ESTE VIAJERO INGLÉS DENOMINÓ
a las tumbas construidas por los ETRUSCOS en la región del
Lacio (centro de Italia), como el «Valle de los Reyes
latinos». En la olvidada vía Clodia, importante nudo de
comunicaciones del siglo VI a.C., podemos encontrar una serie de
enclaves con necrópolis rupestres como San Julián, Norquia, Blera o
Castel d'Asso.
Aunque han sido consideradas
por los arqueólogos como obras menores de aquella civilización,
realmente en ellas es donde podemos rastrear su relación con el
mundo de lo trascendente o, lo que es lo mismo, de lo sagrado y de
lo mágico.
Se alzan en zonas con
características topográficas específicas, como son altas colinas de
turba cortadas por valles que excavan arroyos profundos. Allí se
realizan los primeros asentamientos en la Edad del Bronce, seguidos
por los que se levantaron en la Edad del Hierro, buscando valles
adecuados para las labores agrícolas. Tras largos períodos de
olvido, fueron reutilizados de nuevo en la Edad Media.
Interior de una tumba etrusca en Cerveteri,
Italia.
A pesar de que son
ornamentalmente más pobres que otras tumbas más famosas, como los
hipogeos de Cerveteri o Tarquinia, donde podemos admirar
maravillosos frescos, su abandono y olvido les dan ese aire
romántico que tienen las construcciones misteriosas cuya función
era propiciar el tránsito hacia la muerte.
Fueron excavadas en roca
arenisca, dándoles forma de grandes bloques cúbicos en los que se
vaciaban profundas cámaras cuadradas. El exterior está decorado con
sencillos frisos ornamentales. Los sarcófagos de los difuntos se
cerraban mediante una lápida donde se esculpía una figura del o de
los enterrados en ellos (p. 64).
Los frescos pintados en los
estucos interiores de las galerías representaban escenas religiosas
como, por ejemplo, un cortejo de personajes vestidos con túnicas
con signos extraños, precedidos por un demonio, así como escenas
mitológicas en las que podían apreciarse las cabezas de las
Gorgonas. Estos seres mitológicos fueron las tres hijas de Forcis
(dios del mar) y Ceto, en la mitología griega.
Su cuerpo estaba cubierto de
escamas y sus cabellos eran serpientes. Sus rostros eran
terroríficos, mostrando una dentadura formada por colmillos y la
lengua permanentemente fuera. Dos de ellas, Esteno y Euríale,
poseían el don de la inmortalidad. La tercera, Medusa, era
mortal.
Los NABATEOS fueron
un pueblo que habitó durante el siglo I aC.
en el noroeste de la
península arábiga. Su capital era la ciudad sagrada de
PETRA, en la actual Jordania. Ocupaban una parte de
Palestina (la tierra de Edom) que iba desde Siria al mar Rojo,
pasando por el mar Muerto. Roma los anexionó al Imperio en el año
106 de nuestra era.
Hoy día, en las noches de
Petra, sólo circulan por sus calles las almas de los muertos y la
sombra de los antiguos dioses. Por el día, una muchedumbre de
turistas que no salen de su asombro. En los estrechos desfiladeros
donde duermen los restos de la prodigiosa ciudad, se elevan unas
elegantes y bellas construcciones de estilo egipcio-asirio,
talladas en la misma roca hacia el año 300 a.C.
Llegar a este lugar es un
verdadero viaje iniciático que comienza en el Valle de Moisés (wadi
Musa). A pie o a caballo únicamente, se penetra en un desfiladero
elevado y estrecho que a veces no tiene más de un metro de ancho.
El camino penetra hacia los recintos interiores a la sombra de las
doradas paredes. De repente, en un rincón donde ciega el sol,
aparece un templo de un hermoso color bermellón, esculpido en la
misma roca: el Jazna Firaun (Tesoro de los Faraones). No muy lejos,
casi pueden escucharse los coros de las tragedias que se
representaban en un teatro semicircular donde podían sentarse unas
3.000 personas. Pero las verdaderas protagonistas son, como en
todos los lugares que vamos visitando, la tumbas, las
construcciones destinadas a ser vehículo de la trascendencia.
