En una ocasión, me encontraba dando una charla sobre el tema de la proactividad, cuando una mujer del público se levantó a la mitad de mi presentación y comenzó a hablar con emoción. Se veía muy contenta.
—¡Nunca imaginará lo que me ha ocurrido! —exclamó—. Trabajo como enfermera de tiempo completo para el hombre más miserable e ingrato que pueda imaginar. Nada de lo que hago es lo suficientemente bueno para él. Jamás expresa su agradecimiento, y rara vez reconoce mi trabajo. Con frecuencia me sermonea y le encuentra fallas a todo lo que hago. Ese hombre me ha hecho miserable la vida, así que por lo regular desquito mi frustración con mi familia. Las otras enfermeras se sienten igual que yo, y casi llegamos al grado de rezar por su deceso. Y luego usted tuvo el descaro de pararse allá arriba y sugerir que nada puede lastimarme, que nadie puede lastimarme sin mi consentimiento, y que yo he elegido que mi vida emocional sea miserable. No había forma de que me convenciera su argumento. Pero lo pensé un poco más, miré hacia mi interior y comencé a preguntarme: “¿Tengo el poder de elegir mi reacción?” Cuando me di cuenta de que sí tengo ese poder, cuando pasé el trago amargo y me di cuenta de que había elegido sentirme miserable, también descubrí que podía elegir no serlo. En ese momento me puse en pie. Sentí como si me liberaran de una prisión. Quería gritarle al mundo: “¡Soy libre! ¡Salí de la prisión! No volveré a dejarme controlar por la forma en que me traten otros”.7
Cada uno de nosotros tiene una puerta hacia el cambio que sólo puede ser abierta desde dentro.7
Cada ser humano tiene cuatro atributos: conciencia de sí mismo, conciencia, voluntad propia e imaginación creativa. Éstos nos conceden la libertad humana por excelencia: la capacidad de elegir, responder y cambiar.1
La felicidad, al igual que la infelicidad, es una elección proactiva.7
La felicidad —al menos en parte— es fruto del deseo y la capacidad para sacrificar lo que queremos ahora por lo que querremos a la larga.7
No soy resultado de mis circunstancias, sino producto de mis decisiones.21
Le enseño a la gente cómo tratarme a través de los límites que establezco.21
Si en verdad deseo mejorar mi situación, debo trabajar en aquello sobre lo que tengo control: yo mismo.7
Entre el estímulo y la respuesta existe un espacio. En dicho espacio se encuentra nuestra libertad y capacidad para elegir nuestras respuestas. Y en dichas elecciones radica nuestro crecimiento y felicidad.8
La voluntad propia es nuestra capacidad de actuar. Nos otorga el poder para trascender nuestros paradigmas, nadar corriente arriba, reescribir nuestros guiones y actuar con base en principios, en vez de reaccionar basándonos en nuestras emociones o circunstancias.1
Lo que nos lastima no es lo que nos ocurre, sino nuestra respuesta ante ello.7
Al encender un fósforo, puede tanto destruir un edificio como iluminar un lugar oscuro; la decisión es suya.21
Sobre el timón de una gigantesca nave, hay otro timón de menor tamaño que controla las aletas compensatorias. Al moverlo tan sólo un poco, el timón principal se mueve lentamente, lo cual, a su vez, cambia la dirección del buque entero. Véase como ese pequeño timón. Si hace cambios pequeños, éstos tendrán repercusiones en la organización, y es posible que incluso cambien la cultura entera.3
Una de mis historias favoritas del Antiguo Testamento es la de José, a quien sus hermanos vendieron como esclavo en Egipto cuando era apenas un niño.
¿Pueden imaginar lo fácil que habría sido para él languidecer en autocompasión como sirviente de Potifar o concentrarse en las debilidades de sus hermanos y de sus captores, así como en todo aquello que no tenía? Sin embargo, José fue proactivo, por lo que al poco tiempo logró estar al frente de la casa de Potifar. Estaba a cargo de todo lo que Potifar poseía, porque el nivel de confianza que se tenía en él era muy alto.
Entonces, un día José se encontró en una situación difícil y se negó a comprometer su integridad. Como consecuencia, se le encarceló injustamente durante trece años.
