Cinco minutos antes de la hora acordada, me estaciono en el parqueo del Sweet Dreams. Mi celular recibe un mensaje de un número no registrado. Por un momento, sopeso ignorarlo, pero viene a mi mente lo sucedido con Stacy y decido leerlo.
«No te imaginas cuánto te extraño, Jess. Hoy haré algo que no quiero, pero debo hacer. Solo puedo pensar en lo diferente que sería todo si estuviera contigo».
«¿Bianca?».
«Te sigo amando, Jess».
«Espero que tu noche sea placentera».
Corto la comunicación y silencio las notificaciones. Entro al hotel y me identifico. La recepcionista me entrega una llave y me dice que mi invitada ya me espera. Tomo el ascensor hasta el último piso, que da acceso a la suite. Abro la puerta y, tras pasar la antesala, enciendo la luz del teléfono. Entro a la habitación y consigo ver su silueta tendida en la cama de espaldas a la puerta, arropada hasta la cintura y sin sostén. Ha seguido las instrucciones al pie de la letra.
Entro y cierro la puerta detrás de mí. Me quito el vestido y me quedo solo con una tanga de encaje. Descubro el lado libre de la cama y enciendo la luz que está en el borde, me recuesto y me voy acercando con cuidado, sin tocarla. Vuelvo a cubrirla y, con mucha delicadeza, deslizo un dedo desde su cuello hasta su cadera. Abro mi mano por completo y lentamente acaricio su abdomen y luego la dirijo hacia su pecho, donde la dejo descansar. Su mano va al encuentro de la mía. La toma y eleva hacia su rostro. Besa el dorso y la deja sobre su mejilla. Arrimo mi cuerpo al de ella y aspiro su delicioso olor. Beso su espalda y me acerco a su oído.
—Te amo —le digo y escucho su suspiro de sorpresa.
—Jess, yo…
—No hables, por favor, solo escúchame. He venido a que mi cuerpo se despida del tuyo. Antes no tuve el valor de decirte que te amaba, pero ya no es así. Perdóname por hacerte pasar tan mal momento justo el día de tu cumpleaños. Lamento que te hayas enterado de Stacy de la forma en que sucedió. Las cosas que viví con ella y con cualquier otra persona antes de ti nunca me hicieron sentirme como contigo. No vine detrás del placer ni a insistirte en que regreses conmigo, solo quiero abrazarte toda la noche y decirte que, sin importar qué, siempre que me necesites, ahí estaré.
Mi mano se empapa con sus lágrimas. Empieza a darse la vuelta y la detengo.
—No lo hagas. Si te veo será más difícil para mí. Por favor, no llores —le digo al tiempo que coloco mi mano por debajo de su cuello y la abrazo con fuerza.
—Quiero que hablemos —me dice sollozando.
—No. Hoy solo dormiremos.
—Por favor, Jess.
—Cuando llevábamos poco tiempo juntas, pasaste por algo similar a lo que me sucedió a mí. Tenía mil preguntas por hacer, pero no me aparté de tu lado. Te apoyé por encima de todo. Rompiste mi corazón porque me abandonaste cuando más te necesitaba, cuando más requería de tu amor. Sé que escuchaste lo que dijo mi abuela antes de salir de la habitación, pero no escuchaste cómo te defendí antes.
Repentinamente, se da la vuelta. Me coloca boca arriba, sujeta mis manos y se pega a mis labios. No me besa, simplemente mete su lengua en mi boca y luego me mordisquea con lujuria. Logro refrenar mi deseo, me suelto de sus manos y me paro de la cama de un tirón. Ella se levanta, enciende todas las luces y camina hacia mí.
—¡Detente! —le digo.
Me hace caso por un instante, pero luego sigue avanzando.
—Te dije que te detengas —le digo temblando y a punto de desmoronarme.
—No lo haré.
—¿Por qué me abandonaste?
