No me casé con un vestido de mangas obispo porque ni tenía dinero para comprarme un traje nuevo ni las mangas obispo seguían de moda en 1950. Así que Madeleine me vendió su propio vestido de novia y le pidió a una amiga suya que me prestara un velo de encaje. Y yo le pagué a la mujer que me vendió las enaguas para que volviera a cogerme las costuras que a mi cuñada le habían ensanchado en el vientre. Quise bromear con que para la tercera boda me compraría finalmente un vestido nuevo y mío, pero sabía que Kun me habría dicho que pensar de esa manera me hacía muy francesa y se me encogió el estómago antes de abrir la boca.
Celebramos nuestra luna de miel en un barco rumbo a Madagascar.