Prevenir, detener y hacer retroceder
las primeras causas de muerte
Es muy posible que ya nadie muera de viejo. En un estudio llevado a cabo sobre más de 42.000 autopsias consecutivas, se concluyó que los centenarios (personas que superaron los cien años de edad) sucumbieron a enfermedades en el 100 por cien de los casos estudiados. Aunque incluso sus médicos consideraban que antes de morir habían estado sanos, ni uno solo de ellos «murió de viejo».[1] Hasta hace poco, se consideraba que la vejez era una enfermedad en sí misma,[2] pero las personas no mueren como consecuencia de la edad. Mueren como consecuencia de enfermedades y la más habitual es el infarto de miocardio.[3]
En Estados Unidos, como en el resto del mundo occidental, la mayoría de muertes podrían evitarse, ya que tienen que ver con lo que comemos.[4] La dieta es la primera causa de muerte prematura y la primera causa de invalidez.[5] Por lo tanto, cabría pensar que lo primero que se enseña en las facultades de medicina es en qué consiste una dieta saludable.
Por desgracia, no es así. Según el estudio nacional más reciente, tan sólo una cuarta parte de las facultades de medicina estadounidenses ofrecen una única asignatura sobre nutrición, lo que supone un descenso desde el 37 por ciento hace treinta años.[6] A pesar de que la población considera que los médicos son una fuente «muy fiable» de información relativa a la nutrición,[7] seis de cada siete licenciados en medicina a los que se encuestó creían que carecían de la formación necesaria para aconsejar a sus pacientes en relación con sus dietas.[8] Un estudio concluyó que, en ocasiones, la población general sabe más de nutrición básica que sus médicos y que «los médicos deberían saber más sobre nutrición que sus pacientes, pero estos resultados sugieren que la realidad no es esta».[9]
Para remediar esta situación, el legislador estatal de California aprobó una ley por la que los médicos debían completar una formación sobre nutrición de un mínimo de doce horas durante los cuatro años siguientes. Le sorprenderá saber que la Asociación Californiana de Médicos se opuso con vehemencia a la ley, al igual que otros grupos mayoritarios relacionados con la medicina, como la Academia Californiana de Médicos de Familia.[10] La ley se enmendó y las horas mínimas obligatorias se redujeron de doce a lo largo de cuatro años a siete y, entonces, se volvieron a corregir, hasta reducirlas a... cero.
El Comité Médico de California sí que mantiene la obligatoriedad de otra cuestión: doce horas de formación en gestión del dolor y en atención paliativa para los enfermos terminales.[11] Este desequilibrio entre la prevención del sufrimiento y la mera reducción del mismo podría servir de metáfora de lo que es la medicina moderna. Un médico al día las manzanas evita.
En 1903, Thomas Edison predijo que el «médico del futuro no recetará medicinas, sino que instruirá a sus pacientes sobre cómo cuidar el cuerpo humano mediante la dieta y sobre el origen y la prevención de las enfermedades».[12] Lamentablemente, basta con ver unos cuantos anuncios farmacéuticos en televisión, que imploran a los televidentes que «consulten a su médico» acerca de este o aquel medicamento, para saber que la predicción de Edison no se ha cumplido. Un estudio sobre miles de visitas a pacientes concluyó que los médicos de atención primaria dedican un promedio de diez segundos a hablar sobre nutrición.[13]
¡Venga ya, que estamos en el siglo XXI, caramba! ¿Acaso no podemos comer lo que nos plazca y luego, si tenemos problemas de salud, ya nos medicaremos? Esta parece ser la mentalidad que impera en demasiados pacientes e incluso entre los médicos, mis colegas. El gasto mundial en fármacos con receta supera el billón de dólares anuales y Estados Unidos representa una tercera parte de este mercado.[14] ¿Por qué nos gastamos tanto dinero en pastillas? Muchas personas asumen que el modo en que moriremos viene pre-programado genéticamente. Hipertensión a los cincuenta y cinco, infarto de miocardio a los sesenta, quizá cáncer a los setenta, etc. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que, en lo que respecta a las primeras causas de muerte, la genética sólo explica entre un 10 por ciento y un 20 por ciento del riesgo, como máximo.[15] Por ejemplo, tal y como verá en este libro, la tasa de enfermedades mortales como la enfermedad coronaria o los tipos más graves de cáncer pueden variar hasta en cien veces entre distintas poblaciones del globo. Sin embargo, cuando las personas se trasladan de un país con un riesgo bajo a otro donde el riesgo es alto, las tasas de enfermedad casi siempre cambian para equipararse a las del entorno nuevo.[16] Dieta nueva, enfermedades nuevas. Así, un varón estadounidense de sesenta años que viva en San Francisco tiene un 5 por ciento de probabilidades de sufrir un infarto de miocardio en los próximos cinco años, pero si se trasladara a Japón y empezara a comer y a vivir como los japoneses, el riesgo de infarto de miocardio durante los próximos cinco años caería a un 1 por ciento. Los japoneses-americanos de unos cuarenta años de edad presentan el mismo riesgo de sufrir un infarto de miocardio que los japoneses de sesenta años de edad. Cambiar a un estilo de vida estadounidense hizo que sus corazones envejecieran veinte años de golpe.[17]
