¡Híjole! Ahí va tu soda. Ves. Mira nomás. Mamá, ven por tu chiquilla. Mírala ahora, anda descalza y podría cortarse. Así que te toca trapearlo, ¿eh? No he tirado nada desde hace mucho. Desde que era chico, yo creo. No me puedo acordar de la última vez que tiré una soda. Y mira que la Big Red es bien pegajosa, ¿verdá? Pinta la ropa y no se quita con nada y deja la boca de los chiquillos pintada como payaso, ¿verdá? ’Tá bien chula. N’hombre. Oh, pero los niños, son bonitos cuando están chiquitos, pero para cuando se empiezan a poner feos ya es demasiado tarde, entonces ya los quieres.

Tienes que fijarte de no comprarles soda en botella de vidrio la próxima vez. Sobre todo la Big Red. Pero ésa es la que más piden, ¿verdá? Claro que puedes agarrar mi canastilla. Mis cosas todavía no están listas.

Cuando murió mi mujer, iba yo a un lugar allá en Calaveras mucho más grande que éste. Éste no es nada. En aquel lugar había el doble de máquinas. Y tenían secadoras que eran de a quince minutos por una peseta y así no tenías que gastar una peseta extra por digamos, poliéster, que se seca bien rápido. Sólo que nomás había dos—tenías que ponerte bien listo y agarrarlas tan pronto como se desocupaban.

Aquí todo es de a treinta minutos por cincuenta centavos. Re’caro cuando tienes que seguir echando pesetas y pesetas y pesetas. A veces, si tienes suerte, se puede encontrar una máquina en la que quede tiempo pagado, ves. Echas tus cosas ligeras que se secan así de rápido. Calcetines, paños, tal vez las camisas de fifty-fifty para que no se arruguen, ¿verdá?

Pero mis jeans necesitan más de treinta minutos. Treinta minutos no es suficiente, pero prefiero llevármelos a casa húmedos y colgarlos en el marco de la ventana antes de echar otros cincuenta centavos. Es porque los seco en low, ves. Antes los secaba en high y siempre me apretaban después. La señorita del K mart dijo, Tiene que secar sus jeans en low, porque si no se le encogen. Tiene razón. Mira, ahora siempre los pongo en low, aunque se tarden más y todavía estén húmedos después de treinta minutos. Por lo menos luego me entran. Todo eso he aprendido.

¿Y sabes qué más? Cuando laves, no basta con separar la ropa según la temperatura. También necesitas separarla según el peso. Toallas con toallas. Jeans con jeans. Sábanas con sábanas. Y siempre ten cuidado de usar bastante agua. Ése es el secreto. Aun si sólo son unas cositas en la máquina. Bastante agua, ¿te fijaste? Pa’que la ropa se lave mejor y no se desgaste tanto, ves, y dura más. Ésa es otra maña que aprendí por ahí.

Ahora ten cuidado de que no se te quede la ropa en la secadora. De nada. Tienes que estar al pendiente, ¿verdá? Apenas como deja de dar vueltas, la sacas. Si no, nomás es más trabajo después.

Las camisetas se me arrugan aunque las seque quince minutos en caliente o en frío. Así son las camisetas. Siempre un poco arrugadas por angas o por mangas. Son curiosas, las camisetas.

¿Sabes cómo hacerle para que no se fije una mancha? Adivina. Un cubo de hielo. Sí señor. Eso me lo enseñó mi mujer. Yo creía que estaba loca. Siempre que tiraba algo en el mantel, ella salía corriendo a la hielera. Mancha de mole en la camisa, un hielo. Mancha de sangre en una toalla, un hielo. Cerveza en el tapete de la sala, pos ahi está, un hielo.

Ay caray, era muy limpia. Todo en la casa se veía como nuevo, por viejo que fuera. Toallas, sábanas, fundas de cojín bordadas y esas carpetas alargadas como mantelitos, ésas que pones sobre los sillones para la cabeza, ésas, las tenía blancas y tiesas como el cuello de una monja. N’hombre. Almidonaba y planchaba todo. Mis calcetines, mis camisetas. Hasta planchaba mis calzoncillos boxers. N’hombre, me volvía loco con sus cubos de hielo. Pero ahora que ya está muerta, bueno, pos así es la vida.