Raoul mantuvo las distancias los días siguientes, para disgusto y frustración de Alexis. Tenía intención de incluirlo poco a poco en las rutinas de Ruby, pero siempre se las arreglaba para desaparecer. Sin embargo, la breve interacción de padre e hija había servido para despertar la curiosidad de la pequeña, que ya no tenía miedo del hombre de expresión sombría que había entrado en su mundo. Ahora, cuando lo veía, no rompía a llorar. De hecho, tendía a dejar lo que tuviera entre manos y gatear hacia él.
En cualquier caso, no se podía negar que habían avanzado un poco. Y Alexis adoptó una rutina diaria que resultó bastante más sencilla de lo previsto porque Catherine había apuntado a la niña a un grupo de juegos en una guardería local, donde jugaba con niños de su edad y con otros algo mayores.
Un día, estando en el grupo, una de las madres se acercó a ella y se sentó a su lado.
–Hola, soy Laura –dijo con una sonrisa radiante–. Soy la madre del niño de pantalones vaqueros y camiseta militar que está gateando.
Alexis le devolvió la sonrisa.
–Encantada de conocerte. Yo me llamo Alexis.
–¿Sabes algo de Catherine?
–La operación salió muy bien. Ahora está en la casa de su hermana, en Cashmere.
Laura guardó silencio y se dedicó a mirar a los niños unos segundos. Alexis tenía la sensación de que quería decir algo más y no se atrevía. Pero, al final, la miró de nuevo y dijo en voz baja:
–Nos llevamos una sorpresa cuando supimos que Ruby se iba a quedar en casa de su padre. Sobre todo, teniendo en cuenta que…
–¿Sí?
–No quiero meterme donde no me llaman, pero ¿Raoul está bien? Muchos de nosotros nos hicimos amigos de Raoul y de su esposa durante el embarazo de Bree. Luego, pasó lo que pasó y Raoul rompió el contacto –declaró Laura–. Hemos intentado hablar con él, pero parece que no quiere ver a nadie.
Alexis asintió. Obviamente, no le podía dar explicaciones. No tenía derecho. Pero intentó tranquilizarla.
–Descuida. Las cosas van muy bien.
Laura la miró un momento y soltó un suspiro de alivio.
–No sabes cuánto me alegro –dijo–. Por cierto, me han comentado que eras amiga de Bree…
Alexis asintió una vez más.
–Sí, desde la infancia. Estudiamos juntas en el colegio, aunque nos distanciamos un poco cuando ella se marchó a Auckland para ir a la universidad. Luego, retomamos el contacto y lo volvimos a perder tras su matrimonio.
Alexis sintió una punzada de amargura. Se sentía culpable por haber roto la relación con Bree cuando se casó con Raoul. Se había ido del país porque no soportaba ver a su mejor amiga con el hombre que ella deseaba.
–La echamos mucho de menos… –dijo Laura.
–Yo también la extraño.
Laura le apretó la mano con afecto y Alexis se sintió un fraude por aceptar la solidaridad de la otra mujer. Había abandonado a Bree. La había dejado sola cuando más lo necesitaba. Y todo porque no había sido capaz de controlar sus hormonas.
Se sentía en deuda con su difunta amiga. Por eso estaba allí, cuidando de Ruby. Por eso se arriesgaba a compartir casa con el hombre de sus sueños.
–El domingo por la tarde, si el tiempo lo permite, vamos a hacer una fiesta en la playa –declaró Laura de repente– con las familias que traemos a los niños a la guardería. Si quieres, estás invitada… Llevaremos mesas e instalaremos una barbacoa. Me encantaría que Ruby y tú vinierais. Y si puedes traer a Raoul, tanto mejor…
–No sé si podré, Laura. ¿Te importa que te lo confirme más tarde?
Laura sacudió la cabeza y sonrió nuevamente.
–No, por supuesto que no. Aquí tienes mi número de teléfono.
Laura le dio el número.
–Cuando sepas si vas a venir, avísame.
Alexis se llevó a la niña de la guardería y volvió a la casa de Raoul en su coche. Ruby se había quedado dormida en la sillita del asiento trasero, así que la tuvo que levantar con mucho cuidado y llevarla en brazos hasta la cuna.