Me mira a los ojos y, por un breve instante, veo un vestigio de esa paz que tanto me conforta. Se arrima a mí y me abraza.
—Te amo, Jessica —susurra.
Me separo de ella sin contestarle. Tomo mi vestido, me lo pongo rápidamente y me dirijo a la puerta.
—Juro que no te tocaré ni hablaré, pero, por favor, no te vayas —me dice alcanzándome por el brazo.
Toma mi mano y me guía nuevamente hacia la cama. Apaga la luz y vuelve a colocarse de espaldas a mí.
—Soy fiel a la promesa que te hice de estar contigo cuando menos lo merezcas.
—Jess, ¿puedo abrazarte yo a ti?
Me doy la vuelta y ella también. Coloca su mano en mi muslo y recorre suavemente por mi vientre y se detiene en mi seno. Mi cuerpo se tensa ante su contacto. Nuestros labios están muy cerca y puedo sentir los cambios en su respiración, el sonido que hace al tragar saliva y el latido acelerado de su corazón. Me abraza y su mano cae en mi cintura, mientras sus piernas se entrelazan con las mías.
—Te extraño mucho, Bianca —susurro.
Se acerca al punto que nuestros labios pueden casi rozarse.
—No, por favor —imploro con un gemido lastimero.
—Perdón —dice, pero sin alejar un centímetro—. Sé que prometí no hablar, pero, por favor, déjame besarte.
Sus labios se aproximan y pronto están dentro de los míos. Siento que el tiempo se detiene. Se queda quieta y yo también, pero mi cuerpo tiembla de anticipación. Sube su pierna sobre mi muslo y deslizo mi mano por su trasero. Presiono, ella susurra mi nombre y mi vagina se contrae en dulce agonía. Vuelvo a presionar y se abraza fuertemente a mí. Me besa con intensidad y siento un delicioso cosquilleo en la entrepierna. Su mano va justo allí. Me besa y juguetea con mi humedad mientras gime suavemente. Presiona su cuerpo contra el mío y siento que enloquezco con cada nueva contracción.
—¡Me voy a venir! —le digo sintiendo que no puedo más.
Deja de besarme y baja hasta mi vulva. Mete su lengua por el borde de mi tanga y al contacto con mi clítoris estallo en un orgasmo. Todo mi cuerpo se estremece. Intento apartarla, pero no lo logro. Su lengua continúa su danza implacable y la dejo hacer. Se mantiene así un rato y luego siento que alcanza un pequeño punto que revive mi placer. La sujeto del pelo con fuerza haciendo presión y me elevo contra ella. Mientras se deleita en mi vagina, eleva una mano hasta mi seno. Aprieta mi pezón al mismo ritmo que me lame, imprimiendo cada vez más presión. Cierro los ojos y a mi mente llega la imagen del creamy saliendo de ella y empapando el hermoso pene de Álex. Me muerdo los labios fuertemente y en un fuerte gemido tengo un segundo orgasmo. Se mueve hacia arriba y besa mis labios con ternura.
—¿Me dejas consentirte un poco? —le pregunto.
Cambiamos de lugar. Ahora soy yo quien está sobre ella. Le doy la vuelta colocándola de espaldas a mí. Aparto su pelo, humedezco mis labios y voy besando su cuello muy despacio, dejando que mi respiración caiga en cada centímetro donde he depositado un beso. Su respiración empieza agitarse y voy despacio por su espalda solo con mis besos y mi lengua. Llego a su trasero y sigo hasta sus muslos. Beso sus piernas y le doy un ligero empujón indicando que se dé la vuelta. Lo hace y tomo su pie. Deposito besos en su planta y luego chupo cada dedo.
—Ven —me dice.