La Clínica Mayo estima que casi el 70 por ciento de estadounidenses toman al menos un fármaco con receta.[18] Sin embargo, a pesar de que hay más personas medicadas que sin medicar, por no hablar del influjo constante de fármacos más nuevos y más caros en el mercado, nuestras vidas no son mucho más longevas que en otros lugares. En términos de esperanza de vida, Estados Unidos ocupa el puesto 27 o 28 de las primeras 32 democracias con libre mercado. En Eslovenia, viven más tiempo que en Estados Unidos.[19] Y, además, los años adicionales que vivimos no son necesariamente ni sanos ni vibrantes. En 2011, el Journal of Gerontology publicó un perturbador análisis de la mortalidad y la morbilidad. ¿Los estadounidenses de ahora son más longevos que los de la generación anterior? Sí, técnicamente. Pero ¿son esos años adicionales sanos? No. Aún peor: ahora vivimos sanos menos años que antes.[20]
Lo que quiero decir es lo siguiente: alguien que tuviera veinte años en 1998 podía esperar vivir unos cincuenta y ocho años más, mientras que alguien que los tuviera en 2006 podía esperar que le quedaran unos cincuenta y nueve por delante. Sin embargo, es probable que el veinteañero de 1998 viviera diez de esos años con una enfermedad crónica, mientras que ahora son más de trece en compañía de una enfermedad coronaria, un cáncer, una diabetes o un ictus. Por lo tanto, parece que hemos dado un paso hacia delante y tres hacia atrás. Los investigadores también han descubierto que hemos perdido dos años funcionales, es decir, dos años durante los que no podemos llevar a cabo actividades básicas como caminar quinientos metros, estar en pie o sentados durante dos horas sin necesidad de acostarnos, o incorporarnos sin ayudas especiales.[21] En otras palabras: vivimos más, pero más enfermos.
Con los índices de enfermedad en alza, es posible que nuestros hijos mueran antes. Un informe especial publicado en el New England Journal of Medicine, y titulado «A Potential Decline in Life Expectancy in the United States in the 21st Century» (Posibilidad de una reducción de la esperanza de vida en Estados Unidos en el siglo XXI), concluía que «el aumento constante de la esperanza de vida durante la era moderna podría detenerse y los jóvenes de ahora podrían vivir, en promedio, vidas menos sanas y quizá más breves que las de sus padres».[22]
En la Facultad de Salud Pública, los alumnos aprenden que hay tres niveles de medicina preventiva. El primero es la prevención primaria, que intenta impedir que las personas con riesgo de sufrir una enfermedad coronaria sufran su primer infarto de miocardio. Un ejemplo de este tipo de medicina preventiva sería ir al médico y que nos recetara una estatina que nos baje el colesterol. La prevención secundaria sucede cuando ya tenemos la enfermedad e intentamos evitar que empeore y, por ejemplo, sufrir un segundo infarto de miocardio. Con este fin, el médico podría añadir ácido acetilsalicílico u otros fármacos a nuestra medicación habitual. El objetivo del tercer nivel de medicina preventiva es ayudar a la población a gestionar problemas de salud a largo plazo; por ejemplo, el médico podría prescribirnos un programa de rehabilitación cardiaca para impedir el avance del deterioro o un aumento del dolor.[23] El año 2000 se propuso un cuarto nivel. ¿En qué podría consistir esta nueva prevención «cuaternaria»? En reducir las complicaciones derivadas de todos los fármacos y operaciones quirúrgicas prescritas en los tres niveles anteriores.[24] Sin embargo, parece que olvidamos un quinto concepto, el de la prevención primordial, un término que la Organización Mundial de la Salud (OMS) introdujo ya en 1978. Décadas después, la Asociación Americana de Cardiología por fin la ha asumido.[25]
La prevención primordial se concibió como una estrategia para prevenir que sociedades enteras sufrieran epidemias de factores de riesgo de enfermedades crónicas. Esto significa que, además de prevenir las enfermedades crónicas, se previenen los factores de riesgo que conducen a las mismas.[26] Por ejemplo, en lugar de intentar impedir que alguien con hipercolesterolemia sufra un infarto de miocardio, ¿por qué no ayudarlo a evitar desde un principio que le suba el colesterol (que es lo que puede desembocar en el infarto)?
Con esto en mente, la Asociación Americana de Cardiología presentó los «7 sencillos», o 7 factores que pueden promover una vida más saludable: no fumar, evitar el sobrepeso, ser «muy activo» (definido como el equivalente de caminar al menos veintidós minutos al día), seguir una dieta saludable (por ejemplo, abundantes frutas y verduras), tener un nivel de colesterol por debajo de la media, una tensión arterial normal y unos niveles de glucosa en sangre normales.[27] El objetivo de la Asociación Americana de Cardiología (AAC) es haber reducido las muertes por enfermedad coronaria en un 20 por ciento el año 2020.[28] Si los cambios en el estilo de vida podrían evitar más del 90 por ciento de los infartos de miocardio,[29] ¿por qué se han marcado un objetivo tan modesto? Incluso el 25 por ciento se consideró «poco realista».[30] Es posible que el pesimismo de la AAC tenga que ver con la perturbadora realidad de la dieta del estadounidense promedio.
