EL PRINCIPIO
DE INTEGRIDAD

Una vez, mientras abordaba un taxi afuera de un hotel en Canadá, el botones le dijo al chofer: “Lleve al doctor Covey al aeropuerto”. El chofer asumió que yo era médico y comenzó a contarme sus problemas de salud. Intenté explicarle que no era ese tipo de doctor, pero no hablaba muy bien inglés y no pudo entenderme. Así que sólo lo escuché.

Me contó de sus achaques y dolores, y que veía doble. Mientras más hablaba, más me convencía de que sus problemas se debían a una conciencia poco saludable. Se quejaba de tener que engañar al sistema para cobrarles a sus pasajeros.

—No voy a seguir las reglas, yo sé cómo cobrar el pasaje —luego su expresión se tornó seria—. Pero si la policía me encuentra, me voy a meter en problemas. Perderé mi licencia. ¿Qué opina usted, doctor?

—¿No cree que la principal fuente de estrés y tensión es que no está siguiendo lo que su conciencia le dicta? —le contesté—. En el fondo, usted sabe qué tiene que hacer.

—¡Pero no puedo vivir así!

Le dije de la paz mental y la sabiduría que surge de actuar en función de lo que dicta la conciencia.

—No haga trampa. No mienta. No robe. Trate a todos con respeto.

—¿Realmente cree que funcionará?

—Estoy seguro de que sí.

Al llegar a mi destino no quiso aceptar propina. Sólo me abrazó y me dijo:

—Voy a seguir su consejo. Ya me siento mejor.2

“De adentro hacia afuera” significa empezar por uno mismo; de forma más específica, es comenzar con la parte más interna del ser: con los paradigmas, el carácter y los motivos. El verdadero problema es la creencia de que el problema está en el exterior. Les concedemos a las cosas externas el poder de controlarnos. El paradigma del cambio es “de afuera hacia adentro”; lo que está afuera debe cambiar antes de que podamos cambiar nuestro interior.7

Una vida llena de pretensiones no es más que una faena tortuosa.4

Ir a misa no necesariamente implica vivir bajo los principios que se inculcan en dicha ceremonia. Se puede ser miembro activo de una iglesia sin participar de su evangelio.7

Asistir a la iglesia no es sinónimo de espiritualidad individual. Hay personas que se concentran tanto en el culto y los proyectos de su iglesia que se vuelven insensibles ante las necesidades humanas más apremiantes a su alrededor, lo cual contradice los preceptos mismos que profesan con tanto fervor.7

No justifique las debilidades ajenas ni las propias. Cuando cometa un error, admítalo, corríjalo y aprenda de él, de inmediato.7

Desde el nacimiento, pertenecemos a toda serie de instituciones sociales. Cada una valora o juzga a sus miembros. Dichos juicios se acumulan y, en conjunto, determinan, definen o etiquetan a las personas.4

La frustración es una proyección de nuestras expectativas, las cuales, a su vez, son un reflejo del espejo de la sociedad, más que de nuestros propios valores y prioridades.7

Ser honesto es decir la verdad; dicho de otro modo, ajustar nuestras palabras a la realidad. Ser íntegro implica ajustar la realidad a nuestras palabras; dicho de otro modo, mantener nuestras promesas y estar a la altura de las expectativas. Esto significa tener un carácter integral y unitario, congruente con uno mismo y con la vida.7

La humildad es la mayor de las virtudes, pues de ella provienen todas las demás.21

Al intentar ser todo para los demás, se termina siendo nada para todos, en particular para uno mismo.3

Cuando desarrollamos la autoconciencia, muchos descubrimos que hay guiones poco eficientes o hábitos fuertemente arraigados que no son dignos de nosotros y son del todo incongruentes con las cosas que en verdad valoramos en la vida.7

En última instancia, lo que somos es mucho más elocuente que cualquier cosa que digamos o hagamos.7

La lealtad no es un valor que deba estar por encima de la integridad; de hecho, la integridad auténtica se traduce en lealtad. Cualquiera desearía que su médico le dijera la verdad, aun si prefiriera no escucharla.8

Hágase una pequeña promesa y manténgala; después una más grande y luego una de mayor proporción. A la larga, su sentido del honor superará sus estados de ánimo; cuando eso ocurra, descubrirá la verdadera fuente de poder: la autoridad moral.8

Muchos creen que lo único que necesitan para triunfar es talento, energía y personalidad. Sin embargo, la historia nos ha enseñado que, a la larga, quienes somos es más importante que quienes aparentamos ser.8

