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19.25 h (403 minutos libre)

2 llaves de una caja de seguridad (guardadas en mi habitación)

 

 

El sol se pone y seguimos vivos.

Estamos tumbados en las hamacas de palés que hay junto a la piscina. Hace calor en esta época del año y el ambiente es seco hasta extremos peligrosos según nos internamos en lo peor de la temporada de incendios. Pero reina la calma esta noche y el cielo centellea desde el calor anaranjado conforme la oscuridad se va instalando.

Iris lleva mi pijama; Wes, la camiseta del Colegio Universitario Siskiyous que antes era de Lee, aunque nunca ha estudiado allí, y yo estoy envuelta en el albornoz, porque la idea de ponerme una camiseta sobre el hombro desollado se me antoja un infierno. Tengo una bolsa de hielo contra la mejilla y otras dos en la mesa listas para usarlas más tarde.

Lee nos observa desde la casa, pero no trata de obligarnos a entrar a dormir. Iris lleva mucho rato contemplando el reflejo de las estrellas en la piscina y Wes juega una partida al solitario con una baraja de cartas que ha traído de su habitación. Solo se detiene cuando ella habla por fin.

—No quería que muriera.

Tardo un segundo en caer en la cuenta de que habla de Gorra Roja. Supongo que descubriremos su nombre en algún momento de los próximos días. ¿Tenía a alguien? ¿Una familia?

—Tú no lo has matado —responde Wes con suavidad—. Fue su compañero.

—Pero si yo no hubiera fabricado la bomba de Drano, quizá...

—Duane siempre tuvo intención de matarlo, Iris —le digo, y no es delicado por mi parte, porque no hay delicadeza que valga ante una verdad tan horrible como esa—. Tenía preparado el plan de fuga desde el principio. Era imposible que saliera de allí por su propio pie. Si tú no hubieras fabricado la bomba, nosotros habríamos corrido la misma suerte.

Sacude la cabeza como si intentara sacudirse la culpa. Lee le ha dado una bolsa de agua caliente para la barriga y ella se enrosca en torno a ella como un bicho bola.

—No pienses en eso —le digo, porque es mi lema—. Guárdalo a buen recaudo.

—O habla de ello si quieres —interviene Wes, que me regaña con una mirada fija.

Comprendo en ese momento que no estoy reaccionando como debería. «No es normal.» Resuena en mi cabeza. Esas palabras, como el propio Raymond, me atormentarán por siempre.

—¿Qué le vamos a decir al sheriff mañana? —pregunta Iris.

—La verdad —digo—. Que no hicimos nada hasta que se presentó la ocasión de actuar, cuando nos dejaron solas en el baño. La aprovechamos, pero nos derrotaron. Luego nosotras lo derrotamos a él en el granero.

—Entonces, solo los titulares. ¿Qué pasa si él dice algo?

Niego con la cabeza.

—Dudo que diga nada. Tiene antecedentes y sabe que pasará encerrado una buena temporada, por más información que les dé. Saber quién soy... eso vale mucho más en el sitio adonde va.

—¿Vas a huir?

No es Iris quien lo pregunta. Es Wes.

Lo miro desde la otra punta del sofá y la profundidad de lo que sabe y de lo que hemos superado juntos y por separado casi me engulle.

—No —respondo—. Y por eso tenemos que ser cuidadosos. Por Lee. No, no la mires —digo cuando Wes empieza a volverse automáticamente hacia la casa, donde seguramente mi hermana todavía nos esté controlando—. Lee no puede saberlo —prosigo—. Piensa que mi tapadera sigue a salvo. Tiene que seguir siendo así.

—¿Y si se entera? —pregunta Iris.

—Se la llevará —dice Wes, y yo me encojo de hombros con impotencia cuando Iris me mira como si esperase discrepancia.

—Si pensase que Raymond puede averiguar que Ashley Keane se ha convertido en Nora O’Malley, Lee me dejaría inconsciente y me metería en un avión antes de que recuperase el sentido.

—¿Cuánto tiempo crees que tardará él en averiguarlo? —pregunta Wes.

Se comporta con sumo desenfado, pero percibo un mar de fondo en su voz, en el brillo de sus ojos. Ha tenido años no solo para estar al corriente, sino para vivir con las consecuencias. Ha estado al otro lado del pasillo oyéndome gritar en sueños, igual que yo estaba al otro lado del mismo pasillo oyéndolo pasear de un lado a otro y levantarse a las tantas, en parte por el insomnio y en parte para evitar sus propias pesadillas.