La revista de la Asociación Americana de Cardiología publicó un estudio que había llevado a cabo sobre los hábitos de salud de 35.000 adultos de todo el territorio de Estados Unidos. La mayoría de participantes no fumaba, cerca de la mitad cumplía con los objetivos semanales de ejercicio físico y aproximadamente una tercera parte cumplía con el resto de categorías..., excepto con la dieta. Las dietas se puntuaron en una escala de 0 a 5, para determinar si satisfacían los criterios mínimos de alimentación saludable, como consumir la cantidad recomendada de frutas, verduras y cereales integrales, o beber menos de tres latas de refresco a la semana. ¿Cuántos obtuvieron un 4 sobre 5 en la escala de alimentación saludable? Aproximadamente un 1 por ciento.[31] Quizá, si la Asociación Americana de Cardiología logra su «agresivo»[32] objetivo de una mejora del 20 por ciento en 2020, conseguiremos llegar al 1,2 por ciento.
Los antropólogos de la medicina han identificado varios periodos importantes de enfermedad humana, empezando por los periodos de peste negra y las hambrunas que, en su mayoría, terminaron con la Revolución Industrial, o el periodo en el que nos hallamos ahora, la era de las enfermedades degenerativas y causadas por el hombre.[33] Este cambio se refleja en la evolución de las causas de muerte durante el último siglo. En 1900, las tres principales causas de muerte en el mundo occidental eran infecciosas: neumonía, tuberculosis y enfermedades diarreicas.[34] Ahora, tienen que ver sobre todo con el estilo de vida: enfermedad coronaria, cáncer y enfermedades pulmonares crónicas.[35]
¿Se debe esto a que los antibióticos han alargado la esperanza de vida y por eso sufrimos enfermedades degenerativas? No. La aparición de la epidemia de enfermedades crónicas vino acompañada de cambios drásticos en las pautas dietéticas. Uno de los mejores ejemplos de ello es lo que está sucediendo desde hace unas décadas con las tasas de enfermedad en las poblaciones de los países en vías de desarrollo a medida que adoptan dietas occidentalizadas.
En 1990 y en todo el mundo, la mayoría de años de vida con salud se perdieron como consecuencia de la desnutrición, que, por ejemplo, causa enfermedades diarreicas en niños desnutridos. Por el contrario, en la actualidad, la mayor carga de la enfermedad se atribuye a la hipertensión, una enfermedad consecuencia de la hipernutrición.[36] La pandemia de enfermedades crónicas se debe, en parte, al cambio prácticamente universal hacia una dieta dominada por alimentos procesados y de origen animal; en otras palabras, más carne, lácteos, huevos, refrescos, azúcar y cereales refinados.[37] Es muy posible que China sea el ejemplo mejor estudiado. Allí, el alejamiento de la dieta tradicional del país, basada en alimentos de origen vegetal, vino acompañado de un aumento drástico en enfermedades asociadas a la dieta, como obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y cáncer.[38]
¿Por qué sospechamos que existe una relación entre los cambios en la dieta y la enfermedad? Al fin y al cabo, las sociedades en proceso de industrialización sufren múltiples cambios. ¿Cómo pueden los científicos determinar qué efectos tienen ciertos alimentos específicos? Para aislar los efectos de los distintos elementos de una dieta, los científicos pueden seguir a lo largo del tiempo las dietas y las enfermedades de grandes grupos de sujetos. Pensemos en la carne, por ejemplo. Para ver el efecto que puede tener sobre la incidencia de enfermedades el aumento de la ingesta de carne, los investigadores estudiaron a exvegetarianos. Las personas que habían seguido una dieta vegetariana pero que habían empezado a comer carne al menos una vez a la semana experimentaron un aumento del 146 por ciento de sufrir una enfermedad coronaria; un aumento del 152 por ciento del riesgo de sufrir un ictus; un aumento del 166 por ciento del riesgo de sufrir diabetes y un aumento del 231 por ciento del riesgo de aumentar de peso. Durante los doce años posteriores a la transición de la dieta vegetariana a la omnívora, la ingesta de carne se asoció con una reducción de 3,6 años en la esperanza de vida.[39]
De todos modos, los vegetarianos también presentan índices elevados de enfermedades crónicas si consumen muchos alimentos procesados. Por ejemplo, en India, los índices de diabetes, enfermedad coronaria, obesidad e ictus han aumentado mucho más rápidamente de lo que cabría esperar dado el aumento relativamente pequeño del consumo de carne per cápita. Esto se ha atribuido a la reducción del «contenido de alimentos integrales de origen vegetal en la dieta», como el cambio del arroz integral al blanco, y a la sustitución de los alimentos básicos tradicionales del país, como las legumbres, frutas, verduras, cereales integrales, frutos secos y semillas por otros carbohidratos refinados, aperitivos procesados o productos de comida rápida.[40] En general, la línea divisoria entre los alimentos que promueven la salud o la enfermedad podría ser no tanto el origen vegetal o animal de los mismos como el aumento del consumo de alimentos vegetales integrales frente a todo lo demás.
Con esto en mente, se desarrolló un índice de calidad dietética que refleja de un modo simple el porcentaje de calorías que las personas obtienen de alimentos vegetales, no procesados y ricos en nutrientes[41] en una escala de 0 a 100. Cuanto más elevada es la puntuación que obtiene una persona, más grasa corporal puede perder con el tiempo[42] y menor puede ser el riesgo de obesidad abdominal,[43] hipertensión arterial,[44] hipercolesterolemia e hipertrigliceridemia.[45] Los investigadores compararon las dietas de 100 mujeres con cáncer de mama con las de 175 mujeres sanas y concluyeron que las puntuaciones más elevadas en el índice de alimentación vegetal integral (superior a aproximadamente 30 en comparación con menos de aproximadamente 18) podría reducir en más de un 90 por ciento las probabilidades de sufrir cáncer de mama.[46]
Por desgracia, la mayoría de occidentales no superan una puntuación de 10. Por ejemplo, la dieta estadounidense estándar no supera el 11 sobre 100. Según los cálculos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés), el 32 por ciento de las calorías de la dieta de un estadounidense es de origen animal, el 57 por ciento procede de alimentos vegetales procesados y sólo el 11 por ciento procede de cereales integrales, legumbres, futas, verduras y frutos secos.[47] Esto significa que, en una escala de 1 a 10, la dieta estadounidense obtendría un 1.