Tras tumbarla en ella, se dedicó a observarla. La pobre niña había perdido a su madre y, por si eso fuera poco, tenía un padre que no se atrevía a asumir su responsabilidad.
Apoyó las manos en la barandilla de la cuna y las cerró con fuerza.
No sabía cómo, pero debía encontrar la forma de sacar a Raoul de su ensimismamiento, de conseguir que volviera a la vida.
De lo contrario, le fallaría a Bree, se fallaría a sí misma, y sobre todo, fallaría a Ruby.
El domingo amaneció despejado. Raoul contempló el cielo sin nubes y frunció el ceño. No quería ir a la fiesta de la playa, de hecho, se había negado en redondo. Pero Alexis había despreciado su negativa y se había comportado como si su opinión no tuviera la menor importancia.
Consideró la posibilidad de encerrarse en la bodega o perderse por los viñedos, aunque las viñas no estaban en condiciones de ocultar a nadie: a medida que se acercaba el invierno, habían empezado a perder las hojas. Si hubiera sido época de vendimia, Raoul se habría excusado con el argumento de que tenía muchas cosas que hacer, pero no lo era.
Tenía que hacer algo. No se sentía con fuerzas para asistir a la fiesta. No se creía capaz de enfrentarse a las sonrisas y a las palabras de apoyo de aquellas personas, cuyas buenas intenciones no podían cambiar nada en absoluto.
Pero, especialmente, no quería estar en compañía de Alexis Fabrini. Ya le dolía bastante la tortura de tener que cruzarse con ella todos los días y de volver a sentir el deseo que lo dominaba desde la primera vez que se habían visto. Tras la muerte de Bree, la libido de Raoul se había apagado hasta el extremo de que llegó a creer que se había liberado de ella; pero había renacido con más fuerza que nunca cuando Alexis se presentó en su casa.
Era una sensación tan incómoda como inconveniente.
–Ah, ya estás preparado…
La alegre voz de Alexis sonó a espaldas de Raoul, que se dio la vuelta y se excitó al contemplar sus largas piernas. Hacía verdaderos esfuerzos por mantener el control de sus emociones, pero no lo conseguía.
Alzó la cabeza y miró a la niña. Le había puesto unos pantaloncitos de color rosa, un jersey a rayas y un gorrito de lana. Ruby apartó la cabeza del pecho de Alexis y dedicó una sonrisa encantadora a su padre, que se estremeció y pensó que su hija era extraordinariamente guapa; tan guapa como su difunta madre.
–¿Vamos en tu coche? ¿O en el mío? –continuó ella.
Raoul suspiró.
–No sé si voy a ir… tengo que comprobar unas cosas en la bodega. ¿Por qué no os adelantáis vosotras? Yo iré después, si puedo.
Alexis apretó los labios y lo miró con toda la determinación de la que eran capaces sus ojos.
–No vas a venir, ¿verdad? –dijo, tajante–. No quieres venir.
Raoul estuvo a punto de negarlo, pero era tan evidente que prefirió ser sincero.
–No, no quiero ir.
Esta vez fue ella quien suspiró.
–Está bien. Entonces, iremos solas. Mejor.
–¿Mejor? ¿Qué quieres decir con eso?
Alexis se encogió de hombros.
–Sé que te has encerrado en ti mismo desde que Bree falleció, pero te recuerdo que no eres la única persona que la ha perdido –contestó–. Todos sus amigos la hemos perdido, y algunos lo han pasado especialmente mal porque tú les has cerrado tu corazón y los has expulsado de tu vida. Te echan de menos, Raoul.
–Yo…
Raoul no terminó la frase. Sabía que Alexis tenía razón. Había cortado los lazos con todos sus amigos porque no soportaba sus palabras de apoyo ni sus discursos de volver a vivir y seguir adelante.
Pero, por otro lado, no podía negar que extrañaba la camaradería de algunas personas. Echaba de menos las discusiones sobre vinos y la posibilidad de divertirse viendo un partido de rugby y bebiendo unas cervezas en la barra de un bar.
