María Magdalena

Hace ya bastante rato que terminé de conversar con Álex y Bianca no ha regresado a la habitación. Salgo a buscarla y la encuentro llorando mientras sostiene mi teléfono.

—¿Qué te sucede?

—Está visto que no perdiste el tiempo.

—¿De qué hablas? —pregunto sorprendida.

—De todas estas personas que te escriben: mujeres, hombres… Tienes hasta una app de citas y varias fotos de tipas desnudas.

—¿En serio, Bianca? Es que te escucho y no lo creo.

—No sé de qué te sorprendes.

—De que estés celosa.

—¿Piensas que no debo sentir celos?

—De poder, puedes, pero en realidad no tienes ese derecho. Ponte un momento en mi lugar y piensa si era justo que mientras hacías una vida, yo me la pasara en un rincón suspirando por ti.

—Yo…

—A ver, dilo, ¿qué es lo que te molesta? —le pregunto en un tono más fuerte de lo que pretendía.

—Que no puedo molestarme ni sentir celos porque fui yo quien fallé —dice irrumpiendo en llanto.

—No llores, amor —le digo y me pongo a su lado—. Debes estar tranquila para que ese chiquito dentro de ti se desarrolle sano. —Toco su vientre—. Yo siempre voy a estar aquí para ti. Debes borrar las cosas por las que ahora te recriminas si quieres ser feliz.

—Haré lo que me pidas. Solo dime lo que quieres que haga —me pide con las manos en posición suplicante.

—No, Bianca. Eres tú quien debe tomar sus propias decisiones. No es fácil, pero es necesario. —Asiente.

—Tienes razón.

—A ver, ¿qué dijo tu papá?

—Que viene, pero que ni loco se monta en un avión.

—Ok, Álex lo traerá esta noche y también a Lucy. Avisa a don Felipe para que se aliste.

—Ok —me dice mientras seca sus lágrimas—. ¿Qué debo hacer, Jess?

—¿Con qué?

—Con mi matrimonio, con este embarazo, contigo y conmigo.

—Piénsalo cuidadosamente y, si te cuesta expresarlo en palabras, anótalo en una libreta. Eso te ayudará en el proceso de ponerlo en práctica. Puedes contar conmigo.

—Ok, lo haré —dice tras expirar profundamente—. A propósito, Rodolfo te canceló.

—Querrás decir que tú lo cancelaste.

—Sí —me responde mirando al piso.

Respiro profundo, cierro los ojos y cuento hasta diez.

—Los vas a llamar y te disculparás, luego los invitas a cenar.

—¿Los?

—A él y a su esposa.

—Está bien.

Marca y se queda hablando. Yo regreso a la habitación y llamo nuevamente a Álex y luego con Lucy para que esté lista cuando pase a recogerla.

—Aceptaron —me dice desde la puerta cubriendo el micrófono del celular con la mano—. Se muestra muy curioso de saber quién soy yo.

—Envíale la ubicación y dile que nos reunimos a las nueve y media para cenar y conversar y que aquí te conocerá.

—Ya, Jess. Dice que te llama cuando esté saliendo para acá —me dice al colgar el teléfono.

—Ok.

—¿A qué hora llega Álex con papá y Lucy?

—Son cinco horas de camino, así que llegaran bastante tarde. Ponte ropa y vamos al súper.

—Preferiría descansar. Me siento agotada.

—Ok, le diré a Javier…

—¿Javi está aquí?

—Aquí en la casa no, pero debe andar paseando con Claudio.

—Pero ve si gustas. Mientras aviso a papá que Álex lo recogerá y luego organizo mis ideas y hago la lista que me dijiste. Así pongo dirección a mi vida de una vez por todas.

—No lo hagas solo porque yo te lo pida.

—Lo hago porque quiero caminar en el mismo carril que tú. Te necesito en mi vida.

—¿Y hace cuánto tiempo que te diste cuenta? —le pregunto.

—En realidad, me di cuenta en distintos momentos. Primero, cuando te dije que no quería seguir en la relación y luego cuando me casé. También cuando fuiste a buscarme al apartamento y en el aeropuerto antes de marcharme. Cuando me hablas y me miras, encuentro paz en ti —dice llorando.

—No llores —le digo—. Ve y haz tu lista. Sobre la mesa del comedor encontrarás papel y lápiz.

Camino a la salida, pero se me ocurre algo y me devuelvo.

—¿Has escuchado «A ti»?

—¿Qué?

—«A ti», de Arjona.

—No —responde.

—En la habitación hay una bocina pequeña, conéctala a mi laptop y busca la canción. Cuando la escuches entenderás muchas cosas.

Me acerco a ella y la abrazo cuidando de no lastimarla. Me despido con un beso en la frente.

—Regreso pronto. Solo compraré las cosas para la cena de hoy y el desayuno de mañana. Lucy se encarga de lo demás mañana —le digo cuando voy saliendo.

No llevo cinco minutos rodando cuando recibo una llamada.

—¿Cuál es la contraseña? —me pregunta.

—¿Qué es lo más lindo que me ha pasado en la vida? —respondo.

—¿Yo? —pregunta dudosa.

—Vuelve a intentar —le digo mientras sonrío y cierro.

Hago la compra lo más rápido posible. Ya en la caja saco todo y no es hasta que estoy frente al cajero que noto lo apuesto que es. Un tipazo moreno de pelo rizado, ojos color café y cuerpo atlético. Me mira a los ojos y muy sutilmente se muerde el labio inferior. Le sostengo la mirada y le sonrío.