Muchas personas con una grandeza secundaria —es decir, cuyos talentos son reconocidos por la sociedad— carecen de grandeza primaria o de un carácter bondadoso. Tarde o temprano, esto se hará evidente en cualquier relación que establezcan, ya sea con un socio, un cónyuge, un amigo o un hijo adolescente con una crisis de identidad. El carácter es más elocuente que cualquier otra forma de comunicación.7

No es sorprendente que muchas personas padezcan ansia o temor, y, por tanto, vivan para impresionar a otros o aparentar ser distintas. Sus vidas se ven conmocionadas por las cambiantes fuerzas externas, en vez de estar ancladas en su inmutable valor intrínseco.4

Una de las principales formas de manifestar la integridad es ser leal a quienes no se encuentran presentes. Al serlo, se construye la confianza con aquellos que sí lo están. Cuando se defiende a los ausentes, se conserva la confianza de los presentes.7

Nuestro carácter es un compendio de nuestros hábitos. Puesto que son patrones consistentes y, por lo regular, inconscientes, expresan nuestro carácter con frecuencia, si no es que todos los días.

La gente no puede lidiar con el cambio si no posee en su interior un núcleo inmutable. La clave de lacidad para cambiar es tener un sentido inalterable de quién se es, de lo que se anhela y de lo que se valora.7

La gente con principios no es extremista. No piensa en términos de todo o nada. No divide las cosas en bueno o malo, blanco o negro. Más bien, ve continuidades, prioridades, jerarquías.3

Entre más le importe lo que otros piensen de usted, menos podrá darse el lujo de darle importancia, pues se habrá vuelto demasiado vulnerable a ello.3

La raíz de los problemas que enfrentamos en el mundo, en la vida de nuestras naciones y en nuestra vida familiar y personal es de tipo espiritual. Al igual que las hojas de un árbol, dichos problemas se manifiestan como síntomas sociales, económicos y políticos. Sin embargo, su fundamento es moral y espiritual, y residen primero en cada individuo, y luego al interior de las familias.4

La persona que no ha logrado realizarse prefiere sentarse a mirar las vidas ajenas. Representa un papel tras otro, y pronto pierde noción de su propio rol y se percibe sólo como los demás desean que sea.4

La virtud se pierde poco a poco, de forma gradual.4

Una victoria pública no es exitosa —es decir, una tarea valiosa no se logra— a menos de que se alcance con éxito una victoria privada.4

Se habla de robo de identidad cuando alguien hurta las identificaciones de otro y se hace pasar por él. Sin embargo, el robo de identidad más serio ocurre cuando nos vemos envueltos en la definición que alguien más tiene de nosotros.5

Cuando tomamos prestada la fortaleza de la marca que ostenta nuestra playera, suéter, zapatos o vestido; de nuestra vinculación con algún club; de nuestra posición de influencia, poder y prestigio; de nuestro auto, nuestra hermosa casa o cualquier otro símbolo del éxito; de nuestra belleza física, vestimenta y apariencia a la moda, buen verbo, títulos o credenciales, lo hacemos para compensar la pobreza y el vacío interiores. De este modo, reforzamos nuestra dependencia de estos símbolos, de las apariencias con las que vivimos, de los valores extrínsecos, y, por tanto, forjamos nuestra debilidad interior.4

La sabiduría es hija de la integridad, de la integración en torno a principios. Y, a su vez, la integridad es hija de la humildad y el coraje. De hecho, se podría decir que la humildad es la madre de todas las virtudes, pues con ella se reconoce la existencia de leyes o principios naturales que gobiernan el universo. Son éstos quienes están al mando. El orgullo nos hace pensar que somos quienes tenemos el control. Sin embargo, la humildad nos enseña a comprender y a vivir en función de ciertos principios, pues son éstos los que determinan las consecuencias de nuestras acciones. Si la humildad es la madre, entonces el coraje es el padre de la sabiduría, porque se requiere de mucho coraje para vivir con base en estos principios, dado que se oponen a las convenciones, normas y valores sociales.8

Es posible usar la argumentación para salir de un problema en el que nos hemos metido por culpa de nuestro comportamiento.7

Uno decide cuáles son sus principales prioridades y tiene el coraje de decir que no a otras cosas, sin disculparse, con una sonrisa y con simpatía. Para ello, se necesita tener un imperante a nivel interno.7

Los problemas comienzan en el corazón de uno mismo.4