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9.28 h (16 minutos retenida)

1 mechero, ningún plan

 

 

Gorra Gris está quieto, pero no así sus ojos. Saltan de acá para allá, de nosotros siete al estridente teléfono y luego a su compañero, que está apostado cerca de la puerta. No logra decidir dónde volcar su rabia.

Veo el momento en el que se le enciende la bombilla. Su atención se posa en la cajera, que está a nuestra izquierda, y vuelve la pistola a toda prisa para encañonarla.

—¿Has pulsado la alarma?

Estoy apretujada entre Iris y Wes como un bocadillo de carne de Nora, así que cuando él se crispa y ella contiene el aliento de golpe, no solo lo oigo y lo noto, sino que prácticamente absorbo el estrés de ambos a través de la piel. Porque saben que, si Lee está fuera, es porque yo he pulsado la alarma (metafórica).

—¡No, no, no he tocado nada! —insiste la cajera.

El hombre avanza un paso hacia la pequeña zona de espera en la que estamos apiñados y nos encogemos a la velocidad del rayo porque no hay lugar donde esconderse.

—¿Ha venido en un coche patrulla? —le pregunta Gorra Gris al de rojo, que sigue pegado a la pared y mira a hurtadillas por una rendija de la ventana.

El otro niega con la cabeza.

—Es una camioneta plateada. Viste de paisano.

—¿Armas?

Varias. Pero Lee no las sacará a menos que se vea obligada.

—No veo ninguna.

Gorra Gris se muere por apretar el gatillo. Lo noto en cada rasgo de su cara. Conozco esa expresión.

El teléfono sigue sonando. Mi hermana está fuera, separada de nosotros por una pared y quién sabe cuántos metros de distancia. Lee siempre me ha transmitido seguridad y la necesito como si fuera niña otra vez. Igual que la noche que todo se fue al infierno.

Tengo que recordarme a mí misma que ahora soy mayor. Casi una mujer adulta, con mis botas de montaña y mi pelo escalado, y todo el daño que me han infligido ha cicatrizado en forma de fuerza. Odio el rollo ese de «Lo que no te mata te hace más fuerte». Es un cuento. A veces lo que no te mata es peor. A veces es preferible que te mate. En ocasiones lo que no te mata te deja tan destrozada que siempre tendrás que luchar para salir adelante con lo que queda de ti.

Lo que no me mató no me hizo más fuerte, sino que me convirtió en una víctima.

Pero yo me hice más fuerte a mí misma. Hice de mí una superviviente.

Bueno, yo, Lee y la sufrida de mi terapeuta.

—¿Por qué no cogéis el teléfono? —La voz de la cajera tiembla cuando lo sugiere—. La policía... Esas personas os darán lo que queréis, estoy segura.

Sus palabras se apagan cuando Gorra Gris se vuelve para clavarle la mirada, seguida de cerca por su arma.

—¿Cómo te llamas? —pregunta.

—Olivia.

—Quiero dejarte una cosa muy clara —le dice, inclinándose hacia ella—. ¿Recuerdas toda la formación que has recibido sobre cómo actuar en caso de atraco? Olvídala, cariño. Me conozco vuestro protocolo, y el manual de la pasma, de arriba abajo.

—Por favor —gime ella.

Tengo tan claro que le va a pegar un tiro que estoy a punto de ponerme de pie. Pero entonces el teléfono deja de sonar y el silencio es tan repentino que el hombre se distrae.

Iris apoya el hombro contra el mío y Gorra Gris gira el cuerpo a toda prisa ante la ausencia de sonido, demasiado tarde para impedir que Gorra Roja responda la llamada de mi hermana.

—Pero serás hijo de... —empieza, y luego se calla, porque ha corrido al teléfono y se lo ha arrebatado de las manos a su compañero.

Titubea durante una milésima de segundo. Lo veo aferrar el auricular como deseando que fuera un cuello y tensar los hombros como si quisiera estampar el teléfono contra el mostrador.

Sin embargo, sus hombros se yerguen de nuevo y, en lugar de destrozar el aparato, se lo acerca a la oreja.

—Tienes veinte segundos.