Astrid inclinó la cabeza hacia un lado y lo miró de un modo que dijo a Henry que iba a tener que ser mucho más sutil si quería descubrir algo más sobre su pasado. Henry asintió y la tomó del brazo para llevarla al lugar en el que les esperaba el maître. Instantes después, ya estaban sentados en una mesa para dos, que se encontraba en un rincón muy íntimo con una bonita vista. Entonces, Henry se dio cuenta de que no quería mirar a nadie que no fuera Astrid. Ella era una gran masa de contradicciones y lo fascinaba por ello.
–Creo que, en estos momentos, el panorama musical de Londres es muy interesante. Hay muchos cantantes y grupos que tocan en locales pequeños y que están pegando fuerte no sólo aquí, sino también en los Estados Unidos.
–¿Y están preparados para ello? –preguntó Henry.
–No estoy segura. Creo que algunos no están listos para saltar al otro lado del charco ni para asimilar la fama. El mercado de los Estados Unidos es bastante caprichoso.
–Es cierto. He estado tratando de prevenir a Steph de que saltar al estrellato allí puede significar una subida meteórica que puede verse seguida por un estrepitoso batacazo.
–Me alegro de que te hayas tomado tiempo para hablar con ella. Yo te puedo ayudar con eso. He escuchado su música y la maqueta que dejó Roger. Creo que conozco algunos locales que encajan con el estilo de música que estás buscando.
–¿Y qué estilo es ése?
–Algo con gancho, por supuesto. Algo pegadizo de lo que se acuerde la gente, pero también con un fondo que la haga especial.
Henry asintió. Astrid ciertamente sabía lo que él estaba buscando. Esto lo hizo sentirse incómodo. Le gustaba mostrarse como un hombre con el que resultaba fácil llevarse bien, pero en realidad mantenía siempre las distancias. La única mujer que podía afirmar que lo conocía bien era su madre. Y ella era, según todo el mundo la definiría, una mujer excéntrica.
Sin embargo, Astrid era diferente. Era tranquila y callada en ocasiones. Como en aquel momento.
–¿Cuánto tiempo trabajaste para el grupo de Mo Rollins y para Daniel Martin? –le preguntó Henry. Mo Rollins era un productor musical legendario que había creado su propia discográfica después de dejar Sony-BMG. Daniel Martin era uno de sus protegidos.
–Sólo dieciocho meses, pero, antes de eso, trabajé como asistente para uno de los ayudantes ejecutivos de Mo durante más de tres años.
–¿Y te gustó?
No tenía sentido que Astrid hubiera dejado un trabajo como aquél y que luego fuera a trabajar para él. Si quería trabajar en la industria musical, aquel trabajo era ideal para ella. Henry no hacía más que repetirse que no le preguntaba porque tuviera curiosidad sobre la mujer, sino porque necesitaba conocer su pasado porque ella formaba parte de su equipo. Si quería tener éxito, debía saberlo todo sobre cada uno de sus miembros.
–Me encantó –respondió ella dejando la copa de vino que les habían servido sobre la mesa.
Se inclinó sobre la mesa y colocó la mano sobre la de él. Astrid tenía las uñas bien pintadas y la piel muy suave. Como jugador de rugby, Henry siempre las había tenido callosas y duras, pero las de ella eran suaves y delicadas.
–Sé que quieres comprender por qué dejé un trabajo tan importante. Hay muchas cosas... Se trató de un tema de salud muy importante y no...
Se detuvo de repente. Los ojos se le habían llenado de lágrimas.
Henry giró la mano sobre la de ella y se la tomó con fuerza. Comprendía muy bien el tema de los secretos y de los asuntos personales. Podía esperar por el momento, pero no tardaría mucho en saberlo todo sobre los secretos de Astrid Taylor. Los de recursos humanos la habían analizado bien y no la habrían contratado si hubiera habido algo poco recomendable en su pasado.
–Muy bien. Esta noche vas a conocer a Steph Cordo. Parte de tus funciones será actuar como ayudante para mis artistas hasta que ellos contraten a su propio personal –dijo Henry.
–Bien. He hecho esa clase de trabajo antes. Puedo hacerlo.
–Ya sé que puedes, Astrid. Se te da muy bien lo que tienes que hacer.
Astrid se sonrojó.
–Mi hermana dice que es un don.
–¿De verdad? ¿Por qué?
–Bueno, creo que ser amable abre muchas puertas –dijo ella, con una sonrisa.