Pero una vez más fue proactivo. Trabajó en su círculo de influencia, y, al poco tiempo, logró estar al frente de la prisión, y después de la nación entera de Egipto, sólo por debajo del faraón.7
Nuestro comportamiento está en función de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones.7
El lenguaje que utilizamos es un indicador certero del grado en el que nos percibimos como personas proactivas. La gente reactiva se expresa en términos que la eximen de responsabilidad: “Éste soy yo. Así soy. No hay nada que pueda hacer al respecto”.7
Nuestra mayor libertad es el derecho y poder que tenemos para decidir cómo nos afectarán las cosas o personas ajenas a nosotros.21
Las experiencias del pasado suelen actuar como cadenas sobre el presente y el futuro. Las primeras impresiones se vuelven duraderas. Los hábitos se convierten en rutinas. La actitud mental de “Es imposible hacerlo” se vuelve una profecía que conlleva su propio cumplimiento.4
La gente reactiva suele verse afectada por el medio ambiente. Si el clima es agradable, se sienten bien. Si no lo es, su actitud y desempeño se modifican. La gente proactiva lleva el buen clima consigo. Si afuera llueve o sale el sol, para ellos no hay diferencia alguna.7
Por lo regular, la gente reactiva actúa de acuerdo a esquemas anticuados impuestos por otros. Suelen ser como bomberos que corren de un lado a otro de forma impulsiva.21
Los contratiempos son inevitables; la miseria es una elección.8
La capacidad de subordinar los impulsos a los valores conforma la esencia de las personas proactivas.7
Al victimizarse, usted renuncia a su futuro. En una ocasión, me encontraba capacitando agentes generales de seguros, y todos se quejaban de los lamentables programas de capacitación de la compañía.
—Bueno, entonces, ¿por qué no los cambian? —les dije.
—¿Qué quiere decir con eso? —me contestaron.
—Que esos programas no los hacen felices. Sienten que sólo son espectáculos de pirotecnia y que no se comparten las mejores prácticas. ¿Por qué no los cambian?
—Pues porque no nos corresponde.
—Miren, ustedes no son víctimas. Son los mejores agentes generales de la compañía. Pueden presentarle sus ideas a quienes toman las decisiones más importantes, y, si lo hacen a conciencia (o, dicho de otro modo, sustentan la postura de ellos de mejor forma que ellos mismos antes de argumentar a favor de la de ustedes), se convertirán en agentes de cambio.12
El ambiente que conciba a partir de sus pensamientos, creencias, ideales y filosofía será la única atmósfera en la que habite el resto de su vida.11
El reflejo del paradigma social actual nos indica que hemos estado determinados durante mucho tiempo por los condicionamientos y las circunstancias.7
Hay ciertos momentos cruciales en cualquier empeño humano, los cuales, si se aprovechan con singularidad, se transformarán en los momentos determinantes del futuro. Sea fuerte en los momentos difíciles.4
En la vida existen tres constantes: el cambio, la elección y los principios.21
Hasta que pueda afirmar con toda honestidad y desde lo más profundo de su ser: “Soy quien soy en el presente por las decisiones del pasado”, no podrá aseverar: “Elijo hacer las cosas de forma distinta”.7
Somos libres de elegir nuestras acciones, mas no de elegir las consecuencias de las mismas. Recuerde, si levanta un extremo de la rama, también estará levantando el opuesto.7
Sus hábitos no lo definen. Usted puede remplazar los viejos patrones de derrota personal con patrones nuevos, con nuevos hábitos de efectividad.7
En una ocasión, un estudiante me preguntó:
—¿Me permite ausentarme de la clase? Debo viajar a una competencia de tenis.
—¿Debes ir o eliges ir? —le pregunté.
—En verdad debo ir —me explicó.
—¿Qué ocurrirá si no vas?
—Pues me expulsarán del equipo.
—¿Sería una consecuencia agradable?
—No, para nada.
—Dicho de otro modo, eliges ir porque anhelas la consecuencia de seguir siendo parte del equipo. ¿Qué ocurrirá si te ausentas de mi clase?
—No lo sé.
—Piensa. ¿Cuál crees que sería la consecuencia natural de no venir a clase?
—Usted no me expulsaría, ¿o sí?
—Ésa sería una consecuencia social, de tipo artificial. Si no formas parte del equipo de tenis, no puedes jugar. Eso es natural. Pero, si no vienes a clase, ¿cuál sería la consecuencia natural?
—Supongo que me perderé el aprendizaje.
—Así es. Por lo tanto, debes sopesar esa consecuencia contra la anterior y hacer una elección. Sé que si estuviera en tu lugar, elegiría ir a la competencia. Pero nunca digas que debes hacer algo.
—Elijo viajar a la competencia de tenis —contestó con timidez.
—¿Y perderte mi clase?7