Incluso en muchas ocasiones llevó a
la condena a muerte por distintos procedimientos a quienes se
mostraron partidarios de la pobreza, la humildad y el ascetismo. La
interpretación del mandato evangélico «Si quieres ser perfecto,
anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un
tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme.» (Mateo, 19-21) ha
sido causa de muchos desencuentros entre quienes pretendían seguir
el mandato literalmente, y quienes defendían que su sentido era
simplemente metafórico. Esa llamada al abandono de las riquezas
materiales para alcanzar las espirituales, no parecía conectar bien
con la sensibilidad de los altos príncipes de la Iglesia católica
de Roma, más amigos de acumular riquezas y poder.
Las tribus que ocupaban el
territorio sur de la actual Inglaterra por su parte mantenían una
especie de simbiosis o mezcla entre las nuevas ideas cristianas y
las tradiciones célticas, incluso manteniendo la figura del druida,
como brujo y sumo sacerdote capaz de dominar a los espíritus y
fuerzas de la naturaleza. Así nacieron los mitos artúricos, en los
que aparecen personajes y objetos míticos, seguramente basados en
la existencia de correspondientes reales de origen celta, como el
mago Merlín, o la misteriosa Dama del Lago, entremezclados con
nuevas aportaciones de origen evangélico, como todo lo relacionado
con el poder y legitimación que confería a los poseedores el Santo
Grial, sin que sepamos aún qué es exactamente.
Hasta el siglo VIII, en que
se produjo la penetración árabe-beréber y, como consecuencia, la
llegada al sur de Europa del Islam, los santuarios se establecieron
siguiendo dos modelos, como corresponde a lo que hemos dicho hasta
ahora. El primero continúa la idea del templo romano, los edificios
van ganando en riqueza y ornamentación. Las iglesias bizantinas se
convierten en tesoros donde el oro y las joyas abundan, tanto en
objetos litúrgicos como en los mismos edificios. Las imágenes
iconos van perdiendo paulatinamente la riqueza figurativa de los
artistas del Imperio, para ir estilizándose hasta alcanzar el
característico aspecto estético del Románico. El segundo modelo,
importado de Oriente Medio, es el cenobio (del latín
coenobium, vida en común), que imita a los centros
ascéticos donde desarrollaban su actividad los esenios en
Israel o los eremitas de la Tebaida egipcia, por ejemplo. Consiste
en un lugar de retiro para varias personas que tienen la intención
de dedicarse exclusivamente a la oración en contacto con la
naturaleza o la Madre Tierra. Sus únicas actividades comunes serían
la comida y la Eucaristía. Solían ser agrupaciones de
construcciones sencillas en lugares apartados, como bosques o
valles recoletos. Muchas veces se constituían simplemente
aprovechando algún espacio con un número suficiente de cuevas para
una celda por cada uno de los miembros de la comunidad. Este tipo
de lugar místico es el antecesor del monasterio de clausura (por
ejemplo, el cenobio sobre el que se construyó el Monasterio de
Suso, en el pueblo riojano de San Millán de la Cogolla).
Abderramán construyó una ciudad digna
de los cuentos de Las Mil y Una Noches, Madinat-al-Zahra,
muy cerca de Córdoba. Se cortaron los árboles de las colinas para
plantar almendros que florecieran en primavera.
Las tribus de la costa sur
mediterránea, el golfo pérsico y el mar rojo, son ahora del nuevo
Imperio, que además se convierte a una nueva religión. Mahoma, su
profeta, huye a Medina en el año 622 la Égira, año cero
del calendario musulmán. Es la fecha oficial del nacimiento del
Islam, una nueva religión monoteísta que, aunque tiene el mismo
origen, se separa del cristianismo y judaísmo por haberse apartado,
según sus enseñanzas, de la doctrina escrita en los libros
sagrados. Dios envía un nuevo y último profeta, Muhammad,
descendiente de Abraham a través de la tribu de
Koreish.
En tiempos de Harun-al-Rashid
(786-809), los árabes están en su época de máximo esplendor. Se
traducen los textos griegos y se producen grandes avances en
Filosofía, Medicina, Astronomía y Alquimia. Empezará a aplicarse
sistemáticamente la sensibilidad de los zahoríes (del árabe
zuhari, adivinador, geomante) a la construcción de
palacios, casas, castillos y mezquitas. Es cuando se reconoce el
poder que las corrientes de agua, interiores o superficiales,
tienen sobre las energías que afectan a los edificios y que pueden
ser puestas al servicio de sus habitantes. Sus ingenieros fueron
capaces de canalizar las corrientes para regar, para proporcionar
placer a los sentidos, para obtener salud y para potenciar recintos
místicos.
Desarollaron inventos tan
eficaces como la Noria (na'úrah), la acequia
(assáqya), la aceña (assánya) o el aljibe
(al_úbb). Condujeron sus aguas por canales misteriosos
hasta fuentes situadas en lugares donde conseguían un efecto
acústico-visual mágico capaz de llevar a la consciencia y la
concentración (Alhambra y Generalife de Granada). El pueblo árabe,
que experimentó la sed en las arenas del desierto supo,
precisamente por esta carencia, encontrar las energías latentes en
el agua y rendirles el culto merecido, a la vez que aprovecharlas
con racionalidad.
Vista panorámica de la Alhambra de Granada
Mientras tanto, en el mundo
cristiano el santuario experimenta una nueva evolución que le
conducirá a constituirse en un centro de poder de características
extraordinarias. El contraste entre los distintos desarrollos
culturales árabes y cristianos es ahora máximo.
Los primeros se encuentran en
el momento cumbre de su civilización y los segundos, a duras penas
pueden hacer otra cosa que guerrear para intentar expulsarlos, y
ésto lleva a centrar todos sus esfuerzos en lo militar. El noventa
por ciento de la población es analfabeta y los únicos restos de
cultura están encerrados en los monasterios, donde unos monjes
denominados amanuenses (que trabajan «a mano») recogen los
conocimientos antiguos y copian e iluminan los libros
sagrados.
Nos vamos acercando hacia el
año mil, en la creencia general de que se produciría el fin del
mundo, lo que influyó poderosamente sobre el vulgo ignorante. A
este efecto contribuyeron especialmente unos libros singulares que
se hicieron muy populares: los Beatos.