Impresionante tumba en Petra, ciudad de los
Nabateos.
En esta ciudad podemos
encontrar desde la Urna Real, que fue tallada en la propia pared,
hasta los pozos en que eran enterrados vivos los criminales. Entre
ambos extremos, la montaña está horadada por una verdadera colmena
de cámaras funerarias.
Una columnata de la época
romana, atraviesa la zona central de la ciudad, donde quedan los
restos de una fuente pública, la Nymphaeum, donde aún habitan
las ninfas del agua. Llegamos después a la zona sagrada de Temenos,
cuyo acceso estaba restringido por dos grandes puertas. En su
centro, el templo Nabateo de Kasr El Blint (su nombre,
misteriosamente, significa Castillo de la Hija del Faraón), era el
recinto sagrado donde se rendía culto al dios Dusares. Encaramado
en un repecho rocoso, un verdadero nido de águilas, está el
monasterio llamado el Deir, rematado en su parte superior por una
urna. El camino que conduce a él está lleno de grutas cargadas de
cruces de extraño significado realizadas en el siglo I, cuando la
ciudad pasó por un breve período cristiano.
Petra es un símbolo de la
sabiduría que ha tenido siempre el Hombre para encontrar los
lugares donde la energía interna de la tierra fluye en
abundancia.
Los FENICIOS fueron
los mejores navegantes y comerciantes del mundo antiguo. Ocupaba un
estrecho territorio (unos 320 km de largo por 25 de ancho) entre el
río Eléutero al norte y el sagrado Monte Carmelo al sur. Se
organizaban políticamente en ciudadesreino, donde una en concreto
dirigía a las menos importantes.
Fueron sedes del poder Akka
(Acre), Arados, Biblos, Berito (Beirut), Gabala, Sarepta
(Sarafand), Sidón (Sayda), Simyra, Tiro (Sur) y Tripolis (Trípoli).
Tiro y Sidón se alternaron como emplazamientos del poder
gobernante. Su nombre viene del término griego phoinikes púrpura,
haciendo referencia al color de sus túnicas.
Hablaban la lengua semítica.
Se asentaron en la costa del mar Mediterráneo hacia el año 2.500
a.C. Fueron invadidos por los egipcios en el año 1.800 a.C., de los
que se independizaron hacia el año 1.100. Fundaron varias colonias
comerciales, como Cartago, Rodas, Chipre, y en la península ibérica
Málaga (Malaka), Adra (Abdera), Almuñécar (Sexi), Ibiza (Ebussus) y
Cádiz (Gadir).
Su contribución más
importante a la civilización fue la creación del alfabeto. La
religión de los Fenicios es la panteísta. Todas las ciudades tenían
su dios, el Baal (señor). El templo era, no sólo recinto religioso
y sagrado, sino también centro cívico. Su principal divinidad era
Astarté (Tanit). Desaparecieron con ese nombre en el año 64 d.C.,
al ser integrados, como tantos otros pueblos, en el Imperio
Romano.
Astarté o Tanit es la diosa
del amor y de la fertilidad. Es también el principio femenino, a la
vez que el masculino es Baal. Recibe diversos nombres, los romanos
la llamaron Ashtoreth. Está relacionada con otras diosas griegas,
como Selene, diosa de la Luna, Ártemis, diosa de la naturaleza
salvaje y Afrodita. En Babilonia y Asiria, su nombre fue
Istar.
La ciudad más destacada de
todas cuantas fundaron los Fenicios es la que da nombre también al
único pueblo capaz de crear un ejército capaz de plantarle cara a
las legiones romanas en aquel tiempo: Cartago.
Muro fenicio bajo las arenas de las dunas en
Guardamar de Segura, Alicante. Superpuesto, un busto de la gran
deidad femenina Tanit.