—¿Algo más que desee la señorita? —pregunta con aire coqueto.

—A ti —le digo y sonrío.

—¿Cómo, cuándo y dónde? —pregunta y vuelve a morder su labio.

—Desnudo, cuando quieras y en mi casa o la tuya, si prefieres.

—¿Tienes donde anotar? —pregunta.

—Sí.

Me pasa su número y le marco. Cuando suena el timbre, pone su mano en el bolsillo.

—Salgo a las nueve —me dice.

—Tengo una cena a las nueve y media. Intentaré terminar lo antes posible, aunque se me ocurre que si quieres puedes ir.

—Te llamo cuando salga y coordinamos.

—Perfecto.

—Me caes tan bien que te ayudaré a llevar estas cosas al auto —me dice—. Robert, cúbreme —le pide a otro chico que tiene su mismo uniforme.

Cuando se levanta, me sorprende cuán alto es. ¡Mucho más que Álex! Toma el carro de la compra y camina conmigo hacia la salida.

—Allá está —le digo señalando.

Caminamos hacia el auto y mete las bolsas. Cuando termina, me mira fijamente.

—¿Me regalas un beso?

—Prefiero darte propina —le respondo mientras busco mi monedero—. No doy besos.

De repente, me toma de la cintura y se pega a mí, provocando un hormigueo en mi vagina.

—Te aseguro que a mí sí me los darás—murmura en mi oído.

Es un atrevido, pero debo admitir que huele muy rico.

Llego a la casa y escucho la canción que le sugerí a Bianca. Dejo las bolsas en la cocina y subo a la habitación. En sus manos sostiene una hoja completamente escrita. Por sus mejillas resbalan lágrimas. Me siento a su lado y pongo en pausa la canción.

—Por lo que veo, sí recordaste la clave.

—Nunca la olvidé.

—Estás muy emotiva.

—Sí, la canción me ayudó mucho, gracias —dice secando sus lágrimas.

—¿Y qué tal te fue con la lista?

—La terminé. ¿Quieres que lo hablemos ahora?

—Luego. Ahora hay que organizar un poco la casa y preparar la cena para nuestros invitados.

Estamos en plena faena cuando Rodolfo llama avisando que va saliendo. Le explico cómo llegar. Media hora después suena el timbre y ya todo está listo.

—Buenas noches —saluda Rodolfo efusivamente.

—Hola —dice Raquel, su esposa, mirando a Bianca sin disimulo.

—Bienvenidos —les digo—. Ella es Bianca. Bianca, Rodolfo y Raquel.

—Mucho gusto —dice Bianca.

—Un placer para nosotros conocer a otra hermosa señorita —dice Rodolfo.

—Pasemos a la mesa ya. La cena está lista —digo.

Al sentarnos a la mesa, Raquel mira a Bianca inquisitivamente. Podía leerse en su cara la curiosidad por saber a qué se debían los moretones.

—Tuvo un accidente —digo.

—Lo siento, no he querido ser indiscreta.

—Me gusta esta casa —interrumpe Rodolfo—. ¿Cuántas habitaciones tiene? —pregunta y de inmediato se lleva un gran trozo de carne a la boca.

—Ocho —respondo.

—¿Y cuánto es la tarifa?

—No está en alquiler, pero las demás sí.

—Lucen más pequeñas —dice.

—Lo son. Tienen cinco habitaciones, pero están tan bien equipadas como esta.

—¿Conoces al dueño del complejo?

—Sí.

—Me gustaría rentar esta casa para la Semana Santa. ¿Me ayudas a convencerlo?

—Convencerme, querrás decir. Yo soy la dueña, pero, como ya te dije, a diferencia de las demás villas, esta no está en alquiler.

—¿Y cuál es la diferencia? —pregunta curioso.

—Esta es para el uso de la familia.

—Comprendo. Tendré que conformarme con una de las otras.

—Puedes venir mañana y te la hago mostrar.

—¿Y ustedes qué son? —pregunta Raquel.

—Amigas —le respondo.

—Se nota que se quieren mucho —dice.

—Así es —le respondo sin mayor explicación.

La velada es bastante animada. Rodolfo es gracioso y gran conversador. Raquel es agradable, aunque algo entrometida. Bianca está muy callada.

—Disculpen, pero necesito recostarme —dice y se levanta de la mesa.

—Apenas has tocado la comida —le digo.

—No tengo apetito y me siento cansada.

—Ok. Sube y voy en un rato.

—Eres muy bonita, Jessica, las fotos no te hacen honor —me dice Raquel tan pronto Bianca se aleja.

—Gracias —le digo—. ¿Cómo haríamos lo de la actividad? —pregunto yendo al grano.

—Dijiste que no te gusta planificar las cosas —dice Rodolfo.

—Y no lo hago —respondo—. Estoy coordinando. Llegué ayer con planes de quedarme una semana, pero creo que me iré antes.

—¿Cuándo? —pregunta Raquel.

—Depende.

—¿De? —pregunta Rodolfo.

—Les explico —respiro profundo—. Bianca es el amor de mi vida.

—Se nota… —interrumpe Raquel.

—¿Sí?

—En su mirada y también en la tuya. Apuesto a que te portaste mal, se pelearon, viniste acá y ella vino a por ti.

—Teníamos varios meses sin vernos. Te podrás imaginar lo que significa que ahora esté aquí.

—Entiendo —dice.

—¿Qué tiempo tienen juntas? —pregunta Rodolfo.

