Salvador con ojos color de oruga, Salvador del pelo chueco y los dientes chuecos, Salvador, cuyo nombre la maestra no recuerda, es un niño que no es amigo de nadie, corre en esa dirección indefinida donde las casas son del color del mal tiempo, vive detrás de una puerta de madera sin acabado alguno, sacude a sus hermanos somnolientos para despertarlos, les amarra los zapatos, los peina con agua, les da de comer hojuelas de maíz y leche en una taza de peltre en la oscuridad tenue de la mañana.
Salvador, tarde o temprano, llega antes o después con la hilera de hermanos menores ya listos. Ayuda a su mamá, que está ocupada con el quehacer del bebé. Jala los brazos de Cecilio, Arturito, los apura, porque hoy como ayer, Arturito ha dejado caer la caja de puros llena de crayolas y ha dejado caer los cien deditos rojos, verdes, amarillos, azules y un muñoncito negro, deditos que ruedan y ruedan sobre los charcos de asfalto y luego siguen rodando y rodando, hasta que la mujer policía que está en el cruce de peatones detiene la nébula de coches para que Salvador los pueda recoger de nuevo.
Salvador dentro de esa camisa arrugada, dentro de esa garganta que tiene que aclararse y pedir disculpas cada vez que habla, dentro de ese cuerpo de niño de cuarenta libras con su geografía de cicatrices, su historia de sentimientos heridos, extremidades rellenas de plumas y trapos, en qué parte de los ojos, en qué parte del corazón, en esa jaula del pecho donde algo palpita con ambos puños y sabe sólo lo que Salvador sabe, dentro de ese cuerpo demasiado pequeño para contener los cientos de globos de felicidad, la guitarra única del dolor, hay un niño como cualquier otro de esos que desaparecen por la puerta, al lado de la reja del patio de la escuela, donde les ha dicho a sus hermanos que lo esperen. Toma las manos de Cecilio y Arturito, se escabulle para esquivar los muchos colores del patio escolar, los codos y las muñecas que se entrecruzan, los muchos zapatos que corren. Se torna más y más pequeño a la vista, se disuelve en el luminoso horizonte, revolotea en el aire antes de desaparecer como una memoria de papalotes.