1

8 de agosto, 9.09 h

En teoría solo iban a ser veinte minutos.

Eso me dije cuando me levanté aquella mañana. Solo serían veinte minutos. Nos reuniríamos en el aparcamiento del banco, entraríamos, ingresaríamos el dinero y sería una situación incómoda, incomodísima, pero serían veinte minutos a lo sumo.

Podía sobrevivir veinte minutos en compañía de mi exnovio y mi nueva novia. Podía sobrellevar la incomodidad. Yo era una puñetera campeona.

Incluso llevé dónuts, pensando que quizá ayudarían a suavizar la situación tras el rollete interruptus de la noche anterior, que es minimizar lo que pasó, ya lo sé. Soy consciente de que la masa frita no lo arregla todo, pero bueno. A todo el mundo le encantan los dónuts. Sobre todo si llevan virutas de colores... o beicon. O las dos cosas. Así que compro los dónuts —y café, porque Iris es prácticamente un oso grizzly a menos que se inyecte cafeína por la mañana— y, como cabía esperar, eso me retrasa. Cuando entro en el aparcamiento del banco, ya han llegado los dos.

Wes está junto a su camioneta, alto, rubio y recostado contra la descascarillada compuerta trasera, donde ha dejado el estuche con todo el dinero de la noche anterior. Iris se ha arrellanado en el capó de su Volvo con su vestido color acuarela, y sus rizos se mecen mientras juega con el mechero que encontró en las vías del tren. Cualquier día de estos se va a prender fuego a la pelambrera, lo tengo clarísimo.

—Llegas tarde —es lo primero que me dice Wes cuando salgo del coche.

—He traído dónuts.

Le tiendo a Iris su café y ella baja del capó de un salto.

—Gracias.

—¿Podemos acabar con esto de una vez? —pregunta él.

Ni siquiera mira los dónuts. Se me anuda el estómago. ¿De verdad estamos así otra vez? ¿Cómo podemos estar así otra vez, después de todo?

Aprieto los labios e intento no parecer demasiado enfadada.

—Muy bien. —Dejo los dulces en mi coche—. Vamos.

Agarro de malos modos el estuche de la compuerta de su camioneta.

El banco acaba de abrir al público, de modo que solo tenemos un par de personas delante. Iris rellena el formulario de ingreso y yo me pongo a la cola, seguida de Wes.

La fila avanza mientras Iris se acerca con el impreso. Me arrebata el sobre y se lo guarda en el bolso. Mira a Wes con recelo, luego a mí.

Me muerdo el labio. Solo serán unos minutos.

Iris suspira.

—Mira —le dice a Wes, poniendo los brazos en jarras—. Comprendo que la manera de enterarte no fue genial, pero...

Es entonces cuando la interrumpen.

Pero no lo hace Wes.

No, el que interrumpe a Iris es el tipo que tenemos delante. Porque ese tipo, el que tenemos delante, escoge ese momento para sacar un arma y ponerse a atracar el puñetero banco.

Lo primero que pienso es «¡Mierda!». Lo segundo, «Agáchate». Y lo tercero que pienso es «Vamos a morir porque me he entretenido comprando dónuts de beicon».