—Menos del que parece —respondo—. El punto es que mi agenda ha cambiado y preciso saber cómo sería nuestro pendiente.

—¿No te traería problemas? —pregunta Rodolfo.

—Ella es el amor de mi vida, pero eso no se opone a mis placeres.

—Mañana sería un buen día, aunque, si por mí fuera, sería hoy mismo —dice Raquel—. Tengo una pregunta.

—¿Sí?

—Sé que la propuesta es que nos observes, pero me gustaría saber si es posible que estemos tú y yo juntas.

—Es posible, pero tengo mis condiciones.

—¿Cuáles?

—¿Estás dispuesta hacerte pruebas de ETS?

—¿Te doy la impresión de estar enferma? —dice ofendida.

—No te ofendas. De hecho, te vez muy saludable, pero es un asunto de prevención.

—Entonces, ¿tú también te las harás?

—Por supuesto.

—Será cuestión de lunes —dice, ya menos a la defensiva.

—El lunes será entonces.

Acabamos la cena y durante la sobremesa de menos de una hora la pareja se acaba dos botellas de vino. Acordada la hora de nuestro próximo encuentro, se despiden. Poco después, timbra mi teléfono.

—Buenas noches.

—Hola, hermosa.

—¿Quién es?

—Veo que no guardaste mi número.

—¿Eres el tipo del súper?

—El mismo.

—No anoté tu nombre porque no me lo diste.

—Me llamo Iván.

—Y ¿podrías venir ahora o es muy tarde para ti?

—Por eso te llamaba. Me gustaría saber si nos vemos mejor mañana. Se me ha presentado algo justo cuando me alistaba.

—¿Y ese «algo» tendrá nombre de mujer?

—Adivinaste. Mi novia me hizo visita sorpresa y no le ha gustado nada encontrarme engalanado si no voy a salir con ella…

—Por mí no hay problema… —digo— en vernos mañana, me refiero.

—¿No te molesta que tenga novia?

—En lo absoluto —le respondo con desinterés—. No te quiero para casarme contigo.

—¿Pues pa qué entonces?

—Pa cogernos y soltarnos —le respondo—. Te enviaré la dirección y te espero como a esta hora mañana. Me avisas al menos veinte minutos antes de llegar. Adiós. —Cuelgo.

Me voy a la habitación. Bianca no está y la busco por toda la casa. En esas estoy cuando llama Álex.

—Estamos como a treinta minutos. ¿Quieren algo?

—No. ¿Ustedes ya cenaron? Aquí hay poca cosa… Básicamente, desayuno.

—Tranquila que ya comimos algo en un parador. Nos vemos en breve.

Cuelgo y sigo buscándola. La encuentro en la última habitación donde se me ocurrió buscar: la de servicio. Nuevamente está llorando. Respiro profundo y me acerco despacio. Me siento en la cama, a su lado.

—¿Por qué lloras, Magdalena? —le pregunto con suavidad.

—¿Magdalena?

—¿Has leído el nuevo testamento?

—No.

—Se les dice así a las mujeres que lloran mucho. Es en referencia a María Magdalena, una supuesta prostituta salvada por Jesús de ser lapidada. El punto es que, por su condición de «pecadora arrepentida», la iconografía la representa siempre llorando. Lo de supuesta es porque algunas teorías dicen que era mujer de Jesús y que, hombres celosos de su cercanía con el maestro, posiblemente los apóstoles, la difamaron, de manera que quedó inscrita en la historia como redimida, pero esa es otra historia.

—¿Qué es la iconografía, Jess? —pregunta tras un sollozo.

—Es lo que estudia y analiza las cualidades de las cosas relacionadas con un personaje o un tema.

—¿Entonces soy María Magdalena para ti?

—Lloras mucho, Bianca, y ahora con más frecuencia. Supongo que es por el embarazo.

—¿Con quién te vas a ver mañana?

—¿Estás espiándome?

—Sí. Te escuché decirle a alguien que se cogerán para luego soltarse…

—Quizás —le digo.

—¿Por qué?

—Porque me gusta —le respondo—. ¿Me vas a mostrar la lista? —le pregunto cambiando de tema.

—Vamos al comedor —me dice tras ponerse de pie.

Nos sentamos a la mesa y saca de su bolsillo una hoja completamente escrita por ambos lados.

—Vaya, veo que no te cortaste. Pero eres tú quien debe leerla —le digo devolviéndole el papel—. Será como una terapia.

—Me da vergüenza —responde.

—No hay prisa. Tómate tu tiempo y, cuando te sientas lista, empiezas a leer.

—Ok.

Mira el papel por un buen rato, luego inspira profundo y finalmente empieza.

—Uno —dice y expele aire por la boca—: me gustaría dejar de actuar por impulso. Dos: tengo que ser valiente y preguntarle a Jess si me ha perdonado de verdad —dice mientras toca mi mano y me mira a los ojos.

—Sí, Bianca. Te perdoné hace tiempo —le digo y sonríe.

—Tres: tengo que resolver lo del divorcio. Cuatro: tengo que tomar una decisión con el embarazo. Cinco: tengo que ser valiente para enfrentar a mi papá. Seis: tengo que recuperar a mi amor bonito. —Se sonroja—. Siete: tengo que aprender a dejarme guiar por Jess. Ocho: debo demostrar más mi amor y controlar mis emociones. Nueve: tengo que producir dinero.

—¿Qué pasó con tu negocio, Bianca? —le pregunto.

—Tuve que venderlo.

