Le gusta decir que es Spanish, pero es de Laredo como todas nosotras—o de “Lardo”, como le decimos. Se llama Berriozábal. Carmen. Trabajaba de secretaria en un despacho de abogados en San Antonio.

Tenía chichis grandotas. Bien chichona que estaba. Los hombres no podían quitarles los ojos de encima, ni ella podía hacer nada por evitarlo. Cuando hablaban con ella, nunca la miraban a los ojos. Era un poco triste.

Andaba con este cabo de la base militar Fort Sam Houston. Joven. Un chulote. José Arrambide. Él tenía allá en su pueblo a su noviecita del high school que vendía nachos en el mall, todavía esperando a que él regresara a Harlingen, se casara con ella y le comprara ese juego de recámara de tres piezas en abonos. Sigue soñando, ¿verdad?

Bueno, pues este José no era el mero mero petatero amorcito corazón de la vida de Carmen. Sólo su “movida” de San Antonio, por decirte algo. Pero ya ves cómo son los hombres. A menos que les laves los pies y se los seques con el pelo, nomás no aguantan. Deveras. Y Carmen era de ese tipo de mujer de o lo tomas o lo dejas. Si no te gusta, ahí está la puerta. Así nomás. Era algo serio.

No era lista. Digo, no lo suficiente como para hacerse una limpieza dental profesional una vez al año o como para comprarse un duplex. Pero el cabo estaba empelotado con ella. Su esclavo de amor auténtico y garantizado. No sé por qué, pero cuando tratas mal a los hombres, les encanta.

Sí claro, él era su sancho de vez en cuando, pero qué le importa eso a una mujer de veinte años que trae al mundo de los güevos. A la primera chanza, se juntó con un senador tejano muy famoso que ya se estaba abriendo brecha pa’la casa grande. Le puso un condominio muy elegante al norte de Austin. Camilo Escamilla. A lo mejor has oído hablar de él.

Cuando José se enteró, se armó el desmadre, como dicen. Intentó matarla. Intentó matarse. Pero este Camilo se las arregló para que los periódicos no publicaran nada. Era así de importante. Y, además, tenía mujer e hijos con quienes se tomaba una foto cada año para el calendario que regalaba en Navidad. No iba a arruinar su carrera por una fulanita.

Según con quién hables lo que te cuentan. Los amigos de José dicen que dejó grabadas sus iniciales con una navaja en esas famosas chichis, pero eso me suena a puro cuento, ¿no creibas?

Oí decir que desertó. Que se volvió torero en Matamoros, nomás pa’poder morir como un hombre. Otros dijeron que era ella la que se quería morir.

No te creas. Ella se huyó con King Kong Cárdenas, un luchador profesional de Crystal City y un encanto de hombre. Conozco a su prima Lerma y la acabamos de ver la semana pasada en el salón de baile country western Floore Country Store en Helotes. Chingao, nos invitó una cerveza y desapareció girando y bailando el two-step al ritmo de Hey Baby que pasó.