10.58 h (106 minutos retenida)
1 mechero, 3 botellines de vodka, 1 tijeras, 2 llaves de una caja de seguridad
Plan n.o 1: descartado
Plan n.o 2: en marcha
—¿Qué te ha hecho? —quiere saber Iris cuando vuelvo a entrar en el despacho y la puerta se cierra.
Levanto la mano y esperamos un momento mientras oímos el roce de la mesa. El ruido se apaga y estamos encerrados de nuevo.
—¿Te encuentras bien? —pregunta Iris al mismo tiempo que Wes dice:
—¿Qué has hecho?
Dos interrogantes dispares de dos personas muy diferentes, formuladas a dos chicas muy distintas también. Wes conoce a la auténtica. Iris está a punto.
El corazón me atruena en el pecho solo de pensarlo. Recuerdo cómo reaccionó Wes cuando lo descubrió.
—¿Te encuentras bien, Casey? —pregunto, en parte para distraerme de lo inevitable.
Está sentada en el rincón con las rodillas dobladas contra el pecho. Asiente.
—Tú aguanta. Esto casi ha terminado.
Wes coge aire con horror.
—¿Qué has hecho? —insiste, ahora en tono dramático y enfurruñado.
Le va a parecer fatal, pero no se me ha ocurrido nada más.
—Me he convertido en lo más valioso de este banco.
Se crispa. Prácticamente se aparta de mí.
—No es verdad.
—Tenía que hacerlo.
—¿Se lo has dicho?
—Ha estado en la cárcel. Sabe lo que vale. Le he enseñado pruebas.
Iris nos mira alternativamente como si estuviéramos jugando un partido de tenis, pero Wes solo tiene ojos para mí.
—¿Qué querías que hiciera? —le pregunto, porque yo no lo sé.
No tengo más arma que la verdad. Ya no soy la rubia perfecta que era. Ya no parezco dulce ni tímida como las chicas que fingía ser. Y Ashley... Ella empezó siendo poca cosa. Era dulce. Otro ejemplo más de la hija ideal. Pero se convirtió en leyenda entre la escoria. En el material del que están hechas las pesadillas de ciertos hombres.
—No sé qué más podías hacer —admite Wes—. Pero hasta yo tengo claro que revelar tu identidad secreta es una mala idea.
—Está a cinco segundos de disparar a alguien —cuchicheo para que Casey no me oiga—. Algo había que intentar. No tenía nada más.
—¿Me haríais el favor de dejar de hablar en clave de amigos íntimos y contarme lo que está pasando? —interviene Iris.
—Mierda. —Es Wes el que lo dice, no yo, aunque comparto el sentimiento. Se frota la frente como si fuera él quien estuviese a punto de desembuchar sus secretos más profundos y oscuros.
—¿Estás en un programa de protección de testigos? ¿Es eso? —pregunta Iris.
Wes suelta un bufido que es casi una risa y yo lo fulmino con la mirada. Sé muy bien de qué se ríe.
Él me preguntó exactamente lo mismo.
—No estás ayudando —le digo.
—Vale. Tienes razón. Perdona. Es tu historia.
El caso es que tiene razón, es mi historia. Pero en parte también es la suya. Porque lo amé. Porque todavía lo quiero, aunque de otro modo. Porque Lee y yo lo convertimos en parte de nuestra familia cuando en teoría no debíamos hacerlo. Porque no solo le dije la verdad, sino que lo enmarañé en ella.
Miro a Iris, y ahí está ella y aquí estoy yo. Quería que fuera más fácil. Wes lo descubrió cuando reinaba el caos a nuestro alrededor y el sol brillaba rojo en el cielo por el humo de los incendios incontrolados como una especie de advertencia retorcida. Lo descubrió y gritamos, lloramos y nos rompimos en tantos pedazos que nos costó meses recomponernos como frankenfriends.
Yo quería contárselo a Iris de un modo distinto. Soñaba con paz y tranquilidad y nada de soles rojos que me gritaran «Huye». Deseaba haber encontrado las palabras adecuadas y haberlas ensayado. No quería más lágrimas. Estoy tan harta de llorar por ellas..., por esas chicas y por lo que le pasó a cada una. Por mi madre y por la mierda a la que me arrastró... y por cómo excavé una salida con uñas y dientes.
Pero nunca será fácil, y ahora aquí estamos, en mitad de un atraco a un banco, porque es lo que toca. Así que allá vamos. Agárrate fuerte, Nora.
—Mi madre es una estafadora —empiezo. Frases breves, enunciativas. Sin rodeos. Puede que así no me tiemble la voz—. Se dedica al timo del amor. Su propia versión. Escoge tipos que no vayan a denunciarla porque sus negocios ya son turbios... y ellos también.
—¿Y tú la enviaste a la cárcel?
—Sí.
—Vale, entonces ¿por qué hablabais de identidades secretas? —Esta pregunta va dirigida a Wes, pero los dos se vuelven para mirarme. El ceño de Iris se acentúa—. Si es una estafadora, entonces tú...
Se humedece los labios; su brillo sabe a frutos del bosque, pero nunca a ninguno en concreto, y caigo en la cuenta de que tal vez nunca vuelva a saborear esa mezcla de bayas dulces y ella.
—Tú no eres quien dices ser.
Prácticamente lo ha suspirado y la expresión que asoma a su rostro cuando ata cabos es igual que si me hubieran clavado un vaciador de melón muy afilado en la barriga y empezaran a sacar cucharadas.
Echo un vistazo a Casey por encima de su hombro. No puedo contar toda la historia mientras la niña siga aquí. Contársela a Iris ya es bastante malo.
—Pues... —No puedo seguir hablando, porque todos lo oímos: voces que se elevan en la oficina.
—Están discutiendo —dice Wes por lo bajo.
—Eso es bueno.
Iris sale disparada y pega la oreja a la puerta, atenta a lo que dicen. Oigo maldecir y se hace el silencio de nuevo.
Me pregunto si han surtido efecto las semillas que he sembrado. De ser así, tengo que preparar a Casey. Rápido.
Tiene que darle a Lee un mensaje de mi parte.