12.32 h (200 minutos retenida)
2 llaves de una caja de seguridad, 1 cuchillo de caza
Plan n.o 6: no morir
Me alejo del coche de Duane a la carrera. Ahora debo esconderme.
Cruzo las puertas del granero a la velocidad del rayo y las cierro al momento. Pero no veo nada con lo que bloquear los portones desde dentro y no quiero que pierda interés y vuelva con Iris. A través de las rendijas de la puerta lo veo encaminarse al edificio y la sangre me grita que siga corriendo. No se apresura; la puñalada todavía debe de molestarle, aunque el dolor inicial haya remitido. Debe ser cuidadoso. Necesita estar en la mejor forma posible para llevarme a la otra punta del país. No me puede meter en un avión, y podría ser la clase de tío que conoce a alguien con un barco en el que trasladarme de matute, pero ¿tendrá tanto dinero?
El instinto me dice que no. Porque se ha metido en este golpe de mierda con Gorra Roja. Duane está desesperado y en la ruina e intentará aferrarse a mí, por arriesgado que sea, porque soy su mejor capital ahora mismo.
El granero está a oscuras y hay maquinaria cubierta con lonas en los establos que antes albergaban caballos. Miro hacia arriba; veo un altillo y una escalera, pero esta es de madera y pesada. No sería capaz de arrastrarla.
Pero sí podría atraparlo en el altillo. Solo tengo que entretenerlo el tiempo suficiente para que encuentren el coche. Nada más.
Me estoy engañando a mí misma. Esto no va bien. Pero sigo avanzando. Me agacho para coger un puñado de tierra antes de subir por la escalera. El pajar es grande y plano, se extiende por la mitad del granero con vistas a los establos y a la entrada, y la luz del sol entra a raudales por la gran ventana trasera.
Miro alrededor, desesperada por encontrar algún tipo de arma de largo alcance. Tengo pocas esperanzas de hacerle daño con un cuchillo, como bien sé. Se lo clavaré una vez y luego me agarrará. Necesito algo más grande. Un rastrillo o una pala o algo campestre y letal.
La puerta del granero se abre con un crujido y yo me quedo helada en el altillo.
El silencio es absoluto. No habla. No se burla de mí. Casi preferiría su cháchara de mierda, porque ya me he acostumbrado a ella y el silencio es...
Espeluznante. Espeluznante que te cagas.
Solo están sus pasos, los latidos de mi corazón y la idea de que seguramente esté a un par de respiraciones de algo doloroso. Es lo que quiere. Pretende que me pudra en el miedo.
Todavía no ha entendido quién soy.
Supongo que ya somos dos, pero al menos yo sé de lo que soy capaz. Se lo he advertido, pero no me ha escuchado, así que tendré que obligarlo a hacerlo.
Avanzando sin hacer ruido hasta la barandilla del altillo, lo veo seguir internándose en el granero y espero a que haya sobrepasado el último establo. Entonces tiro el puñado de tierra sobre la lona y me agacho antes de que la lluvia seca caiga en el plástico.
Ya me estoy moviendo cuando se gira hacia el ruido y cruzo el altillo en busca de algo... lo que sea...
Hay una escoba. Las cerdas están podridas y la parte del cepillo es apenas una insinuación abultada, pero la puedo usar como bastón. Algo con lo que golpear. Si lo puedo aturdir, rompérselo en la cara o algo así, tal vez tenga la oportunidad de usar el cuchillo y salir corriendo. Quizá no me siga esta vez. A lo mejor no puede si retiro la escalera y lo atrapo en el altillo.
Es un plan pésimo, pero no tengo otro. Aferro el mango de la escoba con fuerza cuando la escalera cruje.
Me escondo lo más retirada posible entre las sombras, lejos del sol que se derrama desde la gran ventana, pero no basta. Su cabeza sobrepasa el nivel del suelo del altillo y me divisa de inmediato.
Espero a que se ponga de pie en el pajar, lejos de la escalera, y es un error, comprendo demasiado tarde, porque no tengo tiempo suficiente para abalanzarme sobre él. Hago una finta a la derecha, pero él se mueve con intención, que no es otra que la de hacerme suficiente daño para quebrarme por fin. No solo los huesos. Toda yo.