—¿Tú querías hacerlo?

—No.

—¿Entonces por qué lo vendiste?

—Él me hizo desprenderme de todo lo que tenía aquí.

—¿Tu apartamento?

—Pensaba que era de mi padre. Nunca le dejé saber que en realidad era mío.

—Escúchame —le digo sujetándola por los hombros—. Nunca permitas que nadie, ni yo, ni tu papá ni mucho menos un tipo de mierda te obligue a hacer lo que no quieras hacer. Es difícil porque llegas a sentirte egoísta o que eres injusta, pero las decisiones que tienen que ver con aspectos vitales de tu vida tienes que tomarlas tú. De otro modo, siempre estarás a merced de los que te rodean.

—Tú eres la única que siempre me ha motivado a hacer lo que quiero —me dice.

—Te casaste con un extraño para cumplir el sueño de tu padre, sacrificando el tuyo. Te lastimaste haciendo lo que no querías y ahora lastimarás a quien te llevó a hacerlo.

—Tienes razón. No ha valido la pena.

—¿Te das cuenta de cuántas personas somos afectadas por una decisión sobre tu propia vida que has evadido tomar? —le pregunto a punto de llorar.

—Te he lastimado a ti y también a mí. Ahora le romperé el corazón a mi papá diciéndole cómo ha sido en realidad mi matrimonio y que espero un hijo que no buscaba concebir, al menos, no con el monstruo con quien me casé.

—Mírame —le digo levantando su rostro—. ¿Quieres continuar este embarazo?

—No quiero responderte.

—Sé que no quieres.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque te conozco. No importa si sonríes o no, yo sé cuándo estás genuinamente feliz y no es lo que veo en ti ahora. Pero no seré quien te diga lo que tienes que hacer. Sin embargo, sea cual sea tu decisión, estaré aquí para ti. Te lo prometí el día de tu cumpleaños.

—Sabía que fuiste tú cuando recibí esas flores. ¿Cómo supiste dónde vivía?

—Me lo dijo un pajarito.

—Me trajo muchos problemas ese arreglo de flores, pero valió la pena. Aún conservo la nota.

—Lo siento, no quise…

—¿Puedo continuar? —me interrumpe.

—Sí, por favor.

—Diez: quiero dedicar más tiempo a amar a Jess, cuidarla y corresponderle como merece. También a respetar sus gustos. Bien, esas son las primeras diez. Escribiré más cuando estas estén cumplidas.

—Ok, pues puedes empezar por tachar la segunda. —Asiente y así lo hace.

—¿Con cuál debo seguir?

—Con la que elijas. El orden en que lo hagas también depende de ti.

—Lo próximo será el dinero —dice con decisión—. Necesito recursos para pagar mi divorcio.

—¿Has iniciado el proceso?

—Tengo cita en la corte en quince días.

—El dinero no será un problema —le digo.

—Dinero mío, Jess, no tuyo.

—En realidad, me refiero a dinero tuyo. Cuando me devolviste el local, lo volví a poner a tu nombre al igual que el penthouse. El negocio lo vendiste, pero el local siguió recibiendo renta. También el penthouse estuvo rentado. A estas alturas tienes cerca de cuarenta mil.

—Cuarenta mil no es mucho, pero puedo empezar… —me interrumpe.

—Dólares —continúo—. El local paga dos mil y el penthouse tres mil quinientos. Son cinco mil quinientos al mes por unos siete u ocho meses. Mañana Manuel nos dirá.

—¿Quién es Manuel? —pregunta.

—Mi contador. ¿Acaso no revisas tus cuentas?

—Para qué si las dejé sin dinero.

—Pues ahí debe estar el dinero—le digo.

—No es mi dinero.

—¿Nuestro? —le pregunto.

—Tuyo —me dice.

—Nuestro porque estás a mi lado. Dijiste que quieres dejar de actuar por impulso. Para crecer mental, académica y económicamente, debes dejarte ayudar.

—Me gusta trabajar las cosas.

—Y porque lo sé es por lo que confío en ti lo suficiente. Debes aprender a analizar y sopesar las cosas y luego entonces tomas una decisión. Si no estás segura, lo conversamos.

—¿Escuchas eso? —me pregunta.

—Sí. Alguien grita allá afuera —le respondo al percibir una voz lejana—. Creo que es Álex.

Me levanto y voy hacia la puerta de entrada. Efectivamente, es Álex, a quien saludo efusivamente y a don Felipe con menos cordialidad, aunque sí con respecto.

—¿Y Lucy?

—Insistió en sacar las cosas del auto —dice Álex entornado la vista hacia arriba—. Dice que ella conoce su orden.

—Hola, Lucy —le digo quitando una maleta de sus manos.

—Qué bueno verla —me dice.

—¿Cansados?

—¡Sí! —responden los tres al mismo tiempo.

Entramos directos al comedor donde nos espera Bianca. Don Felipe se queda de una pieza al verla y empieza a llorar.

—¡Mi niña! —exclama y la abraza fuertemente—. ¿Qué te pasó?

—Vamos —les digo a Álex y a Lucy, señalando la salida.

Nos movemos a la cocina para darles privacidad. Procuro una botella en la despensa y la descorcho.

—¿Deseas algo, Jessica?

—No. Vaya a descansar. Mañana hay que ir al súper porque solo hay cosas para el desayuno. Extraño tu comida a la leña —le digo saboreándome.

—¿Cocido? —me pregunta sonriendo.