Fundada por la legendaria
reina Dido, era un puerto comercial que se fundó en el siglo IX
a.C. A los cartagineses se les conocía también con el nombre de
púnicos. Su religión admitía ritos cruentos, sacrificios humanos a
sus dioses princiales Baal y Tanit. En su panteón residían también
la griega Perséfone y la romana Juno.
La historia de Cartago es la
de sus interminables guerras con griegos y romanos, que duraron 150
años. Sus principales caudillos fueron Amílcar Barca, su yerno
Asdrúbal y su hijo Aníbal, quien estuvo a punto de llegar con sus
ejércitos hasta Roma cruzando los Alpes con una manada de
elefantes. Publio Cornelio Escipión, «el Africano», arrasó la
ciudad en el año 146 a.C. (Hoy sólo es un suburbio de la ciudad de
Túnez).
Aparte de su importancia en
el campo político y el militar, los ROMANOS fueron
creadores de nuevos conceptos en materia de construcción como
consecuencia del extraordinario desarrollo alcanzado por sus
arquitectos e ingenieros civiles. Su capacidad para diseñar
campamentos fortificados, caminos, puentes y termas se reflejó
también en sus dos obras más genuinas dentro del campo de la
espiritualidad: el gran templo, tanto santuario religioso como
símbolo del poder, y el pequeño recinto sagrado familiar, más
doméstico y destinado a rendir culto a objetos pequeños.
Por todo el Imperio se
levantaron hermosos edificios religiosos abundantemente decorados,
en los que rendían culto a sus dioses (herederos de la mitología
griega). Los doce oficiales recibían el nombre de Indigetes, y eran
los Protectores Mágicos. Su verdadero nombre debía permanecer en
secreto, para que no fueran invocados en ayuda del enemigo. Las
deidades populares, por su parte, se dividían entre las
relacionadas directamente con la agricultura, y las que protegían
miembros y enseres dentro del entorno familiar.
Los romanos fueron extraordinarios ingenieros
civiles, como demostraron con el acueducto de Segovia, aún en
funcionamiento.
El panteón oficial romano
estaba formado por: Júpiter, dios del rayo; Juno, diosa del cielo y
del matrimonio; Minerva, diosa de la sabiduría; Marte, dios de la
guerra; Venus, diosa del amor y de la belleza; Apolo, dios del sol,
de la profecía y de las artes; Diana, diosa de la luna, de la caza
y de la castidad; Ceres, diosa de la tierra, de la fecundidad y de
los frutos; Vesta, diosa del hogar (a quien servían las Vírgenes
Vestales); Mercurio, el «Mensajero», dios del comercio y de la
elocuencia (posteriormente también de la medicina, portando su
símbolo, el «Caduceo»); Vulcano, dios del fuego.
Además de otras deidades
semioficiales, como la desconocida Carmenta, protectora de las
fuentes y de la poesía; Fauno y Flora, cuidadores del ganado y de
las flores; Jano, que tiene a su cargo las puertas y los
conocimientos ocultos; Liber y Libera, principios masculino y
femenino de la fecundidad (el griego Dionisos o el Baco
traco-frigio); Pales, primero dios, y luego diosa de los pastores y
de los pastos; Pomona, protectora de árboles y frutos; Quirino, que
es, según la interpretación de unos, Marte, y según la de otros
Rómulo; Saturno, dios de la cultura; Vertumnus, que se ocupa de las
estaciones y del comercio y Tellus, la Madre Tierra. El Templo del
Capitolio estaba dedicado específicamente a Júpiter, Juno y
Minerva.
Los dioses populares del
ámbito agrícola eran: Terminus, el protector de los mojones que
marcaban los límites de las posesiones; Pales, una de las más
antiguas divinidades de Roma, se ocupaba de los pastores; Babuna,
era la protectora de los bueyes; Insitor, el cuidador de los
cereales que, con las ninfas Hamandriades, representaban el
espíritu divino de los árboles; Invo, daba fecundidad a los
animales; Epona, era la diosa de los caballos; Colincuenca,
Adolenda, Comolenda y Deferunda acompañaban a los árboles en el
momento de la tala; Conditor protegía las cosechas. En los caminos,
los Compitales son los protectores de las encrucijadas, tanto en el
campo como en la ciudad. Recibían culto por parte de pobres y
esclavos, junto a la sangrienta Hékate, diosa de la magia.