Comemos como si el futuro no importara. Hay datos que sustentan esta afirmación. Un estudio titulado «Death Row Nutrition: Curious Conclusions of Last Meals» (Nutrición en el corredor de la muerte: conclusiones curiosas sobre las últimas comidas), analizó las solicitudes de últimas comidas de cientos de personas ejecutadas en Estados Unidos durante un periodo de cinco años. El contenido nutricional no era muy distinto al de la dieta habitual estadounidense.[48] Si seguimos comiendo como si fueran nuestras últimas comidas, al final lo serán.
¿Qué porcentaje de estadounidenses cumplen con todos los requisitos de las siete recomendaciones sencillas de la Asociación Americana de Cardiología? De los 1.933 hombres y mujeres encuestados, la mayoría cumplían con dos o tres, pero casi ninguno cumplía con las siete sencillas conductas de salud. De hecho, sólo una persona pudo presumir de cumplir con las siete recomendaciones.[49] Una persona de casi dos mil. Tal y como declaró uno de los últimos presidentes de la Asociación Americana de Cardiología, «esto tendría que darnos mucho que pensar».[50]
Lo cierto es que adherirse a tan sólo cuatro sencillos factores de estilo de vida saludable puede ejercer un gran impacto sobre la prevención de enfermedades crónicas: no fumar, no estar obeso, hacer ejercicio durante treinta minutos diarios y comer de forma saludable (definido como aumentar el consumo de fruta, verdura y cereales integrales y reducir el de carne). Se concluyó que tan sólo estos cuatro factores explicaban el 78 por ciento del riesgo de padecer una enfermedad crónica. Por lo tanto, si empieza desde cero y consigue cumplir con los cuatro, es muy posible que logre eliminar de un plumazo más del 90 por ciento del riesgo de sufrir diabetes y más del 80 por ciento del riesgo de sufrir un infarto de miocardio y que reduzca a la mitad el de sufrir un ictus y en más de un tercio el riesgo de sufrir cualquier tipo de cáncer.[51] Algunos tipos de cáncer, como el de colon (segundo más mortal), parecen ser evitables en un 71 por ciento de casos si se llevan a cabo una serie de sencillos cambios dietéticos y de estilo de vida similares a los que acabo de enumerar.[52]
Quizás haya llegado el momento de dejar de culpar a la genética y de centrarnos en el más del 70 por ciento de factores que están directamente bajo nuestro control.[53] Tenemos esa capacidad.
¿Una vida saludable se traduce en una vida más larga? Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) siguieron a aproximadamente 8.000 estadounidenses de veinte años de edad o más durante unos seis años. Concluyeron que había tres conductas de estilo de vida cardinales que ejercían un impacto enorme sobre la mortalidad: podemos reducir el riesgo de morir prematuramente si no fumamos, si seguimos una dieta más saludable y si hacemos suficiente ejercicio físico. Y las definiciones de los CDC eran bastante laxas: por «no fumar», los CDC aludían a no fumar ahora; una «dieta saludable» se definía sencillamente como estar en el 40 por ciento superior en términos de cumplir con las tímidas directrices dietéticas federales; y «ejercicio físico» significaba hacer un mínimo de veintiún minutos de ejercicio físico moderado al día. Las personas que cumplían con al menos una de las tres conductas tenían un 40 por ciento menos de riesgo de morir en el periodo de seis años estudiado. Quienes cumplían con dos de las tres, reducían a la mitad las probabilidades de morir y quienes cumplían con las tres, redujeron las probabilidades de morir durante ese periodo de tiempo en un 82 por ciento.[54]
Por supuesto, a veces las personas mienten sobre lo bien que comen. ¿Cuán precisos pueden ser estos informes si se basan en autoinformes? Un estudio parecido sobre conductas saludables y supervivencia no se limitó a creer a las personas cuando informaban de lo bien o mal que comían: los investigadores midieron el nivel de vitamina C en sangre de los participantes. El nivel en sangre de vitamina C se consideró un «buen biomarcador de la ingesta de alimentos de origen vegetal» y, por lo tanto, se utilizó como indicador de dieta saludable. Las conclusiones fueron las mismas. El descenso en el riesgo de mortalidad entre las personas con hábitos más saludables equivalía a ser catorce años más joven.[55] Es como atrasar el reloj catorce años; no consumiendo fármacos ni subiéndose al DeLorean de Regreso al futuro, sino comiendo y viviendo de forma más saludable.
