A pesar de lo movido que ha sido el día, nuestra energía no ha decaído. Llegamos a la casa para alistarnos para la noche que me he asegurado de que estará llena de sorpresas. Subimos a la habitación, me desvisto y me doy una ducha rápida. Le aviso a Bianca que he salido, pero no me responde. Cuando me acerco noto lágrimas en sus ojos.
—¿Y ahora qué te sucede?
Sin contestarme, me pasa su teléfono. Es la foto que nos hizo Álex y que había colgado en mi estado.
—Es hermoso lo que escribiste.
—Eso es lo que inspiras en mí. Ahora vamos a secar esas lágrimas —le digo pasando mi mano por sus mejillas—. Y métete al baño que tenemos que alistarnos ya.
Estoy casi lista. Llevo un vestido largo color violeta con apliques de encaje, de pierna descubierta y escote en la espalda. Complemento con un guillo y diminutos aretes de diamante, el pelo recogido y el toque de un rico perfume. Voy a la habitación contigua y tomo una caja negra con un gran moño azul. Cuando regreso, Bianca ha salido del baño. Está de espaldas, por lo que no se percata de mi presencia. Trae la lencería que le regalé esta mañana. El rojo le sienta perfecto a su piel. Camino muy despacio hacia ella, coloco la caja en el suelo y la abrazo por la cintura.
—¡Qué rico hueles! —exclama—. ¡Y qué hermosa estás! —me dice al darse la vuelta.
—No más que tú, amor —le digo.
—¿Eso es para mí? —pregunta al ver la caja.
—Así es.
—Jess, ya basta.
Tomo la caja y la coloco sobre la cama. Camino hacia la cómoda y tomo una de las cremas. Pongo una cantidad en mi mano, la froto contra la otra y me coloco frente a ella. Aplico un poco en su cuello, luego en sus pechos y también en su cintura.
—¿Te gustan los regalos?
—Sí —dice asintiendo.
—Pues no veo cuál es el problema: a ti te gustan los regalos y a mí me gusta dártelos.
—Ha sido demasiado. Más que consentirme, me estás mal acostumbrando.
—Son solo cosas.
—¡Cosas muy costosas! —enfatiza—. Ni siquiera alcanzo a imaginar cuánto has gastado en mí el día de hoy.
—¿Saberlo haría alguna diferencia en lo que sientes por mí?
—No.
—Vamos, ábrelo —insisto—. Cuando lo vi lo único que pude pensar es que estaba hecho para ti y debías tenerlo.
Abre la caja y saca de ella un hermoso vestido negro de dos piezas, con encaje en la parte superior. La falda es de corte holgado, muy elegante y sé que resaltará su hermosa silueta.
—Es perfecto.
—La una para la otra: tú de negro, mi color favorito; yo de violeta, que es el tuyo —digo girando en su frente.
—Lo aceptaré, pero, por favor, ya no más regalos —dice con gesto serio y luego sonríe.
—Solo dos más. Prometo que serán los últimos —le digo poniendo las manos en posición de súplica y lanzándole un beso.
—¿Cómo resistirme a eso? —dice entornando los ojos hacia arriba.
—Toma —le digo mientras le extiendo una caja de terciopelo.
—¿Qué es?
—Sé que me dijiste que no te gustan las joyas, así es que si no te gustan las devolveré —le digo rápidamente, adivinando su intención de protestar.
Abre la caja y, al ver las perlas de Tahití, se toca el pecho y contiene la respiración. Yo la miro expectante.
—Son hermosas. No sé qué más puede ocurrírsete después de esto.
La cena ha estado exquisita. El ambiente es moderno, pero tranquilo y de muy buen gusto. Nos deleitamos al ritmo de una suave música en vivo. Hago señas al mesero sin que Bianca lo advierta y vuelve al rato con una pequeña caja metálica con detalles en plata acompañada de un sobre color hueso, sujeto con un listón dorado y encima un pequeño grabado con la letra «B».
—Bianca, este es el regalo más especial de todos. Literalmente, te estoy regalando mi corazón.
—¿Por qué yo, Jess? En tu círculo hay un montón de mujeres más afines a ti, mejor posicionadas y que de seguro pueden ofrecerte mucho más que yo.
—Lo que yo he encontrado en ti no lo vi antes en más nadie. Imagina por un momento que fuéramos ciegas y pobres. ¿Qué es lo que realmente importaría?
—Los sentimientos —responde en un hilo de voz.
—A ver. Este regalo lleva orden. Primero debes abrir la carta, pero antes de empezar a leerla, debes abrir la caja.