Los que protegían las casas
se denominaban Lares, dioses de los lugares, hijos de la ninfa
Lara. Existen varias clases, los Praestites (protectores), que eran
los dos vigilantes de las murallas de la ciudad y los Viales y
Permarini, protectores de los viajes por tierra y por mar. Estaban
relacionados con el culto de Vesta y con los Penates. Se realizaba
una representación dibujada en la pared o bien pequeñas estatuas
que se guardaban en hornacinas. Su altar era el hogar, donde se
ofrecían los mejores alimentos (racimos de uvas, coronas de
espigas, tarros de miel y tortas de harina), y se les consagraban
la sal, la vajilla y la mesa. En Calendas, idus y nonas, así como
en los acontecimientos familiares relevantes, nacimientos, bodas,
aniversarios y defunciones, había que rendirles culto. Una vez al
mes se encendía incienso y se libaba vino en su honor. Los Manes,
eran los espíritus de los muertos y se representaban con forma de
serpiente. Los Penates eran los dioses específicamente domésticos y
cuidaban de la salud de quienes habitan las domus (casas).
Nifeo de Valeria, un templo a las deidades de
las aguas, que debió ser impresionante con sus catorce caños.
Éstos, que se ocupaban
específicamente de las personas, eran muy numerosos. Carna protegía
los órganos vitales; Fuonia evitaba las hemorragias en los
embarazos; Cuba era protectora de la infancia, sobre todo del paso
de la cuna a la cama; Cunina protegía del mal de ojo; Bona Dea
regía la fecundidad (era esposa de Fauno); Antevorta, diosa de los
nacimientos y de las profecías, intervenía en el parto cuando el
niño venía de cabeza; Céculo cierra los ojos de los moribundos;
Alemona alimenta al niño en el vientre de su madre; Cloacina es la
diosa de los placeres sexuales, sobre todo de los más brutales;
Diespiter conducía hacia la luz en los partos; Estatalino enseñaba
a los niños a ponerse de pie; los Estriges les asustaban cuando no
estaban protegidos Carna; Fabulino les enseñaba las primeras
palabras; Farino hacía lo mismo con los primeros sonidos; Fascino y
Falo personificaban la fuerza procreadora masculina; Felicitas era
la diosa de la felicidad; Feronia protegía la salud, sus sacerdotes
caminaban sobre las brasas sin recibir daño alguno; Febris protegía
contra la fiebre; Genita Mana era la diosa del nacimiento deseaba
buena vida al recién nacido y de la muerte presidiendo los
funerales (se le sacrificaba un perro); los Íncubos son los genios
de las pesadillas nocturnas, que a veces copulaban con las mujeres
dormidas; Cardea es la protectora del quicio de la casa y Arquis de
sus arcos; Devera vigilaba la casa contra Silvano, que atormentaba
el sueño de las madres; Larunda era otra diosa de los muertos;
Laterano otro protector más del hogar;
Laverna es la diosa del
mundo subterráneo que protegía de los robos; Libitina presidía los
entierros; Liburno procuraba el placer sexual; Lima y Limentino se
encargaba del umbral de las casas; las Linfas eran protectoras de
las fuentes y de los incendios y volvían loco al que las veía;
Mutuno Tutuno era otro dios de la virilidad, representado con un
falo sobre el que tenía que sentarse la novia la noche de bodas.
Estos son unos cuantos. Si incluyéramos todos (Runcina, Messia,
Tellumo,...) la lista se haría interminable.
Pales daba su nombre al
Monte Palatino y en sus fiestas, las Pailia, se encendían fuegos
precursores de los cristianos de la Noche de San Juan.
