Casi sin darnos cuenta, los días se convierten en semanas. Gracias a Dios, luego de casi dos meses, Bianca está casi restablecida, lo cual no solo me da paz, sino que me permite librarnos de la insaciable e irritante curiosidad de Priscila. Estamos en lo que esperamos sea su último chequeo médico. Luego iremos a su casa, como le prometí. Allá le espera una gran sorpresa.
—¿Cuándo conoceré a Alejandro? —me pregunta mientras esperamos su turno para consulta.
—¿Qué te parece en tu cumpleaños?
—Tenía la idea de que nos fuéramos unos días solas tú y yo.
—Mi agenda está muy complicada y no creo poder marcharme por mucho tiempo.
Nos interrumpe la asistente del doctor que nos llama al consultorio. Tras veinte minutos de revisiones y preguntas salimos muy contentas.
—¡Al fin podemos tener sexo sin que te preocupes tanto! —dice extasiada y me planta un beso en la boca en pleno pasillo, ante la mirada atónita de los demás pacientes.
—Vamos —le digo mientras noto algunas caras de asombro y otras de desaprobación, pero poco o nada me importa.
Camino de su casa escucho el timbre de mi celular. Activo el botón de manos libres y contesto.
—Hola, Anabel. No puedo atenderte ahora.
—¿Quién es Anabel? —pregunta Bianca. Veo la sombra de los celos en su rostro.
—Comprendo. Espero tu llamada entonces. Hablamos más tarde. Ciao.
—¿Me puedes decir quién demonios es Anabel y por qué no puedes hablar con ella en mi presencia? —estalla Bianca, no bien cierro el teléfono.
—¡Espera, espera, espera! ¿A qué viene tanta preguntadera?
—Y ninguna con respuesta —responde alterada—. ¿Me vas a decir o no quién es Anabel?
—Ana es mi empleada, Bianca… Es muy infantil que hagas una escena cada vez que te menciono a una mujer o converso con una.
—¿Crees que no me doy cuenta de cómo te alejas y susurras cuando recibes llamadas? ¿Acaso crees que soy tonta?
—Cálmate, ¿quieres? —le digo y retira la mano cuando intento tocarla.
No nos dirigimos la palabra durante el resto del trayecto. En franca actitud desafiante, Bianca me ignora. Cada segundo en ese estado me va incomodando más y llegado un punto, freno en medio del camino, me bajo del auto y camino hasta su ventana. «Detesto que me rechacen».
—¿Me puedes explicar qué carajos es lo que te pasa?
—Que me estás engañando con la tal Anabel. Me crees estúpida, pero no lo soy. ¡Eres una maldita infiel y mentirosa! —me grita irrumpiendo en llanto y bajando del auto.
—Bianca, Anabel es solo mi empleada —le repito en tono conciliador—. No te engaño ni con ella ni con nadie más.
—Sabes, Jess, es mejor que cada una siga su camino.
—Súbete. Este no es momento ni lugar para esta conversación.
—Vete al infierno.
—Sube al auto, por favor.
—¡No! —me grita y empieza a caminar. Se devuelve hacia el auto tras pocos pasos y con mucha rabia, arroja algo sobre el asiento—. ¡Aquí tienes tu maldito teléfono! De ti no quiero nada y te aseguro que tendrás de vuelta hasta el último centavo que hayas gastado en mí.
—Sube al vehículo, Bianca —le repito tras respirar profundo.
Sale corriendo. Mi primer instinto es de perseguirla, pero rápidamente razono que el auto está en medio de la calle. Me subo y conduzco tras ella. No lo logro, pues se escabulle en un callejón. «Esto es una verdadera tontería. Si lo que quiere es terminar, pues que así sea», pienso. El timbre del teléfono me saca de mi reflexión.
—¿Puedes hablar ahora?
—Sí. Por favor, si en el futuro me llamas y evado una respuesta, solo cuelga.
—Lamento si te metí en problemas con tu novia.
—Bueno, digamos que ya no tengo novia.
—No fue mi intención —dice apenada.
—Tranquila, ya veré cómo lo manejo. ¿Y cómo vamos? —pregunto cambiando de tema.
—Todo listo. Me ha tomado menos tiempo de lo esperado. Solo falta el diseño para el letrero y la lista de materiales gastables. ¿Quieres venir a verlo?
—Ahora no puedo. ¿Te parece si paso en la noche?
—Perfecto.
—¿Conseguiste el color en el tono que te pedí?
—Sí.
—Javier se está ocupando de los materiales gastables y ya tiene el diseño del letrero. Él se comunicará contigo y te confirmará la hora en la que pasaré.
Tan pronto cuelgo, llamo a Javier, pero no contesta. Llamo una segunda vez con el mismo resultado. Cuando me dispongo a dejarle un mensaje, percibo la vibración en el teléfono que Bianca arrojó al asiento. El registro de notificaciones indica cuatro llamadas perdidas de un número no registrado. Me siento tentada a devolver, pero me contengo. Vuelve a vibrar, pero decido ignorarlo. Escucho mi propio celular timbrar.
—Hola, Jess —saluda Javier.
—Hola. Dime que pudiste conseguir todo.
—Así es, pero te aviso que sobrepasó el presupuesto… Estimamos cuatrocientos cincuenta mil pesos, pero se ha pegado a los seiscientos.
—¡Vaya!
—«Que sea único, uno de cada color y calidad por encima de todo», esas fueron tus palabras y he sido obediente.
—Como si no supiera yo lo que te gusta gastar.
—No te quejes; he pedido descuentos, pero, aun así, supera el medio millón.
—¿Dónde estás?
—En Dylan Mall.
—Siendo esa suma debo ir al banco porque no tengo la cantidad restante en efectivo. Tomará un rato. Quédate hasta que te envíe el comprobante y te puedan despachar.
—Aquí te espero, diosa de los millones.
«¿Dónde te metiste, Bianca?». Supongo que ya aparecerá. Después de todo, es una persona adulta, aunque se comporte como una niña.
Resuelvo lo del banco y me voy a la casa. Me sorprendo al entrar y ver a Bianca sentada en la sala.
—¿Acaso no viste las llamadas que hice a mi teléfono? —me pregunta, visiblemente molesta.
—Bien lo has dicho: «tu teléfono». No tengo permiso de contestar tus llamadas.