—¡¿Me escribiste una carta?! —pregunta con emoción.
—Sí, son mis letras las que leerás ahí —le digo mirándola fijamente—. ¿Quieres saber por qué te he dado tantos regalos? —le pregunto apartando la carta y el cofre.
—Sí.
—Cuando tenía unos catorce años, leí un libro que trata sobre el lenguaje del amor. —Me mira con atención—. ¿Qué crees que preferiría yo, recibir de ti un obsequio o un abrazo?
—Sin dudarlo, sé que un abrazo.
—¿Y con cuál de esas dos cosas te sentirías tú mejor?
—Con honestidad, debo admitir que me encantan los regalos. Aunque de ti cualquier cosa es bienvenida, tanto si es material como si no lo es.
—Lo sé. Ojalá y pudieras comprender la satisfacción que siento al ver cómo se ilumina tu rostro cuando abres un presente. No importa si es un hermoso vestido o un simple caramelo, es un gesto que, aunque no te des cuenta cuando lo haces, me mata. Esa emoción que tú sientes repercute en cada fibra de mi ser. Tu felicidad me hace feliz y, para mí, eso no tiene precio.
—Creo que empiezo a comprender.
—Dime, ¿cuál ha sido para ti el mejor regalo que has recibido?
—Sin dudarlo, el primer regalo que me diste.
—¿El negocio?
—No, tontita. Tus abrazos.
Se hace un nudo en mi garganta y siento que las lágrimas se acercan a mis ojos, pero sonrío. Tomo su mano y le doy un beso en el dorso.
—La carta —le digo, señalando el sobre.
—Prefiero que la leas tú —dice con la voz temblorosa.
—No llores, amor. —Seco una lágrima que resbala por su mejilla, pero las mías empiezan a caer—. ¿Ves lo que me haces?
—Perdón —dice acariciando mi rostro y regalándome su hermosa sonrisa—. Por favor, léelo para mí.
—Abre el cofre —le pido mientras tomo el sobre y extraigo la carta. Comienzo a leer en voz muy baja, de manera que solo ella pueda escucharme:
«Te regalo este anillo con la promesa y el mayor anhelo de que pronto estará acompañado por uno de compromiso, con ayuda de Dios, esfuerzo y mutua comprensión».
Me detengo y levanto la mirada. Con los ojos llenos de lágrimas, me mira fijamente. Inevitablemente, yo también empiezo a llorar. A pesar del llanto, es hermosa la sensación en mi pecho. Doy vuelta al papel, tomo su mano y me aclaro la voz.
«Prometo que cuidaré de ti y velaré porque tus sueños se hagan realidad. Me esmeraré en que tus días sean perfectos y en hacerte sonreír cuando estés triste. Cuando no logre sacarte una sonrisa, te regalaré la mía.
Prometo darte calor cada fría madrugada y que solo tus labios tocarán los míos, independientemente de que beses a alguien más. Te prometo que ninguna noche a mi lado te faltará un beso en la espalda acompañado de ese “te quiero” hasta hoy silente porque ya no tengo miedo.
Seré fuerte para ti y estaré ahí siempre que me necesites; secaré tus lágrimas y seré ese hombro donde confortar tu dolor. Cuidaré de ti como mi más preciado tesoro y estaremos juntas hasta el final de nuestras vidas, así lo quiera Dios.
Te ayudaré a crecer cada día y te acompañaré a recorrer tu camino, pero, sobre todo, te prometo que siempre estaré para ti, aun cuando sientas que no lo merezcas.
Gracias por hacer que mis días tengan sentido; por ser mi inspiración para levantarme cada mañana; por ser el motivo por el cual quiero llegar a casa cada día.
A ti, mi Bianca, mi niña de ojos llenos de luz, mi hermosa, simplemente, gracias».
Levanto mis ojos y, cuando nuestras miradas se encuentran, sonreímos entre lágrimas. Toma los anillos del cofre y con mano temblorosa toma mi mano derecha e intenta colocarlo en mi dedo anular.
—Lo usaremos en el pulgar. No para identificarnos como bisexuales, sino para reconocernos como mujeres fuertes, libres e independientes —le digo guiando su mano a mi dedo—. Quiero que sepas que me honra y me hace muy feliz compartir mi vida contigo —le digo colocándole el anillo—. ¡Por favor, di algo! —exclamo inquieta por su silencio.