Vuelvo a subir hasta sus muslos y mi boca se encuentra con su humedad. Recorro con la punta de mi lengua sus labios mayores procurando no tocar nada más. Bajo hasta su ano y hago el recorrido inverso hacia su clítoris. Sujeta mi cabeza y eleva la pelvis. Siento que se deja ir mientras saboreo sus fluidos. Me aparta de su vagina e intenta elevarme hacia arriba, pero voy con intencionada calma besando su pelvis y luego dando pequeños mordiscos en su abdomen. Me entretengo un poco entre sus pechos y, finalmente, llego a su boca. Me besa apasionadamente mientras acaricia mi espalda. Abre las piernas en toda su extensión y me siento sobre ella quedando acopladas en perfecta sincronía, húmedas y extasiadas danzando al ritmo del placer.
—No puedo más, Jess.
Su respiración se agita nuevamente y acaricio su rostro sin dejar de mover mis caderas. Toma mi mano y la lleva a su cuello, aprieto con fuerza y gime suavemente. Aprieto más fuerte y su mano presiona más sobre mi espalda. Me inclino sobre ella sin perder el ritmo. Intensifico el movimiento y vuelvo a presionar su cuello. La beso y me dejo ir mientras ella aún se mueve. Segundos después, se deja ir también. Me recuesto sobre ella, la beso y todo lo que escucho es el hermoso sonido del latido de su corazón. Me levanto de la cama luego de un largo rato de besos en silencio. Me dirijo a la silla y tomo un sobre de mi cartera.
—Toma —le digo extendiéndoselo.
—¿Qué es eso? —me pregunta extrañada.
—Tu propina. Vístete y márchate —le digo con tosquedad.
—No necesito tu dinero. No soy una perra a la que puedes cogerte cuando tengas ganas y luego tratarla como basura —me grita, arrojándome los billetes a la cara.
Se da la vuelta y se pone la ropa interior. La tomo del brazo y la siento bruscamente en una silla.
—Y si eres tan digna, ¿me puede explicar por qué carajo te acuestas con desconocidos por dinero? —le pregunto con rudeza.
—A ti qué te importa, tú y yo no somos nada. Yo a ti no te debo explicaciones. Lo que hago con mi vida no es tu asunto —responde en el mismo tono.
—Tienes razón. Vístete y lárgate ya.
Asiente y termina de vestirse. Se dirige a la puerta, pero se devuelve y se para frente a mí.
—¿Puedes darme un abrazo? —me pregunta.
Asiento y me acerco a ella. La abrazo por las caderas. Sus manos suben a mi cuello y su cabeza descansa en mi pecho. Luego se separa, me da la espalda y reinicia su marcha. Me impulso hacia adelante y la tomo del brazo.
—¿Por qué haces esto, Bianca? —le pregunto mientras la abrazo.
—Tengo problemas y no se resolverán solos.
—¿Y crees que prostituirte es la solución?
—Para ti es fácil porque naciste en cuna de oro y nunca te faltó nada. No todos tenemos esa suerte.
—Tienes razón, soy de familia acomodada, pero sin ti no soy más que una pobre diabla.
—Lo perdí todo: a ti, el apartamento… —dice llorando—. Hasta los regalos que me hiciste los tuve que vender.
—Dime, Bianca, ¿qué es lo que sucede para que tengas que venderte y, además, venderlo todo?, ¿por qué lo haces?
—Mi madre está muriendo, Jess. Tiene una afección renal crónica. Necesita un trasplante de riñón y no tenemos cincuenta mil dólares.
—Y supongo que no acudiste a mí por orgullo… Es solo dinero, Bianca. ¿Dónde está tu madre?
—En el hospital, pero la sacaré de ahí y la llevaré a una clínica. No me mires así, no necesito tu ayuda ni la de nadie.
—¿Por qué eres tan testaruda?
—No quiero nada tuyo.
—Entonces, ¿prefieres que ella muera?, ¿es eso lo quieres para alguien que dices es una madre para ti? Al menos, tú tienes la suerte de tenerla contigo, yo perdí la mía y daría todo lo que tengo por recibir de ella aunque sea un abrazo.