—Quiero mi tarjeta SIM y las llaves de mi casa.
—Están en el auto. Toma y saca lo que necesites —le digo extendiéndole las llaves.
—Prefiero que me lo des tú. No quiero que luego no encuentres algo y creas que lo he tomado.
—Siéntate, por favor —le digo mientras paso mi mano desde mi frente hasta la nuca y hago esfuerzos por no explotar.
—Dame esas malditas llaves —dice arrebatándolas de mi mano.
—¡Bianca, por Dios! —le digo yéndome tras ella.
Cuando la alcanzo, ya tiene el celular en la mano y está sacándole la SIM. Justo en ese momento llega Javier con Anabel, quien, para mi desgracia, es una rubia altísima y despampanante. Bianca la mira con los ojos encendidos.
—Todavía no me voy y ya estás buscándome sustituta —se acerca a decirme.
—Será que podemos hablar —le digo, sujetando su brazo.
—Disfruta mucho a tu nueva perra —me grita empujándome. Se da media vuelta y queda justo frente a Anabel.
—Debes ser Bianca. Un placer, Anabel Fuentes —le responde extendiéndole la mano con una sonrisa.
—Sal de mi camino, zorra estúpida, y tú también, maldito traidor —les espeta a Anabel y Javier.
Bianca se devuelve hacia mí y ahora es ella quien tira de mi brazo. Prácticamente, me lleva arrastrada hasta el baño de visitas. Tiene el semblante descompuesto y está a punto de echarse a llorar.
—Si tan solo me escucharas…
—Nada, Jessica. No quiero de ti ni media palabra. Eres una maldita mentirosa.
Sus lágrimas finalmente la traicionan. Verla en ese estado me rompe el alma. Me siento desarmada y no logro evitar ponerme también a llorar.
—Mira lo que me haces.
—¿¡Yo te hago!? Me hiciste creer que soy especial para ti y bien no me he ido y ya tienes mi reemplazo.
—Ya no sé cómo más decirte que ella es solo una empleada —le repito desesperada.
—¿Y qué hace aquí entonces? Esta es tu casa, no tu oficina.
—Nuestra casa —la corrijo—. Me ha estado procurando con insistencia porque necesita mostrarme algo y no he podido ir a la oficina hoy. Bien lo sabes porque andaba contigo.
—No te creo.
—Ven, vamos a ver a qué ha venido Anabel y verás que no hay nada que ocultarte.
—Vete al diablo.
—Ok. ¿Puedes darme un abrazo antes de irme?
—Si te abrazo, no me dejarás ir —me dice con el rostro arrasado en lágrimas.
—No, Bianca, si te abrazo, no voy a querer que te vayas, pero si es lo que quieres, entonces hazlo, que yo sabré respetar tu decisión.
—Pues abrázame entonces —me dice y se arrima a mí—. Te quiero.
—Yo también te quiero, Bianca.
—¿Por qué me engañas entonces?
—No podría engañarte porque te quiero hasta más de lo que debería. Si de verdad me quieres, no me abandones y déjame demostrarte que estás equivocada.
—¿Y cómo sé si no le has dicho a esos dos que mientan por ti?
—Ven, acompáñame —vuelvo a pedirle.
—Ok, pero si esto es una falsa, me largo y no sabrás de mí jamás.
—Entiendo.
Salgo al frente de la casa y le hago señas a Javier para que se acerque.
—¿Cómo vamos? —le pregunto.
—Todo listo, menos el letrero que estará mañana.
—Lo necesito hoy.
—Veré qué puedo hacer.
—Resuélvelo.
Regreso adentro a buscar a Bianca. La noto más calmada.
—Vamos.
—¿A dónde?
—Confía —le digo mientras le abro la puerta del auto.
Javier viene con Anabel en su propio auto. En el trayecto, pasamos frente a mi oficina. Nos detenemos en el parqueo de un centro comercial que está un poco más adelante. Me acerco al auto de Javier y le pido las llaves.
—Espérenme aquí —les digo.
Regreso con Bianca y me dirijo con ella al ascensor. Subimos hasta el segundo nivel en un silencio bastante incómodo. Luego, nos dirigimos al fondo hacia el único local vacío.
—Sentémonos. —Le señalo el piso. —Te contaré algo, pero debes prometer que no vas a interrumpirme.
—Ok, lo prometo.
—Hace unos cuatro meses conocí a una chica. El momento en que la conocí fue tan único y especial que solo verla sonreír me emocionó como nunca antes en mi vida. Desde el principio, intuí que podíamos pasar momentos gratos si nos dábamos la oportunidad, pero mucho más allá de eso, sus ojos me atraparon porque lograban transmitirme paz que extrañamente se conjugaba con mi deseo. Sabía que era especial, pero no imaginaba que cambiaría mi mundo. Solo bastó estar una vez con ella para saber que quería que compartiéramos la vida. Esa primera vez, sus palabras y caricias atravesaron mi alma y mi mente se perdió en su ser. Tenerla entre mis brazos ha sido mi experiencia más gratificante porque a ella la he sentido como nunca a nadie antes. No lo sabe, pero encendió la chispa que calentó la frialdad de mi vida gris y ya no quise estar un momento más lejos de ella. Muy pronto me di cuenta de que no era alguien más en mi cama con quien pasar momentos gratos. Era la mujer de mi vida, la única con quien imagino una vida juntas. Lo que siento por ella es lo más genuino que he sentido por alguien. Lo supe cuando casi la pierdo y sentí que me moría. Hasta que la conocí, nunca antes le dije a alguien que le quería, pero ella ha cambiado mi vida. Sé que ella me quiere también, pero las dudas y los celos la nublan y la llevan a alejarse de mí. No sabe que yo no soportaría una vida sin ella.
—Jess, yo…
—No quiero perderte, Bianca —digo llorando.
—Por favor, no llores —me pide.
—Esta es la razón por la que Anabel me ha estado llamando: mi sorpresa de cumpleaños para ti. —Señalo en todo en derredor—. Hasta hace poco fue uno de mis almacenes y lo he hecho desocupar para que instalemos tu salón de uñas.
—Si te digo que también soy feliz a tu lado, ¿me creerías? —me pregunta.