–Efectivamente.
Henry notó que aún tenía la mano de Astrid en la suya. Le acarició los nudillos con el pulgar y observó su rostro. Ella volvió a sonrojarse y luego retiró la mano. Se lamió los labios, que eran gruesos y jugosos. Movió la boca y Henry dedujo que ella estaba diciendo algo, pero no podía concentrarse en lo que decía ni aun queriendo hacerlo.
Lo único que podía hacer era observar cómo se movían. Mirar los blancos dientes y los rosados labios. Preguntarse qué sentiría si su boca entraba en contacto con la de ella.
–¿Henry?
–¿Humm?
–El camarero ha preguntado que si vamos a tomar postre –dijo ella.
–Lo siento. Estoy bien. ¿Y a ti te gustaría tomar algo, Astrid?
Ella negó con la cabeza, con lo que Henry pidió la cuenta. Astrid se excusó para ir al aseo.
Resultaba raro que su padre hubiera elegido aquel momento para ponerse en contacto con él, pero Henry pensó que el trabajo en Everest iba a ser un agradable desafío. Hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en Malcolm como un pariente cualquiera. Él le había enviado regalos por su cumpleaños y por la Navidad a lo largo de los años, pero, en realidad, Henry no lo conocía. Siempre había sido un desconocido que entraba y salía de su vida sin que él se diera realmente cuenta.
Sin embargo, en aquellos momentos, Henry sentía necesidad de saber más sobre él. Malcolm tenía la llave del éxito futuro de su equipo por lo estipulado en el testamento.
Su Blackberry comenzó a sonar. Henry miró la pantalla. Tenía la costumbre de no hablar por su teléfono móvil cuando estaba con otra persona.
Alonzo, uno de los hombres a los que pagaba para que le informara de nuevos grupos, le envió un mensaje de texto. En él le decía que tenía un grupo que creía que Henry debería ver. Tocaba aquella misma noche en un club a pocas manzanas de distancia de donde estaban en aquellos momentos. Henry no dejaba nunca de pasar cualquier información que le diera. Tal vez por eso no había tenido ningún problema a la hora de pasar de jugador de rugby a empresario poco después de retirarse.
Vio que Astrid se dirigía hacia él y la observó. Se movía como lo hacían muchas mujeres cuando sabían que un hombre las estaba observando. Contoneaba lánguidamente las caderas con cada paso y los brazos se le movían a los lados.
–Me estás mirando, jefe.
–Eres una chica muy guapa, Astrid.
–Gracias. Creo.
–¿Crees?
–¿Es un cumplido de verdad o simplemente me estás haciendo la pelota para encargarme un cometido algo desagradable? –preguntó.
Henry negó con la cabeza y se puso de pie. Le colocó a Astrid la mano en la espalda y la hizo salir del restaurante. Sabía que ella no necesitaba que le pusiera la mano en ningún sitio para saber qué camino debía tomar, pero quería tocarla. Había algo... casi irresistible sobre ella.
–Era de verdad. Si te pido que hagas una tarea que encuentras desagradable, te aseguro que no estará oculta en algo agradable.
Ella se detuvo y lo miró. Henry se detuvo también. Sus rostros estaban muy juntos.
–¿Me lo prometes?
–Te lo prometo –respondió él. Antes de que pudiera decir nada más, el flash de una cámara lo cegó. Se volvió para mirar al fotógrafo, pero el hombre ya se estaba retirando.
Se reunieron con Roger McMillan, un amigo de Henry, en el primer club que entraron. El local estaba a rebosar, tal y como era de esperar, pero a ellos los llevaron inmediatamente a una zona VIP que estaba separada del resto por unos cordones de terciopelo.
Roger le estrechó la mano y le dijo algo, pero Astrid no pudo escucharlo por el ruido de la música. Se limitó a asentir. Se había excusado, pero Henry la agarró de la mano y la condujo a una mesa que había en la parte trasera.
Allí el ambiente era más tranquilo. Roger volvió a presentarse.
–Astrid Taylor –dijo ella.
–Es mi asistente. La llamarás todos los días a las diez para informarle de todos los nuevos grupos que hayas localizado.
–Entendido. Esta noche aquí no hay mucho, pero el DJ me ha hablado de un grupo nuevo muy bueno. Cuando se tome un descanso, va a venir a hablar con nosotros.
–Muy bien –dijo Henry.
–Voy a hacer mi ronda para ver si esta noche hay alguien aquí a quien debas conocer –comentó Roger.