—No sé qué haría sin usted, Lucy. —Le estampo un sonoro beso—. Duerma bien —le digo cuando atraviesa la puerta.

—¿Qué demonios le pasó? —pregunta Álex en referencia a Bianca.

—Su esposo le pegó.

—¿Por qué?

—Está embarazada —le digo mientras sirvo el vino.

—Pero eso es una bendición —dice.

—Al parecer, el muy hijo de puta no piensa igual.

—Esa boca… —me reprocha.

—Perdona la grosería —le digo tras un sorbo de vino—. Me da muchísima rabia que ese infeliz le haya pegado, sobre todo, en el estado en que se encuentra.

—Supongo que tendrá al niño.

—Me encantaría, Álex —le digo y suspiro—, pero no lo tiene claro y es una decisión que solo ella debe tomar. La idea de un hijo a mí me da felicidad, pero no quiero imponerme. Odiaría que lo tenga por complacerme y luego no pueda amarlo. Después de todo, también es hijo de esa bestia.

—Comprendo.

—En todo caso, cualquiera que sea su decisión, no estará sola.

Escucho mi teléfono timbrar. Está donde se encuentran Bianca y su padre. Mientras me acerco, escucho el tono acalorado de su conversación. Entro brevemente y dejan de hablar. Tomo el teléfono y salgo de inmediato. Es Iván.

—Hola —digo.

—Disculpa la hora —me dice—. ¿Te desperté?

—No. Estaba tomando un poco de vino —le digo mientras regreso a la cocina.

—¿Queda un poco?

—Digamos que suficiente.

—¿Puedes salir?

—Puedo, pero no quiero —le digo mientras me siento—. En todo caso, si gustas, puedes venir.

—¿Dónde estás?

—¿Conoces el complejo Villas White?

—Conocerlo, conocerlo, no, pero sé dónde queda. No es lejos de donde me encuentro.

—Ven y nos tomamos unas copas. Ah, estoy con más personas. Espero que no te moleste.

—¿Tu esposo?

—De esos no tengo. —Dejo salir una risita y Álex me mira algo curioso.

—Estaré como en quince minutos.

—Tómate tu tiempo. Avisaré al lobby y, cuando llegues, te identificas. —Cuelgo.

—¿Me cuentas o tengo que adivinar?

—Es un chico que conocí en el súper.

—¿Sí?

—Es hermoso y me apetece tener sexo con él.

—¿No crees que estás un poco descentrada?

—¿A qué te refieres?

—¿Con cuántas personas te has acostado después que terminaste con Bianca?

—Chicas, unas catorce, y, si hoy cojo con Iván, serán dieciséis chicos.

—¿Llevas una cuenta de las personas con quienes te acuestas?

—Más que eso. Las anoto en el celular —admito con algo de vergüenza—, con fecha y calificación.

—¿No será que quieres demostrar algo?

—¿A qué te refieres?

—Sabes perfectamente a qué me refiero. Sé sincera o seré duro contigo.

—Me encanta que te pongas duro contigo —le digo.

—Hablo en serio, Jess.

—¿Qué? —le pregunto con fastidio.

—¿Vas a decirme que has disfrutado tener sexo con más de treinta personas en menos de un año?

Niego con la cabeza y bajo el rostro mientras lucho con una lágrima que se asoma. Él levanta mi barbilla con su mano. Me mira directamente a los ojos y respira profundamente.

—Cuando brincas tanto busca más que sexo. Estás procurando en otras pieles algo que tuviste, pero ya no. —Mueve la cabeza hacia la puerta—. Lo que perdiste está ahí afuera. ¿Qué piensas hacer?

—¿Cuándo divertirse se convirtió en un problema? A veces duele tanto que ya ni sé lo que hacer.

—El sexo es gozo, Jess. Me consta que estar contigo es una experiencia inolvidable para cualquiera, pero ¿por qué hacerlo solo para evadirte? Te repito que tu vacío tiene nombre y apellido. Por ejemplo, dime qué es lo que hacemos tú y yo cuando tenemos sexo.

—Nos disfrutamos. Eso hacemos.

—¿Y cuál ha sido la diferencia con los otros casi treinta?

—Con ellos ha sido solo sexo.

—¿Y te has sentido satisfecha?

—En realidad, ha sido sexo vacío sin ninguna emoción.

—¿Aún piensas en ella cuando tienes sexo con alguien más?

—¿Acaso ahora eres mi terapeuta?

—No, solo quiero entender por qué prefieres tener sexo con cualquiera cuando puedes hacer el amor con tu mujer.

—No es mi mujer —le digo y empiezo a llorar.

—No deja de serlo porque no lo diga un papel. Ustedes están más conectadas que cualquier pareja que conozca. No las une solo el sexo; se aman de verdad.

—Entonces entiendes que debo pasármela perdonando a quien dice que me ama y luego me lastima.

—Ha dejado todo atrás y vino por ti.

—Lo tenía todo conmigo. No tenía necesidad de irse —le digo a puro llanto—, pero prefirió dejarme y casarse con alguien que no ama, sin decirme nada hasta el último momento porque, según ella, no iba a entender.

—Jess —respira profundo—, eres una mujer inteligente que perdona de corazón y no conoce el rencor. Bianca es emocionalmente inmadura y lo sabes. No la estoy justificando, pero, al menos, entiende que no procesa las cosas como lo hacemos tú y yo.

—Yo la perdoné. A pesar de las veces que lloré y me sentí desgraciada por mi incapacidad para dejar de amarla. Pero eso no significa que le voy a dar cabida en mi vida así de fácil como si nada hubiera pasado.