—Sí, Bianca, pero no basta con que te sientas feliz, sino también tranquila; que confíes para que lo nuestro funcione; que busquemos solución a los problemas y no nos destrocemos con cada cosa que acontece. Comprende que Anabel es solo una empleada que por sus dotes de creatividad materializa mis ideas —le digo colocando el juego de llaves en su mano—. También se encarga de organizar mis eventos y actividades empresariales y familiares cuando es algo de gran magnitud. Cuando me hablaste de tu sueño, se me ocurrió que este local sería el regalo perfecto para ti. Si no he querido hablar con Anabel frente a ti es porque ella se estaba encargando de arreglar todo.
—Lo he arruinado, ¿cierto? —me pregunta mirando al piso.
—Feliz cumpleaños, hermosa —susurro en su oído—. Vamos, levantémonos y abramos esa puerta.
—No quiero, Jess, tengo miedo —dice llorando.
—¿Quieres que te ayude? —Asiente—. Cierra los ojos y dame tu mano.
Sujeto su mano temblorosa y la ayudo a colocar la llave en la cerradura. Abro la puerta y la guío hasta adentro. Enciendo las luces y veo que todo va perfecto. En un rincón, la evidencia de la labor de remodelación: latas de pintura vacías y el papel que se utilizó para proteger los cristales. El tono violeta de las paredes da justo el efecto que esperaba: transmite paz y serenidad.
—Ya puedes mirar.
Abre sus impresionantes ojos y su expresión de sorpresa me emociona. Mira todo en derredor con su boca abierta, pero no emite ningún sonido.
—Tu color —le digo señalando las paredes—. ¿Te gusta?
—Es maravilloso —me dice dejándose caer de rodillas y abrazándose a mis piernas.
—Me alegra que te guste.
—Es perfecto —sonríe—, pero demasiado grande.
—Eso no es problema. Contrata gente.
—Pero…
—Nada de peros. El mejor salón de uñas no puede estar en un lugar pequeño. Es todo tuyo.
—No, Jess, es demasiado. No puedo aceptarlo —me dice con vehemencia.
—No seas testaruda —digo suspirando—. Esto sale de mi corazón y me sentiré muy mal si lo rechazas.
—Este local cuesta una fortuna y me imagino que has gastado mucho convirtiendo un almacén en un salón. Al menos, déjame pagarte eso.
—No, y ni una palabra más. El lugar es tuyo y eso no está en discusión.
—Perdóname, Jess —me dice con voz suplicante.
—Esta tarde me pusiste en una situación difícil… Me sentí desubicada e impotente con tu reacción. No me gusta que dudes de mí, sobre todo, cuando no te he dado motivos. Quiero que lo solucionemos, así que te voy a proponer que nos demos un tiempo.
—¿Estás terminando conmigo? —me interrumpe con mirada de asombro.
—¿Puedo terminar de hablar?
—No quiero ningún tiempo.
—¿Puedo continuar? —insisto.
—Ok —dice con el ceño fruncido.
—Por una simple llamada, armaste todo un drama y me insultaste sin tregua. Me juzgaste, me condenaste, me mandaste al diablo y me ofendiste repetidas veces. También fuiste grosera con Javier, pero, sobre todo, con Anabel, a quienes entiendo que debes pedir disculpas. Te pusiste como loca y te negaste a escuchar explicación alguna. —Me mira atentamente mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas—. Hace un tiempo me dijiste que deseabas estar en tu casa y, aunque en ese momento me negué, ahora creo que lo mejor es que regreses allá y tengas espacio y ocasión de meditar sobre la forma en que te comportas y sobre cómo asumes nuestra relación.
—No quiero alejarme de ti, Jess —me dice en un hilo de voz.
—Es necesario, Bianca. Javier te llevará.
—Perdóname, por favor. Lo que hice fue sin pensar, pero te prometo que no volverá a suceder.
—Ve a casa, Bianca —le digo en tono brusco.
—¿¡No te das cuenta de que no quiero estar lejos de ti!? —grita y se deja nuevamente caer de rodillas—. Por favor, no me dejes.
—No te estoy dejando. Te estoy dando espacio para que reflexiones. Yo también necesito hacerlo.
—¿Y cuánto tiempo será eso?
—El necesario para que ambas sepamos que podemos confiar una en la otra.
Me agacho y la tomo por los hombros y la impulso hacia arriba. Esto también me duele, pero es necesario.
—Volveremos a estar juntas cuando todo sane aquí —le digo colocando su mano en mi pecho.
—Entonces no me has perdonado. Por eso me castigas.
—No se trata de castigarte, Bianca, sino de que comprendas que, si queremos estar juntas, debemos aprender a manejar mejor las situaciones.
—¿Volveríamos si logro hacer eso?
—No lo sé.
—¿Ya no quieres que sea tu novia?
—Es lo que más quiero en la vida, pero no así. ¿Sabes por qué nunca antes había tenido una relación seria?
—Porque eres una maldita egoísta —me espeta con rabia.
—Al contrario. Nunca antes había encontrado a alguien que quisiera el compromiso de ser libre a mi lado. Pienso que esa persona puedes ser tú, pero no mientras sigas permitiendo que los celos te consuman y mantengan con un miedo constante a que te traicione con alguien más. Debemos irnos ya —agrego y marco a Javier.
—¿Jess?
—Bianca bajará en un momento, por favor, llévala a su casa.
—Acá la espero.
—Adiós, Bianca. Disfruta tu regalo de cumpleaños.
—¡No quiero nada de ti! —me grita.
—Ves, esto es justamente a lo que me refiero. —Le doy la espalda y me marcho.
Regreso a la casa que ahora me parece más vacía sin ella. Nunca lo admitiría frente a Bianca, pero echo en falta hasta su respiración agitada cuando se exalta. Faltan apenas seis días para su cumpleaños y espero que nuestra situación mejore antes de la fecha y poder cumplir lo planeado. Escucho la alerta de un mensaje. Es de ella:
«Gracias, Jess, por hacer realidad mi sueño y también por lo que hiciste en mi casa. Ha quedado preciosa».
Mientras leo, ella continúa escribiendo:
«Perdón por ser tan celosa. Te extraño y haré lo posible por arreglar la situación. Lamento haberte decepcionado con mi comportamiento».
Muero de ganas por responderle, pero me contengo. Precipitar una reconciliación puede ser contraproducente a futuro. Es necesario que ella reflexione y haga un cambio en su comportamiento. Determinada en ese propósito me voy a la cama.