Entiendo ese brillo de sus ojos. Yo estrangulé metafóricamente al hombre malo que maltrataba al único chico al que he amado en este mundo. Y Wes quiere estrangular literalmente al hombre malo que me maltrató. Pero tendrá que ponerse a la cola.

—Sí, ¿cuánto tiempo tenemos para prepararnos? —Iris se yergue en el asiento como si se dispusiera a sacar una libreta del bolsillo de su pijama o algo así.

De nuevo me encojo de hombros.

—Raymond podría saberlo ya. O podría averiguarlo dentro de seis meses. Depende de las personas a las que conozca Duane y de lo rápidamente que pueda hacer circular la noticia por la cárcel.

Pese a todo, me sorprendería que la cosa se alargase más de un mes. Duane irá a por todas. Raymond estará ansioso. Seguramente se harán amigos del alma cantando juntos «Ashley me derrotó». Y entonces Duane largará y Raymond lo sabrá por fin, y yo seré aquello que mi hermana más teme: una presa inmóvil.

—Ya hablaremos de las consecuencias después de prestar declaración en la comisaría —decido—. Pero antes de hacer ningún plan, vamos a asegurarnos de sobrevivir a mañana.

Repasamos la historia tres veces hasta que todos la tenemos bien aprendida. Wes entra en casa durante unos minutos mientras Iris se tumba con un almohadón encajado debajo de la cabeza. A su regreso Wes trae otra bolsa de agua caliente para ella, mantas para todos, e Iris ya está medio dormida. Sus pestañas rozan las manchas violáceas que tiene debajo de los ojos, y yo alargo la mano para recogerle un mechón detrás de la oreja. Tuerce la cara cuando la toco y luego se acomoda y se duerme del todo mientras Wes y yo nos tendemos, uno a cada lado de ella.

—¿Dormimos? —me pregunta.

—Ni hablar.

El entumecimiento empieza a apoderarse de mí; me permitirá aguantar hasta mañana. Ya dormiré después de hablar con el sheriff.

Wes me tiende una botella de agua.

—Le he dicho a Lee que te obligaría a bebértela.

—Porque hidratarme arreglará las cosas.

Acepto la botella y la dejo en mi regazo.

—Daño no te hará. —Se encoge de hombros.

Le vibra el teléfono. Lleva haciéndolo cada pocos minutos desde que se ha marchado del hospital conmigo y no con sus padres.

—¿Él o ella?

—Ella —responde, y yo noto una punzada de culpa.

La señora Prentiss no es mala persona. Quiere a Wes. Pero no abandona al alcalde y yo me he esforzado mucho en no guardarle rencor por ello, aunque fracaso la mayor parte del tiempo. Me he preguntado por qué y la he maldecido para mis adentros de un modo ignominioso, como si ella tuviera la culpa, cuando solo hay una persona a la que culpar.

Ella también es una víctima. Una parte de mí lo entiende.

Pero una parte aún mayor escogerá el bienestar de su hijo por encima del suyo, porque alguien tiene que hacerlo.

—¿Tienes que irte?

—No voy a ninguna parte —dice. Mira a Iris y sus ojos se arrugan cuando sonríe—. Ojalá la hubiera visto tirar el miriñaque en llamas a la cabeza de ese capullo.

—Ha sido increíble.

—Ella es increíble —asiente y sus ojos se anclan a los míos, súbitamente serios—. Me sentí un idiota el mes pasado por decirte que pensaba que le gustabas.

—Lo siento.

Es la verdad. Podría haber encontrado una manera mejor de soslayarlo en lugar de optar por la vía fácil, que fue hacerle luz de gas.

—Me lo podrías haber dicho.

—No quise.

Soy demasiado franca, pero es la pura verdad y él reacciona recostándose contra un montón de almohadones amarillos y riendo con suavidad para no despertar a Iris.

—Me estaba escondiendo como una cobarde —prosigo—. Pensaba que podría controlarlo esta vez. La revelación de quién soy. Tu manera de descubrir lo nuestro. Pensaba que podía sanearlo, convertirlo en otra cosa y hacerlo... digerible, supongo. —No puedo mirarlo y me muerdo el carrillo que no está hinchado antes de continuar—. Fue infantil creer que podría transformar mi pasado en algo bueno o aceptable. No lo es.