Desgraciadamente, no sabía si estaba preparado para retomar sus antiguas relaciones. Ni siquiera sabía si sus amigos reaccionarían bien cuando volviera con ellos. A fin de cuentas, los había tratado con brusquedad en más de una ocasión. Le disgustaba que siguieran con sus vidas, tan tranquilos y felices como siempre, mientras él se hundía en el abismo.
Un segundo después, Alexis recogió la bolsa que había preparado y se dirigió a la salida, dándolo por perdido. Raoul la miró con horror y exclamó:
–¡Espera!
Alexis se detuvo y se giró.
–He cambiado de opinión –dijo–. Os acompaño. Iremos en mi todoterreno.
Raoul le quitó la bolsa y se la puso al hombro.
Veinte minutos más tarde, cuando ya se acercaban a la playa donde se iba a celebrar la fiesta, a Raoul se le hizo un nudo en la garganta. Estaba nervioso, y se sobresaltó al sentir la mano de Alexis en el brazo.
–Estarás bien, Raoul. Te lo prometo.
Él no dijo nada.
–No te preocupes por la gente –continuó ella–. Son amigos tuyos. Saben que lo has pasado muy mal. Comprenden tu situación.
Raoul dudó de que sus amigos comprendieran nada, pero alejó esos pensamientos. Alzó la cabeza y miró a Ruby por el retrovisor. La sensación de ahogo se volvió casi insoportable, pero soltó un suspiro y dijo:
–Bueno, vamos allá.
Bajó del vehículo y abrió la portezuela trasera para sacar la bolsa con la comida, los pañales y el carrito de la pequeña. Dejó el carrito en el suelo e intentó desplegarlo, pero no sabía cómo.
–Deja que lo haga yo.
Alexis dejó a la niña en brazos de Raoul y desplegó el carrito en dos segundos.
–¿No debería ir sentada? –pregunto él.
–De momento, está bien donde está. ¿Verdad, preciosa?
Alexis acarició la cara de la niña, que la recompensó con una risita. A Raoul le pareció un sonido tan delicioso que se emocionó. Pero apartó la sensación de inmediato. No podía permitir que las emociones lo dominaran.
–No, no… –dijo con vehemencia–. Es mejor que vaya en el carrito.
Sentó a la pequeña.
–Estaba mejor contigo, Raoul… –alegó Alexis.
–Sé lo que intentas hacer.
Ella frunció el ceño.
–No te entiendo.
–Me entiendes perfectamente, pero no te vas a salir con la tuya. No me puedes encajar en el molde que me has preparado.
Alexis lo miró airada y apretó los labios con fuerza.
–¿Eso es lo que crees? ¿Que intento meterte en un molde? Estás muy equivocado, Raoul… Yo no pretendo nada. Simplemente, eres el padre de Ruby y es hora de que empieces a asumir tus responsabilidades.
Raoul ya se disponía a replicar cuando ella añadió, con más dulzura:
–Sé que echas de menos a Bree y que estabas muy enamorado de ella., pero rechazar a Ruby no te devolverá a tu esposa. Como mucho, solo servirá para que su recuerdo se apague con más rapidez.
Raoul se encogió de hombros.
–Mira, Alexis… Estoy haciendo lo que puedo, de la única forma que sé –le confesó–. Solo te pido que no me presiones. Déjame ser quien soy.
Raoul tomó la bolsa y se dirigió al grupo que estaba en la playa. En el fondo, sabía que ella tenía razón. Bree no habría querido que abandonara a su hija; no habría aprobado que la dejara al cuidado de Catherine.
Sin embargo, su actitud no se debía enteramente al miedo. El tiempo que Ruby estuvo en el hospital, se dio cuenta de que Catherine necesitaba tanto a la niña de su difunta hija como Ruby a una mujer que le diera su amor. Además, ¿qué sabía él de bebés? No sabía nada de nada. Ruby estaría mejor con su abuela y, entre tanto, él tendría la soledad que necesitaba para llorar a Bree.
Además del problema de la niña, la presencia de Alexis en la casa le había despertado un deseo que, hasta entonces, creía dormido. Con su calor, con sus palabras, con su contacto físico ocasional, Alexis había revivido emociones que Raoul se había negado a sí mismo y que, en su opinión, no merecía.