Es casi la una de la madrugada y no logro dormir. En el celular encuentro más de diez mensajes de Bianca. Muero por responder, pero soy consciente de que no puedo demostrar debilidad. Paso las próximas dos horas intentando conciliar el sueño y escucho el timbre de mi teléfono. Es ella. Pongo su contacto en modo silencio y voy a la cómoda a buscar los somníferos que he estado evitando tomar porque sé que no lograré dormir si no la tengo a mi lado.
Las pastillas hicieron su efecto a tal punto que no escuché la alarma. Pasan las diez y voy con bastante retraso a la oficina. A esas alturas, ya tengo más de treinta mensajes de Bianca y, aunque muero por tenerla cerca, tocarla y olerla, no cejo en mi propósito de resistir. «Necesito distraerme», pienso. Tomo el teléfono y llamo a Álex.
—¿Cómo está la chica más hermosa de la ciudad?
—Hola, Álex. —Me saca una leve sonrisa—. Con honestidad, no estoy nada bien.
—A ver, ¿qué te pasa?
—¿Puedes venir a la oficina?
—Puedo, pero solo dispongo de media hora porque tengo reunión a mediodía.
—Te espero —le digo y cuelgo.
Estoy ya a una esquina de la oficina esperando el cambio de luz del semáforo. Marco el número de Bianca, luego de aplicar el código de llamada en privado. Tras tres timbrazos, contesta.
—¿Eres tú, Jess? —Me quedo en silencio—. Si no quieres hablarme, al menos, responde mis mensajes. —Cuelgo.
Álex justo se está estacionando cuando llego a la oficina. Me estaciono yo también. Se acerca y nos damos un fuerte abrazo.
—Gracias por venir, Alejandro.
—Para ti estaré siempre, hermosa.
—Ven, vamos a la oficina.
Entramos y saludo brevemente, más por educación que por deseo, y pasamos directamente a la oficina. Nada más entrar, suelto el bolso, me quito los zapatos y me dejo caer en uno de los muebles con un largo suspiro.
—Sí que estás mal —me dice Álex.
—No sé qué hacer.
—Buenos días nuevamente. —Se asoma Javier—. ¿Desean café? —Asiento sin responderle.
—Para mí también, Javier, gracias.
—¿Me puedes decir qué te pasa? —me pregunta Álex nada más salir Javier.
—No sé por dónde empezar.
—Pues por el principio. —Sonríe.
—Me estoy dando un tiempo con Bianca.
—Eso es un gran riesgo —me dice muy serio y se sienta en el sofá.
—Lo sé.
Me hace señas para que me acerque y me siento a su lado. En ese mismo momento, entra Javier con nuestro café, nos sirve y se retira.
—Te conozco lo suficiente como para saber que estás enamorada —dice después de su primer sorbo—. Desde que Bianca está en tu vida eres más feliz. Te emocionas cuando hablas de ella, te brilla la mirada y hasta te sonrojas como una adolescente. Un amor así no es fácil de encontrar, pero sí fácil de perder.
—No te voy a negar que estoy enamorada de ella, pero no puedo permitirle que se crea que puede hacer lo que quiera conmigo.
—¿Y acaso no te das cuenta de que lo hace aun cuando has puesto distancia? Solo mira cómo estás. A ver, ¿qué pasó para que tomaras una decisión tan fuerte?
—Ayer, luego de su revisión médica, nos dirigíamos a su casa y enloqueció porque recibí una llamada. Como imaginarás, arruinó por completo la sorpresa, pero lo que más me molestó fue cómo me insultó a mí y a todos los que no han hecho más que ayudarme, más allá de lo que están obligados a hacer como mis empleados.
—¿Lograste hacer los cambios al apartamento? —me interrumpe.
—Al menos, la primera fase está lista, pero para una remodelación completa ella tiene que ser quien decida. Justo eso era lo que esperaba definir una vez viera lo que ya se ha hecho, pero luego de su episodio de ira, no fue posible.
—¿Quién te llamó?
—Anabel.
—¿¡Te refieres al bombón rubio y alto que prepara tus eventos!?
—Sí, esa Anabel.
Le cuento con detalle todo lo sucedido. En un punto me echo a llorar y me mira asombrado.
—Sí que estás enamorada de esa chica. —Me abraza cariñosamente.
—No sé qué hacer. La extraño, pero no puedo permitirle que me trate de esa manera —le digo sin dejar de llorar.
—Habla con ella. Explícale las cosas que hace que no te agradan, de lo contrario, no cambiará.
—No la quiero cambiar. —Me limpia las lágrimas—. Lo que quiero es que no desconfíe de mí.
—¿No crees que estás siendo un poco dura?
—¿Yo?
—Ha aceptado que se equivocó y te ha pedido perdón.
—Solo quiero que medite sobre su comportamiento y se tranquilice; que empiece a vivir y a disfrutar lo que tenemos sin hacer un drama a cada momento porque se le mete en la cabeza que la engaño.
—Comprendo. ¿Cuándo piensas volver?
—Lo haría ahora mismo, pero creo que ella no está lista aún.
—¿No crees que estás exagerando?
—No.
—Y tú y yo, ¿ya no tendremos más sexo? —me dice cambiando de tema.
—Quizás más adelante. El tiempo dirá.
—Bueno, que no se diga que no lo intenté —dice poniéndose de pie—. Ahora debo marcharme.
—Gracias por escucharme. —Lo abrazo.
—Recuerda que siempre estoy disponible. Recuerda que mi pene extraña mucho tu vagina —me susurra.
—Ya vete. —Le doy un ligero empujón.
—Espero que puedas resolver esto pronto a ver si conozco a esa novia que te ha monopolizado. A lo mejor nos caemos bien y hacemos cosas de tres —me dice guiñándome un ojo.
Han pasado cuatro días durante los cuales he ignorado los mensajes y llamadas de Bianca. Me sumerjo en el trabajo para evadirme de mis pensamientos. Me cuesta y mucho. A las diez de la noche se me hace insoportable la mezcla de tristeza y aburrimiento. Tras pensarlo un poco, decido llamar a Álex, es la única persona con quien puedo abrirme y contarle mis cosas, aunque siento que lo tengo cansado con este tema.
—Tengo ganas de salir —le digo.
—¿A dónde quieres ir?
—A una disco.