—Pero tú sí lo eres —dice con tanta candidez que me traspasa hasta la médula con esas cinco palabras.

Me sacuden hasta los cimientos aún más que las tres palabras que dijo cuando teníamos quince años, cuando estábamos rotos en pedazos y nos recomponíamos y caíamos al mismo tiempo.

Ahora bien, ¿es verdad? ¿Soy aceptable? ¿Soy buena?

—He apuntado a Duane con la pistola —digo con suavidad—. De no haber venido el sheriff, tal vez habría...

—No —responde, también con delicadeza—. No lo habrías hecho.

No.

No lo habría hecho.

—Ella sí —le digo, y no tengo que aclarar que estoy hablando de mi madre. Él lee entre mis líneas de un modo que nadie más sabe hacer, porque es el único que conoce todas las historias de las chicas que forman parte de mí—. Ella no habría dudado. Él o ella. Lo habría tenido muy claro.

—Tú no eres ella.

—No lo sabes. No la conoces.

—Te conozco a ti.

—Sí, me conoces —asiento, y no la veo en la oscuridad, su sonrisa, pero la percibo.

—Y tú me conoces a mí —prosigue.

—Sí, te conozco —le digo.

—Haría trizas el mundo entero por ti —asegura, y no es romántico, aunque lo parezca.

Es tan real y objetiva esta verdad secreta que acaba de brotar entre los dos como mi nombre y mi verdadero color de pelo y las historias que rodean mis cicatrices; también cosas que solamente él conoce.

—Y yo lo incendiaría por ti.

—Hoy has estado a punto de incendiarlo a mi alrededor —señala, y cuando Iris murmura entre los dos: «En realidad he sido yo», arranca una risa dolorosa a mis pulmones que suena rara porque no es hueca.

—Me retracto —dice Wes, tratando de reprimir una sonrisa.

—No puedo permitir que se atribuya el mérito de mis habilidades pirotécnicas —añade Iris, y su tono suena repipi incluso apretujada entre los almohadones y nosotros dos—. Ahora tenéis que tumbaros e intentar dormir. Ya os juraréis lealtad mutua como caballeros medievales la semana que viene. Tejeré unas coronas de flores y me pondré un vestido bonito para la ocasión.

—A mí me gustan las amapolas —dice Wes.

—Tomo nota.

—Todos tus vestidos son bonitos —señalo yo.

—Ya lo sé. Ahora, por favor, hay quien necesita dormir. El avión de mi madre aterrizará dentro de pocas horas y bajará hecha un tornado emocional.

—Lee la irá a buscar al aeropuerto. Ya la habrá tranquilizado para cuando lleguen —le aseguro con dulzura, pero ella niega con la cabeza.

—Me han tomado como rehén en un atraco a un banco. Mi madre nunca volverá a estar tranquila. Comprará un arnés con correa de mi talla y me obligará a llevarlo.

Wes aprieta tanto los labios para contener la risa que desaparecen.

—Ahora estás perfectamente y nos has salvado —le recuerdo cuando estoy segura de que no me voy a reír, porque tiene razón: su madre es sobreprotectora... y ahora empiezo a entender el motivo.

—Eso último no ayudará.

—¿Y qué ayudará? —pregunta Wes.

—Dormir —dice ella, cerrando los ojos de nuevo—. Solo necesito dormir un poco hasta que vuelvan a llamarme para comprobar la evolución de mi casi conmoción cerebral.

Así que él se tiende a su derecha y yo a su izquierda.

Nos acurrucamos en torno a ella como un paréntesis; Iris es una valiosa frase entre los dos que precisa el refugio de nuestras rodillas dobladas y manos recogidas debajo de la barbilla, mientras las respiraciones patinan en el espacio que ahora creamos los tres junto con nuestros secretos, al descubierto o no.

El mundo se tuerce otra vez. Pero tengo gente a la que aferrarme. Personas por las que luchar. Y eso es infinitamente distinto a pelear solo por ti.

No duermo. En vez de eso los miro, a esas personas que se han convertido en mi núcleo tanto como las chicas que han vivido bajo mi piel, y pienso en lo mucho que tengo que perder.

Es demasiado. Y yo no soy suficiente.

Aunque tendré que serlo, de algún modo.