El de Liébana, es el
más conocido de todos ellos. Estaban basados en los Comentarios
al Apocalipsis de San Juan, escrito por Beato (730-785),
capellán de Adosinda, esposa de Silo, rey de Oviedo (Asturias), que
estableció su corte en Pravia. Su iglesia principal era la de la
cercana localidad de Santianes.
Este rey es el presunto
inspirador de una misteriosa inscripción críptico-laberíntica que
apareció en la iglesia del pueblo en el año 1975, donde puede
leerse en todas las direcciones posibles la leyenda SILO PRINCEPS
FECIT.
Copiado e ilustrado en
diversas ocasiones hasta el año 1000 (existen unas 35 copias), con
sus dibujos polícromos representando las escenas del fin del mundo,
influyó poderosamente en el ambiente general del final del milenio.
Su efecto real fue el de convertirse en una especie de manifiesto
propagandístico que pregonaba las obligaciones que tenía el pueblo
llano con Dios y con sus reyes y señores, cuyo cumplimiento
aseguraba un buen puesto el día del Juicio Final en el Valle de
Josafat.
Además hay otra circunstancia
que contibuye al clima apocalíptico. Los edificios religiosos
adquieren una nueva función, son refugio para protegerse de las
inclemencias del tiempo y de los saqueos. Durante los largos días
que transcurren en su interior, se queman grandes cantidades de
incienso para paliar los malos olores. El humo de la resina va
introduciendo en el torrente sanguíneo de los refugiados sustancias
capaces de alterar su estado de conciencia con distintas
intensidades. En estas circunstancias y bajo las proclamas
amenazantes de los ministros de la Iglesia, el mundo se convierte
durante algunos años en un lugar siniestro. Sin embargo, se
empiezan a sentar las bases para la aparición del Románico, en el
que el templo adquirirá las dimensiones del propio cielo, donde
habita el Creador rodeado de santos y ángeles. Será a su vez una
biblioteca en piedra donde poder leer la doctrina y conocer las
obligaciones que Dios impone al hombre. Por fin, se convertirá en
la cripta iniciática, la cueva artificial en donde mora la
sabiduría que sólo se le entregará a quien demuestre inteligencia y
capacidad de sacrificio para poder defender los intereses del
Altísimo.
Reconstrucción de la lápida de Santianes de Pravia, con la leyenda
«SILO PRINCEPS FECIT»
En este momento en Occidente
Dios es el centro del mundo. El único eje sobre el que pivotan
todas las cosas. La Alta Edad Media, un período oscuro en el que
olía a sangre y humo por todas partes, iba a terminar con el
milenio. Llega entonces uno de los momentos más importantes en la
historia de la Humanidad. Va a darse un salto que permitirá que el
conocimiento encuentre una vía para difundirse universalmente. Dos
hechos son los catalizadores: las Cruzadas y las Peregrinaciones.
Veremos como influyeron en la transformación de la humanidad, en su
forma de entender lo mágico y lo sagrado, y en la morfología de los
edificios destinados a «los dioses».
Pedro El Ermitaño predica la
Primera Cruzada, que había decretado Urbano II en 1095, para
liberar los Santos Lugares del yugo de los musulmanes. Miles de
campesinos desarrapados marchan a conquistar Jerusalén arrasando
todo a su paso. En Constantinopla, el basileus, Alejo Comneno les
obliga a dirigirse hacia Asia Menor.
Serían masacrados en las
fronteras del Islam. Tras ellos marcharon gran cantidad de
caballeros franceses que, al mando de Godofredo de Bouillón, sí
consiguen llegar tomándo la ciudad santa en el año 1099 tras matar
a muchos de sus habitantes . Una serie de órdenes
religioso-militares habían empezado a ocupar aquellas tierras desde
el año 1048, en que se fundó la Orden del Hospital de San Juan de
Jerusalén. Al principio simplemente construyeron y atendieron unas
instituciones a los que acudían los peregrinos enfermos o heridos.
Pero pronto se establecería allí la más importante de todas: el
Temple. Su nombre primero fue Los Pobres Caballeros de
Cristo.
Su primer maestre, Hugo de
Payns, junto con Geoffrey de Saint Omer, y otros siete caballeros,
la fundan en el año 1119. El Rey de Jerusalén, Balduino II, los
instala en los sótanos del antiguo Templo de Salomón de donde les
viene el nombre por el que serían conocidos universalmente.
Su misión primera era la de
proteger a los peregrinos en los caminos, tarea poco menos que
imposible, puesto que sólo nueve caballeros poco podían hacer. Sin
embargo, los investigadores nos cuentan que encontraron «algo» en
aquel sitio que influyó poderosamente en el éxito de esta Orden,
que en pocos años consiguió gran cantidad de posesiones. No muchos
años después de su fundación, entre España y Tierra Santa había
toda una red administrada por ellos. Llegaron a ser los primeros
«banqueros» de Europa.
Pero independientemente de
todo esto, su importancia radica en que se constituyeron en el
puente efectivo entre Oriente y Occidente. Ésto sucedió por las
siguientes razones. No sólo eran los cristianos enemigos de los
árabes, también lo eran los persas que habitaban en el actual Irán.
Allí, un personaje que casi alcanzaba la categoría de mítico,
Hassan Sabbah, aglutinaba a su alrededor un grupo de guerreros
ascetas y fanáticos conocidos como los «hashishins» (asesinos).
Vivió durante 30 años en una fortaleza inexpugnable, el castillo de
Alamut, situado a 2.000 metros de altura, desde donde dirigía a sus
seguidores que eran la pesadilla de los poderosos. Estuvieron
detrás de la muerte de casi todos.
Algunos investigadores niegan
que hubiera relación entre esta secta y los templarios. Otros
afirman, que debido a su alianza secreta con ellos en contra del
enemigo común, los monjes-soldado tuvieron acceso a una serie de
conocimientos secretos, recopilados por los «asesinos». Procederían
éstos de otras civilizaciones orientales, como China, Japón, India
o los monjes budistas de las remotas tierras de Mongolia, Manchuria
y las montañas del Tíbet (donde había reinos secretos y sagrados
como Mustang o Bhután). Jerusalén fue en aquel tiempo el punto
donde confluían dos grandes rutas medievales por las que circulaba
de todo. La primera la Ruta de la Seda; la segunda, la que cruzando
Europa llegaba y llega hasta Santiago de Compostela: la Ruta
Jacobea. No sólo fue camino y espacio cultural por el que se
producía el intercambio de mercancías, sino también de
conocimientos. Esta circunstancia fue determinante para que
llegaran a Europa cosas como los saberes alquímicos, astronómicos o
de medicina, y «algunas cosas» más.