—¿Estás de ánimo para bailar?
—No lo sé… Solo quiero estar en un lugar donde no me agobien mis pensamientos.
Treinta minutos más tarde escucho la bocina de su auto. Al verme salir, se desmonta y me abre la puerta del pasajero. Intercambiamos saludos y, al poco tiempo de arrancar, me expresa su preocupación por mí.
—Deberías llamarla o, al menos, responder sus mensajes.
—No. Si hago eso fuera de tiempo nada cambiará y creerá que puede hacer conmigo lo que le plazca.
—Eso es justamente lo que está haciendo, aunque no lo sepa.
—Lo sé. Ya son cuatro días desde que nos separamos y por más que intento evadirme, no hago más que pensar en ella.
—¿A qué disco quieres ir?
—Elige tú —le respondo encogiéndome de hombros.
—Lo que necesitas es ruido para dejar de pensar tanto. Ya sé dónde iremos.
Tras un buen rato rodando, por fin llegamos a un lugar llamado The Beat. Me siento completamente fuera de lugar: el ambiente es muy pesado para mi gusto, el sitio es pequeño y hay demasiadas personas. Para colmo, está en el entorno de la casa de Bianca. Es tanto el ruido que, aun estando frente a frente, apenas podemos escucharnos Álex y yo. Tomo mi teléfono y le escribo:
«Si me hubiera dicho que veníamos para acá, me hubiera puesto algo más cómodo».
Me mira y luego me responde:
«Es el lugar más escandaloso que conozco».
Salgo del chat y entro a Swarm. Publico mi ubicación y pido un trago. Intento distraerme con la música, siempre estruendosa, no importa el ritmo del set. En menos de treinta minutos voy por mi tercer trago. Álex me toca el brazo y se acerca a mi oído.
—¿No crees que vas muy rápido?
—Para eso eres mi conductor designado —le respondo también en voz muy alta y le doy un beso en la mejilla.
—Siéntete libre —me dice, imitando con sus manos el vuelo de un pájaro.
Me pierdo en la música y, a pesar del ruido, alcanzo a sentir cierta calma, pero la misma se interrumpe al cabo de un momento cuando Álex me escribe un mensaje.
«Cosita rica al fondo con vestido verde».
Miro hacia él y apunta hacia el fondo con la barbilla. A pesar del movimiento y de tanta gente, logro distinguirla y me quedo pasmada. Nuestras miradas se encuentran y siento que el corazón me da un vuelco. Luce hermosa en un sexy vestido verde y tacones dorados que hacen juego con las pequeñas cadenas que sujetan el vestido. Su hermoso pelo recogido en un moño alto. Camina en dirección a mí y, como por resorte, yo también camino hacia ella. Ahora estamos frente a frente en medio de un montón de extraños. Se me acerca y coloca sus manos sobre mi rostro. Me mira directamente a los ojos y luego se arrima a mi oído.
—Perdóname —me dice suplicante.
—Bianca… —Muerdo mis labios haciendo un esfuerzo enorme por no abrazarla. De repente, siento que tiran del brazo.
—¡Yo la vi primero! —me dice Álex visiblemente molesto.
Abro mis manos a cada lado de mi cabeza y la sacudo. Me salgo de la disco. Tras de mí viene Bianca y, tras ella, Alejandro.
—No seas egoísta. Sabes que podemos compartirla, además, tú ya tienes a tu noviecita —me susurra al oído.
—Ella es Bianca —le digo y vuelve a mirarla con cara de sorpresa.
—No es que quisiera sacar conclusiones, pero si me estás cambiando, por lo menos es por alguien con quien hasta yo te fuera infiel —dice Bianca.
—Te presento a Alejandro.
—¡Finalmente te conozco! —responde Bianca sonriente.
—Un placer. Estoy a la orden para tu desorden. —La devora con esa mirada que bastante bien conozco.
—¿Necesitas más tiempo? —me pregunta, sin responderle.
—Me parece que así es —respondo haciendo un esfuerzo inmenso por no mostrar debilidad.
—¿Cuánto tiempo necesitas, Jess?
—Te prometo que pronto hablaremos. —Me da la espalda y entra a la disco enojada.
—Vámonos ya, por favor —le pido a Álex.
—Lo que digas, pero ¿te parece buena idea dejarla así?
—Es grande y sabe cuidarse sola —respondo molesta.
—Si yo estuviera con un bombón así, créeme que no lo perdería de vista ni por un minuto.
—¡O nos vamos o pido un taxi!
—Oye, oye, oye. ¿Acaso son celos los que detecto bajo esa capa de enojo?
—A ti no te puedo mentir. Sí, estoy celosa, pero ella no es de mi propiedad. Es libre de arruinarlo todo si es lo que ella quiere.
—Tú eres quien lo está haciendo, Jess. Está loca por ti y te ha implorado tantas veces perdón que no sé cómo no ha alcanzado el límite. Eres demasiado testaruda.
—No estoy de humor para que me sermoneen. Llévame a la casa, no quiero estar aquí.
Alejandro y yo apenas intercambiamos palabras durante el regreso. Ni siquiera le invito a pasar y nos despedimos muy fríamente. Al menos, ya estoy en casa. Necesito estar sola.
Reviso mis redes y me encuentro que en su estado Bianca ha subido un video en la que aparece bailando con un tipo. Me gana la rabia y le pongo un comentario:
«Muy bonito».
Ella abre el mensaje, pero no contesta.
Voy al baño, me meto a la ducha y paso en ella un largo rato. Retorno a la habitación y encuentro varias llamadas y mensajes perdidos suyos.
«Han pasado cuatro días desde que decidiste que necesitábamos “un tiempo”. Te escribo y no me respondes, pero si me ves en un video con un chico reaccionas al instante».
«Quizás esta noche me olvide de tus labios mientras beso los suyos».
«Quizás ya me olvidé de ti y terminamos por fin esta estupidez».
Siento la sangre hirviendo en mi cabeza, pero continúo leyendo:
«Si lo que quieres es terminar, al menos, ten el valor de decírmelo».
«A diferencia de ti, yo sí te extraño y no logro dormir si no estás conmigo».
«Si ya no me quieres, al menos, regálame una noche. Mi cuerpo necesita sentirte de nuevo para poder despedirse del tuyo».
«Necesito sentir tus manos recorriendo mi vientre y descansando en mi pecho».