Hablemos un poco más acerca del envejecimiento. Cada una de las células de su cuerpo contiene cuarenta y seis hebras de ADN, emparejadas en cromosomas con forma de hélice. En el extremo de cada cromosoma hay pequeños topes, a los que llamamos telómeros, que impiden que el ADN se desate o deshilache. Son como los tubitos de plástico al final de los cordones de los zapatos. Sin embargo, cada vez que las células se dividen, estos topes se desgastan un poco. Y cuando el telómero desaparece por completo, la célula puede morir.[56] Aunque se trata de una gran simplificación,[57] podemos pensar en los telómeros como en la «mecha» de la vida: empiezan a consumirse desde el momento en que nacemos y cuando se acaban, se han acabado. De hecho, los científicos forenses pueden extraer ADN de una mancha de sangre y calcular la edad aproximada de la persona fallecida a partir de la longitud de los telómeros.[58]
Sí, parece algo sacado de una escena de «CSI», pero ¿puede usted hacer algo para frenar la velocidad a la que queman sus mechas? Se cree que si pudiéramos ralentizar este cronómetro celular, quizá podríamos ralentizar también el proceso de envejecimiento y vivir durante más tiempo.[59] Entonces, ¿qué debe hacer si quiere impedir que los telómeros se consuman? Bueno, fumar triplica la pérdida de telómeros,[60] por lo que el primer paso es sencillo: deje de fumar. Sin embargo, la comida que ingiere a diario también puede ejercer un impacto considerable en la velocidad a la que pierde telómeros. El consumo de fruta,[61] verdura[62] y otros alimentos ricos en antioxidantes[63] se ha asociado a telómeros protectores más largos. Por el contrario, el consumo de cereales refinados,[64] refrescos,[65] carne (inclusive el pescado)[66] y lácteos[67] se ha asociado a telómeros más cortos. ¿Y si siguiera una dieta compuesta por alimentos vegetales integrales y se alejara de alimentos procesados y de origen animal? ¿Podría ralentizar el envejecimiento celular?
La respuesta a esta pregunta reside en una enzima hallada en Matusalén. Es el nombre con que se ha bautizado a un pino de la especie Pinus longaeva de las White Mountains de California, que, en la época, era el ser viviente más longevo conocido y que ahora se acerca a su 4.800 cumpleaños. Ya tenía varios centenares de años antes de que empezaran a levantarse las pirámides de Egipto. Las raíces de los Pinus longaeva contienen una enzima que, al parecer, alcanza su nivel máximo cuando los ejemplares tienen unos cuantos miles de años y que, entonces, reconstruye los telómeros.[68] Los científicos la han llamado telomerasa. Una vez que supieron qué buscar, descubrieron que las células humanas también contienen telomerasa. Entonces empezaron a preguntarse cómo aumentar la actividad de esta enzima antienvejecimiento.
El doctor Dean Ornish, investigador pionero, quería hallar la respuesta a esta pregunta y se unió a la doctora Elizabeth Blackburn, que en 2009 obtuvo el Premio Nobel de Medicina por el descubrimiento de la telomerasa. En un estudio financiado parcialmente por el Departamento de Defensa estadounidense, descubrieron que tres meses de una alimentación basada en alimentos integrales de origen vegetal, junto a otros cambios saludables, podían aumentar significativamente la actividad de la telomerasa; esta es la única intervención que lo ha conseguido hasta la fecha.[69] El estudio se publicó en una de las publicaciones médicas más prestigiosas del mundo. El editorial que lo acompañaba concluía que ese estudio pionero «debía alentar a la población a adoptar un estilo de vida saludable, para evitar o combatir el cáncer y otras enfermedades asociadas al envejecimiento».[70]
Entonces, ¿consiguieron el doctor Ornish y la doctora Blackburn ralentizar el envejecimiento mediante una alimentación y un estilo de vida saludables? Hace poco se publicó un estudio de cinco años de seguimiento, en el que se midió la longitud de los telómeros de los participantes. En el grupo de control (el grupo de pacientes que no modificaron su estilo de vida), los telómeros habían encogido con la edad, como era previsible. Por el contrario, los telómeros del grupo que pasó a un estilo de vida saludable, no sólo habían encogido menos, sino que habían crecido. Cinco años después, la longitud media de sus telómeros era mayor que cuando empezaron, lo que sugiere que un estilo de vida saludable puede activar la enzima telomerasa e invertir el envejecimiento celular.[71]
La investigación posterior ha demostrado que el alargamiento de los telómeros no se debió únicamente a que el grupo de vida saludable hiciera más ejercicio o perdiera más peso. La pérdida de peso mediante la reducción calórica y un programa de ejercicio físico más riguroso no mejoró la longitud de los telómeros, por lo que parece que el ingrediente activo no es tanto la cantidad como la calidad de los alimentos ingeridos. Mientras se siguiera la misma dieta, no parecía importar demasiado ni el tamaño de las raciones ni el peso que perdían ni cuánto ejercicio hicieran; al cabo de un año, no se apreciaban beneficios.[72] Por el contrario, las personas que siguieron la dieta de origen vegetal hicieron la mitad de ejercicio y, al cabo de tan sólo tres meses, habían perdido el mismo peso[73] y logrado una protección significativa de los telómeros.[74] En otras palabras, lo que invirtió el envejecimiento celular no fue ni la pérdida de peso ni el ejercicio, sino la comida.
Hay quienes han manifestado la preocupación de que aumentar la actividad de la telomerasa podría, en teoría, aumentar el riesgo de cáncer, ya que se sabe que hay tumores que secuestran la enzima telomerasa y la utilizan para asegurarse su propia inmortalidad.[75] Sin embargo, tal y como veremos en el capítulo 13, el doctor Ornish y sus colegas han usado la misma dieta y los mismos cambios en el estilo de vida para detener y aparentemente hacer retroceder el cáncer en circunstancias concretas. También veremos que esa misma dieta puede hacer que la enfermedad coronaria retroceda también.