—¡Te amo, Jess! —exclama mirándome a los ojos. Se levanta y me abraza fuertemente—. Mientras me leías tu hermosa carta, imaginaba cada momento de mi vida a tu lado. Eres perfecta, detallista, amorosa y comprensiva. Me das tu cariño sin exigirme nada a cambio. Amo cómo me miras, cómo me besas, cómo me abrazas. Amo cada cosa de ti.
—¿Cómo sabes que es amor lo que sientes por mí? —le pregunto mientras me pregunto yo misma cómo puede saberlo en tan poco tiempo.
—Porque mi corazón lo sabe, Jess. No importa la hora, momento o lugar, es una sensación de plenitud indescriptible. Eres la única persona que ha logrado que la extrañe cuando no la tengo cerca. La única que logra estremecer mi cuerpo con tan solo mirarme, y cuando me tocas —coloca su mano en mi pecho— no es solo mi cuerpo el que responde; mi alma también vibra y por eso sé que, como a nadie antes, a ti te amo.
—Eres tú la perfecta —digo secando mis lágrimas y a la vez sonriendo. Me siento dichosa.
Rayaba la medianoche cuando salimos del restaurant. Nuestra velada había sido perfecta.
Tan pronto sube al auto reclina su asiento completamente y cae rendida. Envidio esa capacidad que tiene de dormirse de inmediato. La contemplo por un rato antes de arrancar.
Es hermosa hasta cuando ronca.
Aunque su sueño es profundo, conduzco despacio para no despertarla y de la misma manera estaciono cuando llegamos. Me desmonto procurando no hacer ruido. Cierro la puerta y, cuando me dirijo al lado del copiloto, repentinamente alguien tira muy fuerte de mi pelo y me arroja al suelo. Confundida, levanto la cabeza. Me toma unos segundos enfocar. Me niego a creer lo que ven mis ojos.
—¡Tú! —exclamo horrorizada.
—Así es, yo —responde Stacy apuntando una pistola en mi dirección.
—Tranqui…
—¿¡Dónde está tu perra!? —me interrumpe con un grito.
—¿De qué demonios me estás hablando?
—No te hagas la estúpida. Dime, ¿quién es la perra que subiste a tus redes?
Me pongo de pie y me aparto del vehículo procurando que no note que Bianca está en el auto.
—No te debo explicaciones —le digo haciendo acopio de serenidad—. Baja esa arma, por favor.
—No lo haré hasta que no me digas quién es ella —responde en alta voz—. Si la has subido a tus redes debe ser muy importante para ti. ¿La quieres? —su voz se escucha quebrada y gruesas lágrimas bajan por sus mejillas.
—Si sabes la respuesta, ¿para qué haces la pregunta?
—Quiero escucharlo de tu boca. Quiero que me digas tú misma que ahora puedes tener con esa perra una relación que nunca quisiste tener conmigo.
—¡¿Puedes dejar de apuntarme con esa maldita cosa?!
—¿Qué tal si mejor te regalo estos tiros? Así ella y yo estaremos iguales: sin ti.
—Por favor, baja la pistola.
Por un momento, me parece ver que alguien se aproxima sigilosamente por detrás de Stacy. Es Álex. Se lleva el dedo índice a su labio y comprendo su intención.
—¿Acaso te has vuelto loca? —grita Álex.
Stacy se gira y ahora le apunta a él.
—No te muevas o serás tú quien se lleve el primer tiro. No eres más que un traidor. Apuesto a que fuiste tú quien le presentó esa zorra. Y tú, dime —grita dirigiéndose a mí—, ¿dónde está tu noviecita? Necesito tener una interesante conversación con ella y te enseñaré lo que se siente cuando a quien quieres no está más contigo.
—Sabes muy bien que lo nuestro era solo sexo y que cuando empezaste a confundir las cosas terminamos.
—Ahh, sí. —Suelta un tiro al aire.
«Demonios», pienso.
—Por favor, Stacy, si te vas ahora, haremos de cuenta que no pasó nada —le dice Álex, en tono conciliador.
Se me cae el alma al suelo al ver a Bianca que corre apresurada hacia mí. Instintivamente, me giro quedando de espaldas a ella y frente a Stacy.
—Quítate del medio o juro que te mato a ti también.
—¿Qué está pasando? —pregunta Bianca angustiada.
—Tranquila. No te muevas.
—Hasta hoy llegaste, perra. ¡Hoy te mueres!
—Deja la tontería, Stacy. Aquí nadie va a morir —dice Álex acercándose a ella.
—¡Aléjate o te juro que te mato a ti también! —dice con rabia y suelta otro tiro al aire.
