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12.16 h (184 minutos retenida)

1 mechero, 3 botellines de vodka, 1 tijeras, 2 llaves de una caja de seguridad, 1 cuchillo de caza, 1 bomba química, material combustible, el contenido del bolso de Iris

Plan n.o 1: descartado

Plan n.o 2: en reserva

Plan n.o 3: clavado

Plan n.o 4: coger la pistola. Ir a buscar a Iris y a Wes. Salir.

Plan n.o 5: plan de Iris, ¡bum!

 

 

Al principio, todo discurre tal como Iris tenía previsto. Enciende la mecha y la llama viaja hasta la papelera con el material combustible. Prende. El papel higiénico empapado en gel desinfectante llena la habitación de una humareda tan negra y apestosa que me cuesta respirar debajo del pañuelo. Propino fuertes golpes a la puerta. Quince o veinte segundos de infarto y ahogo más tarde, lo oigo empezar a mover lo que sea que está bloqueando la salida.

Iris recoge la garrafa bomba y la agita con energía. El plástico empieza a hincharse bajo sus manos según los productos químicos multiplican la presión, pero ella no la suelta.

La puerta se abre de sopetón, el humo escapa al momento y Gorra Roja empieza a toser. Iris lanza la garrafa directamente hacia las toses, se escucha un grito, un ruido efervescente y entonces ¡bum! La bomba explota como un cohete de fuegos artificiales y proyecta más humo.

Su grito es espeluznante —arañar una pizarra no es nada al lado de eso—, pero no me detiene. Me interno en el humo que aún brota del baño y Gorra Roja está en el suelo, a un metro de la puerta; tiene mal aspecto. Parece que le ha estallado justo en la barriga y no tiene las manos meramente ensangrentadas; están en carne viva, como si le hubieran arrancado la piel.

¿Dónde está el arma? ¿La tiene él? Llevaba la recortada la última vez que lo vi. ¿Está en el suelo? El humo brota en latidos a mi espalda, y toso. Me lloran los ojos a causa del escozor y me vuelvo para buscar a Iris.

Solo veo humo y llamas. Mierda. Mierda. El fuego ha saltado al techo.

—¡Iris!

Corro hacia delante entre el caos y choco con ella. Se apoya en mí a la vez que tose con violencia.

—¡Las placas del techo! —resuella—. Son viejas. De amianto, quizá. No lo he pensado...

—¡Vete!

La empujo hacia delante todavía buscando el arma por el suelo. ¿Dónde está? Debe de llevarla encima.

—¡Vete! —repito a la vez que me agacho junto al cuerpo gimiente de Gorra Roja. Lleva cerrada la cremallera de la cazadora. Debe de haberse guardado la pistola...

El pequeño jadeo de Iris y el porrazo sordo son los únicos avisos que recibo. Alzo la vista y lo veo entre el humo, ensangrentado y enfadado. Luego la culata de la recortada zumba hacia mi cara y pienso con claridad súbita, demasiado tarde: «Debería haber salido yo primero».