—Lo siento, Jess —me dice y seca mis lágrimas—. Tengo que hacer esto por mis propios medios.
—Por favor, Bianca, permíteme apoyarte.
—¿Y cómo piensas hacerlo? Es mucho dinero…
—No te preocupes por eso. Si no quieres aceptar mi dinero, pues también salgo con los clientes de Javier, pero no me pidas que te deje sola en esto. ¿Es tan difícil que entiendas que me dueles y que no puedo hacerme de la vista gorda con tus problemas? Dime qué puedo hacer para ayudarte.
—Respetar mi decisión y no intervenir —me dice con énfasis.
—Bueno, veo que estás decidida. Será como quieras —le digo resignada—. ¿Te quedas a dormir conmigo?
—Está bien, pero hay un tema sobre el que quiero que conversemos.
—¿Cuál?
—Nuestras exparejas.
—Stacy nunca fue mi pareja. Solo era una prepago que me gustaba y a través de la cual realicé fantasías.
—¿Como cuáles?
—Las que provocaban mi curiosidad sexual: zoofilia, sadismo, voyerismo, urofilia, bondage. Pero nunca ejercí coerción de ningún tipo sobre ella. La cosa funcionaba así: yo hacía una propuesta, negociábamos condiciones y, si aceptaba, hacíamos un acuerdo sujeto a un pago.
—O sea, que, si se te antojaba verla coger con perro, se lo pedías.
—Así es. No había amor, sino una simple transacción.
—¿Cómo terminó ella tan enganchada de ti?
—Un día le pedí que hiciera bukakke.
—¿Qué es bukakke? —me pregunta curiosa.
—Es cuando un grupo de hombres acaba sobre una persona.
—Entiendo.
—Yo tenía mucha curiosidad por experimentar qué sentía al ver a alguien cogiendo con varios hombres y recibiendo el semen de todos en su boca. Se lo propuse y, aunque me dijo que someterse a seis tipos a un mismo tiempo sería fuerte, accedería si luego yo estaba con ella.
—Y tú aceptaste.
—Sí. Una semana después tuvimos sexo.
—¿Qué hicieron?
—¿Quieres que te cuente lo que hice con ella? —pregunto asombrada.
—Sí. Necesito comprender y también tengo curiosidad —admite.
—Pues la invite a cenar…
—¿Dónde?
—La Gallert.
—¡Vaya! Es un lugar bastante caro para llevar a una prepago.
—Yo no bajo mis estándares, Bianca. El hecho de que fuera una prepago no implica que mereciera un trato inferior al que le podía dar ni que iríamos a un lugar donde no me sintiera a gusto.
—Siempre espléndida… Continúa.
—Luego de la cena fuimos a un hotel. Tomamos vino y le pedí darse una ducha.
—¿Te bañaste con ella?
—Con la única mujer que me he bañado es contigo, amor.
Noto que sus mejillas están encendidas.
—Perdón que te llame amor. Olvidé que ya no somos nada.
—Aunque ya no seamos nada, lo somos todo, Jess. —Me mira con ternura y me pide continuar.
—Nuestro ritual siempre fue el mismo en cada encuentro: cuando salía de la ducha, la recostaba en la cama. Yo iba directamente a sus senos y los chupaba delicadamente al tiempo que la masturbaba. Después le hacía sexo oral hasta que acababa en mi boca.
—¿Qué te hacía ella a ti?
—Nada.
—¿Nada? —pregunta con cara de incredulidad.
—No le permití tocar mi cuerpo. Tampoco nos besamos nunca. Ni siquiera nos abrazamos. Ella insistía, pero nunca lo permití.
—Pero ¿por qué?
—Porque ella no me inspiraba eso.
—Y yo sí —afirma pegándose a mí.
—Eres mi musa, Bianca. Sin ti mi vida no tiene el más mínimo sentido. Hemos tenido nuestros malos ratos, pero, puesto todo en una balanza, nunca he sido más feliz que cuando estoy a tu lado.
—Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Jess.
Es tarde ya y acordamos que la conversación sobre su ex quedaba para luego. Nos vamos a la cama. Me abraza y por primera vez desde que rompimos logro volver a dormir.
He dormido de un tirón. Son casi las siete de la mañana y ya estoy bañada y vestida, mientras Bianca todavía duerme. Meto furtivamente el sobre de dinero en su cartera y me recuesto a su lado. Acaricio su rostro y empieza a retorcerse. Abre los ojos.
—¿Qué hora es? —pregunta, luego de un largo bostezo.
—Casi las siete.
—¡Ay, Dios, tenía que estar en el hospital a las seis y media! —exclama al saltar de la cama de un solo brinco—. Debo ir primero al apartamento.
—Alístate y te llevo.
Luego de llevarla a su apartamento fui directa a la oficina. Son casi las dos de la tarde y, aunque muero por contactarla, me contengo. Escucho el timbre de mi teléfono. Es Álex.
—¿Qué cuentas?
—Quisiera que me expliques qué demonios hace Bianca en los estados de Javier. ¿Acaso ahora está en su nómina?
—¿Puedes venir a la oficina? —le pregunto sin contestarle.
—Estoy cerca. Te caigo en un momento.
Cuando Javier sube una chica a sus estados no es precisamente porque le guste o sea su novia. Las que aparecen ahí están en oferta; una discreta forma de promoción. Ahí radica la inquietud de Álex. Apenas han pasado cinco minutos y ya está aquí. Su semblante es una mezcla de enojo y preocupación.
—¿Por qué lo hace, Jess?
—Su abuela necesita un riñón. Ella se ocupó de Bianca cuando sus padres murieron. Es la única madre que conoce. No solo se está prostituyendo, también lo ha vendido todo.
—¿Pero por qué no me lo dijiste?
—¿Olvidas que ya no estamos juntas? Apenas lo supe anoche.
—¿Qué piensas hacer?
—No quiere mi apoyo ni el de nadie. Está empeñada en resolverlo sola, pero me las arreglo para ayudarla sin que se dé cuenta.
—¿Cómo?
—Le compré el apartamento a través de Ricardo. Igual el negocio.
—¿Hablaste con ella?
—Sí. Anoche me hice pasar por un cliente y cuando vio que se trataba de mí… Imagina lo que se siente ofrecerle dinero a quien amas por haberse acostado contigo… Rechazó mi ayuda tajantemente… No sé qué más hacer.
Alejandro camina hacia la puerta. La abre, pero se queda dentro de la oficina. Solo saca la cabeza y le grita a Javier.
—¡Tú, deja lo que estés haciendo y ven acá!
—No me había yo enterado que tengo nuevo jefe —dice Javier al entrar.
—Te advierto que no estoy para tus bromitas —le dice Álex con cara de pocos amigos—. Borra a Bianca de tus estados ahora mismo.
—Cálmate —le digo—A ver, Javier, sé que Bianca es una adulta que hace sus elecciones libremente, pero como amigo te pido que no le busques clientes.
—Un poco tarde. Tiene cita para las cinco.
—Cancélale —le digo.
—No es posible. El pago fue efectivo ayer y ella ya tiene ese dinero.
—¿Cuánto?
—Seiscientos cincuenta dólares.
—Tómalo de mi cuenta personal y reembólsale al tipo. Dile a Bianca que se reagenda para otro día o cualquier cosa que se te ocurra decir.
—Y esa fue la última cita que le agendas —agrega Alejandro en tono amenazante.
—Está bien —dice apenado.
—¿Sabes dónde está ahora?
—En el trabajo, supongo.
—¿Sabes dónde está su abuela?
—En el mismo hospital en que estuvo ella.
—Jess, ¿me permites intervenir?
—¿Qué tienes en mente?
—Convencerla de que le conviene sacar a su madre del hospital e internarla en la clínica de mi padre, donde tendrá mejores atenciones.