Restos de la fortaleza de Alamut.
Persia.
Hay razones (que no
documentos) que permiten pensar que parte de ellas fueron los
conocimientos de la conocida como geometría sagrada, de origen
superior, lógicamente empleada para hacer edificios sagrados tan
importantes como las Pirámides o el Templo de Salomón.
En los caminos que iban desde
Oriente Medio hasta Compostela, aparecieron una serie de
agrupaciones de constructores con nombres significativos, como los
maestros canteros o los maestri campionesi
lombardos, agrupados en distintos gremios, cuyos nombres conocemos
en algunos casos (Hijos del padre Soubise, Hijos de Salomón,
Hijos de la viuda). Con su trabajo, anónimo en la mayoría de
los casos, vistieron el espacio del antiguo imperio romano con
ermitas, iglesias, monasterios, catedrales y otras construcciones
civiles a las que dotaron de una misteriosa simbología y
concibieron como verdaderos acumuladores de la energía de la
Tierra. Estamos en el período románico, en la Baja Edad Media. Las
marcas de cantero, o lapidarias, con las que marcaban las piedras,
están presentes en todas sus obras.
El espacio sagrado ahora
trata de imitar al Templo de Salomón. Se orienta siguiendo la senda
del sol, que al amanecer entra por las saeteras de su ábside y al
atardecer por sus rosetones y vidrieras, iluminando un espacio
plenamente mágico, que recuerda las criptas en las que los
sacerdotes egipcios realizaban sus ritos iniciáticos.
Sus pórticos representan el
cielo donde habita un Dios menos agresivo, menos amenazante.
Precisamente por la influencia de los templarios, empieza a
rendirse culto a personajes femeninos que habían sido menos
relevantes hasta entonces, como la Virgen María o Santa María
Magdalena.
Los templarios iniciados a su
vez, introducirían la simbología y práctica alquímicas que, aunque
en Toledo ya había sido utilizada por los árabes, aún no había
pasado al ámbito de la cristiandad.
Esta oscura Edad Media
terminaría con la explosión artísticomística más formidable de la
Historia. La introducción del Arte Sagrado, del Hermetismo,
transformaría el románico en el gótico, en el que el santuario,
como veremos, se concibió como una verdadera réplica del Cielo, con
toda su gloria. La catedral, compendio de toda la sabiduría, es
entonces un libro escrito en piedra que reúne todo el conocimiento
secreto, todos los símbolos, todas las energías, todas las claves.
Un engranaje equilibrado que establece un puente entre el hombre y
la trascendencia mediante la consciencia. En su interior
encontramos, incluso en nuestro tiempo, todos las vías por las que
acceder a nuestra más íntima verdad.
EL IMPERIO DE LA
RAZÓN
EL RENACIMIENTO es un periodo
contradictorio. Mientras que, por un lado, se sitúa al Hombre como
medida de todas las cosas y se resucitan modelos artísticos
clásicos, por otro se crean instituciones represoras como El Santo
Oficio y La Inquisición.
El primer tribunal medieval de
Inquisición fue creado por Greogorio IX para reprimir la difusión
de la doctrina de los cátaros (los «puros»), quienes ocuparon el
sur de Francia extendiendo la herejía albigense. Su idea principal
era el rechazo de lo material por su naturaleza diabólica (en
realidad fue un movimiento de contestación por parte de los más
pobres). Su persecución ocasionó fuertes reacciones, tanto por
parte del pueblo como de los señores feudales. El 28 de mayo de
1243, un grupo de cátaros dirigidos por nobles rurales que
venían de su último bastión, la fortaleza de Montségur, Languedoc,
entró en el castillo de Avignonnet y mató a diez miembros del
tribunal inquisidor. En el mes de marzo de 1244 les cercaron en su
último reducto. Allí, tras varios días, fueron vencidos y 200 de
ellos ejecutados en el conocido como «Llano de los Quemados».
En España, la Inquisición fue
introducida por Jaime I de Aragón, siguiendo la recomendación que
le hizo San Raimundo de Peñafort, su confesor. Su extensión a todo
el territorio y a América tuvo lugar durante el reinado de los
Reyes Católicos que empezó en 1483. Pasó a ser una institución
autónoma dependiente directamente de la Monarquía, y sirvió al
principio para controlar y reprimir a los judíos, que fueron
expulsados en 1492. Fue abolida definitivamente por la reina
regente María Cristina de Borbón, esposa de Fernando VII, en
1834.
En el campo civil, el
Renacimiento supuso el alcance de notables grados de belleza en
Pintura, Escultura, Música, Teatro y Literatura, (bajo la
protección de las antiguas musas: Euterpe, Talía, Calíope,
Terpsícore). Se volvió a los modelos griegos y latinos, en los que
se concedía gran importancia a las proporciones perfectas, así como
al empleo en Arquitectura del arco semicircular. La aparición de la
imprenta permitió que muchos conocimientos almacenados en los
monasterios salieran y se pusieran a disposición de los legos.
Comenzó una progresiva alfabetización y se realizaron grandes
tiradas de libros. En 1452 Juan Gutemberg (el inventor «oficial» de
la imprenta, que ya llevaba años utilizándose en China), publica la
Biblia de Maguncia. La universidad, que había nacido en la
Edad Media, se convierte en el nuevo templo sagrado del
saber.
En religión, la austeridad
ordenada por el mandato evangélico queda relegada a algunas órdenes
monásticas. La Iglesia va adquiriendo cada vez más poder, riquezas
e influencia, a la vez que se corrompe y encabeza la represión de
todo cuanto huela a heterodoxo. Esto ocasonará un gran cisma. En el
año 1517 Martín Lutero, un monje alemán (1483-1546), clava una
lista con 95 «tesis» en la puerta de la iglesia de Wittenberg,
criticando a la cúpula católica y exigiendo cambios. Empieza
entonces la Reforma, que llevará a la aparicion del protestantismo
tras el Concilio de Trento en 1545 (la Contrarreforma).