Roger se excusó y abandonó la mesa. Astrid se dio cuenta de que Henry no se estaba tomando las cosas con calma, sino que iba a todo gas. Al contrario de Daniel, sabía delegar. Henry no quería llevarse todo el protagonismo.
–¿Por qué me estás mirando de ese modo? –le preguntó él.
–¿No vas a seguir a Roger o a enviarme a mí tras él?
–¿Y por qué iba a hacerlo? Roger sabe lo que se espera de él y no me va a defraudar.
–Esa clase de actitud es diferente...
Henry asintió.
–Todo lo que necesito saber de la vida lo aprendí en un campo de rugby.
–¿De verdad?
–Sí. Lo primero que aprendí es que, si no confías en tus compañeros de equipo, es que no confías en ti mismo. No se puede estar en todas partes. Por lo tanto, debes rodearte de personas que piensen como tú.
–La mayoría de la gente que hay en este negocio no piensa así. Siempre están tratando de hacerse sitio, de resaltar y de colocarse al frente de la línea. Cuando trabajaba para Daniel y Mo Rollins, siempre había un listado de llamadas que tenía que hacer sólo para asegurarse de que la gente estaba haciendo lo que se suponía que tenían que hacer.
Henry se acercó un poco más a ella.
–¿Es ésa una de las razones por las que te marchaste?
–No –respondió Astrid.
Henry le rodeó los hombros con un brazo y la estrechó hacia él.
–No puedo tener éxito si no conozco a todos los miembros de mi equipo. Sus fuerzas y sus debilidades.
–No tengo debilidades de mi pasado sobre las que debas preocuparte, Henry. Te aseguro que te estoy diciendo todo lo que necesitas saber sobre mí.
Henry le acarició el rostro con un dedo. Astrid se echó a temblar. Quería volver a reconstruir su vida y no podría hacerlo si no dejaba de desear a Henry.
–Deja que sea yo quien juzgue eso.
Sólo hicieron falta unos segundos para convencerla de que él no era el hombre de fácil trato que Henry quería que el mundo pensara que era. Henry Devonshire era un hombre acostumbrado a salirse con la suya y, en aquellos momentos, eso significaba que iba a intentar descubrir sus secretos.
Sus secretos.
Tenía tantos... Sabía que no iba a confiárselos a Henry Devonshire de ninguna manera. Los hombres la habían defraudado. Todos, a excepción de su padre. Sin embargo, los hombres, el hombre que había conocido desde que se marchó de su casa... Daniel Martin había terminado con su habilidad de confiar en los demás. Le había demostrado que no todos los hombres se merecían que confiara en ellos.
–Todavía no...
Henry asintió y se reclinó sobre su silla.
–No confías en mí.
–No te conozco –replicó ella. Era una lección que había aprendido muy bien. No todas las personas que conocía tenían los mismos sentimientos de lealtad hacia sus amigos que ella. Hasta que supiera qué clase de hombre era Henry, no pensaba confiar en él.
Cuando empezó su relación con Daniel, sabía que corría un riesgo comenzando una aventura con su jefe. Sin embargo, la excitación de enamorarse de alguien tan dinámico como Daniel la había cegado. Más que eso, había estado convencida de que Daniel también se estaba enamorando de ella. Este hecho hizo que el riesgo fuera más soportable... hasta que vio que Daniel la dejaba, embarazada de su hijo. Entonces, comprendió que su sentido de la lealtad era muy diferente al de él.
–Tienes razón –dijo Henry–. ¿Qué te parece este DJ?
–Está bien. Su sonido es muy funky y moderno, pero no tiene nada que lo haga destacar sobre cualquier otro.
–Estoy de acuerdo. Es uno más, pero tiene buen oído. Estamos buscando artistas que puedan resaltar de entre los demás, tanto si es despertando odios o pasiones. Lo que importa es que no pasen desapercibidos. Voy a hablar con él para ver si él tiene alguna información buena que darme.
Veinte minutos después, se marcharon a otro club en Notting Hill. Cherry Jam tenía un cierto parecido a los grupos de Nueva York. Astrid vio a dos conocidas y estuvo charlando con ellas mientras Henry charlaba sobre rugby con Stan Stubbing, un periodista de deportes de The Guardian.
Molly y Maggie Jones eran hermanas. Maggie, la mayor de las dos, tenía la edad de Astrid.
–¡Astrid! ¿Qué estás haciendo aquí?