—No lo aceptará.
—Escucha, Jessica: conseguir un riñón no es solo asunto de dinero, sino de contactos, lo que toma tiempo y estudios. En lo que eso se da, cada día que pasa el enfermo se degenera progresivamente. Si no la convenciste tú, lo haré yo.
—Te veo muy involucrado.
Sonríe y se acerca a mí. Me toma la mano.
—Jessica, nunca nos planteamos una relación formal, pero eso no quita que eres por mucho la mujer más especial que he tenido mi vida. ¿Qué clase de persona soy si me muestro indiferente a tu preocupación por la situación de Bianca? Lo que te afecta a ti, me afecta a mí.
—Pensé que lo hacías por ella.
—Lo hago por ti. Ella es hermosa y excelente compañera sexual, pero tú eres más que eso para mí. Y aunque me molesta su terquedad de no aceptar ayuda, reconozco que eso demuestra que no está contigo por lo que le puedas dar materialmente.
—No me alcanzará la vida para agradecerte lo que haces por mí. Sin importar que no estemos juntas, Bianca es muy importante para mí y me alegra que lo valores. Aunque creo que si me amara como dices, dejaría de lado su ego y aceptaría mi ayuda.
—Si usamos un buen argumento, de seguro aceptará —dice Alejandro.
—Bueno, vamos ya.
Tomo mi bolso y salgo junto a Álex de la oficina. Le pido a Javier que envíe mi auto a la casa.
—Claro, mi diosa.
Aunque el local está cerca, el tránsito está infernal, así que nos toma casi veinte minutos llegar. Entramos a la plaza y al llegar al salón la encontramos sentada en una esquina. Llora desconsoladamente mientras sostiene una libreta en su mano. No se ha dado cuenta de nuestra presencia. Camino despacio y me paro frente a ella. Levanto su mentón con mi dedo y limpio sus lágrimas. Me siento a su lado y Álex me imita.
—¿Has venido a humillarme de nuevo?
—No es justo que me digas eso.
—Te dije que no quería tu dinero y lo metiste a escondidas en mi cartera.
—¿Hasta cuándo estarás con eso, Bianca? —Me mira y logro ver su profunda tristeza más allá de su incomodidad—. Déjame ayudarte.
Intuyo que se debate internamente para responderme. Abre la boca, vuelve a cerrarla y cuando creo que va a persistir en su negativa, para mi sorpresa, se me abraza por la cintura y da rienda suelta a su llanto. La abrazo yo también y durante largo rato acaricio su espalda hasta que siento que se va calmando.
—No sé qué hacer —finalmente dice—. Estoy desesperada. Todo me sale mal y mi madre está muriendo.
—Déjate ayudar —le pido—. Acéptalo como un préstamo si quieres, sin ningún compromiso, pero no pases por esto sola, por favor.
—¡No quiero tu dinero, Jess!
Álex, que había permanecido en silencio, finalmente interviene:
—Como yo lo veo, tienes dos opciones: o aceptas nuestra ayuda aumentando la posibilidad de que tu madre supere su enfermedad o dejo correr por la vía normal el expediente de tu agresión al oficial Mota, eso son unos tres meses de cárcel, y estoy seguro de que él estará muy contento de verte.
—No te atreverías —dice Bianca asustada.
—Pruébame —le responde Alejandro en actitud desafiante.
Quiero matarlo. No puedo creer que la esté chantajeando de esa forma. Le hago un gesto de desaprobación, pero me ignora descaradamente.
—¡No, por favor! No puedo alejarme de ella ahora. Aceptaré tu ayuda, Jess —me dice llorando y con sus manos en gesto de imploración.
Me pongo de pie y tiro del brazo a Álex hasta fuera del local. Nos alejamos unos metros a donde Bianca no pueda escucharnos.
—¿Me puedes explicar por qué carajos hiciste eso? ¿Acaso no ves que está ofuscada y es incapaz de pensar con claridad? No es forma de tratar a alguien que está desesperado.