—No eres tan fuerte como te quieres mostrar. Soy testigo de cómo Bianca con tan solo hablarte te hace cambiar de opinión. Es tan natural que ni cuenta te das.

—Lo sé y me molesta que tenga tanto poder sobre mí.

—¿Por qué te duele tanto?

—No es fácil explicarlo.

—Te entiendo, Jess. A veces es difícil sacarse las cosas del corazón.

—Creo que nunca entendió mis sentimientos por ella —le digo con la voz quebrada—. No sé si le di más de lo que se merecía.

—Diste lo que tenías en el corazón. Así que deja de rabiar, por favor.

—No se trata de rabia —digo secando mis lágrimas—. Es decepción por quizás esperar más de alguien de lo que realmente puede dar.

Timbra mi teléfono y es Iván nuevamente.

—¿Sí?

—Ya estoy aquí. ¿Dónde es exactamente?

—Te paso a alguien para que le digas dónde estás. Él irá a por ti.

Álex sale con mi teléfono por la parte trasera y regresa al cabo dos minutos con Iván y una joven hermosísima. La miro de arriba bajo, me giña un ojo y sonríe.

—Buenas noches —dicen ambos.

—Buenas noches —les respondo y extendiendo mi mano, primero a ella, que aprieta fuerte y me sostiene la mirada, y luego a él.

—Me llamo Cecilia —dice—, soy la novia de Iván.

—Yo soy Jessica, Cecilia. Y el motivo por el que invité a Iván aquí es porque me apetece tener sexo con él.

Con mucha sutileza, Álex me da un pellizco en la espalda.

—Me gusta tu sinceridad —me dice serenamente—. ¿Y usted tiene nombre? —pregunta a Álex comiéndoselo con la mirada.

—Me llamo Alejandro, pero pueden llamarme Álex.

—¿Qué les gustaría tomar? —pregunto mirando a ambos.

—¿Qué tienes? —pregunta Iván.

—Lo que se te antoje.

—Para mí, vino —dice Cecilia.

—Pues igual para mí —dice Iván.

Álex va a al gabinete a por dos copas y les sirve de la misma botella que compartimos.

—¿Qué cuesta rentar esta villa? —pregunta Iván tomando la copa que le pasa Álex.

—Me parece que esta no se renta. ¿Cierto, Jess? —pregunta Álex.

—Es una pregunta recurrente. —Sonrío—. Esta no se renta porque es familiar, las demás sí. Si quieren, pueden venir mañana y hago arreglos para que alguien se las muestre.

—¿Qué tiempo tienen de novios? —pregunta Álex.

—Tenemos cuatro años, dos de los cuales como swinger.

—¿Y ustedes cuánto tiempo tienen? —pregunta Cecilia con marcado interés.

—No somos pareja —dice Álex riendo.

—Pero tenemos un fantástico sexo —agrego.

—¿Qué opinas del swinger?

—Me encanta. El swinger es una práctica solidaria basada en la lealtad y la confianza. ¿Es así su relación?

—Por supuesto. Me invitaste a una copa y la traje a ella.

—Desde que me habló de ti le dije que quería conocerte.

En ese momento entra Bianca. Su semblante es triste. Saluda débilmente y se pega a mí.

La miro a los ojos, me pongo de pie y tomo su mano. Me disculpo y salimos al pasillo. Me arrimo y la abrazo suavemente. Luego le doy un beso en la frente.

—¿Pasa algo con tu padre?

—Ha sido difícil. Hasta se quería ir esta misma noche… Lucy ha tenido que intervenir y se lo ha llevado a pasear.

—Te prometo que hablaremos más tarde —le digo—. Tenemos visita y hay que atenderlos.

Pasamos a la sala. Cecilia, Iván y Álex se sientan en un solo sofá, Bianca y yo en frente de ellos.

—¿Cómo es tu nombre? —pregunta Cecilia dirigiéndose a Bianca.

—Bianca —responde en voz muy baja.

—Un placer —dice Cecilia—. ¿Qué te pasó? —pregunta mientras toca un moretón en su brazo.

—Un accidente —responde con parquedad.

—Entonces, Jessica, ¿aún quieres sexo con Iván? —me pregunta Cecilia.

—Claro —respondo, notando la incomodidad de Bianca.

Bianca me mira con semblante visiblemente enojado. Respira profundo y me adelanto justo cuando veo que va a hablar.

—Contigo también si quieres —digo mirando a Cecilia.

—Me voy a dormir —dice Bianca poniéndose en pie, visiblemente molesta.

—No es necesario, Bianca. Quédate —le pide Álex.

—No, Álex. No podría soportarlo.

—Siéntate, Bianca —le ordeno.

Me obedece, pero ahora es Álex quien se pone de pie. Se disculpa y pasa a la cocina y desde la puerta me hace señas. Se ve molesto.

—Me parece tonto y excesivo lo que haces.

—¿Qué?

—Provocar a Bianca con alguien que ni siquiera es tu tipo.

—Sé que no lo es —le digo—. De hecho, es más del tuyo. ¿Qué te parece si cojo con él y tú con ella?

—No, Jess. Arregla las cosas con Bianca antes de que esto se te vuelva un mierdero que no puedas limpiar.

—Sabes bien que no fui yo quien empezó a regar mierda por todos lados. Debiste pedirle eso a ella en su momento.

Volvemos a la sala y nos sentamos en los mismos lugares.