—¡Basta de esta locura, Stacy! —le grito.
—¿Qué pasa, Jess? —pregunta Bianca al borde del llanto.
—Sí, Jessica, dile lo que pasa y dile quién soy.
—Eres una persona fuera de sus cabales y que necesita mucha ayuda.
—¡Yo soy tu mujer! —grita Stacy con el rostro desencajado y las manos temblorosas.
—No eres mi mujer y no lo serás nunca. Yo nunca me enamoraría de alguien como tú —le digo, harta de la situación.
—¡Cierra la boca, Jessica! —me grita Álex.
—Esta situación es ridícula. ¿Por qué es tan difícil para ti entender que yo nunca te quise? Tuvimos sexo ocasional, pero nuestro vínculo fue solo sexual.
—¡Qué te calles, Jessica! —vuelve a gritarme Álex.
—¡Cierra tú la boca! —grita Stacy a Álex sin dejar de apuntarme.
—No te bastó que te rechace y que te ignore, tampoco una orden de alejamiento. Dime qué es lo que necesitas para entender que no quiero estar contigo.
—¿Por qué no quieres estar conmigo? ¿Qué tiene ella que yo no?
—Para mí ella lo es todo.
—Jessica, lo estás empeorando —me advierte Álex.
—Estoy harta de esta tontería. ¿Quieres matarme?, adelante, pero si le tocas una sola hebra de cabello a Bianca, te juro que vengo del mismo infierno y te haré desear no haber nacido. —Me acerco a ella mirando a sus ojos—. Esto es lo más bajo que te he visto hacer. Sabes que no siento nada por ti, ¿qué diablos es lo que quieres de mí?
—Quiero lo que le das a ella.
—Sabes que no es posible —le digo y le doy la espalda de regreso al punto en que está Bianca.
—¡No! —grita Álex tras escucharse otro disparo.
Me doy la vuelta y veo en el suelo a Álex sobre Stacy forcejeando por la pistola. Me giro y veo a Bianca con los ojos y la boca muy abiertos, corriendo hacia mí. Siento algo caliente que baja desde mi hombro izquierdo al brazo y a mi pecho. Es sangre. Intento moverme, pero me abandonan las fuerzas y me desplomo.
—¡Jessica! —escucho a Bianca gritar—. Por favor, háblame, háblame… —me pide tocándome la cara.
—Tranquila. Estoy bien —le digo.
—Álex, ayúdame, no sé qué hacer —implora Bianca.
—Estoy bien, Bianca —repito.
—¡Estás sangrando mucho! —dice desesperada.
La herida no es fatal, pues es en el hombro, pero pierdo mucha sangre y empiezo a marearme. Respiro con dificultad y, aunque lo intento, no logro hablar. Escucho que discuten, pero no identifico lo que dicen. Me levantan del suelo, pero mi visión está borrosa y no sé quién es. ¿Álex, quizás?
—¡Jess!, no te mueras, por favor —escucho a Bianca suplicar. No puedo verla, tampoco la escucho ya. Todo se ha vuelto negro.
Me cuesta abrir los ojos, pero finalmente lo logro. No reconozco el lugar, pero veo a Álex sentado en una esquina hablando por teléfono. Intento incorporarme, pero una mano me toca el pecho con delicadeza y me hace retroceder.
—Tranquila, por favor, no se mueva —me dice con voz muy dulce.
Álex se pone de pie. No dice nada y me mira con cara de consternación. La enfermera me ayuda a incorporarme. Revisa la herida y mis signos vitales.
—No se esfuerce, iré a por el doctor—dice y se retira.
—¿Qué hora es? —le pregunto a Álex.
—Las siete y treinta de la noche.
—¿Cómo es que he dormido tanto?
—Te ingresaron en la madrugada. Por suerte, la bala fue de entrada y salida y no te afectó nada vital, pero te impactó en la clavícula y perdiste mucha sangre. Te operaron y luego te pusieron sedantes. Despertaste esta mañana muy temprano, pero te quejabas mucho del dolor y te volvieron a sedar.
—¿Dónde está Bianca?
—Ella está bien. Deberías preocuparte por cómo estás tú —me dice entre enojado y preocupado, luego suspira.
—Bueno, estamos hablando, puedo escucharte y veo que estoy completa. ¿Dónde está Bianca?
—¿En serio no te das cuenta de que casi mueres? ¿Por qué subiste esa foto?
—¿Y desde cuándo tengo yo que dar explicaciones de lo que subo o no a mis redes?
Álex se toca la frente con ambas manos, suspira profundamente y acerca su silla a la cama.