—Era eso o seguir perdiendo tiempo en el jueguito donde tú suplicas y ella se niega. No se da cuenta de que cada minuto que pasa le resta vida a su abuela. Además, funcionó. —Me guiña un ojo.
—Tienes razón —digo entornando los ojos.
Regresamos al local y la encontramos más calmada.
—¿Qué se puede hacer? —nos pregunta.
—Dos cosas: primero, que entiendas que estamos aquí para apoyarte y no para aprovecharnos de ti. Y, segundo, que no perdamos más tiempo y traslademos a tu madre del hospital a la clínica de mi padre —responde Álex.
—Aún no tengo todo el dinero para el trasplante.
—Bianca, aunque el dinero es un factor importante, hay que hacer más que buscarlo. Conseguir un riñón compatible es un proceso tedioso que lleva tiempo, estudio y que el paciente esté en las mejores condiciones posibles para que no se deteriore durante la espera.
«Gracias, Dios», digo para mis adentro con alivio, mientras veo a Bianca asentir y poner toda su atención a las palabras de Alejandro.
Efectuar el traslado a la clínica ha tomado horas. Han sido necesarias muchas diligencias, pero ya está hecho. Ahora está estable y con mejores atenciones. Además, a diferencia del hospital, la clínica tiene condiciones para que alguien se quede a dormir si fuera preciso.
—Si quieres, te llevo a casa de tus parientes para que descanses —le ofrezco.
—No quiero dejarla sola.
—Aquí tiene todo lo que necesita. Hemos dispuesto una enfermera exclusivamente para ella.
Bianca finalmente acepta.
Desde que vendió el apartamento, Bianca se queda en casa de una prima donde también está su abuelo. La llevo hasta allá. Cuando aparco, me da un fuerte abrazo.
—Gracias, Jess.
—¿Quieres que te acompañe un rato?
—Es una casa muy humilde. De hecho, es un milagro que haya luz a esta hora.
—¿Por qué no vienes conmigo a casa?
—Tengo que cuidar de mi padre. Mi prima está fuera todo el día y come en la calle, así es que le preparo todo ahora y lo dejo listo para mañana.
—Él puede venir con nosotras —le ofrezco.
—Sería demasiado, Jess. Es un hombre testarudo. Ya bastante costó que aceptara venir aquí.
—Bueno, dile que lo llevarás a un lugar más cómodo hasta que tu madre mejore. En mi casa, Lucy lo atenderá y no tiene que estar comiendo calentado, podrá entretenerse en el jardín o la piscina y don Raúl puede sacarlo a pasear si quiere.
—Está bien. Si vez que tardo es porque se resiste…
Media hora más tarde por fin salen.
—Buenas noches, señorita —me saluda mal encarado.
—Buenas noches, don Felipe.
Durante el trayecto la atmósfera se sentía cargada e incómoda. A la tensión latente entre Bianca y yo se sumaba el mutismo de don Felipe que no decía nada, pero bien se le notaba que venía en contra de su voluntad. En el camino, llamo a Lucy y le doy las indicaciones para que lo reciba e instale en uno de los cuartos de la planta baja. A Bianca le ofrezco que tome la habitación contigua a la de su padre, donde se sentirá más tranquila.
—Gracias, pero me quedo en el cuarto donde está papá.
Como de costumbre, no logro dormir. Miro mi teléfono y veo que ya es más de medianoche. Mi jarra está vacía y decido ir a la cocina a por agua. Cuando estoy tomando el último trago siento unas manos muy frías que tocan mi cintura.
—Soy yo, Jess —susurra.
—Casi me matas de un infarto —suspiro—. Bueno, ahora vuelve a dormir, es tarde y hay que madrugar.
—Dormiré mejor si es contigo.
—Sabes que si nos metemos en mi cama lo que menos haremos es dormir. Es mejor que te quedes con don Felipe.