En lo político, van cambiando
poco a poco los viejos modos, personificados en los últimos
monarcas que mantienen aún esplendores imperiales, como Felipe II.
Este rey «prudente», paradógicamente, era un hombre supersticioso
con permanente mala salud que recurrió para curarse a la ayuda de
toda clase de reliquias milagrosas –hay unas 7.000 almacenadas en
el Monasterio–.
También mandó crear un
laboratorio de alquimia para que los iniciados renacentistas
consiguieran dos cosas: convertir metales innobles en oro y plata,
y fabricar mediante destilación medicinas con las que aliviar su
mala salud. El primero con el que tomaría contacto sería el adepto
veneciano Tiberio Roca, en 1557, con ocasión de su visita a Malinas
(Flandes), quien infructuosamente trató de conseguir oro
artificial. Después pasarían por el laboratorio, situado en la
torre más occidental del Monasterio, entre otros, Marco Antonio
Bufale, Leonardo Fioravanti y el destilador Francisco de Holbeque,
hermano del jardinero de Aranjuez Juan de Holbeque. (Los Hijos
de Hermes. Alquimia y espagiria en la terapéutica española
moderna. F.J. Puerto y otros. Corona Borealis, Madrid,
2001).
Todas estas razones parecen
poner en evidencia la contradición de un rey que, por una parte,
apoyó y reunió a su alrededor objetos mágicos y personas expertas
en ciencias ocultas, y por otra, dió el máximo poder a la
Inquisición, la encargada de la ortodoxia y de la persecución de
estas creencias y prácticas.
Esta ambivalencia se da
también en materia arquitectónica. Los santuarios y edificios de la
época corresponden a uno de estos dos estilos: Plateresco o
Herreriano. El primero –de orfebre, platero–, mezcla elementos
decorativos abigarrados de inspiración clásica (en este momento de
moda en Italia) con otros autóctonos mudéjares y tardo góticos. Su
resultado puede contemplarse en edificios cuyas fachadas son una
masa abigarrada de follaje, con todo tipo de recovecos. El máximo
recargamiento ornamental se da en el Barroco con el estilo llamado
Churrigueresco, cuyo ejemplo más representativo es la puerta del
antiguo Hospicio de Madrid, en la calle de Fuencarral.
Típica ilustración de contenido alquímico.
Hoy día da entrada al Museo
Municipal. Fue realizada por Pedro de Ribera en 1722. Su grupo
central, esculpido por Juan Ron, representa a San Isidoro
recibiendo las llaves de Sevilla. Es Monumento histórico-artístico.
El segundo legítimo o no, Juan de Herrera le dio su nombre, es
extraordinariamente austero, de «severa depuración de los elementos
clásicos del Renacimiento Italiano». Sus muros están casi libres de
ornamentos. Las construcciones de este estilo tienen el aspecto de
fortalezas.
Este clima contradictorio es
el que preside la irrupción de la razón como motor de todo
pensamiento.
Al XVIII se le conoce como el
«Siglo de las Luces». La forma de gobierno es el Absolutismo. Los
reyes tienen extraordinarias cotas de poder que conducen, salvo
algunos casos, a crear una Europa dividida estructuralmente entre
un inmenso colectivo de pobres – que lo eran mucho– y uno reducido
de ricos –que también lo eran mucho–, «atrincherados» en las Cortes
absolutistas. En medio, una clase intermedia de corruptos,
delatores, intrigantes y traidores cuya subsistencia dependía
directamente de la aristocracia, que los utilizaba al servicio de
sus ambiciones.
La Fuente Grande de Ocaña, obra de Juan
de Herrera. Su aspecto, independientemente de sus características
prácticas, lo convierten en un verdadero templo de las aguas.
Las intrigas políticas
internas que tratan de cambiar esta situación conducirán
paulatinamente hacia un fin de siglo dramático. Su producto
característico serán las sociedades secretas, y particularmente una
relacionada íntimamente con la arquitectura y las técnicas
esotéricas con las que se construyen edificios y santuarios: los
francmasones (posteriormente masones).
La palabra masón tiene su
origen en la lengua germánica que hablaban los francos antes de
convertirse en franceses. Viene del término mattjon, que luego se
transformaría en metze y, ya en francés antiguo en mascun (o
màchun). Los steinmetzer eran los talladores de piedras. En España,
el mazón es el que realiza los trabajos menos especializados en la
construcción y quien se encarga de la piedra sería más
específicamente el cantero (el que desempeña su labor en la cantera
latomiae). De ahí que aquí, a la masonería, se la
denomina también latomia.
El prefijo franc hace
referencia al término free y serviría en principio para distinguir
a los trabajadores de la free-stone, o piedra libre (caliza,
manipulable fácilmente), de los roughmason, que trabajarían las
piedras más toscas. Simbólicamente, los francmasones, son los
iniciados, un grado por encima de los maçons (albañiles).
La talla de la piedra
simboliza la del pensamiento y, a su vez, la construcción
espiritual (La Masonería. Armando Hurtado. Edaf, Madrid,
2001).
La idea central de la
francmasonería es concebir a Dios como el Gran Arquitecto, que
utiliza el compás y la escuadra para construir el Universo. El
iniciado pues es aquel que, a su imagen y semejanza, crea un
reflejo. La consecuencia directa son sus obras, el recinto donde
moran los símbolos sagrados. Su interior es el lugar donde hay que
realizar los ritos esotéricos que permiten acceder a este tipo de
conocimiento. La técnica de edificación del espíritu es la
gnosis, orientada hacia un teismo humanitario, cuyo
reflejo más cercano es la fraternidad y la ayuda mutua entre los
miembros.
Estos tienen prohibido
revelar sus conocimientos bajo pena de muerte que incluye el
«arrancarles la lengua» si hablan (se trata de una simple operación
simbólica que jamás se llevó a la práctica).
Como sociedad secreta,
durante el siglo XVIII, participó en los movimientos de agitación
política que perseguían el derrocamiento de los monarcas
absolutistas, asumiendo en muchas ocasiones la defensa de los
intereses de los burgueses liberales. Fueron condenados por la
Iglesia católica en el año 1738.