—Tienes razón, pero bien sabes que Stacy no es una persona estable. Al menos, debiste bloquearla.
—Lo hice, Álex, y muchas veces, pero siempre se las ingeniaba para contactarme, así que aprendí a ignorarla.
—¿Por qué la tienes en tus contactos?
—Para saber que es ella y no responderle.
—¿Por qué no atendiste mis llamadas? Te llamé un millón de veces para advertirte.
—Era el cumpleaños de Bianca, así que decidí dejar el teléfono en la casa para no tener interrupciones. ¿Tú cómo sabías que ella me atacaría?
—Porque, encima de loca, es estúpida y me llamó para insultarme por traidor y amenazó con matar a Bianca. Al principio, no la creí, pero llamé a Reynaldo, su hermano, y me dijo que Stacy le había robado dinero y que había salido de la casa, pistola en mano, muy alterada. Empecé a marcarte como loco y, como no te conseguí, se me ocurrió ir a tu casa.
—De no ser por ti, posiblemente no lo estaría contando. Ahora, dime, ¿dónde está Bianca?
—Siento decírtelo, Jess, pero Bianca está detenida.
—No estoy para tus bromas —respondo molesta.
—Lo siento —me dice con cara muy seria.
—No recuerdo nada… ¿Pero por qué Bianca está detenida y por qué estás aquí haciendo nada para ayudarla?
—¿Y quién dice que no lo hecho? —responde airado.
—Siempre sabes cómo resolver las cosas, Álex. No quiero que esté encerrada —digo a punto de llorar.
—Tampoco yo, Jessica, pero ya he hecho lo que podía, te lo aseguro.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Cuando Stacy te hirió, logré quitarle la pistola y retenerla. No te diste cuenta de lo que sucedió después porque te habías desmayado. Afortunadamente, pudimos traerte rápido, te estabilizaron y verificaron que, a pesar del profuso sangrado, tu herida no era de gravedad. Cuando Bianca comprendió que estabas fuera de peligro, nos hizo a Javier y a mí un montón de preguntas que no nos correspondía responder. Luego vino la policía para hacer las investigaciones de rutina, al parecer, se las arregló para averiguar en qué estación estaba Stacy. A pocos minutos de que los oficiales se marcharon, le pidió dinero a Javier y llamó un taxi para ir a «su apartamento», pero en un acto de suma estupidez se fue a la estación, donde armó tremendo escándalo e insultó a un oficial, seguro que con intención de que la apresaran. Una vez en la celda, golpeó a Stacy a tal extremo que creo que la ha dejado peor de como estás tú. Estaba como poseída.
—Quiero que la saques ya —le pido ignorando su resumen del show que ha hecho Bianca.
—No te dejaré sola.
—¿Dónde demonios está Javier?
—Se ha pasado el día apagando los fuegos de la oficina.
—Llámalo y dile que llame a Priscila para que venga a relevarte.
En ese momento entra un doctor.
—No debe esforzarse tanto, señorita —me dice—. Usted está convaleciente.
—De aquí no me muevo hasta que llegue alguien —dice Álex. Me da un beso en la frente y sale de la habitación.
Son casi las nueve de la mañana. Priscila no llega y tampoco tengo noticias de Álex o Bianca. Casi a las diez, por fin llega Javier.
—¿Dónde está Bianca? —le pregunto, tan pronto cierra la puerta.
—Sigue detenida. ¿Cómo te sientes?
—Preocupada. Necesito mi teléfono, debo hablar con Ricardo.
—Me advirtieron que no te dé ningún teléfono, que debes estar tranqui…
—¿Te parece que pueda yo estar tranquila con Bianca detenida?
—Bueno. Yo ya he llamado a Ricardo. Él está tratando de resolverlo. Álex anda con él.
—¿Por qué no le pagan a alguien para que la suelten?
—No es tan fácil, Jess. Casi la mata… No solo la acusan de agresión, sino de resistirse al arresto, desacato a la autoridad y amenazas a un representante de la ley… Insultó a un oficial bastante intransigente y malhumorado —agrega, al ver mi cara de contrariedad.
—¿Le ofreciste dinero?
—No me atreví. Temí que me dejaran detenido a mí también.
—Debe haber una manera. ¿Dónde está mi teléfono?
—Aquí está, pero la batería está muerta —dice mientras lo conecta—. Doña Marina, tus tías y tu insoportable prima están ahí afuera.
—No quiero ver a nadie.
—Al menos, a tu abuela, Jess. Está desde temprano aquí.