–Trabajando. He venido a ver a los grupos.
–Vaya, pensaba que habías dejado de trabajar para ese productor musical –comentó Molly.
Astrid tragó saliva. Se había acostumbrado a las preguntas, pero jamás había conseguido encontrar una buena respuesta.
–Acabo de empezar a trabajar para Everest Records.
–Eso explica que estés aquí con Henry Devonshire. ¡Qué mono es!
–Es mi jefe –afirmó Astrid.
–Pues es muy mono de todos modos –señaló Maggie.
–Cierto. ¿Qué estáis bebiendo? –les preguntó a sus amigas.
–Martini. ¿Quieres uno?
–Me encantaría –respondió Astrid.
Molly fue a la barra a pedirle uno mientras Maggie y Astrid buscaban un lugar en el que sentarse. Desgraciadamente, todas las mesas estaban ocupadas. Entonces, Astrid miró hacia la zona VIP, donde Henry tenía una mesa con Roger y una mujer que le resultaba muy familiar. En cuanto él vio que lo estaba mirando, la indicó que se acercara.
–Vete –le dijo Maggie.
–Podéis venir conmigo. A Henry no le importará.
–De acuerdo. Aquí viene Molly con tu copa.
Henry estaba sentado a la cabeza de la mesa. Roger estaba a un lado y la mujer al otro. Astrid tomó asiento al lado de la mujer. A continuación, la siguió Molly y Maggie se sentó al lado de Roger.
–Astrid, ésta es Steph Cordo. Steph, te presento a Astrid, mi asistente personal.
Astrid estrechó la mano de Steph. Ésta era mayor de lo que Astrid había esperado. La mayoría de las cantantes eran prácticamente adolescentes, pero Steph al menos tenía veinticinco años. Sus ojos delataban que había tenido muchas experiencias en la vida.
–Me alegro de conocerte.
–Lo mismo digo –dijo Steph.
–Éstas son mis amigas Maggie y Molly Jones –les informó Astrid a todos los presentes.
Cuando terminaron las presentaciones, Roger y Henry volvieron a hablar del negocio de la música. Astrid se giró a Steph.
–Mañana vamos a tener muchas cosas para que hagas. ¿Te lo ha dicho Henry?
–Sí. También me ha dicho que vas a preparar una aparición en el Everest Mega Store.
–¿Sí? Es decir, por supuesto que sí. Podemos hablar de eso mañana. ¿Cuándo es el mejor momento para hablar contigo?
–En cualquier momento menos por la tarde. Entonces, duermo.
Maggie se echó a reír.
–Ojalá tuviera yo ese horario.
Steph se sonrojó un poco.
–Siempre he sido un búho nocturno y, además, mi madre es enfermera. Ella solía trabajar por las noches cuando yo era pequeña... supongo que desarrollé muy temprano el hábito de esperar a que ella regresara a casa para hablar con ella.
–Durante un tiempo, mi padre trabajó por las noches antes de que se comprara sus propios taxis. Solíamos desayunar todas las mañanas antes de ir al colegio –comentó Astrid.
Su padre había sido taxista. Aún era dueño de un taxi, pero había contratado a otro hombre para que lo condujera cuando su salud comenzó a resentirse. Su madre había sido ama de casa mientras Bethann y ella eran niñas, pero luego había vuelto a la enseñanza.
–Yo también. Mis amigas siempre cenaban con sus padres, pero para nosotros era el desayuno.
–Lo mismo nos ocurría a nosotros. Cuando mi padre enfermó, seguimos manteniendo la tradición incluso cuando estaba en el hospital. Bethann y yo nos asegurábamos de verlo a la hora de desayunar.
–¿Por qué estuvo tu padre en el hospital?
–Tiene diabetes –dijo Astrid–. La ha tenido durante casi toda su vida, pero no le gusta comer bien.
–Mi madre se las habría hecho pasar canutas si él hubiera sido uno de sus pacientes. No hace más que insistir en que no se puede descuidar la salud y yo he aprendido algunos de sus hábitos saludables –comentó Steph.
–Yo también. Creo que la salud de mi padre ha sido siempre tan mala, soy muy consciente de lo que como y del efecto que ello tiene sobre mi cuerpo. No quiero terminar como él si puedo evitarlo.
–¿Está mal? –preguntó Steph.
–Está en silla de ruedas –respondió Astrid.
–¿Cómo ha aceptado eso tu familia?