«Necesito ese tierno beso en la espalda, justo antes de dormir».
«Respóndeme, Jess».
«Por favor».
«Te extraño».
No puedo soportarlo más. La llamo:
—¿Te fuiste con él? —pregunto cuando toma la llamada.
—No.
—¿Dónde estás?
—En casa.
—Duerme bien.
Respiro profundo. Con el corazón a mil, me levanto de la cama. Llamo a Javier.
—¡Diosa de la tristeza!, ¿sucede algo? —pregunta entre bostezos.
Miro la hora y me doy cuenta de que son casi las dos de la madrugada.
—Lo siento, Javier, no me daba cuenta de lo tarde que es.
—Tranquila, para ti siempre estoy disponible.
—¿Conservas copia de la llave de la casa de Bianca?
—Sí, bueno, no, porque, de hecho, está en tu casa.
—¿¡Aquí!?
—Sí. Está en la gaveta pequeñita de tu cómoda.
—Gracias, Javier, eres un sol.
—Lo sé. —Bosteza de nuevo.
Me toma veinte minutos llegar a su apartamento. Aprecio dos ventajas en conducir esta madrugada: primero, nadie ve que estoy en pijama y, segundo, hago el trayecto en la mitad del tiempo. Estoy frente a su puerta armándome de valor. Respiro hondo y me decido por fin a abrir la puerta. Lo hago despacio y de la misma forma cierro. Con mucho cuidado, coloco las llaves de la casa y la de mi auto sobre la mesa pequeña que se encuentra en medio de la sala.
Me acerco al pasillo que conecta las dos habitaciones y veo que por debajo de la puerta de una de ella se cuela una luz tenue. Oigo levemente quejidos ahogados. Me acerco a la puerta y la abro con cuidado. Veo a Bianca hecha un ovillo sobre la cama, llorando y completamente desnuda. La luz proviene de una pequeña lámpara sobre la mesa al lado de su cama. No ha notado mi presencia. Retrocedo y cierro nuevamente la puerta. En el pasillo, me despojo del pijama. Tomo mi teléfono y le escribo.
«¿Puedo darte un abrazo?».
«Es lo que más quiero en este momento».
«Entonces, cierra los ojos y abraza fuertemente tu almohada. Imagina que soy yo».
No me responde, pero desde el rellano de la puerta veo cómo aparta el teléfono y abraza su almohada. Me acerco despacio y, cuando siente que me recuesto a su lado, se voltea hacia mí. Su rostro hinchado evidencia lo mucho que ha llorado. Siento que su mirada atraviesa mi alma. Toco su piel fría y temblorosa. Coloco mi mano en su cadera y la recorro en dirección a su estómago, donde me detengo un breve rato, luego continúo hasta su pecho donde su mano encuentra la mía. La besa y empieza a llorar.
—No llores más, amor —susurro y me abraza fuertemente.
—Por favor, Jess, perdóname ya.
—¿Quieres que duerma contigo? —Asiente—. Entonces deja de llorar o me marcharé.
La coloco de espaldas a mí. Su trasero queda provocativamente encajado en mi pelvis. Es como si nuestros cuerpos estuvieran diseñados uno para el otro.
—Jess —susurra—, no quiero dormir. Temo que si cierro los ojos no estarás cuando despierte. No quiero que te vayas.
—Nunca me iré de tu lado —le digo—. No puedo vivir sin ti —confieso dejando por fin de lado mi orgullo.
—Te extraño mucho, Jess —dice tras girarse frente a mí—. ¿Puedo besarte?
—Dijiste que solo querías dormir a mi lado.
—Lo sé —responde, ahora más serena—. Es que en cuanto tus manos han vuelto a tocar mi cuerpo vuelvo a arder de deseo. Estoy mojada, Jess. Todo mi cuerpo espera por ti.
Al sonido de sus palabras mi vagina experimenta una deliciosa contracción. Nuestras bocas están a escasos centímetros. Acomodo su pelo con mi mano y luego la deslizo a lo largo de su espalda hasta llegar a su trasero. Aprieto fuerte y ella gime suavemente. Sube su pierna sobre mí quedando a merced de mis manos. Mis dedos se aventuran traviesos procurando el roce con su ano. Continúo delicadamente hasta la entrada de su vagina. Está mojada, muy mojada. Avanzo un poco más y me detengo en su clítoris. Con mi dedo índice y mayor acaricio, muy despacio, sus labios mayores y menores. Ella responde con un suave gemido seguido de un beso profundo que me hace estremecer.
Me coloco sobre ella y procuro su boca con avidez. Me pierdo en su olor y me pregunto cómo he podido sobrevivir sin eso. Giramos nuevamente y ella vuelve a estar encima. Besa mi cuello y baja despacito en dirección a mi pecho, continúa por mi abdomen. Respondo con un gemido y siento que me mata de placer con su incursión por mi entrepierna. Primero besa y luego introduce su lengua en mi vagina húmeda y palpitante. Se detiene un momento y se impulsa hacia arriba. Coloca su cuerpo paralelo al mío, pero en direcciones opuestas: la cara de la una frente a la vulva de la otra. Empieza a lamerme otra vez y yo la imito. Nos damos placer mutuamente y la sensación es indescriptible. Al ritmo de su respiración entrecortada, siento que empieza a presionarse contra mi rostro dejándome casi sin aire provocándome una sensación de angustia y placer, lo que me excita más. Un gran estremecimiento recorre su cuerpo y luego se deja ir. Suspira profundamente sin dejar de acariciar mi vagina con su lengua. Cuando ya no puedo más, me dejo ir también.
Durante largo rato nos acariciamos en silencio. Se pone de pie y no puedo evitar contemplar su cuerpo.
—Necesito darme un baño —le digo.
—Ven. —Me toma de la mano y me conduce por el pasillo. Nos detenemos frente al espacio al fondo.
—Es aquí. —Entra delante de mí.
—¿Es esta tu toalla?
—Deja y te busco una limpia.
—No, con esta estará más que bien.
—No tengo agua caliente, Jess.
—No importa. Me bañaría hasta con agua del refrigerador.
Me doy una ducha breve. Cuando vuelvo a la habitación ella está recostada observando algo en su teléfono. Me recuesto a su lado y me muestra fotos de los trabajos que realizaba en su casa. Con honestidad, sus trabajos son hermosos.