Su simbología puede
rastrearse perfectamente en todas las obras civiles y religiosas
inspiradas en estas ideas. Jardines, fuentes, edificios, puentes;
incluso en algunas iglesias es posible apreciar la influencia
masónica por parte de quien conozca un poco las ideas, prácticas e
imaginería de estos iniciados. Veamos algunos ejemplos:
El triángulo, símbolo del
número 3, representación de la Santísima Trinidad, y por ende de
Dios. Su base representa lo general, y su vértice lo particular.
Orientado hacia arriba es el fuego y todo cuanto asciende a un
estado superior. Si en esta posición se le trunca simboliza
alquímicamente al aire. Cuando se dirige hacia abajo, son los dones
que descienden del cielo hasta penetrar en los misterios del agua.
Y si orientado así se le vuelve a truncar, será la Tierra. Cuando
dos triángulos se superponen, forman el Sello de Salomón, una
estrella de seis puntas que revela la potencia del alma humana, el
equilibrio entre el consciente y el inconsciente. En su punto
central, según los alquimistas, se encuentra un principio
inmaterial azoth, que sólo puede ser visto con la imaginación y el
corazón del adepto abnegado.
La pirámide son cuatro
triángulos sobre una base cuadrada, la Madre Tierra, la solidez. La
superficie sobre la que se logra el equilibrio y el descanso. Para
las culturas occidentales es la Gran Madre que se concentra sobre
un recinto que confiere la inmortalidad. En Oriente, además, es la
llama, el fuego que asciende hacia el punto que es el final, la
consecución de la obra, el éxito. Su vértice simboliza la sabiduría
y la antena por la que ésta se pone en contacto con la de las
estrellas creando un flujo bidireccional que trasciende la
distancia.
La esfera es a la vez el
círculo, y éste, la perfección. Es la forma de los cuerpos celestes
y del propio universo. Es el Sol, fuente de calor y luz. También el
lugar donde habita la divinidad. Es la rueda que se mueve
eternamente, sin fin, el eterno retorno, el karma, la
reencarnación. En Oriente se la representa dividida por dos
semicírculos interiores que forman una «S», cada uno de las cuales
contiene otro pequeño círculo. Son ying y yang, la
complementariedad, la dualidad, el equilibrio entre contrarios. La
condición polar de la vida. Lo positivo y lo negativo. Sonido y
silencio (sin los cuáles ni la música ni nada podría existir)
(Diccionario de Símbolos. Juan Eduardo Cirlot. Labor,
Barcelona, 1987 y El Lenguaje Secreto de los Símbolos.
David Fontana. Círculo de Lectores, Barcelona, 1993).
El estilo herreriano se caracteriza por
utilizar elementos geométricos sencillos, casi sin adornos, pero de
gran contenido simbólico.
Hay muchos masones célebres,
como Wolfgang Amadeus Mozart, Benjamín Franklin, e incluso se cree
también que George Washington. Algunos reyes como Eduardo VII y
Jorge VI.
Otra sociedad secreta del
siglo XVIII fueron los carbonarios. Surgieron en Italia con el
objetivo de derrocar a los emperadores extranjeros. Aunque ésta era
una organización dedicada exclusivamente a la conspiración política
(su estructura sirvió de modelo a algunos grupos terroristas
modernos), muchos de sus ritos de iniciación destinados a preservar
secreto y anonimato tenían un contenido simbólico que podría
confundirse con el de los masones.
Estos siglos conocerán los
primeros avances científicos y el triunfo de la razón como sistema
de elaboración del pensamiento, lo que llevaría a cuestionar muchos
postulados defendidos por la doctrina católica. Isaac Newton,
Emmanuel Swedenborg, Linneo, Volta, Galvani, Lavoisier, Farenheit,
con sus trabajos sentarán las bases de la posterior revolución
industrial. En Filosofía las aportaciones de Manuel Kant y Blaise
Pascal serán los cimientos que llevarán posteriormente al
materialismo dialéctico. El prusiano Joan Joachim Winckelmann será
quien introduzca un nuevo método científico para analizar el
pasado: la arqueología.
Las cosas así, el nuevo
pensamiento iría haciendo impopular toda sensibilidad hacia todo lo
sagrado y relegaría la magia a la categoría de superstición. Nueva
herejía sería cualquier interpretación del mundo que no se
construyera mediante el pensamiento racional.
LA NUEVA
ESPIRITUALIDAD
EL SIGLO XVIII TERMINA con la
Revolución Francesa (1789). Es el fin de las monarquías
absolutistas. La burguesía empieza a tomar el control de la
dinámica social y la Iglesia va perdiendo paulatinamente su poder
político y militar. La «Toma de la Bastilla» simbolizó un nuevo
salto de la Humanidad, y una ruptura con el pasado. Empieza a
escucharse una palabra olvidada desde los tiempos de la Grecia
clásica: democracia.
La razón, que durante la etapa
anterior, era la herramienta de uso obligatorio para la
construcción del discurso intelectual, cada vez se consagra más
como único método válido para la elaboración del pensamiento.
Aparecen nuevos modos de hacer
la guerra que implican grandes desplazamientos de tropas a lugares
lejanos y exóticos. Los ejércitos hasta ahora estaban formados por
soldados voluntarios, pagados por los reyes y dirigidos por los
nobles. También las clases bajas eran obligadas con frecuencia a
aportar «clase de tropa» mediante levas obligatorias. A partir de
este momento, la pertenencia a la milicia es un derecho y un deber
de cualquier ciudadano, que debe ejercer voluntaria y casi
gratuitamente para rendir servicio a su patria (la sacralización de
la nación como elemento diferenciador, unificador y camino de
futuro).
El siglo XIX es el del
comienzo de los grandes descubrimientos arqueológicos. Debido a las
campañas militares y a la investigación de hombres tenaces, como
Botta o Schliemann (descubridores de Nínive y Troya,
respectivamente), se empieza a estudiar las civilizaciones
antiguas. Pero también es el de la destrucción y expolio de los
viejos santuarios.
La campaña de Napoléon en
Egipto camino de la India tiene lugar en julio del año 1798. Se
hizo acompañar en ella por hombres de ciencia, literatos y
dibujantes como el barón Vivant Denon.