—Está bien. Pero solo ella.
Javier sale y regresa de inmediato con mi abuela.
—Pero ¿qué te han hecho? —me pregunta y me da un beso en la frente.
—Bendición, abuela. Estoy bien.
—Dios te me bendiga, mi niña, y te libre de desgracias. Cuando supe lo que te había sucedido, casi me da un síncope —me dice mientras toma asiento.
—Lamento que hayas pasado ese susto.
—Explícame cómo te sucedió esto.
—No lo sé. Llegó esa loca a mi casa en actitud agresiva y las cosas se salieron de control.
—Sabes, cuando me dijeron esta mañana que una mujer celosa te disparo solo pensé en que se repetía la historia de tu padre.
—De verdad lo siento mucho. Lo último que quiero es causarte preocupaciones.
—¿Y cómo no voy a preocuparme? Eres mi nieta, lo único que me queda de mi hijo. Te pareces tanto a él. Aunque no me guste que tu pareja sea mujer —suspira—, yo te quiero mucho, Jessica María.
—Le agradecería que se refiera a ella por su nombre. Se llama Bianca.
—No me gusta para nada la relación que tienes con esa chica.
—Eso es algo que no voy a discutir con usted ni con nadie.
—Soy la cabeza de nuestra familia.
—Y como cabeza de la familia es que le pido que respete mis decisiones. Le recuerdo que soy adulta e independiente hace varios años. No molesto a nadie y respeto la privacidad de todos. No pido de ustedes más que lo mismo.
—Que seas adulta no significa que no lo estás haciendo mal.
—¿Qué estoy haciendo mal?
—Dar la espalda a tu familia por una recién aparecida. No sabes quién es ni conoces sus raíces.
—¿Y usted, la conoce?
—No.
—Pues no haga juicios sobre ella. Eso es algo que usted misma me enseñó.
—También te he enseñado que la familia está primero.
—Agradezco mucho su preocupación por mí. Gracias por venir —digo zanjando la conversación.
—Me voy, pero recuerda que somos tu familia.
—Siempre lo hago, abuela. Una cosa es que no permita que se metan en mi vida y otra muy distinta es que me olvide de ustedes.
—Como quieras, Jessica, pero esta conversación no queda aquí. Cuando te recuperes, pasa por la casa a tomarte un café conmigo.
—Así lo haré. Gracias por estar pendiente de mí. Ah, por favor, dile a Priscila que ya no es necesario que se quede. Javier ya está aquí.
—Una última cosa, Jessica María, ¿vas a dejar que una loca te mate por otra loca?
Justo en ese momento entra Bianca y, por su expresión, me parece que ha escuchado lo que la abuela acaba de preguntarme. No se conocen, pero, por la manera en que la abuela la mira, supongo que intuye quién es. La saluda con un ademán de cabeza y sale sin esperar mi respuesta. Siento alivio de que se haya marchado porque lo que menos necesito en este momento es presión familiar.
—Veo que las diligencias de mi abogado y Álex han rendido fruto y por fin estás libre. Ven, abrázame —le pido.
Sin decir nada, se sienta en la misma silla donde antes estuvo la abuela. En su expresión se evidencia tensión y también disgusto.
—Bianca, lamento que hayas tenido que pasar por esto —le digo.
—Ah, ¿lo sientes? —dice con ironía—. ¿Cómo fuiste capaz de ocultarme que alguien con quien tuviste una relación quedó tan obsesionada contigo que te acosaba?
—Corté toda comunicación con ella.
—Sí. La abandonaste cuando dejaste de sentirte satisfecha con las porquerías a las que la sometías.
—Pero ¿quién te ha dicho tal barbaridad? —le pregunto sin poder dar crédito a sus palabras.
—Ella misma me lo dijo, no, mejor dicho, me lo gritó antes de que casi la mato a golpes por tu culpa. Nunca pensé que no te importara destruir a alguien con tal de llevar a cabo tus fantasías.
—Las cosas no son así —me defiendo.
Me incorporo con dificultad y busco el contacto con su mano, pero me ignora.
—Veo que confías tan poco en mí que te has creído todo lo que esa desquiciada te ha dicho.
Se pone en pie y se dirige a la puerta, pero se detiene y se devuelve hacia mí.
—¿Sexo con animales, Jess? ¿Qué diablos pasaba por tu cabeza cuando sometiste a esa chica a tal aberración? ¿O vas a decirme que es mentira?
—Es cierto, pero todo tiene una explicación —le digo esforzándome por estar serena.
