9.19 h (7 minutos retenida)
Están discutiendo. Gorra Roja y Gorra Gris. El de rojo está entrando en pánico mientras el guardia yace allí de espaldas y la moqueta se empapa de sangre. Gracias a Dios que solo le ha dado en el brazo. Seguramente aguantará. De momento. Pero alguien debería aplicarle presión a la herida y ellos no le hacen ni caso.
—Ya te dije que esto era mala idea. Me prometiste que nadie saldría herido. Que solo tendríamos que obligar a Frayn a bajar al sótano para que abriera la...
—Cállate —gruñe Gorra Gris, que nos echa una ojeada rápida.
Yo tengo la cabeza gacha, pero estoy escuchando hasta la última palabra.
Deben de estar hablando de las cajas de seguridad. Eso es lo que hay en el sótano. Esas cajas son minas de oro de secretos. A la gente le encanta guardar cosas ahí dentro cuya existencia no quiere que nadie conozca. Pero si el director del banco es la única persona que puede acceder al sótano...
Para eso lo necesitan. Y ¿qué pasa si no está aquí?
Que su plan revienta en pedazos.
No me extraña que estén tan alterados como para disparar. Alguien podría haber oído la detonación, aunque el banco es el único negocio que queda en esta zona comercial venida a menos. Y aunque nadie lo haya oído... a Lee le habrá llegado mi mensaje. En cualquier momento dejará caer la ira de Investigaciones Privadas O’Malley sobre estos tipos. Y seguro que arrastra consigo a la oficina del sheriff al completo. No son ninguna maravilla, pero están armados.
No obstante, que haya más armas no siempre es bueno. En casi todas las situaciones, eso empeora las cosas. Y la pasma siempre las empeora. Pero tenía que correr el riesgo para avisar a Lee de que algo iba mal.
—Asegura las puertas y vigila el aparcamiento —ordena Gorra Gris.
Su compañero se apresura a obedecer, como si se alegrara de tener algo en lo que ocuparse.
Él va a ser el eslabón débil. El objetivo, si acaso necesito uno. Mis pensamientos van rebotando como piedras planas en un estanque según intento urdir un plan.
—Tú —ladra Gorra Gris. Wes se crispa. Tengo su pecho prácticamente encima de la cara y comprendo que le habla a él cuando noto la tensión de sus músculos—. Tú eres grande. Arrástralo lejos de los ventanales.
Wes me mira un momento, solamente un vistazo rápido antes de levantarse, y la expresión de su cara me dice que no me preocupe.
Cosa que me pone como una moto, maldita sea. ¿Qué se propone? Más le vale limitarse a seguir las instrucciones del atracador.
La pistola y la atención de Gorra Gris están pendientes de Wes mientras él avanza hacia el guardia de seguridad, y eso me provoca escalofríos. Aprieto la mano de Iris y ella me la estrecha con la intención de calmarme, pero no hay tranquilidad que valga.
Wes se inclina y titubea según discurre el mejor modo de desplazar al guardia sin lastimarlo aún más. Lo incorpora con un solo movimiento. Wes es alto y fuerte y a veces eso le viene bien, pero, en esta situación, lo convierte en la mayor amenaza para esos hombres y me muerdo el labio inferior cuando se vuelve para mirar a Gorra Gris.
—¿Dónde lo dejo?
—Ahí.
El hombre hace un gesto con el arma hacia la pequeña zona de espera, donde la niña sigue escondida debajo de la mesa.
Se me cae el alma a los pies porque Wes titubea. El arma que sostiene Gorra Gris lo apunta con tanta rapidez que Iris, a mi lado, ahoga un grito con suavidad.
—¿No he hablado claro? —pregunta Gorra Gris, y ahí está. La rabia de su voz. La estaba esperando. En equilibrio sobre la cuerda floja hasta que la he oído.
No hay nada comparable a un hombre enfadado y armado. Lo aprendí muy pronto en la vida.
—Perdona, tío, esto te va a doler.
Haciendo una mueca por el esfuerzo, levanta a pulso al guardia, que suelta un gemido seco, todo dolor y miedo. Lo maneja con toda la suavidad de la que es capaz (veo lo cuidadoso que está siendo; siempre es cuidadoso), pero cuando lo deja en la zona de espera, lejos de las puertas de cristal, la herida le sangra más aún.
Gorra Gris echa mano del pesado poste que sostiene un anuncio de hipotecas, arranca el cartel y pasa el palo metálico por los tiradores de la puerta de la sucursal, lo que complica la huida y dificulta que la puedan reventar.
La situación empeora por momentos. No tenemos policía en Clear Creek; es un pueblo demasiado pequeño y rural. Solo están el sheriff y sus seis ayudantes, dos de los cuales trabajan a media jornada; el equipo de fuerzas especiales más cercano está..., ay, madre, ni siquiera lo sé. ¿En Sacramento, tal vez? A cientos de kilómetros de distancia, al otro lado de las montañas.
—Los demás poneos allí, en la zona de espera.
Gorra Gris señala con un gesto el rincón donde se encuentran el guardia y la niña. Obedecemos. La cajera se une a nosotros y todavía tiene la cara surcada de lágrimas cuando baja la vista hacia el guardia. Iris se despoja de la chaqueta y presiona con ella el hombro del herido, y entonces la cajera vuelve en sí y le toma el relevo con un tembloroso asentimiento.
—Todo se arreglará, Hank —le dice.
El hombre exhibe un rictus de dolor cuando ella intenta contener la hemorragia.
—¿Estás bien? —le pregunto a la niña.
Tiene los ojos vidriosos y muy abiertos. Niega con la cabeza a toda prisa.
—Todo saldrá bien —le promete Wes.
—Callaos todos. Quiero vuestros teléfonos, bolsos, llaves y carteras aquí amontonados. —Gorra Gris señala la mesa de la entrada con el arma.
Dejo el móvil y la cartera en la mesa, y Wes me imita.
Iris deposita con cuidado su bolso de mimbre junto a nuestras cosas, y las cerezas rojas de baquelita que lleva prendidas al asa se agitan con el movimiento. Me mira de reojo cuando vuelve a sentarse con un brillo extraño en las pupilas y noto un vuelco en el estómago al caer en la cuenta de lo que falta en la mesa: Iris se ha quedado con el mechero plateado. La he visto guardárselo en el bolsillo en el aparcamiento. Y todavía sigue allí, alojado entre los pliegues de su vestido vintage. Lleva una falda de vuelo que se derrama sobre el segundo miriñaque más acampanado que posee, y el corte del vestido es tan perfecto que el bolsillo queda oculto entre los rotundos pliegues de algodón.
«Ya no hacen prendas como esta, Nora.» Lo dijo el día que nos conocimos, mientras giraba sobre sí misma enfundada en su falda roja con volutas doradas. Se elevaba a su alrededor como por arte de magia, igual que si Iris fuera la chispa antes de un incendio, y yo no podía ni respirar de tanto que deseaba que ella fuera algo en mi futuro.
Igual que ahora. Iris es mi presente y mi futuro, estando nuestra única arma alojada entre engañosas capas de algodón y tul. Ya está discurriendo cómo valerse de ella para liberarnos y es la chispa de esperanza que necesito.
Con un asentimiento casi imperceptible, le comunico que lo he captado. Eleva una comisura de los labios y su hoyuelo asoma apenas un instante.
Recurso n.o 1: mechero