¿Y qué pasa con el resto de primeras causas de muerte? Se ha descubierto que una dieta más rica en alimentos de origen vegetal puede ayudar a prevenir, tratar o invertir todas y cada una de las primeras causas de muerte en los países occidentales. En el libro dedico un capítulo a cada una de las enfermedades de esta lista, basada en estudios en Estados Unidos pero extrapolable, en general, a los países occidentales:
MORTALIDAD EN ESTADOS UNIDOS |
||
|
Muertes anuales |
|
1. |
Enfermedad coronaria[76] |
375.000 |
2. |
Enfermedades pulmonares (cáncer de pulmón,[77] EPOC y asma)[78] |
296.000 |
3. |
¡Usted se sorprenderá! (véase capítulo 15) |
225.000 |
4. |
214.000 |
|
5. |
Cáncer del aparato digestivo (colorrectal, pancreático y esofágico)[81] |
106.000 |
6. |
Infecciones (respiratorias y sanguíneas)[82] |
95.000 |
7. |
Diabetes[83] |
76.000 |
8. |
Hipertensión arterial[84] |
65.000 |
9. |
Enfermedades hepáticas (cirrosis y cáncer)[85] |
60.000 |
10. |
Cáncer en la sangre (leucemia, linfoma y mieloma)[86] |
56.000 |
11. |
Insuficiencia renal[87] |
47.000 |
12. |
Cáncer de mama[88] |
41.000 |
13. |
Suicidios[89] |
41.000 |
14. |
Cáncer de próstata[90] |
28.000 |
15. |
Parkinson[91] |
25.000 |
Por supuesto, hay fármacos que pueden ayudar a tratar estas enfermedades. Por ejemplo, puede tomar estatinas para reducir el colesterol y, con ello, el riesgo de sufrir un infarto de miocardio; tomarse distintas pastillas e inyectarse insulina para la diabetes o ingerir una variedad de diuréticos y otros fármacos antihipertensivos para la hipertensión. Sin embargo, sólo hay una dieta unificada que puede ayudar a prevenir, detener o incluso hacer retroceder todas y cada una de estas enfermedades mortales. A diferencia de lo que sucede con la medicación, no hay una dieta óptima para la función hepática y otra dieta distinta para mejorar el funcionamiento de los riñones. Una dieta saludable para el corazón es saludable también para los pulmones. La dieta que ayuda a prevenir el cáncer resulta ser la misma que puede ayudar a prevenir la diabetes tipo 2 y el resto de causas de muerte que aparecen en la lista de las quince principales. A diferencia de los fármacos, que apuntan a funciones específicas; que pueden tener efectos secundarios peligrosos; y que, en ocasiones, tratan únicamente los síntomas, una dieta sana puede beneficiar a todos los sistemas del organismo a la vez, tiene efectos secundarios beneficiosos y puede combatir la causa subyacente de la enfermedad.
La dieta unificada que ha demostrado ser la mejor a la hora de prevenir y tratar muchas de estas enfermedades crónicas se basa en alimentos integrales de origen vegetal y se define como una pauta de alimentación que fomenta el consumo de alimentos de origen vegetal sin refinar y desalienta el consumo de carne, lácteos, huevos y alimentos procesados.[92] En este libro, no defiendo ni la alimentación vegetariana ni la vegana. Defiendo una dieta basada en la evidencia, y la ciencia mejor y más equilibrada de que disponemos sugiere que cuantos más alimentos integrales de origen vegetal consumamos, mejor, tanto para aprovechar todos sus beneficios nutricionales como para desplazar otras opciones menos saludables.
La mayoría de las consultas a médicos tienen que ver con enfermedades asociadas al estilo de vida, lo que significa que son enfermedades evitables.[93] En tanto que médicos, mis colegas y yo no nos formamos para tratar las causas de la enfermedad, sino sus consecuencias, mediante medicaciones para toda la vida que tratan factores de riesgo como la hipertensión, la glucosa en sangre y el colesterol. Este abordaje se ha comparado con secar el suelo alrededor de una pica que rebosa agua en lugar de cerrar el grifo.[94] Las empresas farmacéuticas están encantadas de venderle un nuevo rollo de papel de cocina cada día durante el resto de su vida, mientras el agua sigue fluyendo. Tal y como afirma el doctor Walter Willett, presidente de nutrición de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Harvard: «El problema inherente es que la mayoría de estrategias farmacológicas no abordan las causas subyacentes de la mala salud en los países occidentales, que no tienen nada que ver con la falta de fármacos».[95]
Tratar la causa, además de ser más seguro y más barato, también puede ser más eficaz. Entonces, ¿por qué no lo hacen más de mis colegas médicos? Porque no sólo no se les ha formado para ello, sino que tampoco se les paga para que lo hagan. La medicina del estilo de vida no beneficia a nadie (¡salvo a los pacientes!), por lo que no es una parte integral ni de la formación ni de la practica médicas.[96] El sistema funciona así. El sistema médico actual está organizado de modo que recompense la prescripción de fármacos y de intervenciones, no de verduras. Cuando el doctor Ornish demostró que era posible corregir la enfermedad coronaria sin fármacos ni cirugía, creyó que sus estudios ejercerían un impacto significativo sobre la práctica de la medicina. Al fin y al cabo, había encontrado una cura para la primera causa de muerte en el mundo desarrollado. Sin embargo, se equivocaba; no acerca de sus vitales conclusiones sobre la alimentación y el retroceso de la enfermedad, sino acerca de la influencia que el negocio de la medicina ejerce sobre la práctica de la medicina. En sus propias palabras, «me di cuenta de que el reembolso es un determinante mucho más poderoso que la investigación en la práctica médica».[97]