—No hay nada que explicar. No quiero escucharte y tampoco quiero nada contigo.
—¿Estás terminando conmigo?
—Sí. Estás enferma y tu amigo igual.
—Mírame a los ojos y dime que no me quieres —le pido sintiendo que el mundo se me cae.
Su pecho está agitado y tiembla con cada sollozo. Me mira y sus ojos están llenos de lágrimas.
—Yo no voy a convertirme en un juguete que utilices para cumplir cada oscura fantasía que se te ocurra. Así que voy a encontrar la forma de arrancarme este maldito sentimiento. —Pone sus manos en el pecho—. Te amo, Jess, pero no puedo con esto. Además, quizás tiene razón tu abuela.
Sale de la habitación, llevándose a Álex de encuentro y siento que mi alma se va tras ella.
—Déjala —le digo cuando hace ademán de seguirla.
—¿Qué pasó, Jess?
—Me dejó.
—No me sorprende —me dice secando mis lágrimas—. Stacy le dijo todo lo que hacíamos. Para colmo, su encuentro con Marina parece que no ha sido muy agradable… Tendrás que darle tiempo.
—¿Tiempo? No lo entiendes, ¿verdad? No me ha pedido tiempo, me ha dejado.
—¿Qué piensas hacer?
—Nada. Otra vez hace conclusiones y toma sus decisiones sin siquiera escucharme.
—Lo lamento, Jess.
—¿Cómo lograste sacarla? —le pregunto para que deje de compadecerme.
—Ha sido bastante cuesta arriba. No es fácil cuando lo que se quiere «arreglar» sucede en frente de los mismos policías.
—¿Ha sido costoso?
—Digamos que este favor sí te lo voy a cobrar.
—¿Cuánto?
—No he hablado de dinero, luego lo hablamos. Ahora mejor descansa. Yo me marcho porque no he parado desde anoche y estoy molido, pero mañana estoy aquí a primera hora.
—Gracias, Alejandro. En verdad, no sé qué haría sin ti.
—Igual saldrías a camino. Eres una guerrera. Ahora duerme —se despide lanzándome un beso y se marcha.
«Como si pudiera yo dormir», pienso mientras las lágrimas anegan mis ojos.
Tras un mes y cuatro días desde aquel «te amo Jess, pero no puedo con esto». Me envuelvo en el trabajo, leo y hago ejercicio con el único propósito de evadirme de ese sentimiento triste que me atrapa cada vez que recuerdo su sonrisa. El timbre del teléfono me interrumpe.
—Te escucho, Javier.
—¿Te apetece un café?
—Pero si ya he tomado —respondo adivinando que trae cuento.
—Los médicos recomiendan hasta tres tazas al día y…
—Bueno, tráelo ya —le interrumpo.
—Acá estoy, mi diosa.
—Vaya, a eso llamo yo rapidez. A ver, suelta la lengua antes de que te dé un infarto.
—He hablado con Bianca —me suelta justo cuando doy el primer sorbo.
—No me interesa.
—Eres mala mintiendo, diosa de la tristeza.
—¿Te parece poco que me haya dejado en un hospital? —le digo molesta.
—Ponte en su lugar un momento. Lo que le dijo la desquiciada ha debido asustarla mucho.
—Bueno, ¿a qué viene ese tema ahora?
—Te mostraré algo —me pasa su celular.
En la pantalla veo la imagen del salón de uñas. Tiene un letrero que anuncia su venta.
—¡Lo está regalando, Jess! Pide por él un precio irrisorio que no compensa el valor del local ni la inversión que hiciste para remodelarlo.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Bueno, digamos que un pajarito me dijo que llamó para saber… —contesta con fingido aire de inocencia—. También me dijo el pajarito que quien le atendió está dispuesta a quedarse trabajando en el lugar como empleada, o sea, de dueña a sirvienta.
—Es una verdadera estupidez.
—Esto no es todo. También está vendiendo su apartamento por un precio igualmente ridículo. Incluso con todo y los muebles.
Suspiro e intento procesar la situación.
—Aún hay más.
—A ver.
—Bueno. No te había dicho esto porque estás tan enamorada que no escucharías razones, pero…
—¡Escúpelo ya!
—¿Recuerdas cuando te dije que no te fiaras de ella? Resulta que una vez me dijo que necesitaba dinero urgente y yo…
—Le buscaste uno de tus amigotes, ella tuvo sexo con él a cambio de dinero.
—¿Te lo dijo? —Me mira sorprendido.