—¿Cuándo estrenas tu nuevo local?
—Me parece que la próxima semana.
—Más que hacer una simple apertura, deberías inaugurarlo.
—Sería buena idea.
—Elige un día y lo publicamos en nuestras redes. Estoy segura de que será un éxito.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Tuviste sexo con Álex?
—No —suspiro.
—¿Te molesta si te digo algo sobre él?
—A ver —contesto.
—Me gusta, para tener sexo quiero decir. —No me sorprende, pues ya lo había notado en nuestro encuentro.
—Interesante —le respondo.
—¿Te molesta?
—No, no me molesta, más bien me excita. Tú también le gustas a él.
—¿Sí?
—Sí —le digo poniéndome frente a ella—. ¿Quieres que lo llame?
—¿A esta hora?
—Te aseguro que no se molestaría.
—Siendo así…
Busco mi teléfono y le marco. Responde al segundo timbre.
—¿Te pasa algo?
—¿Dónde estás? —pregunto sin contestar.
—Por la avenida Bélgica buscando algo de comer. ¿Te apetece?
—Dame un segundo, quédate en línea. —Coloco mi mano sobre el micrófono del teléfono.
—¿Tienes hambre? —le pregunto a Bianca.
—Un poco —me dice.
—¿Qué vas a comer? —le pregunto a Alejandro tras liberar el micrófono.
—A estas horas hay pocas opciones. Pizza tal vez.
—¿Quieres pizza? —pregunto a Bianca.
—Sí —responde.
—Pizza está bien, Alejandro. Yo me encargo de pedirla y, como está en tu ruta, pasas a recogerla. Consigue también dos botellas de un buen vino y ven a la dirección que te estoy enviando.
—¿Dónde es eso, Jess?
—Lo verás cuando llegues.
—Jess, Jess, Jess. Espero que no andes curando tu pena con alguna amiguita. Si te pones de puta estando triste, mañana te sentirás peor.
—Ya deja de sermonearme. ¿Puedes o no?
—Ok, como quieras.
—Aquí te espero.
Cuando cuelgo noto que Bianca está algo nerviosa. Me acerco y pongo la mano sobre su corazón que late acelerado.
—¿Qué pasa, amor? Si quieres, le digo que no venga.
—Es que tengo miedo, Jess.
—¿Miedo de qué, Bianca?
—De que luego de estar con él ya no quieras estar más conmigo; miedo de que él me guste más que tú.
—Es un riesgo, sí. Alejandro es fantástico amante. Pero no podemos ir por la vida teniendo miedo a las consecuencias del placer —le digo y luego beso sus hermosos labios.
Treinta minutos más tarde y muchos besos después, llama Álex.
—¿Acaso te has perdido?
—Ya estoy en la ubicación, edificio gris, ¿cierto?
—Sí, parquéate donde puedas. Cuando estés en la entrada me avisas porque el portón abre con llave.
—Ok.
Cuelgo y me acerco a Bianca que viene del baño envuelta en una toalla. Se la quito de un tirón y se queda mirándome sorprendida.
—¿Cuándo has visto una obra de arte cubierta?
—Me da vergüenza —responde en un susurro muy sonrojada.
—Bueno, si te sientes incómoda ponte una tanga, aunque por mí puedes quedarte tal cual estás: al natural. —Se sonroja aún más.
—Ese debe ser Álex —dice al escuchar nuevamente mi teléfono.
—Ya te abro —le digo a Álex y me pongo mi pijama que aún está en el suelo.
—¿Entonces ahora soy tu Delivery? —me dice con ironía cuando le abro el portón.
—Hola, Álex —le contesto risueña.
—Se te ve muy contenta.
—¿Piensas subir o quieres seguir lloriqueando mientras se enfría la pizza?
—Bueno, vamos —responde con fastidio.
Aunque se esfuerza en no aparentarlo, puedo notar que aún está molesto por lo sucedido en la discoteca.
—Dame eso —le quito la pizza y el vino—. Ahora siéntate —le digo señalando una silla—. Ya regreso.
Coloco las cosas sobre la mesa y me dirijo a la habitación donde, para mi grata sorpresa, Bianca está sentada en la cama con una tanga blanca de fino encaje. La pongo en pie, le tomo la mano y camino delante de ella de vuelta a la sala.
—Hola de nuevo —dice Bianca saliendo al frente—. No pensé que volveríamos a vernos tan pronto.
—Pero ustedes… —Mira a Bianca confundido, luego a mí y luego a ella de nuevo. Su cara de sorpresa cambia cuando asimila la nueva situación—. Se reconciliaron.
La expresión confusa en su rostro da paso a la de éxtasis. Aparece en su cara la sonrisa juguetona. Se pone de pie, pero lo empujo levemente de vuelta a la silla y luego guío a Bianca hacia sus piernas. Me retiro hasta el mueble frente a ellos y me siento.
Bianca me mira ruborizada y, aunque algo nerviosa, sonríe. Me muerdo los labios y la animo con mi mirada. Alejandro la pone en pie y la hace girar lentamente observando con deleite cada detalle de su cuerpo. Su mirada es de deseo y siento que mi vagina se contrae y empieza a humedecerse.
—Eres hermosa —le dice mientras acaricia su mejilla—. Es muy hermosa —dice dirigiéndose a mí sonriente.
—Gracias —dice Bianca con voz apenas audible.
—¿Puedo besarte? —le pregunta y ella busca mis ojos en busca de aprobación—. ¿Puedo besarla, Jess? —me pregunta él, dándose cuenta de qué va el juego.
—Ella es quien decide —respondo.
Bianca camina hacia mí. Se arrima a mi oído para decirme lo que le apetece.
—Mis labios son para ti, así es que nada de besos. Quiero que me coja y me haga venir.
Me muerdo los labios nuevamente y así le dejo saber que me encanta su propuesta.
Regresa con Alejandro, aparta la mesa y se hinca frente a él. Empieza a desvestirlo: le quita la correa, desabrocha el pantalón, baja el cierre, mete su mano y saca un pene grande y vigoroso, con hermosas venas. Bianca lo contempla extasiada por un rato y luego vuelve a mirarme. Asiento y en un rápido movimiento introduce el pene hasta el fondo de su garganta. Alejandro emite un gruñido. Siento que cosquillea mi vagina. Me levanto del mueble y voy a la cocina a por copas para el vino y un sacacorchos. Bianca está detrás de mí, pero no me doy cuenta.