Aunque hay intereses creados, como la industria de los alimentos procesados y la industria farmacéutica, que lucharán con uñas y dientes para mantener el statu quo, hay otro sector corporativo que, de hecho, sale beneficiado si la población está más sana: la industria aseguradora. Kaiser Permanente, la mayor empresa asistencial de Estados Unidos, publicó una actualización nutricional en su publicación médica oficial, en la que informaba a casi quince mil médicos de que la mejor manera de seguir una alimentación saludable es adoptar «una dieta basada en alimentos de origen vegetal, que definimos como un régimen que fomenta el consumo de alimentos integrales de origen vegetal y desalienta el consumo de carne, lácteos y huevos, además del de todos los alimentos refinados y procesados».[98]
«Con demasiada frecuencia, los médicos desconocen los beneficios potenciales que tiene una buena alimentación y prescriben fármacos en lugar de ofrecer a los pacientes la oportunidad de corregir la enfermedad mediante una alimentación saludable y una vida activa... Los médicos deberían considerar la posibilidad de recomendar una dieta basada en alimentos de origen vegetal a todos sus pacientes, especialmente a los que padecen hipertensión, diabetes, enfermedades cardiovasculares u obesidad.»[99] Los médicos deberían ofrecer a sus pacientes la oportunidad de curar su enfermedad ellos mismos, mediante una dieta basada en alimentos de origen vegetal.
El mayor inconveniente que describe la actualización nutricional de Kaiser Permanente es que, quizá, la dieta sea demasiado eficaz. Si adoptásemos dietas basadas en alimentos de origen vegetal y siguiéramos tomando fármacos, la tensión arterial o los niveles de glucosa en sangre podrían bajar tanto que, al final, los médicos tendrían que ajustar la medicación o eliminarla por completo. Irónicamente, el «efecto secundario» de la dieta podría ser no tener que tomar más medicinas. El artículo acaba con la frase que tan bien conocemos: hay que seguir investigando. En este caso, sin embargo, «hay que seguir investigando para encontrar el modo de que las dietas basadas en alimentos de origen vegetal sean la nueva norma...».[100]
Aún distamos mucho de cumplir la predicción que Thomas Edison realizó en 1903, pero tengo la esperanza de que este libro le ayude a entender que la mayoría de las primeras causas de muerte y de invalidez en los países occidentales son más prevenibles que irremediables. El motivo principal por el que las enfermedades suelen ser hereditarias es que las dietas suelen ser hereditarias.
En lo que respecta a la mayoría de primeras causas de muerte, los factores no genéticos, como la alimentación, pueden explicar al menos entre un 80 por ciento y un 90 por ciento de los casos. Tal y como he explicado con anterioridad, esto se basa en el hecho de que los índices de enfermedades cardiovasculares y de cáncer grave presentan diferencias de entre cinco y cien veces en distintas partes del mundo. Los estudios migratorios han demostrado que no se trata únicamente de una cuestión genética. Cuando las personas se trasladan de zonas de riesgo bajo a otras de riesgo alto, su riesgo de contraer una enfermedad casi siempre se dispara para equipararse a la del entorno nuevo.[101] Además, las drásticas diferencias en los índices de enfermedad de una generación a la siguiente subrayan la primacía de los factores externos. La mortalidad por cáncer de colon en Japón en la década de 1950 no llegaba a la quinta parte que en Estados Unidos (inclusive estadounidenses de origen japonés).[102] En la actualidad, el índice de cáncer de colon en Japón es tan malo como en Estados Unidos, un ascenso que se ha atribuido, en parte, a que el consumo de carne en el país nipón se ha quintuplicado.[103]
La investigación ha demostrado también que los gemelos idénticos separados al nacer sufrirán enfermedades distintas en función de cómo vivan sus vidas. Un estudio reciente, financiado por la Asociación Americana de Cardiología, comparó los estilos de vida y las arterias de casi quinientos gemelos. Se concluyó que la dieta y los factores del estilo de vida superaban con claridad a los factores genéticos.[104] Compartimos el 50 por ciento de los genes con cada uno de nuestros progenitores, por lo que si uno de ellos fallece de un infarto de miocardio, sabemos que habremos heredado parte de esa susceptibilidad. Sin embargo, incluso cuando hablamos de gemelos idénticos que comparten exactamente los mismos genes, uno puede morir tempranamente como consecuencia de un infarto de miocardio, mientras que el otro podría vivir una vida larga y sana con arterias limpias, en función de lo que comiera y de cómo viviera. Incluso si ambos progenitores mueren por una enfermedad cardiovascular, deberíamos poder conseguir un corazón sano mediante una alimentación correcta. La historia familiar no tiene por qué convertirse en el destino personal.