—Sí, Javier, Bianca ha sido completamente sincera conmigo. Sus razones habrá tenido y ni siquiera nos conocíamos en ese tiempo.
—Bueno, sí, pero ahora… —Me pasa su teléfono señalándome una conversación.
«Hola, Javier. Espero que estés bien».
«Sí, estoy bien. Por si quieres saber, la diosa también está bien, pero se le nota triste».
Lo miro con cara asesina y está mirándose las uñas.
«Yo la extraño mucho, pero no ha podido ser. Me gustaría saber si te puedo pedir un nuevo favor».
«¿Te refieres a “ese favor”?».
«Sí».
«¿Cuánto?».
«El doble si es posible».
«Si lo que necesitas es dinero, la diosa te lo puede prestar. Sabes que ella no te dirá que no».
«No, por favor. A ella no la involucres en esto».
«Bueno, déjame ver qué puedo conseguir».
—¿Por qué me cuentas esto a mí?
—Porque sé que ustedes se quieren. Ella está pasando por un mal momento y te necesita.
—Y cuando yo la necesité ella estaba dejándome.
—La lección más grande de mi vida la aprendí de ti. Me enseñaste que cada uno da lo que tiene en su corazón. Sé, y tú también lo sabes, que no eres tan indiferente a ella como quieres aparentar. Si ella está haciendo esto es porque algo muy malo le está sucediendo.
Él se pone de pie y se dirige a la puerta, pero lo detengo cuando está a punto de salir.
—Regresa aquí. Aún no terminamos de hablar. —Se da la vuelta y vuelve a la silla.
—¿Entonces?
—¿Sabes si Bianca y Ricardo se conocieron durante las diligencias para sacarla de la cárcel?
—No lo creo, Jess. Ricardo mueve sus hilos por teléfono. Parte de su eficiencia es que no «quema» su cara en los asuntos que resuelve.
—Perfecto. Llámalo. Dile que contacte a Bianca y le ofrezca comprarle el local. Que haga lo necesario y de ninguna manera permita que venda a otra persona. Tan pronto lleguen a un acuerdo, le transfieres el total. Ah, no creo que esté de más decir que mi nombre no debe mencionarse ni figurar en ningún lado.
—Se hará como dices.
—En cuanto a la salida, le organizarás un encuentro con el cliente de aquella vez. La tarifa será por la noche completa en un hotel.
—No te endiento —me dice con cara confusa.
—Eso es lo que le dirás a ella. Te enviaré las condiciones que debe cumplir para pactar con el cliente.
—Comprendo —me dice captando mi intención.
Tomo mi teléfono y empiezo a escribir.
«La chica no debe traer perfume, accesorios, maquillaje o joyas de ningún tipo. Debe estar completamente depilada e higienizada; llevar uñas cortas y dientes recién lavados. Debe estar en el lugar a las nueve de la noche, esperar con la luz apagada y estar dispuesta a hacer todo lo que se le indique durante toda la noche. Muy importante: debe ser puntual y acostarse de espaldas a la puerta, sin sostén. Durante el encuentro, no debe hablar a menos que el cliente se lo pida. Tampoco puede retirarse antes de las nueve de la mañana siguiente».
—Asegúrate de que acepte y haz el pago por adelantado. También dile que el cliente no admite reembolsos.
Le escribe y ella contesta de inmediato.
—Dos cosas: quiere saber cuánto pagará el cliente y dice que no es posible hasta la mañana siguiente. Su tiempo máximo es hasta las dos de la madrugada.
—No soy capaz de ponerle precio…
—Por alguien como ella un cliente ofrece hasta quinientos dólares sin dudarlo.
—Entonces ofrécele mil, pero debe quedarse hasta las siete.
—Dice que no puede, porque tiene compromisos más o menos a esa hora.
—Dile que dos mil hasta las seis de la mañana.
Pasan unos incómodos minutos, pero finalmente responde:
«Me gustaría, pero lo máximo que puedo hacer es quedarme hasta las cinco. Tengo un compromiso que no puedo posponer…».
—Acepta —le digo cuando leo el mensaje—. Te transferiré para que le hagas el depósito desde tu propia cuenta. Ella conoce las mías.
Pasan las siete de la noche e intento entretenerme con un libro. Con honestidad, daría lo mismo que estuviera en chino porque la ansiedad que tengo no me deja enfocar la atención en lo que estoy leyendo. Escucho la notificación de nuevos mensajes y veo que es Javier. «Por fin», pienso.
«Ricardo ya hizo la compra. He reservado la suite del Sweet Dreams. Bianca estará ahí a la hora acordada. »