A su vuelta a Francia, éste
fue nombrado director general de Museos. Su importancia radica en
la publicación de dos libros:
Voyage dans la Haute et
Basse Egypte y Description de l'Egypte (1809-1813, 24
volúmenes). A partir de este momento, la gente empezó a tomar
conciencia de que existía una región bañada por el río Nilo que en
el pasado tenía conocimientos formidables de arquitectura y de
«otras cosas». Además, otro francés, Jacques Champollion,
descubriendo la Piedra de Rosetta, desveló la clave que permitió
traducir correctamente los jeroglíficos. Desde entonces la
civilización más enigmática de la historia se convirtiría en el
referente principal para los que creen que ciertas construcciones
están relacionadas con el lugar que ocupan por algo más que razones
económicas o de oportunidad.
Napoleón fue nombrado cónsul
vitalicio en 1802 y posteriormente emperador en 1804. Tras
pacificar Francia e introducir mejoras constitucionales apuntadas
por la Revolución, como la libertad de cultos o la igualdad civil,
secularizó los bienes eclesiásticos, con lo que muchos santuarios
serían desmontados.
Durante la Guerra de la
Independencia (1808-1814), se saquearían y destruirían monasterios
e iglesias españolas. Utilizados como campamentos improvisados para
descansar, fueron profanados por los soldados. Se encendieron
hogueras en su interior, y sus retablos e imágenes despojados de
todas las riquezas que poseían y luego quemados. Mucha imaginería
románica y gótica, que había resistido el paso del tiempo desde la
Edad Media, quedó reducida a cenizas en tan sólo seis años. Los
militares franceses, muchas veces ebrios, fueron incapaces de
detectar las sutiles energías que sacralizaban esos lugares, y por
tanto no les infundían el menor respeto. En una ocasión fueron
víctimas de su propio vandalismo, cuando para calentarse emplearon
adelfas (nerium oleander), una planta venenosa que al
quemarse produce un humo muy tóxico. Encerrados en una capilla,
donde se refugiaban del frío, aspiraron durante demasiado tiempo
este gas letal.
En España, a partir de 1837,
se van a producir diversas «desamortizaciones» (enajenación de
bienes de la Iglesia para venderlos a particulares). La más
conocida, la de Juan Alvárez Mendizábal, pretendía poner de nuevo
las tierras a disposición de los campesinos. La realidad es que lo
único que se consiguió fue la creación de grandes latifundios en
manos de muy pocas personas.
Su consecuencia más dramática
es que, una vez en manos laicas, se expoliaron, destrozaron y
abandonaron a la ruina muchísimos monasterios, iglesias y
santuarios. La valiosísima documentación almacenada en las
bibliotecas de todos estos lugares se dispersó o perdió.
Europa, desde finales del
siglo XVIII, vive en la literatura y la arquitectura un movimiento
de contestación a la abigarrada estética burguesa del barroco: el
romanticismo. Sus inspiradores fueron Jean-Jacques Rousseau y
Johann Wolfgang von Goethe. Su manifiesto, el prólogo a la segunda
edición de las Baladas líricas (1800), escrito por William
Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge. A partir de este momento
irrumpe una nueva élite intelectual que prima los sentimientos y la
imaginación cuando interpreta el mundo. La emoción vence a la
poderosa razón. La naturaleza es observada con una mirada
completamente distinta. Ya no es simplemente de donde proceden o se
almacenan los alimentos y se obtiene combustible y material de
construcción. El espacio natural se convierte repentinamente en una
formidable biblioteca de conocimientos escondidos en multitud de
vestigios olvidados, que hasta ahora sólo eran ruinas.
El romanticismo es un estilo
de vida y los temas elegidos por los escritores románticos son muy
variados. Se interesan ante todo por la naturaleza, lo exótico, lo
sobrenatural y el anarquismo como compromiso existencial. Buscan
afanosamente lugares vírgenes, donde habita ese «buen campesino»
que vive ignorante de la historia. La consecuencia es la
idealización de todos estos sitios, atribuyéndoles características
y poderes que, en definitiva, son sólo un recuerdo de la relación
que tuvo el hombre con ellos antaño. Aumenta el gusto por la vida
rural, desde la que puede contemplarse y sentirse mejor el paso de
las estaciones y donde el contacto con la lluvia y los colores del
otoño acentúa sus sentimientos de melancolía.
Lo exótico constituye un
referente para la imaginación, que viaja tanto a los lugares
lejanos que relatan las exploraciones en África, Asia y Oceanía,
como retrocede hasta los relatos medievales. Se resucita a Arturo;
James MacPherson descubre a Ossian; Coleridge nos descubre un reino
sagrado y mítico, escondido en las montañas de oriente llamado
Xanadú (Kubla Jan, 1797).
La enfermiza pasión romántica
por ruinas y cementerios se envuelve en un ambiente sobrenatural
donde se recuperan viejas leyendas y canciones. Gustavo Adolfo
Bécquer (Rimas y Leyendas, 1861-1863), Jacob Ludwig y
Wilhelm Karl Grimm (Cuentos de hadas, 1815), Hans
Christian Andersen (Cuentos infantiles, 1850), o Hoffmann
(El hombre de arena, 1880).
Gustavo Adolfo Bécquer debió inspirarse
en este lago, la Fuentona de Muriel, para su leyenda Los Ojos
Verdes. Es un espacio cargado de romanticismo evocador.
El anarquismo es para sus
seguidores una forma de pensar que les permite ser libres e ir en
contra de las doctrinas oficiales. Hay que distinguir entre el
significado político de la palabra y su contenido existencial. En
el caso de la literatura podría perfectamente sustituirse la
palabra «anarquista» por «liberal». No son ateos necesariamente y
su relación con lo sobrenatural, en ocasiones no es más que una
pose estética.
Coincidiendo con el declive
del romanticismo, a mediados de siglo nos encontramos con uno de
sus más importantes representantes: Edgar Allan Poe (Boston, 1809,
Baltimore, 1849). En sus poemas, relatos y novelas (precursoras de
la «literatura de misterio»), aparecen los más diversos y
escalofriantes lugares. Está muy influido, tanto por lo
sobrenatural como por lo siniestro que flota en muchos de ellos. En
la Caída de la Casa Usher (1839), crea una atmósfera
ominosa e irresistible de terror que terminará por hundir al propio
edificio. En El Pozo y el Péndulo (1842), nos hará sentir
un terror insoportable en una mazmorra de la Inquisición.