Haber nacido con genes malos no significa que no puedan desactivarse. Tal y como verá en los capítulos sobre el cáncer de mama y la enfermedad de Alzheimer, aunque haya nacido con genes de alto riesgo puede ejercer un gran control sobre su destino médico. La epigenética es el novísimo campo de estudio que investiga este control sobre la actividad genética. Las células de la piel son muy distintas, tanto en aspecto como en comportamiento, a las de los huesos, el cerebro o el corazón, pero todas ellas tienen el mismo componente de ADN. Lo que hace que actúen de un modo distinto es que en cada una de ellas hay distintos genes activados y desactivados. Y ahí reside el poder de la epigenética. El mismo ADN, pero distintos resultados.
Permítame que le dé un ejemplo de lo extraordinario que puede llegar a ser ese efecto. Piense en la humilde abeja de la miel. Las abejas reina y las abejas obreras son idénticas genéticamente; sin embargo, las abejas reina ponen unos dos mil huevos al día, mientras que las obreras son funcionalmente estériles. Las reinas viven hasta tres años. Las obreras pueden morir a las tres semanas.[105] Lo que explica estas diferencias es la alimentación. Cuando la reina de la colmena está a punto de morir, las abejas nodriza eligen a una larva y la alimentan con una sustancia secretada llamada jalea real. Cuando la larva ingiere la jalea, se activa la enzima que hasta el momento había bloqueado la expresión de los genes reales. Y así nace la nueva reina.[106] La reina tiene exactamente los mismos genes que cualquiera de las obreras, pero ingerir jalea real permite la expresión de genes diferentes, y el resultado es que tanto su vida como la longitud de la misma cambian drásticamente.
Las células cancerosas usan la epigenética en contra nuestra, porque silencian los genes supresores de tumores que, de otro modo, podrían detener el avance del cáncer. Por lo tanto, aunque hayamos nacido con genes buenos, el cáncer puede encontrar el modo de desactivarlos. Se han desarrollado varias formas de quimioterapia que permiten que el organismo recupere sus defensas naturales, pero son tan tóxicas que su uso es muy limitado.[107] Sin embargo, en el reino vegetal (que incluye las legumbres, las verduras y las bayas) hay varios elementos que parecen ejercer el mismo efecto de forma natural.[108] Por ejemplo, se ha visto que verter té verde sobre células de cáncer de colon, de esófago o de próstata reactiva los genes que el cáncer ha silenciado.[109] Y esto se ha demostrado más allá de una placa de Petri. Tres horas después de haber ingerido una ración de brotes de brócoli, los niveles de la enzima que el cáncer usa para silenciar nuestras defensas en el torrente sanguíneo se reducen [110] hasta límites equivalentes o superiores al agente de quimioterapia diseñado específicamente para ese objetivo[111] y sin los efectos secundarios tóxicos.[112]
¿Y si siguiéramos una dieta repleta de alimentos de origen vegetal? En el Estudio Modulación de la Expresión Genética mediante Intervenciones en la Nutrición y el Estilo de Vida (GERMINAL por sus siglas en inglés), el doctor Ornish y sus colegas practicaron biopsias a varones con cáncer de próstata antes y después de tres meses de cambios intensivos en el estilo de vida, que incluían una dieta basada en alimentos integrales de origen vegetal. Sin quimioterapia ni radiación, se detectaron cambios positivos en la expresión de quinientos genes. Al cabo de tan sólo unos meses, la expresión de genes que previenen la enfermedad había aumentado y los oncogenes que promueven el cáncer de mama y de próstata se habían suprimido.[113]
Sean cuales sean los genes que hemos heredado de nuestros padres, lo que comemos puede afectar al modo en que influyen sobre nuestra salud. Básicamente, tenemos el poder en nuestras manos y en nuestros platos.
Este libro se divide en dos partes: el «porqué» y el «cómo». En la primera parte («por qué» comer de un modo saludable) exploraré el papel que desempeña la alimentación en la prevención, tratamiento y retroceso de las quince primeras causas de muerte en Estados Unidos y los países occidentales. Luego, en la parte 2, sobre el «cómo» estudiaré más de cerca aspectos prácticos sobre la alimentación saludable. Por ejemplo, en la primera parte veremos por qué las legumbres y las verduras son de los alimentos más saludables sobre la faz de la Tierra. Luego, en la segunda parte, veremos cómo comerlas (por ejemplo, abordaremos cuestiones sobre cuánta verdura debemos comer al día y si es mejor comerla cocida, en conserva, fresca o congelada). En la primera parte, veremos por qué es importante comer un mínimo de nueve raciones de fruta y verdura diarias y, luego, la segunda parte le ayudará a decidir si comprar productos orgánicos o convencionales. Intentaré dar respuesta a las preguntas que recibo a diario con más frecuencia y ofrecer consejos prácticos para hacer la compra y planificar las comidas, para facilitarle lo máximo posible la tarea de alimentarse a sí mismo y a su familia.
Además de escribir más libros, tengo la intención de seguir enseñando en facultades de medicina y dando charlas en hospitales y convenciones durante tanto tiempo como pueda. Seguiré en mi empeño de prender la chispa que llevó a mis colegas a elegir la profesión médica: ayudar a las personas a encontrarse mejor. En demasiados maletines médicos faltan herramientas e intervenciones potentes que pueden hacer que nuestros pacientes mejoren de verdad en lugar de ralentizar su declive. Seguiré esforzándome en intentar cambiar el sistema, pero usted, lector, no tiene por qué esperar. Puede empezar en este mismo instante, si sigue las recomendaciones que encontrará en los capítulos que siguen. Alimentarse de forma saludable es mucho más fácil de lo que pueda pensar, es asequible y, quizás, hasta le salve la vida.