—¿Puedo tomarte la mano? —me susurra Bianca.

—¿Para? —le respondo también susurrando.

—Estamos cerca físicamente, pero te siento lejos.

—¿Tienes novia? —pregunta Iván a Álex interrumpiendo nuestra conversación.

—Es complicado —responde.

—Puedo prestarte la mía —dice—. No me molestaría, siempre y cuando me la devuelvas feliz —agrega.

Álex me mira con picardía y luego a Iván.

—Entonces, ¿puedo? —le pregunta a Iván.

—Sin ninguna pena —le responde.

Iván toma la mano de Cecilia y la hace girar en el centro. Todos la observamos mientras ella se quita la blusa y luego el sostén. Comienzo a excitarme. Se quita la falda dejándose solo una diminuta tanga. Su cuerpo es menudo, pero bastante escultural. Se sube sobre Álex, a quien Iván le toma una mano y la lleva hasta el trasero de Cecilia. Él aprieta y ella responde con un agudo gemido. Luego se suelta el pelo que, para mi sorpresa, cae hasta su cintura. Iván se pone de pie y se sienta a mi lado.

—Disfrutemos del espectáculo —me susurra.

Bianca se levanta y se acomoda entre nosotros.

—¿Quieres tener sexo con él? —me pregunta apenada.

—Sí, pero quiero verlos a ellos antes.

—Muero por besarte, Jess —me dice Bianca, besando el dorso de mi mano.

—Ella no da besos —dice Iván.

—Sí los doy, pero solo a ella.

—¿Entonces por qué no la besas? —pregunta observando a Álex y Cecilia fundidos en un apasionado beso.

—Tengo mis razones —le susurro—. A propósito, muy linda tu novia —agrego.

—¿La besarías a ella?

—Ya te dije que mis besos solo son para Bianca —le digo exasperada—. ¿Puedo disfrutar del espectáculo? —pregunto cortante.

—Claro, preciosa.

—¿No te molesta que solo vea?

—Descuida, disfruto bastante cuando observo cómo se la cogen.

—Te comprendo a la perfección —le digo observando a Álex desnudarse.

—¿Voyerista?

—En cierta forma —le susurro.

—¿Has cogido a alguien para hacer feliz a tu mujer? —le pregunta a Bianca.

—Sí —responde—. Lo hice porque ambas quisimos.

—¿Y te gustó la experiencia?

—Mucho.

—¿Y verla a ella con alguien más también te gusta?

—Más o menos.

—¿Celosas? —pregunta tocando mi mano.

—Ella un poco o, más bien, mucho; yo en lo absoluto —respondo.

Álex toma un condón del bolsillo de su pantalón. Cuando rompe la envoltura, Cecilia se lo arrebata y lo coloca en su boca, se hinca y en un solo movimiento se introduce el pene en la boca, que sale completamente cubierto. Lo empuja al mueble y se monta a horcajadas sobre él y se introduce ella misma el pene, sin tapujos. Empieza a subir y bajar rítmicamente mientras mira a Iván que se levanta con una erección bastante visible. Lo miro y muerdo mi labio inferior.

—Coge con él, Jess. Sé que es lo que quieres —me dice Bianca con la voz entristecida.

Iván se quita la camisa mostrando un abdomen bien definido, se quita el pantalón dejando ver que el resto de su cuerpo es igualmente bien proporcionado. Se queda con los calzoncillos y me lo como con la mirada. Mi cuerpo pide a gritos que coja con él. Mientras, Álex cambia de posición y coloca a Cecilia de espaldas. Ella eleva el trasero e Iván se le coloca en el frente con el pene en la mano. Ella lo toma y lo introduce en su boca, al tiempo que Álex vuelve a penetrarla. Puedo ver cómo se goza con cada embestida. Iván se les une en el mueble y ella se zafa de Álex.

—Te toca a ti —le dice Cecilia a Iván.

—Tú no te preocupes que aún hay un hueco vacío —le dice Álex—. Además, también tengo boca —dice mirándome.

Le sonrío sutilmente mientras siento la humedad empapando mi ropa interior. Álex se reacomoda y se acuclilla para penetrarla por detrás. Ella gime y lo disfruta de forma muy natural. Iván se sumerge en ella y su pene entra y sale visiblemente cubierto de sus fluidos.

—Estoy mojada —me dice tomando mi mano.

—Yo también lo estoy —le digo.

Gime fuertemente mientras Álex la penetra con vigor. Empieza a jadear y en un fuerte gemido se deja ir mientras aprieta las caderas. Se separa de ambos y se sienta a nuestro lado con la respiración aún agitada. Iván la besa con mucha ternura y luego la carga en sus piernas. Empieza a penetrarla despacio mientras le acaricia el rostro. Al observarlos, me visualizo a mí misma haciendo el amor con Bianca.

—Te ves hermosa —le dice Iván a Cecilia fundiendo en ella.

Ella imprime velocidad a su movimiento y en breve se estremece en un fuerte orgasmo. Agotada, se recuesta sobre Iván y permanecen así por un rato, besándose. Cuando Cecilia se levanta deja un esperma espeso y blanco sobre la pelvis de Iván.

—Buscaré unas toallas —dice Bianca.

—Te acompaño —le dice Álex mientras se pone de pie.

Cuando se alejan noto que Bianca recuesta su cabeza en el pecho de Álex y él le acaricia la mejilla. Percibo que durante nuestra separación hubo un acercamiento más profundo entre ellos.

—Qué lindos se ven. Me encantaría que alguna vez Bianca entienda lo bueno de una relación abierta.