El culto a Liber era
particularmente impúdico en algunos lugares de Italia. Consistía en
pasear un falo en un carro por el campo y después por la ciudad.
Finalmente se instalaba en el foro, donde acudían las matronas a
ponerle coronas de flores. En su templo había representaciones de
los órganos masculino y femenino, simbolizando a Líber y Líbera
respectivamente.
El ara de los
lares dentro de la domus.
En las fiestas Compitales,
que se celebraban en los primeros días del mes febrero, se
levantaban capillas en los cruces de los caminos.
La noche anterior el cabeza
de familia colgaba representaciones confeccionadas con lana de los
habitantes de la casa para que la diosa Mania, la muerte, se fijara
en ellos y no en sus representados.
El sentido mágico-religioso
del pueblo romano estaba fuertemente influido por su miedo al
futuro. Su vida dependía de nigromantes, arúspices y adivinos de
todo pelaje, que eran consultados frecuentemente. Decidían en
muchas ocasiones el comienzo de las guerras y nadie se atrevía a
emprender un negocio o un viaje, o tomar una decisión cualquiera
sin consultar sus auspicios.
El gran templo era el lugar
donde los romanos rendían culto a los dioses oficiales, pero
también donde afianzaban su prestigio social.
Prueba de ello es que
sirvieron para adorar a los mismos emperadores en vida, elevados a
una condición divina ficticia, carente de todo poder
sobrenatural.
De las clases sacerdotales
romanas, la más importante fueron las Vestales. Se trataba de
doncellas muy jóvenes consagradas a la diosa Vesta (la Hestia
griega). Tenían a su cargo mantener permanentemente encendido el
fuego sagrado y eterno en el santuario del templo, así como
su cuidado, la recogida de donaciones y la custodia de documentos
importantes de carácter confidencial, como testamentos. En
ocasiones el fuego, por descuido, se apagaba y entonces eran
severamente castigadas, incluso físicamente. Todo el mundo se sumía
en una gran depresión por el temor a la venganza de los dioses,
hasta que el fuego era reavivado por los sacerdotes, empleando para
ello los rayos del sol.
Un mosaico con una
imagen de Poseidón, Córdoba.
Se las elegía entre niñas
carentes de defectos físicos, entre seis y diez años,
pertenecientes a clases sociales libres. Al entrar al servicio de
la diosa, su cabeza era afeitada, y a partir de entonces utilizaban
diversos tipos de velos. Vestían una larga túnica blanca.
No debían casarse mientras
durara su nombramiento. La transgresión de esta norma era
penalizada con una muerte horrible, que consistía en encerrarlas en
su propia tumba tras una ceremonia en que se invocaba a los dioses
del mal. Allí, prácticamente sin alimento, morían de hambre (no
hubo muchos casos). Cuando terminaban su ministerio, se las colmaba
de honores. La gente tenía la obligación de cederles el paso en la
calle, además del respeto absoluto que infundía su palabra en los
juicios. Cuando se cruzaban con un condenado casualmente, se le
perdonaba.
A los 30 años, podía dejar
el servicio, aunque la mayoría de las veces, permanecían en el
templo instruyendo a las novicias (Hestia era en Grecia la diosa
del hogar aunque, ya que en todos sus ritos y representaciones
había abundantes antorchas con fuego, se la considera también su
diosa. Fue la primera hija de Cronos y Rea.
La versión romana de esta
diosa, Vesta, ha sido más famosa precisamente por el culto
impartido a través de las Vestales. Se la representaba con una
túnica blanca que le cubría hasta los pies, mientras que un velo le
cubría la cabeza. En sus manos puede llevar una lámpara, una
antorcha, un dardo o una cornucopia el cuerno de la
abundancia).
Tanto las instituciones
religiosas como los santuarios romanos fueron, tras la conversión
de Constantino el Grande (313), hijo de Santa Elena, asimilados por
el cristianismo.
Una tumba romana en Ercávica, Cuenca. El
Imperio llegó a Hispania muy temprano, y luego se diluyó entre los
visigodos.