Raoul no estaba dispuesto a arriesgarse otra vez. No quería amar. No se podía permitir el lujo de condenarse a otra pérdida. No quería sentir.
Saludó con la mano a uno de los hombres que estaban junto a la barbacoa y caminó hacia él. Se sintió extrañamente relajado cuando le estrechó la mano a Matt.
–Me alegro mucho de verte –dijo su amigo, que sonrió y le dio un abrazo–. Te hemos echado de menos.
–Y yo a vosotros.
Matt le ofreció una cerveza y él la aceptó. Durante los minutos siguientes, se acercaron varias personas más que, para alivio de Raoul, no se refirieron ni a su prolongada ausencia ni a la muerte de Bree.
Estaba empezando a disfrutar cuando a uno de los chicos señaló a Alexis, que estaba sentada con los niños y con varias mujeres.
–¿Niñera nueva? Es una preciosidad… –dijo con humor–. Supongo que te alegrarás de tenerla en tu casa.
Raoul se puso tenso.
–Alexis era amiga de Bree. Está cuidando de mi hija, pero eso es todo –replicó–. Solo es una situación temporal, hasta que Catherine regrese.
La mención de Bree dejó tan helados a los amigos de Raoul como si les hubiera echado un cubo de agua fría.
–Lo siento. No estaba insinuando nada –se defendió el hombre.
–No importa. Olvídalo.
Raoul se intentó comportar como si el asunto no le hubiera molestado, pero le había molestado. Fue consciente de que en su enfado había algo más. A fin de cuentas, el comentario de su amigo no merecía una reacción tan extrema por su parte. Había sido una simple insinuación; una tontería sin importancia.
Entonces, ¿por qué le había irritado tanto?
Alexis supo que alguien la estaba mirando cuando se le erizó el vello de la nuca. Se dio la vuelta y descubrió que los ojos de Raoul estaban clavados en ella, pero él apartó la mirada enseguida y se puso a charlar con sus compañeros.
Mientras contemplaba la escena, se le alegró el corazón. Raoul necesitaba divertirse un poco; merecía divertirse un poco.
Justo entonces, Raoul soltó una carcajada y ella pensó que tenía la risa más atractiva del mundo. Luego, él se inclinó para sacar un refresco de la nevera y ella admiró la tensión de sus músculos bajo el jersey fino que se había puesto.
No podía negar que lo deseaba. Su cuerpo reaccionaba de un modo absolutamente visceral cuando estaban cerca.
–Es muy guapo, ¿verdad?
La voz de Laura la sobresaltó.
–¿Cómo?
–Me refería a Raoul.
Alexis se ruborizó.
–Ah, sí, bueno…
Laura sonrió.
–No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo.
–¿Secreto? ¿Qué secreto?
Laura arqueó una ceja y la miró con ironía.
–¿Desde cuándo te gusta?
Alexis suspiró.
–Desde hace años –respondió, sorprendida de su propia sinceridad.
–Comprendo…
Alexis ni siquiera supo por qué se lo había dicho. Ni sus propios padres lo sabían. Había guardado el secreto tan bien que nadie imaginaba que se sentía atraída por Raoul Benoit. Y ahora, se lo confesaba a una mujer que era una desconocida.
–No se lo digas a nadie, por favor.
–Claro que no. ¿Por qué lo iba a decir? Además, me alegra mucho.
–¿Por qué? –preguntó, confundida.
–Porque tengo la impresión de que eres exactamente lo que Raoul necesita. Estar de luto es una cosa, pero esconderse del mundo es otra cosa bien distinta –observó–. Todos merecemos un poco de felicidad, ¿no crees?
–Sí, eso es cierto.
Felicidad. Alexis se preguntó si podría llevar ese ingrediente tan esquivo a la vida de Raoul; si encontraría las fuerzas necesarias para conseguir que aceptara a su hija y, sobre todo, que volviera a amar.
Pero el amor le pareció lo de menos. Ruby era lo más importante.
Además, no estaba segura de merecer el amor de Raoul.
Después de comer, los adultos se quedaron sentados mientras los niños jugaban en la playa y en un parque cercano. Alexis se levantó y se dirigió al parque para ver si Ruby se encontraba bien; la había dejado al cuidado de unas mujeres.