Poe fue un brillante escritor
a la par que un alcohólico que frecuentemente abusaba de las
drogas, lo que sin duda pesó sobre toda su obra. Su influencia
resultó determinante sobre algunos monstruos sagrados de la «nueva
espiritualidad», como Howard Phillips Lovecraft, ampliamente
reivindicado por diversos grupos en el siglo XX como un auténtico
profeta.
Este modo de pensar y sentir
contrastaba fuertemente con la realidad social nacida durante la
revolución industrial. Los movimientos obreros que llevaron a la
aparición del comunismo, consagraron una ideología sin espacio para
nada relacionado con lo espiritual. Aunque es cierto que estos
movimientos de izquierdas consiguieron extender la alfabetización
entre las clases sociales más bajas. El periódico se consagró como
el nuevo medio de comunicación social. Sirvió, tanto para defender
las ideas políticas, como para incluir colaboraciones literarias
(cuentos, poesías) en las que se describen lugares lejanos. Así,
las clases más bajas pudieron conocer las viejas culturas y sus
obras.
En el último cuarto del siglo
surgen dos personajes que, entre otros, introducen nuevas formas de
entender y sentir la espiritualidad en contra de las doctrinas
oficiales: Alan Kardec y Madame Blavatsky.
Un hecho fortuito conmociona
a la sociedad en 1848. En una casa del barrio de Arcadia, en Nueva
York, las hermanas Fox (Kate, Margaret y Leah) experimentan una
serie de fenómenos extraños.
En el interior de inmueble se
producen una serie de ruidos, golpes (raps) y movimientos
espontáneos regulares e irregulares de objetos sin causa aparente.
El ente que produce estos ruidos empieza a comunicarse con las tres
hermanas mediante un código que, en principio, consiste en
contestar a las preguntas con un sí o un no.
Se sospecha del intento del
espíritu de una persona fallecida que quiere comunicarse con los
vivos. Al derribarse posteriormente un muro de contención de la
casa aparecieron los restos de un tal Charles B. Rosma, que fue
asesinado y emparedado.
A partir de este momento,
aparecen por todas partes una serie de personas llamadas médiums,
que afirman ser intérpretes de los mensajes emitidos por personas
concretas del «más allá». Es entonces cuando uno de ellos, Allan
Kardec, funda una especie de nueva religión: el Espiritismo.
Hippolyte Léon Denizard
Rivail nació en Lyón, en octubre de 1804, en el seno de una familia
católica. Se interesó por la Filosofía, y especialmente por la
Pedagogía. Poseedor además de una gran cultura, escribió diversos
libros dedicados a la educación. Entre 1835 y 1840, da cursos de
química, física, astronomía y anatomía comparada.
En estos años se muestra como
inquisitivo y escéptico. Prueba de ello es que en 1854, Fortier, un
magnetizador, le enseña una mesa giratoria y le comenta: «He aquí
una cosa extraordinaria. No solamente se hace girar una mesa
magnetizándola, sino que se la hace hablar; se la interroga y ella
contesta». La respuesta es: «Yo creeré en ello cuando lo vea y se
me haya probado que una mesa tiene cerebro para pensar, nervios
para sentir y que puede convertirse en sonámbula. Hasta entonces,
permitidme que no vea en ello más que un cuento para niños». En
1855 va a casa de la sonámbula Roger, donde es invitado a las
sesiones que se realizaban en el domicilio de la señora
Plainemaison. Su experiencia en ellas iba debilitando su
escepticismo: «Allí fue donde por primera vez presencié el fenómeno
de las mesas giratorias que saltaban y corrían, y ello en
condiciones tales que la duda era imposible». Después de asistir a
algunas sesiones en casa de la familia Baudín, empezó
sistemáticamente sus estudios sobre espiritismo, empleando el
método empírico y la observación minuciosa.
Ya empieza a cambiar su
nombre por el de Allan Kardec que, según él, había tenido en una
existencia anterior, cuando había vivido entre druidas. Fruto de
sus estudios son El Libro de los Médiums (1861),
Imitación del Evangelio según el Espiritismo (1864),
El Cielo y el Infierno o La Justicia Divina según el
Espiritismo (1865), La Génesis, los Milagros y las
Profecías según el Espiritismo, (1868). Escribió además tres
obras de introducción: Instrucción Práctica sobre las
Manifestaciones Espíritas (1858); Qué es el
Espiritismo (1859) y El Espiritismo en su más simple
expresión (1862), además de una complementaria: Obras
Póstumas (1890).
Fundó la Sociedad Parisiense
de Estudios Espíritas el 1 de abril de 1858. Desde enero del mismo
año dirigía la «Revista Espírita», hasta la fecha de su muerte, el
31 de marzo de 1869.
Los principios de su doctrina
son: La estructura ternaria del hombre, compuesto de: alma
o espíritu (inteligencia, pensamiento, voluntad y
moralidad), cuerpo (soporte material impuro) y
periespíritu (envoltorio sutil, intermediario entre los
otros dos). Cuando el soporte alcanza el grado de degeneración
límite programado por la genética, muere. Sin embargo el espíritu
es inmortal. Una vez liberado de los lazos materiales, es capaz de
manifestarse de diversos modos. El más habitual es un
médium en estado de trance presidiendo una consola o mesa
circular. A su alrededor están las personas que quieren conseguir
el contacto con el difunto. Éste, se manifestará hablando por la
boca del oficiante, o con golpes y ruidos que provocará en la mesa
o en otras partes de la estancia.
El santuario de la nueva
religión, desde mediados del siglo XIX, es una habitación
victoriana en penumbra. Sus cortinajes y empapelado son oscuros.
Está débilmente iluminada con vacilantes lámparas de gas que
dibujan misteriosas sombras en las paredes, o con velas
aromáticas.
El espiritismo, o doctrina
espírita es seguido, incluso hoy por miles de personas, que
encuentran en él consuelo, contacto y comunicación con sus seres
queridos desaparecidos.
En diciembre de 2001 tuve la
oportunidad de entrevistar a un prestigioso médium moderno, el
brasileño Divaldo Pereira Franco.
La charla se produjo después
de una conferencia que había dado en la Casa de Brasil de Madrid.
Mostró en todo momento una actitud serena y ponderada. Sus
manifestaciones me permitieron darme cuenta de que era un hombre de
extraordinaria cultura en todos los campos relacionados con la
mente humana.