—¿Estás enojada, Jess? —me pregunta abrazándome desde atrás.
Me doy vuelta, tomo su mano y la coloco sobre mi vulva.
—Tu dedo —le digo a lo que responde introduciéndolo en mi vagina.
—Estás que ardes —me dice sonriente.
—¿Eso te responde? —pregunto.
—Claro que sí. —Sonríe.
—Siéntete libre de hacer lo que quieras. Solo enciende la luz, no quiero perder detalle.
—Ok —responde y se va.
Regreso a la sala con el vino ya servido y veo a Bianca lamiendo con avidez el pene de Álex cual si fuera un dulce caramelo. Le extiendo una copa y toma un trago, luego se la pasa a Bianca que hace lo mismo.
—Vamos, penétrala —le ordeno a él.
Saca un condón de su pantalón y luego se lo quita. Hace lo mismo con el resto de la ropa. Al igual que su pene, su cuerpo es fuerte y vigoroso, completamente tonificado. He estado tan concentrada en Bianca que no recordaba la sensación que me provoca contemplarlo desnudo. Su trasero es perfecto.
Ya desvestido, Bianca lo sienta y a su vez se sienta ella sobre él. Sé que está muy húmeda porque ahora puedo ver la huella de sus fluidos entre sus muslos. Álex se sujeta el pene y empieza a rozarlo contra el clítoris de Bianca. Ella se balancea de atrás hacia delante, gime y su respiración se torna entrecortada. Ahora Álex también gime. Mi cuerpo se estremece mientras veo la escena y se acelera cuando los veo aumentar el ritmo. Cruzo mis piernas y siento mi vagina responder a los sonidos que salen de sus gargantas. Es una hermosa sintonía.
Bianca se da la vuelta sin dejar de moverse, mira mi cara de loca excitada con la vista fija en el vaivén de su vagina sobre el pene de Álex. En un momento empuja hacia abajo y sus movimientos vuelven a ser lentos. Mi vagina se contrae y tengo un orgasmo sin siquiera haberme tocado, entonces gimo y Bianca lo hace aún más también. Puedo darme cuenta de que su vagina y ano empiezan a dilatarse. Álex la toma por la cintura y la eleva un poco y luego la penetra muy despacio. Bianca acelera el ritmo y, mientras emite un gran gemido, por su vagina sale un espeso y hermoso creamy. Antes solo había visto en videos porno. La visión me parece fascinante.
Álex le sujeta fuertemente el trasero y aumenta la presión en cada embestida haciéndola gemir todavía más. Siento que cada acometida repercute en mi propia vagina. Me quito la ropa y me acerco nuevamente al mueble en que están. Coloco un pie en el borde y dejo el otro en el piso. Adivinando mi intención, Bianca se separa de Álex, se hinca frente a mí y se pierde en mi vagina. Primero lame mis fluidos y luego recorre todo. Desliza la punta de su lengua muy suavemente por mi trasero y luego se devuelve a la punta de mi clítoris. Se detiene y luego se sube encima de mí. Intenta que nuestras vaginas rocen, pero se lo impido. La tomo por la cintura para elevar su trasero y hago señas a Álex. Él se acerca y la penetra profundamente. Ella emite un gritito, me besa y muerde mis labios. Es una sensación indescriptible la de su cuerpo estremeciéndose con cada embestida. Mete su dedo en mi vagina y lo lleva hasta su boca. Baja nuevamente y vuelve a rozar mi clítoris.
—¡Jess! Me voy a venir —exclama con la respiración entrecortada.
—Espera. Quiero que lleguemos juntas —le susurro.
Álex se viene con un fuerte jadeo y se deja caer bruscamente en el mueble. Bianca gime y me muerde más fuerte y tengo otro orgasmo.
—¡Qué rica estás! Si no fueras novia de Jess, me casaría contigo —dice Álex con la respiración agitada.
Lo miro y sonrío. Bianca también lo mira, pero no dice nada. Se queda recostada sobre mí.
—Tengo sueño —me dice cuando su respiración se calma.
En poco tiempo se queda rendida sobre mí. Su capacidad de quedarse profundamente dormida en un instante no termina de sorprenderme.
—Ahora entiendo por qué estás tan enamorada —dice Álex en voz baja.
—¿Por qué según tú?
—Tienes una genuina diosa sexual: linda, cuerpo perfecto, hermosa sonrisa. También huele rico, chupa de lujo y sus gemidos son deliciosos.
—Y si le quitamos todo eso, ¿qué nos queda? —le pregunto.
—No lo sé.
—Eso que no sabes es lo que realmente me tiene loca por ella. Bianca es noble, leal, inocente y todavía más hermosa por dentro.
—Jess, ha sido un lujo estar con ella. Te agradezco.
—Deberías dar las gracias a ella, no a mí. Fue quien pidió que te llamara.
—Vaya —dice sorprendido—. ¿Y eso es bueno o malo?
—Bueno. Cuando inició todo esto no le pareció que estuviéramos con otra persona. Ahora se ha abierto a disfrutar de algo nuevo.
—Me gustaría darme un baño.
—Te advierto que no hay agua caliente y la ducha está defectuosa. Ah, y antes de que preguntes, tampoco hay aire acondicionado.
—Ni modo. ¿Te quedas?
—Hace mucho calor hoy y prefiero dormir en casa.
Álex se marcha finalmente. Bianca duerme tan serenamente que me apena despertarla. Acaricio su rostro y la beso en la frente.
—Amor, vamos a mi casa —le susurro al oído.
—¡Ay, nooo! —dice quejumbrosa—. Es tarde y tengo mucho sueño.
—Hace mucho calor aquí. Dormiremos mejor allá.
Se levanta medio sonámbula y se pone una bata pequeña. Luce tan sexy.
Unos veinte minutos más tarde llegamos a la casa. Alisto la cama, la dejo acostada y tomo un largo y reconfortante baño. Regreso a su lado y ella acomoda su trasero en mi pelvis. Paso mi mano por sus caderas, subo lentamente por su abdomen y la dejo descansar entre sus pechos. Por último, beso su espalda.
—Gracias por todo lo que haces por mí, Jess.
—Descansa, vida mía.