Por el camino, oyó un grito procedente de la playa que la distrajo. Solo fue un segundo, pero suficiente para que perdiera de vista a Ruby y sintiera un acceso de pánico. ¿Dónde se habría metido?
Por suerte, Ruby solo había avanzado un par de metros. Se había puesto a gatear hacia los columpios y había quedado oculta tras unos chicos.
Aliviada, Alexis apretó el paso. Ruby se volvió a sentar y empezó a mordisquear una ramita que estaba en el suelo.
–¿Qué haces con eso? –preguntó, divertida.
Entonces, apareció Raoul.
–¿Qué diablos tiene en la boca? –bramó.
Él se inclinó y le quitó la ramita. La niña empezó a chillar.
–Se supone que la tienes que vigilarla –continuó él.
–Y la estaba vigilando…
–No muy bien, por lo visto. ¿Cómo es posible que seas tan irresponsable? Cualquiera sabe qué se puede meter en la boca cuando no la miras.
–Por Dios, Raoul, solo es una rama. Además, los niños pequeños siempre se meten cosas en la boca… No te preocupes. Tu hija está bien.
–¿Ah, sí? ¿Y qué habría pasado si en lugar de una rama se hubiera metido algún objeto tóxico? ¿O si se hubiera caído y se hubiera clavado la rama en la garganta? –replicó–. Yo diría que tengo motivos para preocuparme.
El tono de censura de Raoul le heló la sangre en las venas. Alexis sabía que tenía parte de razón; se suponía que era su niñera y, sin embargo, había fallado en sus obligaciones. Mantuvo la compostura, tomó a Ruby en brazos y la acunó suavemente para que dejara de llorar.
Él tiró la rama al suelo, disgustado.
–Sabía que esto era un error. Nos vamos ahora mismo.
Raoul le dio la espalda y se alejó del parque.
–¿Te encuentras bien? –preguntó Laura, que se He oído vuestra conversación y…
–Descuida. No tiene importancia.
–Es un padre muy protector, ¿no?
–Sí, demasiado. Aunque, en este caso, está en lo cierto. Debería haber estado más atenta –dijo.
–Es obvio que tiene miedo de perderla como perdió a Bree –afirmó Laura–. Todos los padres tenemos miedo por nuestros hijos, pero él tiene más motivos.
Alexis suspiró y lanzó una mirada a Raoul, que se acababa de despedir de sus amigos y estaba recogiendo las cosas.
–Sí, eso es verdad.
–Bueno, seguro que se tranquilizará con el tiempo.
–Ojalá…
Laura sonrió.
–¿Sabes una cosa? Muchos llegamos a pensar que, tras el fallecimiento de Bree, Raoul no sería capaz de querer a su hija; pensamos que, en cierto sentido, la consideraba culpable de su muerte… Pero he cambiado de opinión. Después de verlo esta tarde, estoy segura de que su problema es otro. Simplemente, quiere tanto a esa niña que tiene miedo de perderla.
Alexis asintió.
–Sí, estoy de acuerdo contigo –dijo–. En fin… Gracias por invitarnos a la fiesta. Solo siento que termine de un modo tan amargo.
–No es para tanto, Alexis. Me alegra que hayáis podido venir. Pero espero que nos veamos en otra ocasión…
–Sí, yo también lo espero.
Alexis se despidió de todos y se dirigió al lugar donde estaba Raoul, que le lanzó una mirada cargada de impaciencia.
–Tenemos que hablar –dijo él.
–Cuando lleguemos a casa.
Ella pensó que era cierto. Tenían que hablar. Pero también tenía la sospecha de que Raoul no le haría el menor caso.
Contempló su cara pétrea y se estremeció al distinguir el fondo de dolor que había en sus ojos. De haber estado en su mano, le habría devuelto la felicidad al instante.
Mientras volvían a la casa, dudó por primera vez de su decisión de ayudarlo con Ruby. La situación se estaba complicando y carecía de la objetividad necesaria para afrontarla con frialdad.
Pero, ¿cómo podía ser objetiva cuando, cada vez que lo veía, sentía el deseo de hacerle el amor apasionadamente?