Helena Petrovna Blavatsky
(1831-1891) es la fundadora de la Sociedad Teosófica (1875). Ésta
iniciada fue la maestra que divulgó la enseñanza universal. Realizó
viajes por todo el mundo para ayudar a todos los que tenían
necesidad de crecer espiritualmente como contestación a un mundo
cada vez más materialista. Sus enseñanzas estaban orientadas a
conseguir la autorrealización. Según su doctrina, el estado
espiritual de la humanidad era distinto del que tuvo en el pasado;
por tanto, para avanzar era necesario tener acceso a aspectos
antiguos y secretos del conocimiento. En su discurso entran
elementos como el karma, la reencarnación y el principio universal
que está en el corazón de todas las religiones. Es la introductora
del moderno esoterismo, descubriendo aspectos hasta ahora
generalmente desconocidos.
Los espíritas piensan que ciertas manchas anómalas de luz que
aparecen en algunas fotografías son espíritus que se manifiestan.
Foto obtenida en Praga.
Su principal misión fue la de
informar de cuestiones a las que sólo habían tenido acceso
tradicionalmente los iniciados. Su libro La Doctrina
Secreta es un relato sobre la creación del Universo y la
propia historia de la Tierra, la aparición y extinción de las
razas, la Atlántida, etc. Desvela la existencia bajo la superficie
del Océano Atlántico de las ruinas de las ciudades de aquella
civilización que incluso podría haber construido las pirámides. La
existencia de estos restos habría sido ignorada por los científicos
ortodoxos para no tener que cambiar su concepción del mundo y las
teorías oficiales sobre la formación del Universo y su posterior
evolución.
En otro libro, Isis sin
velo, se divulgan las claves necesarias para penetrar en los
misterios de la teología, y también de las ciencias antiguas y
modernas. Al igual que en la obra anterior hace referencia a unos
maestros ocultos, entidades místico-sobrenaturales que
viven escondidas en valles escondidos del Tíbet (Shambhala) de
acceso imposible para los no iniciados. Ellos la habrían ordenado
difundir la tradición esotérica que se inspira en la Cábala
hebrea.
La información divulgada por
las obras de la Blavatsky fue útil para muchas personas con
inquietudes espirituales a quienes las religiones oficiales no
satisfacían.
Este siglo de movilizaciones
sociales, que liberaron a las clases trabajadoras y que conoció los
primeros esbozos de democracia, da paso a la centuria más convulsa
de todos los tiempos. El día 28 de junio de 1914 es asesinado en
Sarajevo el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono
austro-húngaro. Comienza la Primera Guerra Mundial. Antes de que
acabara el conflicto, octubre de 1917, se produce el asalto al
Palacio de Invierno, comienzo de la Revolución Rusa. Hacen su
aparición los primeros gobiernos comunistas. Las masas
revolucionarias quemaron toda clase de santuarios e iglesias,
perdiéndose para siempre las huellas de muchos lugares sagrados de
los territorios de Rusia y Asia Central. El conflicto,
además, vendría seguido por un periodo de liberalización de ideas y
costumbres.
La mítica Shambhala estaría en un valle escondido en los
Himalayas.
Afectaría a todos los demás
campos, las artes, la técnica, la ciencia... Fueron los felices
años 20.
Un hecho vino a reavivar el
interés por los lugares mágicos. El día 24 de noviembre de 1922,
Howard Carter, jefe de la expedición que había financiado Lord
Carnavon en busca de tumbas egipcias, encuentra la más emblemática:
la última morada del faraón Tutankamón. Un extraordinario tesoro de
3.274 años.
La difusión alcanzada por
esta noticia fue causa de que un gran número de expertos y
aficionados a la arqueología empezaran a recorrer todo el mundo en
busca de restos del pasado. Paralelamente, todos los nuevos
movimientos que aparecieron bajo el impulso del espiritismo y la
Sociedad Teosófica realizaron sus propias investigaciones en busca
de los viejos conocimientos.
En 1939, tras algunos
conflictos locales, estalla la conflagración más grande y
devastadora conocida: la Segunda Guerra Mundial, al principio
restringida a Europa y el Norte de África, donde los ejércitos
alemanes buscaban el petróleo necesario para sus campañas. El 7 de
diciembre de 1941, los japoneses destruyen la flota norteamericana
del Pacífico en la bahía de Pearl Harbour, y Estados Unidos se
incorpora a la guerra arrastrando a numerosos países. El conflicto
termina en 1945, con la entrada de los aliados en Berlín y la
destrucción de Hiroshima y Nagasaki mediante las dos únicas bombas
atómicas utilizadas en un conflicto.
A partir de este momento se
inicia un cambio de mentalidad. Muchas personas, horrorizadas por
cuanto habían vivido, empezaron a pensar por primera vez que la
guerra no era la forma adecuada para dirimir los conflictos.
Consecuencia de ello fue la potenciación de la Sociedad de Naciones
que, a pesar de todo, ha conseguido evitar muchas confrontaciones,
al menos entre los países de Occidente. Esta razón, más la
expectativa de una destrucción masiva de la vida en el planeta, ha
conseguido frenar, en parte, las ansias belicistas.
Todas estas causas consiguen
crear un ambiente en el que aparece una nueva mentalidad: la
autorealización. Una vez conseguidas seguridad y una razonable
comodidad, los hombres han podido retomar las viejas religiones
para darles un nuevo contenido espiritual. La mayor cantidad
disponible de tiempo libre ha permitido dedicar mayor tiempo al
crecimiento personal, incorporando viejas filosofías y
conocimientos, incluso retomando viejas músicas étnicas (como la
céltica o la africana).
La búsqueda de las viejas
fuentes, incluidas las paganas, es el motor dela nueva
espiritualidad de nuestro tiempo. Se trata de una mezcla pragmática
entre elementos de lo laico, las viejas tradiciones y las
incorporaciones eclécticas de todo cuanto tienen bueno que aportar
las religiones vigentes. Tanto el budismo, como el taoísmo,
hinduísmo, cristianismo, islam o las creencias chamánicas son
fuentes de elementos útiles en nuestro tiempo. Y, por supuesto, se
buscan afanosamente los viejos santuarios, que ya ocupan espacios
sagrados desde tiempos a veces inmemoriales.
Con Hiroshima y Nagasaki se abrió la
inquietante posibilidad de que el hombre pudiera destruir el mundo
en segundos.