—Se comparte mucho placer con otros, pero, en cuanto al amor, somos muy celosos —agrega Iván y, a continuación, estampa un beso en la frente de Cecilia y la abraza con ternura.

—Es algo que ella aún no entiende. Sus celos la dominan.

—Lo hará a su tiempo. Ten paciencia y calma —dice Cecilia.

—Necesitaré dosis en cantidades industriales…

—El amor es la mejor fórmula —dice Iván.

—La amo con toda mi alma, pero es terca como una mula.

—¿Jessica? —pregunta Cecilia.

—Sí —respondo.

—¿Aún quieres sexo con Iván?

—Buena niña —le digo con picardía—. Por supuesto, pero por ahora debo manejar una situación que no sé en qué terminará. Mañana es un buen día para lo que surja.

—Me parece buena idea —dice Iván.

—Los invito. Vengan al mediodía con sus trajes de baño.

—Claro, no tenemos nada para mañana —dice Cecilia.

Bianca se aproxima con las toallas. Le da una a cada uno y se aproxima a mí. Tiene el rostro lloroso.

—¿Qué te pasa? —le pregunto.

—Nada. Necesito dormir. ¿Puedo irme ya?

—Sí. Quédate en la habitación al lado de donde te bañaste.

—¿No vas a dormir conmigo?

—Prefiero que no.

—Por favor, Jess.

—Dije que no —le digo y se marcha.

—No seas tan dura con ella —me dice Iván.

—Créeme que no lo soy tanto. Después de lo que me ha hecho pasar, ni siquiera debiera dirigirle la palabra.

—¿Y por qué siguen juntas? —pregunta Cecilia mientras se viste.

—Porque la amo y eso es más fuerte que cualquier otra cosa. Intenté olvidarla por meses y fue imposible. Es una historia complicada que ocuparía mucha plática y vino —digo sonriendo.

—Bueno, ha sido una buena velada, pero nos vamos ya —dice Iván—. Una cosa, Jessica: si la amas, olvídate de lo que pasó y vivan el momento —agrega—. Nos veremos mañana.

Ya se han ido cuando Álex se acerca envuelto en una toalla.

—¿Se fueron?

—Sí. Los invité para mañana.

—Muy bien. Ella es deliciosa.

—Me alegro de que lo hayas disfrutado. ¿Te queda energía?

—¿Tienes ganas? —pregunta.

—Muchas.

Se me acerca y respira profundo sobre mi cuello.

—Puedo complacerte, pero tengo dos condiciones.

—¿Cuáles? —le pregunto pegándome a él.

—Quiero que me beses. No quiero seguir siendo uno más con el que coges.

—¿La otra?

—Bianca debe estar presente.

—¿En serio?

—Por favor —dice mientras mete su mano en mi pelo y tira de él un poco.

Coloco una pierna sobre la mesa del centro, meto su mano dentro de mis pantalones para que sienta mi humedad.

—Con que me penetres es suficiente. Además, no tengo que pedirle permiso a Bianca para tener un orgasmo.

Me estremezco cuando siento que sumerge sus dedos profundamente en mí. Gimo y siento su erección contra mi muslo. Me arroja al mueble y me quita el short. Se recuesta sobre mí y me sujeta por el cuello. Se balancea desde adelante hacia atrás rozando su pene contra mi vagina. Me penetra suavemente y cierro los ojos. Luego me acaricia el rostro mientras empuja con fuerza. Abro los ojos y quien toca mi rostro es Bianca. Me mira extasiada mordiendo su labio.

—Eres hermosa, Jess —susurra mientras Álex afianza su vaivén. Ella toma mi mano y aprieta con fuerza y tengo un orgasmo. Álex va más rápido y fuerte, pero sigo perdida en su mirada y me dejo ir otra vez.

—Quiero besarte, Jess —dice Álex—. Por favor.

—No —le respondo. Mi mente se nubla y me bloqueo de tal manera que no puedo continuar. Emito un lastimoso quejido y Álex se detiene.

—¿Te he lastimado?

—¿De quién fue la idea? —pregunto sin responderle.

—Mía —dice Bianca.

Me cubro el rostro con ambas manos y doy rienda suelta al llanto. Ella intenta tocarme, pero no se lo permito. Llegan tantos recuerdos a mi mente y lo único que quiero es gritarle todo lo que tengo dentro. Me toma unos minutos recomponerme y, cuando lo hago, la miro a los ojos.

—Tú nunca entendiste lo que sentí por ti, ¿verdad? Nunca fuiste capaz de ver que te quería de verdad y que eras lo más importante para mí y, aun así, te fuiste de mi vida y ahora regresas para atormentarme.

—Jess —dice llorando.

—Escúchame. Algún día volverás a ser feliz así no sea conmigo, pero estoy segura de que nunca nadie te va a amar como yo. Aunque no lo creas, te tocó la mejor versión de mí, esa que nadie había tenido y seguramente nadie más tendrá.

—Perdóname —suplica.

—No quiero escucharte, Bianca.

—No soy capaz de expresar las cosas como tú.

—Lo sé —digo— y por eso me duele aún más.

Álex nos mira con expresión conmovida. Aunque lo disimule, en el fondo es muy sensible.

—Me voy a dormir —digo—. Gracias por mis malditos orgasmos —agrego mirando a Álex.

Subo a mi habitación y aseguro la puerta. No quiero sucumbir a ella si se le ocurriera colarse en mi cama durante la madrugada.