—Jess, por favor.
—Duerme bien —le digo y me marcho.
A punto de quedarme dormida, escucho un ligero crujido de la puerta de mi habitación. Estoy de espaldas a la entrada y me quedo inmóvil escuchando pasos sigilosos que se acercan. Siento que el colchón se hunde a mi lado y luego su mano helada se posa en mi trasero brevemente y luego asciende por mi cadera, luego el abdomen y se detiene en mi pecho. Mi piel se enardece bajo su respiración suave en mi espalda y mi vagina se contrae al contacto de sus labios en mi cuello.
—Te amo, Jessica.
Doy la vuelta y quedamos frente a frente.
—Yo también te amo. Eres mi vida, Bianca.
—Quiero hacer el amor contigo.
—No.
—¿Por qué no?
—No quiero que hagamos el amor hoy y que mañana me digas que no somos nada. Quiero que estemos en paz.
—Perdóname.
—Si sigues abusando de esa palabra, dentro de poco no tendrá ningún valor.
—Quiero cambiar, Jess.
—Esa es tu decisión. Yo te amo tal y como eres y no soy nadie para pedirte o exigirte que cambies.
Permanece callada por largo rato, pero luego me besa. Muerde mis labios y mete su lengua en mi boca.
—Basta, por favor —suplico.
—¿Quieres que me vaya?
—No. Quédate, por favor.
Me besa suavemente y mi cuerpo da la bienvenida a ese delicioso vaivén de su cadera. Se quita la ropa interior y luego me quita la mía y se acopla a mi cuerpo sin demora. Nuestras humedades se encuentran y se reconocen en una danza dulce y tortuosa. Se recuesta sobre mí sin perder el compás. Siento que estoy sucumbiendo antes de lo esperados a sus besos y gemidos.
—Despacio. No quiero venirme aún —le digo.
Ella disminuye la intensidad. Ahora va suave y muy despacio y siento que todo el espacio lo abarcamos únicamente ella y yo: sus gemidos, mi respiración, los latidos de nuestros corazones latiendo como uno solo. Estoy a poco de alcanzar el punto de no retorno, pero, de repente, me paralizo cuando mi mente es atacada por los malos recuerdos. Me levanto y me dirijo a la puerta.
—Vete, por favor —le pido.
Enciende la luz que ilumina sobre la cama y camina hacia mí.
—¿Qué te pasa, Jess? —me pregunta desconcertada.
—Necesito que te vayas. Quiero que estemos bien, pero esto lo confunde todo.
—No es simple sexo lo que tenemos —dice abrazándome—, yo hago el amor contigo. Somos lo más lindo que le ha pasado a cada una.
—Si es así, ¿por qué tengo que desgastarme intentando que confíes en mí?
—Sé que soy cambiante, testaruda y orgullosa —reconoce.
—Yo así te amo. Lo que no puedo es pasarme la vida forzando las cosas y mendigando tu confianza. Yo quiero que confíes en mí y que no sientas temor de pedir ayuda cuando estás pasando un momento difícil. Quiero que me necesites en tu vida tanto como yo te necesito en la mía.
—Sí te necesito, Jess, y más de lo que te imaginas.
—El problema, Bianca, es que lo que dices no se corresponde con lo que haces. Me necesitas tanto que por más de un mes no supe nada de ti.
—Estaba con mi mamá, Jess. Sí quise buscarte, pero no me atreví porque creí que no me perdonarías el haberte abandonado. Entiendo que ya no me quieras ni me desees, pero déjame al menos dormir a tu lado —me pide abrazándose a mí—. Te juro que no he logrado conciliar el sueño desde que no estoy contigo.
—Yo tampoco he podido, Bianca, pero prefiero conservar el recuerdo del tiempo que hemos pasado juntas a tenerte una noche y que al día siguiente te comportes como si no significara nada para ti.
—¡Será como digas! —grita y sale de la habitación airada.