–Mi hermana y yo nos turnamos para ir a ayudar a nuestra madre. Y contribuimos para adaptar partes de la casa para que él pueda utilizar su silla de ruedas dentro. El vestíbulo y el pasillo eran tan estrechos...
–Te comprendo perfectamente. Mi madre siempre dice que este país va muy retrasado con respecto a la concienciación que las personas tienen de las minusvalías.
–Lo que ocurre es que, si mi padre hubiera comido mejor, tal vez no habría necesitado la silla de ruedas. No se puede asegurar, pero...
–Sé lo que quieres decir –afirmó Steph–. Uno tiene que hacer todo lo posible para evitar que algo así ocurra.
–Exactamente.
En aquel momento, Henry se volvió hacia ellas.
–¿Te está manteniendo Astrid entretenida, Steph?
–Mucho, me cae fenomenal. No se parece en nada a la clase de personas que uno se suele encontrar en esta industria.
–¿En qué sentido?
–Es una persona de verdad –aseguró Steph.
Astrid sonrió y se dio cuenta de que podría ser amiga de aquella mujer.
–Va a ser muy agradable trabajar para ti –dijo Astrid.
–Yo también lo creo –afirmó Steph.
La conversación se dirigió en otra dirección. Steph se volvió para hablar con Henry. Astrid estuvo charlando un poco con Maggie antes de que ésta y su hermana tuvieran que marcharse. Astrid las observó mientras se iban, lamentando que hubiera tenido que distanciarse de su antigua vida y de sus antiguas amistades cuando perdió su trabajo con Daniel. El hecho de estar embarazada y de tener las complicaciones que ella había tenido había terminado por completo con su vida nocturna. Entonces, el escándalo y los rumores sobre su despido y su relación con Daniel hicieron que sólo deseara esconderse. Y lo había hecho. Se recluyó en su casa y se aisló de sus amigos.
La necesidad de huir y de esconderse de todo el mundo significó que perdió una parte de su vida. Se juró que no lo volvería a hacer.
–Lo siento, Astrid. ¿Podrías dejarme salir? –le preguntó Steph.
–Por supuesto –contestó Astrid. Se levantó de la mesa y luego volvió a sentarse.
–Hasta ahora, la tarde ha sido muy productiva. Creo que he convencido a Steph para que firme con Everest Records. Se temía que nos centráramos sólo en los negocios y que no comprendiéramos su música.
–Me alegro. Me cae muy bien, pero te aseguro que no estaba tratando de convencerla de nada.
–Lo sé. Por eso ha salido bien. Creo que vas a ser un apoyo muy importante en mi equipo –dijo Henry.
Astrid sonrió y se sonrojó sabiendo que había hecho un buen trabajo. Sólo había sido eso. Nada más. Por supuesto que no había tenido nada que ver con el hecho de que él se hubiera reclinado sobre ella y le hubiera dedicado un cumplido.
–Quiero ir a un local más antes de dar por terminada la noche –dijo Henry–. ¿Te apuntas?
Astrid pensó en su vida después de Daniel. Interminables programas de televisión seguidos por una infusión de manzanilla y la cama a las once. Por primera vez desde que perdió a su bebé, se sintió viva. Realmente viva.
–Sí, claro.
–Estupendo. Vamos.
Estuvieron hablando un poco más sobre lo que él quería mientras se dirigían al siguiente local. Astrid puso mucha atención en lo que él le decía. A lo largo del resto de la velada, Henry no insistió más para descubrir por qué Astrid había dejado la productora de Mo Rollins y ella se alegró mucho.
No obstante, sabía que era un alivio temporal. Henry iba a tratar de encontrar respuestas a sus preguntas a cualquier precio. Simplemente, se estaba tomando su tiempo y dejando que pasara el tiempo hasta que ella se sintiera cómoda.
Astrid pensó que aún le faltaban semanas para poder hablar de Daniel y del hecho de que, a lo largo de los dieciocho meses que había durado su relación, ésta había pasado de lo profesional a lo personal. Todo cambió cuando se marcharon del tercer local que visitaron aquella noche.
Ella salió al frío aire de la noche y estuvo a punto de chocarse con un hombre alto, de anchos hombros.
–Lo siento –dijo. Entonces, levantó los ojos y se encontró con un rostro muy familiar.
–¿Astrid? ¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó Daniel.
–Trabajando –replicó ella.
–Para mí –dijo Henry. Se colocó al lado de Astrid y le agarró el codo con la mano para así apartarla de Daniel.