Eso no va a pasar.
Blandiendo el mango de la escoba, apunto alto, pero él detiene el golpe. La vieja madera se parte por la mitad contra su brazo y él aúlla porque al menos le he dado en el codo. Solo tengo tiempo para retroceder unos cuantos pasos, fuera del alcance de su manoteo, y sacar la navaja. La despliego, la coloco entre los dos y experimento una sensación de algo ya vivido; aquí estoy de nuevo, una chica, un cuchillo y un hombre malo. Por lo visto, eso nunca cambia, pero yo sí.
Doy dos pasos a la derecha. Si pudiera llegar a la escalera...
Pero él se abalanza y yo rajo; no instintivamente, con idea. Tienes que aplicar tu peso cuando usas un cuchillo. Tienes que ser fuerte. Y rápida. No lo soy ahora mismo. El cuchillo le hace un corte torpe en el brazo, torcido y largo, no profundo. Él chilla y me aparta de un manotazo tan fuerte que el arma cae al suelo con un ruido metálico. Se sujeta el brazo herido con la mano, siseando entre dientes, la navaja está demasiado lejos y esta podría ser mi única oportunidad, esta pequeña ventana de dolor que he causado, así que huyo.
Estoy a mitad de la escalera cuando la agarra y la sacude hacia delante de modo que me lanza hacia atrás como si fuera el gimnasta de un viejo juguete de madera. Tengo un segundo para decidirlo: cabeza o espalda, cabeza o espalda, y entonces doblo las rodillas e intento darme la vuelta en el aire al tiempo que levanto las manos para protegerme la cabeza. Las rozaduras provocadas por el salto del coche disminuyen mi tiempo de reacción y me estampo de mala manera en el suelo del granero con un horrible crujido, pero no me golpeo la cabeza, gracias a Dios. La fuerza del impacto se proyecta y me alcanza el cerebro y el corazón. Al momento estoy inhalando aire que no está ahí mientras todo el cuerpo se me agarrota de dolor.
Mis pulmones se estremecen y por un segundo no tengo claro si la caída me ha cortado la respiración o se me ha clavado una costilla en el pulmón o algo así. Parece lo segundo, ya lo creo que sí, no lo primero. Me da miedo moverme, no solo por el dolor, sino porque temo no ser capaz. Clavo la mirada en el techo del granero y parpadeo despacio. Sé que tengo que levantarme. Ahora bajará del altillo. Me lastimará.
No me puedo mover. Ni siquiera me puedo concentrar. Mi mente disgregada patina por los recuerdos como un mosquito por un charco.
Wes, el ojo morado de un abusón y mi puño; el día que nos conocimos, «Vaya puñetazo le has dado»; su mano en mi brazo... la primera vez en toda mi vida que no di un respingo.
Iris y las volutas doradas de su falda; ella girando sobre sí misma en la acera, «Ya no hacen prendas como esta, Nora...», su sonrisa atrapando la mía e iluminando todo mi mundo.
Lee. Su cabello rubio miel en lugar de castaño oscuro. Inclinada para conocer sus mismos ojos azules. Una sonrisa casi demasiado triste. «Soy tu hermana.»
Lee. Un trozo de papel. Un número escrito a toda prisa. Una mano tendida. «Siempre podrás usarlo.»
Lee. Una contraseña. Una promesa susurrada. Una verdad reconocida. «Mamá no te protegerá.»
Lee. Noche a las tantas. Niña asustada. Arena ensangrentada. «Voy de camino.»
Lee. Lee. Lee.
Es como un latido dentro de mí, mi hermana. La persona que me enseñó lo que significa ser fuerte.
Cómo es una persona libre.
Me salvó en otra ocasión. No estoy segura de que esta vez lo consiga. No creo que yo pueda hacerlo, tampoco.
Pero tengo que intentarlo.
Agito los dedos de los pies. Luego tuerzo los tobillos. Buen comienzo.
Tunc, tunc, tunc. Está bajando por la escalera.
Es hora de levantarse.
Es hora de hacer que se sienta orgullosa.